domingo, 3 de marzo de 2013

VIOLACIÓN: CRIMEN QUE NUNCA SE OLVIDA



Redacción
México.- Seis mujeres, de seis países víctimas del peor ultraje cuentan su historia y la lucha que han tenido que emprender para superar el trauma, y además para hacerle frente a una sociedad que aún considera la violación como ‘algo provocado por la mujer’.

‘El miedo nunca se va’, Laura Neuman, EU

Laura Neuman, de 47 años de edad, vive en Annapolis, Maryland. Cuando tenía 18 años fue violada. Su atacante está en la cárcel cumpliendo una condena de cadena perpetua por esa violación y otros asaltos sexuales contra varias mujeres.

“Yo tomaba clases en un centro de estudios superiores comunitario pero trabajaba como mesera para ganarme la vida. Regresé a casa una noche –el compañero con quien compartía el arriendo, que también trabajaba en el mismo restaurante, había salido con su novia- y estaba sola. Serían más o menos las 12 de la noche o 1 de la madrugada –estaba dormida- cuando escuché un ruido en el apartamento. Presumí que era mi compañero de vivienda regresando y, al despertar, sentí una almohada sobre mi cara y una pistola contra mi cabeza. Así fue como fui violada.

Siguieron días muy oscuros. Desde un principio, me quedó claro que mis padres no creían que había sido violada y que la policía tampoco me creía. Ellos pensaron que no había sido violada, que estaba encubriendo un embarazo o algún tipo de situación dramática y… el caso nunca fue investigado.

Eso me causó un gran estrés porque tuve que enfrentar esto a solas y, por supuesto, no estaba nada preparada. Me vi obligada a regresar a la casa de mis padres y, como se pueden imaginar, si ellos no creían que fui violada –suponían que algo había ocurrido pero que no era una violación- verse forzada a vivir en ese ambiente fue algo muy estresante.

No fue hasta que cumplí 21 años que pude mudarme de allí pero tuve que luchar durante muchos, muchos, muchos años. Algunas veces me resultaba difícil comer. Nunca pude entablar relaciones íntimas. Mantenía a la gente a distancia y viví con un miedo constante durante mucho tiempo. Yo diría que eso sigue así, hoy en día; cada sobreviviente de una violación que he conocido me dice que el miedo es constante y que nunca desaparece.

(Cuando el violador fue condenado) me embargó una sensación de libertad. Libertad es la mejor palabra para describirlo porque realmente no hay una clausura emocional. Pero, cuando se hace justicia, uno sí siente que le han quitado una carga de encima. Fue algo muy dramático para mí; simplemente quería echarme a dormir por una semana. Me cambió la vida, fue muy importante.

También se dio que, el día en que instruyeron al acusado de los cargos, conocí a mi futuro esposo. Fue una pura coincidencia. Así que, a los 39 años, me casé y tuve dos hijos: un niño y una niña”.

‘Quería tomar mi dolor y cargarlo sola’, Jineth Bedoya, Colombia

El 25 de Mayo de 2000, la periodista colombiana Jineth Bedoya fue secuestrada a las puertas de la Cárcel Modelo de Bogotá, adonde había llegado para entrevistar una posible fuente. Tres hombres la retuvieron por más de 16 horas, la torturaron y la violaron. Los tres serían posteriormente identificados como integrantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el principal grupo paramilitar del país, al que Bedoya estaba investigando.

“Lo más complicado es encontrarte sola, encontrarte con el cuerpo marcado, como huérfana de todo. Y yo me sentía así incluso después que entendí que tenía que hacer algo, que tenía que asumir mi vida, que tenía que seguir. Sólo que yo no quería seguir. Así que mi primera idea fue la del suicidio. Pero cuando empecé a buscar la forma de irme, me encontré tan cobarde para irme… Porque decía: ‘si me tomo algo puede que no me muera y quede peor’.

Tenía entonces que buscar una fórmula para quedarme. Y la única respuesta que encontré fue que si me quedaba tenía que seguir haciendo lo que me daba fuerza y era el periodismo.

Para mí era muy difícil salir porque estaba llena de hematomas. Mis brazos eran impresionantes, eran morados completamente de los golpes… las manos, el cuerpo… la cara estaba muy golpeada y sentía mucha vergüenza de que la gente me viera así. Pero el día que ya podía mostrar la cara -que fue más o menos 15 días después del secuestro- , ese día decidí volver al periódico (“El Espectador”).

Fue una cosa muy emotiva, porque yo llegué, no podía casi caminar y la redacción era muy grande. El director del periódico entró conmigo y toda la gente se paró. Eran, no sé, 200 periodistas. Y empezaron a aplaudir, me hicieron una fila larguísima. No hubo una sola persona que no me hubiera abrazado ese día.

Aunque Jineth Bedoya denunció su secuestro y violación ante las autoridades inmediatamente después de los hechos, durante más de 11 años la justicia colombiana no hizo mayores progresos. En Mayo de 2011, sin embargo, Bedoya llevó el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, lo que obligó a la Fiscalía General de la República a retomar las investigaciones. A la fecha, un ex paramilitar ya admitió su participación en el secuestro y otros dos también están siendo procesados por las autoridades.

‘Acepté mi destino’, Devimaya, Nepal

Devimaya (no es su nombre real) es del este de Nepal y tanto ella como su esposo trabajaron en Kuwait y Arabia Saudita. Quedó embarazada como resultado de una violación en Kuwait en 2008 y cuando regresó a Nepal dio a luz a una niña discapacitada.

“Hablé con mi esposo por teléfono, que estaba en Arabia Saudita, sobre la violación. Me consoló y me dijo que no me preocupara. Dijo que hablaría con sus padres en Nepal y los convencería de que no se molestaran conmigo porque no fue mi culpa. Me sentía indefensa y desesperada por volver a casa.

El caso no fue reportado a la policía en Kuwait porque yo no conocía al perpetrador y no sabía cómo pedirle ayuda a las autoridades. Estaba trabajando como empleada doméstica para una familia kuwaití. No sabía hablar el idioma ni conocía las costumbres locales. No supe a dónde ir o a quién pedirle ayuda. Mis empleadores no ayudaban. Me llevó dos meses de súplicas para que me dejaran partir.

Cuando regresé a Kuwait di a luz a una niña que es físicamente discapacitada. Ya tiene casi 3 años de edad.

Después de regresar a casa mis padres le preguntaron a mis suegros si estarían dispuestos a aceptar al bebé como suyo. Después me dejaron quedarme con ellos. Yo había estado enviándoles dinero desde Kuwait.

Pero después de tres o cuatro días su conducta cambió súbitamente. Dejaron de hablarme y comenzaron a insultarme e incluso a golpearme. Querían que me fuera de su casa, pero me negué. Ellos tomaron todas sus cosas de la casa y se fueron. Ahora se están quedando en otra parte, no sé dónde; se llevaron a mi hijo de 8 años.

Mi esposo también dejó de hablarme. Sé que ya no me quiere ni me desea. Mis suegros amenazaron con vender la casa donde estoy viviendo, pero ahora pedí ayuda legal, gracias a una ONG, y logré detener la venta de la propiedad.

La mayoría de la gente que me conoce y que sabe lo que he pasado me trata diferente. No me dan trabajo. Se burlan de mí y dicen que traje al “niño de un musulmán”.

‘No fue mi culpa’, Layla, Marruecos

Layla (no es su nombre real) fue violada cuando tenía 19 años de edad por su primo, quien tiene problemas con el alcohol.

“Ha sido muy difícil porque nunca esperé que un pariente fuera capaz de cometer ese acto tan cobarde. Fue una traición.

Nunca pensé que esto me iba a pasar a mí.

“Creo que cinco años es una sentencia muy breve para este crimen atroz. Un violador merece ser ejecutado”

Me encerré en casa y no quería dejarla. Dejé de ver a la gente y hablar con mis familiares.

Después de lo que pasó, yo no estaba segura de qué hacer.

Busqué ayuda en las organizaciones que ofrecen apoyo a las víctimas de violación. Fue útil porque me devolvió la autoestima y me hizo sentir que yo no era un paria. Me ayudó a darme cuenta de que no era mi culpa haber sido objeto de este ataque. Fue muy reconfortante hablar con alguien.

Mi madre ha sido un gran apoyo y se puso de mi lado durante toda esta terrible experiencia.

Ahora la gente piensa mal de mí y los vecinos me están evitando. Ellos piensan que me puse en riesgo, y que por lo tanto soy responsable de lo que me sucede. Ellos no me ven como una víctima.

‘Entendí que mi vida estaba empezando’, Natalya, Rusia

Natalya vive en alguna parte de Rusia con su esposo y su hija. Fue violada en 2007 por un hombre que una de sus amigas le presentó para que salieran. Cuando su amiga se fue, la violaron. Dos amigos del violador estuvieron presentes y fueron testigos de la violación. El hombre fue sentenciado a cinco años de prisión. Ahora está libre.

“Después de que algo como esto sucede, algunas mujeres piensan en quitarse la vida; otras se hunden en el alcohol. Yo hice ambas. Cuando bebía olvidaba todo y luego podía hablar de ello con mi amiga. Pero después estás sobria y te sientes tan mal como antes; te sientes sola y piensas que en el futuro… no podrás encontrar un compañero con quien enamorarte o casarte.

Una o dos semanas después de que ocurrió, traté de suicidarme saltando del sexto piso de un edificio. Mis amigas se dieron cuenta de mi estado y dijeron que debería buscar ayuda y hablar con un psicólogo. Les daba miedo dejarme sola. Con ellas, llamamos a una línea de atención para mujeres y fuimos transferidas a un centro de atención de crisis de mujeres. Me recomendaron que presentara una queja con la policía, pero yo decidí arreglarlo yo misma: le pediría a algunos amigos que encontraran al hombre y lo golpearan en venganza.

Al final, fuimos directamente donde el fiscal, que es la siguiente instancia después de la policía. Creo que esa fue la forma más afectiva: hicieron algo de inmediato. El fiscal nos remitió a la policía.

Después de que el veredicto fue anunciado, sentí como si un peso pesado se hubiese levantado de mi pecho y me puse a llorar; esta vez de felicidad. Y me di cuenta de que la vida comenzaba para mí y que no había perdido la ida al centro de crisis. Yo era una estudiante de leyes en ese tiempo, así que también era consciente de mis derechos.

Volví a mi ciudad natal, conocí a mi futuro marido, me casé y luego nos mudamos a otra ciudad donde vivimos ahora. Tengo una hija. Mi vida es un éxito”.

‘Trataron de negar lo que sucedió’, Wangu Kanja, Kenia

A Wangu Kanja la violaron una tarde en 2002 mientras volvía de trabajar. Eran más de uno. Kanja no tuvo la oportunidad de ver los rostros de sus atacantes puesto que le sujetaron la cabeza de cara al suelo. Su experiencia le llevó a crear la fundación Wangu Kanja, que lleva su nombre, en Nairobi, capital de Kenya, para ayudar a las víctimas de violación y abuso sexual.

“Vivía sola en aquel momento. Me encerré durante dos días enteros. Después, me vi obligada a salir de la habitación para pagar el alquiler y las facturas. Durante días, no pude superar este horrible incidente. Poco a poco, volví a trabajar, pero era aterrador. Estaba viviendo una pesadilla. Estaba nerviosa y deprimida todo el tiempo.

Empecé a beber alcohol como una vía de escape, mientras me hundía en una depresión que duró de 2002 a 2005. Llegó a un punto en que me convertí en una persona solitaria. Y yo no estaba contenta con ello. Así que asistí a un curso de psicología.

Ése fue el punto de inflexión clave, pues durante la parte práctica del curso, elegí tratar a víctimas de violación, víctimas de asalto sexual. Aprender cómo aconsejar a ese tipo de víctimas en cierto modo me ayudó a mejorar mi estado mental.

Tuve que hacer todo este camino tan difícil... yo sola. Ni la familia ni los amigos me ayudaron. La única persona que sí lo hizo desde el primer momento fue una de mis tías. Ella me llevó a un chequeo médico y me ayudó a acceder a ciertos servicios y obtener información y asesoramiento.

(ZOCALO/ Redacción/ 03/03/2013 - 04:05 AM)

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