Ciudad de México.- Como si se tratara de la presentación de
un raro espécimen o de un ser extraterrestre, aquella mañana de viernes
17 de mayo de 1963 -anunciado desde días antes- traerían a la cárcel de
la ciudad, a uno de los más terribles asesinos de que se tenga historia
en los anales del crimen, no sólo en la ciudad, si no en el Estado de
Tamaulipas, por lo que el anuncio, originó tal revuelo que la avenida
Constitución y la calle 16 de Septiembre, donde estaba ubicada la
Presidencia Municipal y por ende, la comandancia de la Policía
Preventiva, se convertiría en un verdadero hervidero de personas que
querían verlo de cerca y conocer sus primeras impresiones, en torno a
los crímenes que cometió casi un año atrás y todos de su misma familia. Fuente: elmanana.com
El horror y el miedo que sentían las gentes que tuvieron "el privilegio"
de verlo, llegó al clímax cuando la cordada (soldados) policías
rurales, preventivos y del Servicio Secreto, bajaron de la camioneta a
José Rosario Ramírez, un hombre que con todos los honores se graduó como
uno de los criminales más feroces y quien por ello se ganara
inmediatamente el mote de "El Chacal de Las Comitas".
El Rancho Las Comitas se encuentra ubicado a unos 10 kilómetros del ejido Santa Apolonia, o bien a unos 60 de esta ciudad.
Ahí vivía José Rosario con su segunda familia, compuesta por su mujer,
cinco entenados y la única hija que procreó con Ambrosía, su cónyugue.
A decir de las autoridades y de quienes lo conocieron, era un tipo
sencillo que bien podría pasar por un tranquilo, honesto y hasta
bonachón agricultor que con nadie se metía y que incluso, considerando
su perfil, para nada semejaba a un desalmado y despiadado asesino.
José Rosario El Chema Rodríguez fue detenido en Tlalnepantla Estado de
México, dos días antes de su encarcelamiento y como se dijo antes, de su
presentación ante los ciudadanos de Río Bravo.
A él se le atribuyeron los asesinatos de siete integrantes de su
familia, entre ellos tres inocentes criaturas a las que mató igual que
asesinó a los tres mayores, incluyendo a su esposa.
La noche del terrible suceso, era negra y ya presagiaba lo que venía,
porque a decir de los vecinos, amenazaba lluvia y algo en el ambiente no
era igual que otros días, por eso dicen que a El Chayo, se le metió el
mismito diablo.
Para el caso es lo mismo.
esa noche, aún no daban las 8:30 horas cuando todos estaban reunidos en
el rancho y ya prácticamente los mayores se despedían para irse a
dormir, mientras que los tres menores de edad, ya estaban cada cual en
su cama.
Sin imaginarse jamás lo que con su "osadía" ocasionaría, Benjamín, uno
de los entenados y asesinados, le pidió dinero a su madre Ambrosia,
porque según él, al día siguiente vendría a Río Bravo considerando que
era fin de semana y quería efectivo para pasear presuntamente a la novia
o llevarla a la plaza a tomarse algún helado.
"Dile a José, que te los de, yo no tengo en este momento", le contestó la mujer de buena manera a su hijo.
Ante la orden de su progenitora, Benjamín no dudó y le dijo a su
padrastro Chema que le diera dinero, pero como también se lo negó de una
forma despreciativa, El Benja se molestó y tras un intercambio de
palabras altisonantes y un conato de enfrentamiento a golpes, éste sacó
de entre sus ropas un picahielo y con él se le fue directo a José con
intenciones de herirlo, o de plano, mandarlo a mejor vida ya que desde
hacía mucho que no se "tragaban".
Ágil y vivaracho como cualquier fiera -como dicen que era- José Rosario
se hizo a un lado para evitar el mortal ataque y al momento en que el
frustrado agresor se iba de bruces con el vuelo que llevaba, El Chayo
tomó el hacha que servía como tranca en la puerta y para antes de que
Benjamín se levantara, lo prendió y casi le arrancó la cabeza del
salvaje hachazo.
Al artero y mortal golpe, el rojizo líquido fluyó a borbotones del
cuello de Benjamín y más que preocuparlo por lo ocurrido, José Rosario
se molestó porque la sangre le llegó a su rostro y le manchó toda la
ropa.
Encendido y rumiando de coraje por la salpicada, no tuvo empacho para
matar a Ramón, un joven de 24 años de edad que, al darse cuenta de lo
que había hecho, quiso desarmar a José Rosario para entregarlo a las
autoridades por el crimen que acababa de cometer en agravio de su
hermano.
A Ramón también lo mató de un hachazo, pero no con el filo, si no con
fuerte golpe de canto que le dio en el cuello; como aún se movía, el
feroz y después bautizado como el Chacal de Las Comitas, tomó una
varilla de tres octavos con punta y se la clavó en cuatro ocasiones en
diferentes partes del cuerpo y no se separó de él hasta ver que el
cuerpo de su hijastro ya no se movía.
Petrificada y sin poder moverse dado el horror que sentía al ver como
José había matado a Benjamín y a Ramón, la señora Ambrosia sacó fuerza
de su flaqueza y trató de reclamarle a José por su nefasta acción, pero
no bien terminaba de articular las últimas palabras cuando ya tenía
encima al Chacal y clavándole, también cuatro veces, la varilla en su
vientre, hasta matarla.
Al escuchar los gritos de dolor y de auxilio de su familia, Delfina,
quien había logrado irse a la cama, salió de su cuarto y llegó a la
cocina y por poco y muere infartada al ver el sangriento escenario.
Lo primero que hizo Delfina, fue correr donde estaba el cuerpo de su
madre muerta y con la esperanza de que estuviera aún con vida, la tomó
entre sus brazos, la quiso levantar tratando de reanimarla, pero todo
fue inútil porque las heridas inferidas con la varilla, fueron mortales
por necesidad.
Al darse cuenta que su progenitora estaba sin vida, la mujer se levantó
como impulsada por un resorte y no tuvo mucho que pensar en lo que había
ocurrido, ya que al pie de la puerta y con la varilla sangrante en una
de sus manos, José Rosario la veía expectante y retadoramente, como
emulando al loco de la película, Masacre en Texas.
Que hiciste desgraciado, porque los mataste", le gritó Delfina en otras
palabras a El Chema, quien solamente la veía fijamente y como esperando
que hiciera algo que pusiera en riesgo su integridad para atacarla.
Y como leyéndole el pensamiento, la descontrolada mujer corrió hacía él
con intenciones de rasgarle el rostro y matarlo con sus propias uñas si
fuera posible, pero.
nada de eso ocurrió, porque ya preparado para todo, El Chacal la recibió
con la varilla e irónicamente al igual que los otros, también le dio
cuatro estocadas que inmediatamente le arrancaron la vida; como fiera
sedienta de sangre, José Rosario se acercó al cuerpo de Delfina y con
toda frialdad la tocó y no se levantó hasta confirmar que había muerto.
No todo terminaba ahí para una fiera ya sedienta de sangre.
Carmen, la niña de 8 años de edad, despertó de su sueño y sentada en su
cama llamaba entre gritos y sollozos a su madre Delfina que como se
dijo, acababa de ser inmolada.
Totalmente irreconocible y fuera de control, el felón homicida escuchó
el llanto y el llamado de la menor a su madre y con toda alevosía y
ventaja, llegó al humilde cuarto blandiendo de manera amenazante el
pedazo de varilla ya considerada como un arma mortal.
De la formal más natural y digno de ser el tipo más sanguinario del que
se tenga memoria, Chema Rodríguez sacrificó a la niña de la misma manera
que lo hizo con el resto de la familia.
Y ya entrado en calor y de hecho poseído por el diablo, al Chacal de Las
Comitas no se le hizo difícil matar también del mismo modo, es decir,
con la misma varilla, a las niñas Anacleta y a Graciela, a la primera la
asesinó cuando apenas intentaba despertar y a la segunda aún dormida;
"ella jamás supo lo que le pasó", diría El Chacal de Las Comitas un año
después, es decir, cuando fue detenido.
Fríamente y sin mostrar signos de arrepentimiento, incluso, como si
fuera una cosa muy natural, José Rosario Rodríguez declaró y narró lo
que arriba transcribe el autor del reportaje.
Dijo que tenía que matarlos a todos, porque no quería exponerse a que
alguno de ellos lo denunciara y por nada del mundo, aún a consta de lo
que fuera, quería ir a la cárcel.
Luego de matarlos, decidió sepultar sus cuerpos en lugares distintos,
pero dentro del mismo rancho, mencionando que a su patrón Ramón Garza
Cantú, dueño del lugar, le diría que toda su familia lo abandonó, no
dejando de mencionar que terminó su macabra labor allá por las 3 ó 4 de
la madrugada de esa misma noche, es decir, que durante más de siete
horas estuvo buscando los lugares y escarbando para sepultar los cuerpos
de sus siete víctimas, o sea, que para enterrar un cuerpo, El Chacal se
llevó una hora.
"A la niña chiquita, junto con otro los eché a una noria con todo y su
muñequita que nunca dejó de abrazar", revelaría el detenido cuando
estuvo ante el Agente del Ministerio Público del fuero común, en aquél
entonces, el ahora notario público local, Herón Gómez de Hoyos.
Mencionó, que en la lona donde arrastró el cuerpo de Benjamín para
enterrarlo, puso su ropa tinta en sangre, la envolvió y le prendió fuego
para borrar cualquier huella de su fechoría, no dejando de mencionar
que ya casi daban las 4:00.
Horas después, ya con la luz de otro día, preparó un ayate, guardó la
ropa que necesitaría y de la forma más tranquila se sentó a esperar a su
patrón, don Ramón Garza Cantú.
Sin saber nada, el dueño del rancho viajó con el multihomicida y lo bajó
a la altura del puente Anzaldúas, pasando por esta ciudad y de ahí se
fue a pie para internarse en la zona centro de la vecina ciudad.
En un restaurante de la zona centro, José Rosario le pidió a la dueña
que le cambiara 50 pesos por 4 dólares ya que con eso iría -como así lo
hizo- a la ciudad de Pharr con la idea de visitar a un hermano que,
según dijo, nunca encontró.
Ese mismo día, El Chayo se regresó a Reynosa y en un hotelucho de mala
fama se hospedó y ahí estuvo cavilando hasta que decidió irse a Nuevo
León.
Como tampoco se le dieron las cosas, pensó en buscar y reconciliarse con
su primera mujer y con sus hijos y decidido a todo tomó un tren y se
fue hasta Acámbaro, para luego llega a Parácuaro en donde estuvo un día y
una noche con su padre Modesto Ramírez.
"Ayer, antes de que llegaras a casa te vinieron a buscar los soldados m´ijo.
pos´que hiciste", le preguntó el padre sin saber o imaginarse que estaba
frente a uno de los asesinos más crueles de la historia.
Apenas terminó de escuchar lo anterior, el felón criminal salió a toda
prisa sin decir nada y como fiera acorralada subió a lo alto de un cerro
llamado Picacho y ahí estuvo escondido durante varios meses.
Se supo que los primeros días de septiembre, José Rosario Ramírez bajó
del cerro y directamente buscó y encontró a su esposa legítima Cruz
Estrada, quien conmovida por una triste historia que le contó,
obviamente diferente a la verdad, se fue con él a la Ciudad de México
acompañados de sus dos hijas.
En Tlalnepantla, estado de México, el ya bautizado como El Chacal de Las
Comitas, buscó trabajo en lo que fuera con tal de sacar dinero para
mantener a su familia, por lo que tres días después, cuando estaba
realizando trabajo de albañilería, fue detenido y traído a Tamaulipas.
Como se dijo al principio, al conocerse de su arresto y que estaría
algunos días en la cárcel de esta ciudad, los riobravenses se cimbraron
con la noticia y aunque temerosos por la magnitud de los crímenes que
había cometido, nadie quiso perderse la oportunidad de verlo de cerca.
José Rosario Ramírez fue procesado por siete homicidios calificados y
finalmente, dada su peligrosidad, fue trasladado e internado en la
penitenciaría de la capital del Estado, en donde muchos años después
murió solo y olvidado.
(ZOCALO/ Agencias /20/08/2013 - 04:48 PM)