martes, 1 de mayo de 2012

¿Y NARCISO AGÚNDEZ?



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Adolfo Lucero
Ni por la feria volvió Ex-Gobernador más rata y sinvergüenza que ha tenido esta noble tierra, después de andar retando a Marcos Covarrubias Villaseñor desde Puerto de San Carlos, Municipio de Comondú, diciendo que sería candidato a Senador por el Partido Verde Ecologista.


Se perdió del escenario político luego de ser denunciado penalmente por la actual administración, por el desvío de recursos y la venta ilegal de terrenos en el fraccionamiento El Pedregal de Cabo San Lucas.

Como todo un cobarde el Ex-Mandatario y al ver a su compadre y amigo César Uzcanga Amador calentando cemento en esas malolientes celdas del Cereso de Los Cabos y recientemente al ladrón del Toño Alcántar en el Cereso de La Paz, optó por la retirada, llevando consigo un amparo en cada bolso de su pantalón para no ser detenido por la justicia.


El poder enloqueció a Narciso Agúndez, pensando que sería eterno y saqueó hasta más no poder el patrimonio de los sudcalifornianos, invadió tierras, protegió a delincuentes, hizo lo que le dio la gana y ahora huye como vil delincuente refugiándose en diferentes partes de nuestro estado y finalmente en el extranjero.

La sociedad está a la  espera  que la autoridad competente resuelva esta situación y de una buena vez llamen a cuentas a Narciso Agúndez Montaño por abuso de poder y enriquecimiento ilícito cometidos cuando éste fue Gobernador de Baja California Sur.

VIAJE AL GOLFO DE CALIFORNIA



  CAPITULO  XIV

Mientras la nave hacía maniobras para acercarse al puerto, yo miraba ansiosamente con un catalejo por toda la vasta rada de Guaymas pero no distinguía la villa. De pronto descubrí una lancha que venía hacia nosotros en la que remaban vigorosamente dos indígenas. En medio de ellos estaba un hombre al que reconocí inmediatamente como mi socio M. Camou. Al poco tiempo estábamos dándonos un abrazo y entregados a grandes transportes de alegría que no se pueden comprender sin haber pasado por circunstancias parecidas a las nuestras. Fue uno de los momentos más felices de mi vida.

Luego de los primeros momentos de placer que nos proporcionó el volver a vernos después de una larga separación, mi socio me dio varias cartas de algunos de mis amigos de diferentes ciudades de México en donde yo había residido. En todas ellas me expresaban los deseos más ardientes por mi éxito lo cual se sumó a la satisfacción que ya experimentaba. Enseguida, el señor Camou, mi socio, me dijo que contrario a lo que había prometido, M.D., nuestro tercer socio, este había regresado a San Luís Potosí para atender sus asuntos personales y no contaríamos con su ayuda para realizar nuestras operaciones. También me dijo cuáles habían sido sus motivos para escoger el puerto de Guaymas para llevar a cabo la descarga de las mercancías de nuestro navío. Me confirmó la información que me había dado el capitán       Morgado sobre la situación general del país y me dio a conocer las dificultades a las que íbamos a enfrentarnos y terminó por expresar su convicción de que teníamos el éxito asegurado.

Pronto, el comandante de la plaza llegó acompañado de uno de los principales oficiales de la Aduana y subieron abordo para pasar la visita ordinaria y legal.  Nosotros les servimos para refrescarlos un vino de Champagne y ellos dijeron que nunca lo habían bebido antes y que les causaba un gran placer. Yo les pregunté si llegaban con frecuencia barcos franceses a Guaymas y me dijeron que antes del nuestro solamente había llegado uno, el año anterior, procedente de Burdeos.

Por la tarde bajé a tierra para visitar la villa que desde donde estaba el navío apenas se podía percibir. El lugar para desembarcar se encontraba al pie de una colina sobre la que había unas ruinas que me dijeron era un fortín. Luego de dar la vuelta a la colina nos encontramos en la esquina de una plaza grande rodeada de chozas miserables de adobe.  En la parte de atrás había una inmensa roca árida y sin vegetación que dominaba esa horrorosa masa de casuchas que parecía que estaban amenazadas de una próxima destrucción inminente. Alrededor y a lo lejos, hasta donde la vista alcanzaba, solamente había rocas, cactus y malezas resecas. Era como una continuación del paisaje desolado que me había entristecido luego de una primera exploración de la costa.

   En la plaza, había un centenar de salvajes desnudos, a excepción de un pedazo de lienzo del tamaño de una mano que reemplazaba a la mítica hoja de parra, estaban acostados bajo el sol o vagaban indolentemente de un lugar a otro. No había ningún indicio de la actividad que caracteriza a una villa comercial, ningún movimiento que señalara la presencia de una sociedad que vive y que piensa. Me pareció que yo había caído en medio de una reunión de idiotas y debo decir que en todos mis viajes jamás había visto tanta desolación. Me sería imposible expresar los sentimientos que oprimieron mi espíritu al ver aquello que se llamaba la villa de Guaymas.

De regreso al barco “La Felicie” me encontré totalmente agobiado por las tristes reflexiones que me sugerían las cosas que había visto.  A duras penas podía hablar. Nunca había experimentado un sentimiento de tan profunda desolación y una angustia tan desgarradora. Sufrí de una pena moral que me era imposible combatir por medio de la razón. Estaba como atontado por la impresión de pensamientos que se presentaban en tropel sin que mi razón pudiera dominarlos para analizarlos. Pasé una parte de la noche en un estado de postración en el que llegué a sentir alarma por mi razón.  Cuando se apagaron todas las luces y cesó todo ruido, me fui al puente. Ahí, en medio del silencio , de un delicioso viento fresco y en presencia de un cielo majestuosamente tranquilo en que las brillantes estrellas se reflejaban en las aguas de la dormida bahía, sentí renacer mi espíritu poco a poco. Pude fijar mis pensamientos y  desenredar el caos que había envuelto a mi inteligencia. Pero al comenzar a razonar, comencé también a sufrir. Qué horrorosa perspectiva, me dije, ¿Cómo vender mi cargamento  en un puerto tan miserable? ¿Cómo serían las villas del interior a juzgar por esta? ¿Cómo vender mis telas y mis tejidos en un lugar en donde los habitantes, al menos una mayoría, no usaban ninguna vestimenta?  Entonces, después de tan grandes trabajos perdidos, mi porvenir, mi reputación y mi honor estaban comprometidos.  Estos pensamientos eran espantosos.

Poco a poco, con mis razonamientos vino la calma. Me dije que me había dejado llevar muy fácilmente por mi primera impresión, que sin duda me engañaba sobre la realidad de las cosas y que finalmente, cualquiera que fuese dicha realidad, un hombre digno de tal nombre debía tomarla con calma y examinarla con valentía para sacar el mejor partido que fuera posible y que ceder a esa influencia implicaba una debilidad de espíritu que era indigna de mi persona. Animado por estos bienhechores pensamientos, la calma y la serenidad sucedieron al abatimiento que les había precedido y cuando llegó el día, yo había recuperado la energía y el valor que tenía normalmente. Todas las circunstancias de aquella noche cruel quedaron grabadas para siempre en mi memoria y su recuerdo aún influye en mi vida. Aprendí que ante un gran dolor, la calma de la soledad, la reflexión que acompaña a la calma y los pensamientos de filosofía religiosa que nacen de la contemplación de las obras de Dios, son un refugio en el que el alma encuentra de nuevo la fuerza que la había abandonado. Ahora, cuando después de un bienestar prolongado me ataca la infelicidad, me retiro en mí mismo, contemplo el cielo y sus bellas noches y de esa manera me consuelo.

Bajo la impresión de esos saludables pensamientos, regresé el día siguiente a la villa al amanecer y me pareció menos fea que la víspera y encontré más pintoresca la roca que me pareció que se iba a derrumbar.  Mi socio me llevó a ver un amplio almacén para guardar la mercancía que había rentado con anticipación. Estaba construido, como todos los demás edificios, de adobe, en la planta baja de una construcción con terraza.  Dos cuerpos del edificio se unían por un muro que formaba una cerca, dejando entre ellos un gran patio interior que ofrecía grandes facilidades para almacenar nuestro voluminoso cargamento. Luego, mientras esperaba la hora más conveniente para hacer nuestras visitas, me dediqué a recorrer las casas que estaban esparcidas y que formaban la villa de Guaymas.

La cuestión de las visitas era muy importante.  En estas regiones tan alejadas del asiento del gobierno general, su poder es muy débil y cada empleado superior, comandante militar, director de aduanas o jefe político, se convierte en un pequeño déspota que puede hacer lo que quiera, sin otro control que el de sus rivalidades recíprocas. 

Es conveniente entonces el ganar su buena voluntad por medio de las atenciones y cortesías a las que son muy sensibles. Se debe sobre todo, saber inspirar confianza para que ellos no crean que se van a traicionar los deberes de su cargo.  Este es un punto muy delicado y he aquí la causa. 

En México, los derechos a pagar por las mercancías extranjeras son muy elevados. Como consecuencia, esto produce un atractivo para el fraude y hace la fortuna de los empleados en lugar de enriquecer al estado. En efecto, los importadores tratan con los jefes de las aduanas. 

Se utilizan, de común acuerdo, los manifiestos de los barcos pero la cantidad a pagar se divide en tres partes iguales.  Una es para el fisco, otra para los directores del lugar y la tercera es de ganancia para el importador.  La utilidad que en esas condiciones iba a resultar para nosotros en unos cuarenta mil francos se convirtió en más de cien mil.

   Como alumno de la retrógrada España, México obedece a las creencias económicas de siglos pasados pretendiendo proteger los intereses de su débil industria y sus finanzas por medio de elevados derechos a la importación de mercancías procedentes de países extranjeros. 

Se le debe reprochar aunque este error se ha generalizado en el mundo y solamente en una época reciente la escuela moderna a base de grandes esfuerzos ha hecho triunfar la opinión contraria que sin embargo es la verdadera.

Guiados por sus relaciones con personajes locales que mi socio había cultivado, comenzamos las visitas por el comandante militar que un día antes había visitado el barco. 

Don Ignacio Ibarra era un hombre todavía joven, bueno y honesto pero su pobreza no le daba otra influencia que la de su título, apoyado por la fuerza armada que estaba a sus órdenes.

Esta fuerza se componía de una veintena de pobres soldados harapientos que vivían junto con su comandante en las ruinas situadas sobre la colina que está cerca del embarcadero. 

Alrededor del fortín y en su interior hay una media docena de culebrinas de bronce, armas españolas de grueso calibre, la mayor parte de ellas no tiene cureña. 

Después de echar un vistazo en el fortín, me convencí que en caso de un enfrentamiento yo podría con tan solo la tripulación de La Felicie, tomar el fortín en menos de un cuarto de hora y llevar a bordo del barco sus culebrinas que no lo podían defender. 

El comandante se mostró interesado por nuestra solicitud y nos aseguró su buena voluntad lo que nunca fue desmentido en lo sucesivo. El se mostró muy reservado acerca de las autoridades administrativas que lo veían con malos ojos, mas nos dijo bastante como para permitirnos, al menos con lo que ya sabíamos previamente, normar nuestro criterio acerca de nuestros pasos ulteriores.

Nuestra segunda visita que era la más importante, fue al director de la Aduana que era un mestizo de unos cuarenta años de edad, disimulado y bribón que en poco tiempo había amasado una fortuna considerable robándole a su gobierno. 

Era apoyado por la mayoría de los hombres de posición superior que participaban de sus exacciones. Ejercía una influencia casi sin límites, con un poder casi dictatorial. Sin embargo, ahora se encontraba en una situación crítica porque sus múltiples fraudes habían sido denunciados por sus enemigos y habían llamado la atención de sus superiores que lo amenazaban con su destitución. 

El buscaba conjurar la tormenta que se le venía encima y la llegada de nuestro barco le podía proporcionar los medios para hacerlo. Pensó que al rehusarse a entrar en tratos con nosotros nos obligaría a abandonar Guaymas y que podría presentar ese hecho como prueba de una virtuosa severidad de su parte. 

Nos recibió de manera fría y reservada; nos habló de la situación política del país de manera emotiva.  Nos dijo que no había condiciones favorables para que pudiéramos vender nuestra mercancía en el estado y finalmente nos aconsejó que fuéramos a Mazatlán, en donde, según él, tendríamos una mejor recepción. Está por demás decir que se rehusó a escuchar nuestras proposiciones y mostró una severidad de principios que en verdad no le eran habituales.

Al salir de visitar al director, hicimos otras visitas, siguiendo el orden jerárquico, a otros empleados superiores quienes en su mayoría sostuvieron lo dicho por su jefe aunque hubo otros que sin contradecirlo abiertamente nos dejaron ver una opinión contraria a sus conclusiones. Me fue fácil juzgar hasta qué diversos grados estaba cada uno comprometido y de la disposición que se tenían unos y otros.

Fuimos entonces a visitar al alcalde que representa a la autoridad civil. Este oficial acumula las diversas funciones que en Francia tiene el alcalde y el juez de paz. 

Por una feliz circunstancia, resultó que este hombre era francés, todavía joven, marinero de los alrededores de Burdeos que había dejado su barco para casarse con una indígena y había sido electo para este importante puesto. 

Se llamaba André Desse y tenía un cuerpo de Hércules, con una fuerza física extraordinaria. Como sucede con frecuencia a los hombres así constituidos, tenía una gran dulzura de carácter, una bondad y una bonhomía sin igual. Al ver la bandera de su patria ondear

en la bahía, Desse se conmovió hasta que las lágrimas llenaron sus ojos. Así nos lo confesó y nos dijo también que esperó con ansiedad nuestra visita. 

Aunque tímidamente nos dio a entender que había otro motivo que era una duda y un temor sobre el trato que él, antiguo marinero pobre, iba a recibir de unos compatriotas ricos que tal vez eran altivos debido a su posición.  

Impresionados por esa expresión tan simple e ingenua de sus sentimientos nobles yo tomé su mano con las dos mías y la estreché efusivamente mientras le aseguraba el placer que me causaba el encontrar aquí a tan digno compatriota.

En varias ocasiones, anteriormente, yo había observado que los hombres de las clases inferiores de la sociedad tenían ese mismo apego a los recuerdos de la patria. 

Ahora confirmé la opinión que de ellos me había formado, que hay más patriotismo en los pobres que en los ricos y que hay más amor desinteresado por la patria en los primeros que en los segundos. 

También tuve un pensamiento triste e inexplicable : Parece que los hombres rinden a su país natal un cariño que está en sentido inverso  a los beneficios que este les procura. 

La fortuna y el bienestar tienden a la degradación de la humanidad al debilitar la principal de las virtudes ciudadanas : el patriotismo.

Después de una larga conversación en la que expusimos las dificultades de nuestra posición a la consideración de los empleados de la Aduana, nuestro amigo Desse nos animó a quedarnos en Guaymas y nos aseguró que iba a ayudarnos. 

Su espíritu simple no le permitía aceptar los recursos de esos hábiles bribones y sentía que su posición personal nos ofrecía una garantía positiva en contra de sus malas voluntades.

Resumiendo la situación, veíamos por una parte al jefe de la Aduana y uno o dos de sus oficiales más comprometidos que estaban en contra nuestra. Por otro lado teníamos a nuestro favor al comandante de la plaza, al alcalde, a uno de los altos empleados que era enemigo del director de la Aduana y a todos los empleados inferiores. 

En esas condiciones podíamos esperar razonablemente que encontraríamos las ventajas que se nos vedaban por la mala fe de los primeros. Nos parecía que las cosas estaban a nuestro favor por lo que nuestra resolución era firme.  Enseguida comenzó la descarga de las mercancías de nuestro barco.

   Era un trabajo considerable y nuestra tripulación cargó a bordo de unas lanchas las cajas y atados para llevarlas al embarcadero en donde las colocaron. 

Ahí, a falta de otro medio de transporte las llevaron unos indios poco expertos pero muy fuertes y de buena voluntad hasta el almacén, en donde las estibaron bajo la hábil dirección de uno de los marineros. 

Algunos bultos eran tan pesados que parecía imposible que se pudieran subir sobre las pilas pero entonces el bravo Desse, siempre amigable y emprendedor, hizo uso de su fuerza de titán y los acomodó tan fácilmente que parecía que se habían acomodado ellos solos.

Desde el principio de esta operación, yo había enviado noticias a las villas del interior que nuestro cargamento estaba en venta. Estas villas estaban bastante alejadas y pasó algo de tiempo para que llegaran las noticias y para que los comerciantes hicieran sus preparativos para viajar a Guaymas.

Pronto llegó Castagnet a quien mi socio había encargado que me esperara en Sinaloa y que había salido de ese lugar antes de mi llegada. Era un antiguo sargento de caballería en un cuerpo de húsares en tiempos del imperio que se había convertido en cocinero y no tenía ninguna otra capacidad. 

Se le contrató para ese tipo de trabajo con un salario de 150 francos al mes y como compatriota y hombre de confianza comía en nuestra mesa. En cuanto estuvo organizado completamente nuestro establecimiento nos dedicamos a nuestra operación dentro de los recursos limitados que ofrecía el lugar.

Después de que se descargó La Felicie del enorme cargamento que había transportado, el barco se elevó sobre el agua y nos mostró sus costados enteramente cubiertos de moluscos y plantas marinas que habían echado raíces en ellos.     

Los primeros son una especie que los marineros llaman lapas y que presentan a la vista una sustancia de tinte rosáceo, cartilaginosa, flexible pero muy consistente que se asemeja más a una planta que a un animal. 

En efecto, se fijan sobre un cuerpo sólido y quedan inmóviles, presentando a la mar su lado más largo y sin otro movimiento que el de las olas. Alcanzan apenas de 3 a 5 centímetros de largo pero son tan numerosos que obstaculizan la marcha de los barcos. 

Al principio de la travesía habían estorbado a La Felicie sensiblemente. Estos moluscos se reproducen rápidamente bajo los efectos del calor y no he podido comprender cómo se pueden pegar a los barcos que van en movimiento ni cómo, después de adherirse, pueden resistir la acción violenta del agua. 

Cuando uno piensa, en efecto, acerca de la enorme presión del agua contra los costados de los barcos que pasan, uno no comprende que vivan en el mar, en un medio que nos parece absolutamente imposible. Pero la naturaleza es rica y fecunda en recursos y la mayoría de las veces sus medios y sus metas se nos escapan.

Durante quince días, la tripulación entera se dedicó a raspar, a limpiar la embarcación y a unos trabajos de pintura general que le dio una apariencia coqueta y le restauró el aspecto que había perdido durante la travesía de seis meses sin respiro y sin tregua. 

Entonces, dimos un baile a bordo seguido de una cena a la que asistieron las principales familias y todos los empleados de la villa. 

La chalupa adornada con pabellones transportó a la mayor parte de los invitados, principalmente a las damas y otros llegaron en sus embarcaciones particulares.

Los navíos de comercio solamente tienen para recibir a sus visitantes una escala perpendicular de acceso muy difícil hasta para los hombres que no están acostumbrados a ella.

Fue necesario encontrar otro medio para que se embarcaran las damas. Los marineros tienen un espíritu muy fértil en asuntos relacionados con el elemento en el que pasan sus vidas.  

Pusieron un sillón bien decorado y fuertemente atado con unas cuerdas que lo mantenían vertical. Se hacía bajar a la chalupa por medio de un aparejo colocado al extremo de uno de los mástiles. 

Una dama se sentaba y la rodeábamos con un pabellón y en unos segundos se elevaba a una altura de cincuenta pies en el espacio y era llevada hasta el puente. 

La primera dama que subió de esa manera manifestó un gran terror pero luego se soltó riendo. Las demás, viendo la facilidad y la seguridad de esas maniobras no tuvieron ninguna dificultad para subir. 

La mayor parte de los hombres también usaron ese medio pues no se atrevieron a usar la escala. La más grande alegría reinaba sin cesar y aumentó aún más con la champaña que se sirvió y que no era conocida en ese lugar en el que las damas bebieron con gran placer y no trataron de disimularlo. 

El regreso a tierra se hizo de la misma manera y como el vino produjo sus efectos, toda la sociedad iba cantando y entregándose a una gran alegría.

Desde la llegada del barco yo había establecido la siguiente regla :  dos veces por semana, la mitad de la tripulación salía a media noche para pescar con una gran red y regresaba al amanecer con un buen cargamento de pescados.

Nos quedábamos con lo que era necesario para nuestro consumo y enviábamos las mejores piezas a tierra para distribuirlas tanto a los jefes como a los más humildes empleados de la administración.  

Esta pequeña atención nos hizo ganar amistades y fue muy útil para nuestros intereses.

Los domingos, la mitad de la tripulación iba alternativamente a pasar el día en tierra y en la tarde regresaban al barco. Los hombres iban a un bar en donde les servían vasos de cognac. 

Cuando se sentían cansados luego de vagar por la villa iban a comer o visitaban el almacén. Parecían estar felices de encontrar ahí la imagen de la patria ausente y siempre me demostraron un apoyo sin límites a todo lo que se relacionaba con los intereses de nuestra empresa. 

Trabajaban constantemente, a veces en las noches sombrías, ya sea desembarcando las mercancías o llevando lingotes al barco y se mostraban siempre deseosos de servir sin quejarse nunca. 

Cuando llegó el momento de que el barco siguiera su viaje hacia Lima yo reuní a la tripulación en el almacén y ahí les entregué a cada uno un mes de paga como gratificación que había sido acordada cuando la nave partió para Valparaíso.

En medio de estas atenciones y estos pequeños sacrificios, nuestra operación seguía conforme a nuestros deseos a pesar de la mala voluntad de algunos que sin embargo no pudieron debilitarla. 

A finales de julio, habiendo conseguido un flete para nuestro barco se le envió a Lima y yo aproveché para remitir a Francia una partida con los fondos que hasta entonces había recaudado. Esos fondos se transbordaron en El Callao a una fragata inglesa que los llevó a Europa.

A tres meses de nuestra llegada yo había tenido muy buenas ganancias pues se vendió la mayor parte de nuestro cargamento. Lo que quedaba eran los artículos de menor demanda y los más difíciles de vender.  

Para lograr una venta más rápida, se decidió que mi socio iba a ir a Pitic, que ahora se llamaba Hermosillo, una villa situada a cuarenta leguas de Guaymas. 

Partió con un convoy de mulas que llevaban las variadas mercancías que todavía nos quedaban y yo me quedé a cargo de nuestro establecimiento principal en el puerto de mar.  

Para entonces nuestras inquietudes habían desaparecido pues ya conocíamos el país y nada obstaculizaba la buena marcha de nuestras operaciones. 

Pudimos ver claramente el resultado de nuestra empresa en un tiempo no muy prolongado.

 Poco después de la partida de mi socio, llegó al puerto la Sapphire, gran corbeta inglesa que venía al mando del capitan Dundas. 

Salió de la estación inglesa en Perú con base en el puerto de El Callao y venía para proteger a sus compatriotas y a recoger los metales preciosos que llevaría como flete y a mostrar su bandera en todos los puertos de la costa del océano pacífico al norte del ecuador.

Las dos mayores potencias marítimas, Francia e Inglaterra, tenían con el mismo objetivo, bases navales en todos los mares del mundo a los que un comercio importante hacía llegar a sus barcos mercantes, pero había una manera diferente de proceder que parece estar en oposición al carácter general de las gentes de esos países.

Las bases eran aproximadamente iguales en cuanto a sus fuerzas. Estaban constituidas en el Pacífico por dos fragatas de primer nivel, cuatro corbetas y otros barcos, todos bajo las órdenes de un contralmirante. 

Las fragatas estaban a veces reunidas en el Callao y a veces en la rada de Valparaíso pero la mayor parte del tiempo estaba una en cada puerto. Las naves de rango inferior iban y venían incesantemente haciendo viajes para visitar todos los puertos secundarios de la costa.

   Existía entre ambas flotas una rivalidad nacional que estaba viva luego de las grandes guerras que terminaron en 1815 pero que no habían perdido su acritud. 

Anteriormente, los oficiales de ambas escuadras se frecuentaban y se invitaban recíprocamente a sus barcos. Las mismas tripulaciones habían cesado en sus riñas tan frecuentes en los primeros tiempos cada vez que se encontraban en tierra.

Al igual que sus rivales, los franceses daban a sus compatriotas una protección eficaz, también se ocupaban en mantener la disciplina, trabajaban en caso de reparaciones urgentes y procuraban llevar buenas relaciones con las autoridades locales. Recogían los metales preciosos que eran propiedad de franceses para llevarlos a Francia y al terminar su tiempo de servicio eran llamados a su país. En esos casos, los comandantes firmaban un conocimiento como el de los simples comerciantes pero los marinos no recibían ningún dinero extra para transportarse. La ley se les oponía como si fuera una aristocracia antigua que ya no corresponde a nuestro siglo de mercantilismo y democracia. Sería más justo y más democrático a la vez el darles a los hombres de las tripulaciones una bonificación justamente adquirida como premio al terminar su contrato.

Todos estos servicios que se prestan a nuestros compatriotas son ciertamente muy importantes pero podríamos reprochar a nuestra flota que están en cierta inferioridad en cuanto a resultados, tal vez una cuarta parte menos que los de la escuadra inglesa.

Los franceses eran bien aceptados por las poblaciones de los puertos que visitaban a causa de su simpatía, de la facilidad de sus modales y de su alegría. 

Muchas veces daban fiestas o asistían a ellas, les gustaba discutir sobre política o se veían envueltos en aventuras amorosas. Hay en nuestro carácter nacional una gran petulancia que hace que a veces hagamos vanas demostraciones. 

Es una vanidad que domina sobre la calma y el buen sentido de la fría razón y que nos lleva a veces a cometer faltas que nos rehusamos a admitir.

La escuadra inglesa proporciona a sus nacionales los mismos servicios que su rival pero además sus barcos están en constante movimiento. 

Visitan los puertos menores y levantas mapas y planos, recogen informaciones exactas tanto sobre los asuntos políticos como comerciales. 

Están autorizados por la ley a recibir a bordo los capitales que transportan como fletes y que ellos buscan ardientemente por lo que Inglaterra recibe de estos países diez veces más de metales preciosos que lo que recibe Francia. 

Así, al conservar las tradiciones de la antigua aristocracia, la marina de Francia, país esencialmente demócrata, desdeña el asimilar a sus comerciantes mientras que Inglaterra, país aristócrata por excelencia, busca con empeño las ganancias que son tan útiles a sus intereses y a su influencia en los países.

Los oficiales ingleses son fríos y menos simpáticos entre las poblaciones pero sin embargo se les tienen muchas consideraciones debido a la regularidad de sus servicios y la seriedad con que cumplen sus encargos.

En resumen, los franceses son queridos pero considerados como unos “buenos chicos” mientras los ingleses son detestados pero respetados como “hombres serios”.

Para cumplir con una de estas misiones vino la Sapphire a Guaymas, en donde nunca había llegado un barco francés de guerra. Apenas había anclado la corbeta cuando una canoa vino a tierra trayendo a su comandante, Dundas. 

Como no hablaba la lengua del país y nadie en el embarcadero comprendía sus preguntas, un hombre le hizo señas de que lo siguiera y lo condujo a mi almacén. 

Feliz de encontrar con quien hablar, me hizo una larga visita y luego me invitó a comer en su barco al día siguiente. Yo le devolví su atención. 

El comandante me recibió a su mesa con todos sus oficiales con excepción de los aspirantes ya que solamente uno era admitido, por turno, en esas ocasiones. Fui presentado, en inglés, a cada uno de esos señores personalmente. Luego de la comida que fue suntuosa, la conversación se generalizó aunque un poco reservada de parte de los inferiores en presencia de su jefe. 

A la hora de los postres sirvieron vinos que circularon rápidamente y cambiaron esa reserva por una charla más abierta. Yo estaba habituado a la manera de vivir de los ingleses y hablaba bien su lengua así que no me sentí incómodo entre ellos.

Sabiendo por experiencia que al llegar de la mar y tocar tierra firme uno busca hacer amigos, yo traté de mostrarme muy amigable. Invité al capitán Dundas y a todos sus oficiales que habían estado a la mesa a ir a pasar la tarde conmigo.

Les previne a esos señores que en este país no existían maneras confortables de recibir a los amigos y que debían conformarse con un trato en confianza y sin cumplidos, lo cual aceptaron con entusiasmo.

Nos dirigimos a tierra después de haber degustado el madeira, el oporto, el jerez y otros vinos del comandante. La travesía y la frescura del ambiente calmaron la excitación que habían producido las libaciones y luego de un paseo por la villa todo el grupo decidió que sería bueno reposar y tomar algún refresco. 

Los conduje al almacén en donde tenía mi negocio y cada quien se acomodó como pudo; unos se sentaron en sillas y otros sobre unos bultos, alrededor de una mesa grande que era el único mueble que tenía ahí.  Aquí debo hacer una pausa en mis notas por un momento para describir mis disposiciones.

Yo tenía entre mi mercancía un número considerable de licores entre los cuales había una excelente ginebra comprada en Hamburgo. Esta bebida es muy apreciada por los ingleses pero en
México no es muy apetecida por las gentes del país. 

Se me ocurrió que yo disponía de un medio de hacerle a mis invitados los honores de la casa a muy bajo costo y este era el prepararles un gran ponche, pero me hacía falta un recipiente suficientemente grande para mezclarlo. 

Consulté a Castagnet quien se mostró tan preocupado como lo estaba yo y fue entonces cuando divisé una gran marmita que estaba en una esquina del patio y se usaba para los colados.  Nos pareció que era buena idea usarla y Castagnet puso a un obrero a que la limpiara y una vez hecho esto la colocamos sobre la mesa en medio de grandes risotadas.


Después de que se calmó la hilaridad le dije a mis invitados : “ 

Señores, para ofrecerles un ponche este es el único recipiente que se puede obtener en esta villa.  Es verdad que no es hermoso pero ustedes deben saber que el hombre sabio no se fija tanto en el contenedor sino en la calidad del contenido”.!Bravo, bravo! Dijeron todos ¡Hagamos el ponche! ¡Hagamos el ponche!

Pusimos en la marmita diez libras de azúcar y doce botellas de ginebra a las que le prendimos fuego. Luego, sin darle tiempo a la flama de absorber demasiado alcohol, Castagnet agregó lentamente veinte botellas de té muy fuerte e hirviente. Al beber el ponche resultó que estaba delicioso y no tardó en producir entre los presente una gran alegría.

Pronto, el comandante invitó a uno de sus oficiales a que cantara una canción de bebedores en que la lengua inglesa es muy rica. A esta canción siguieron gritos de ¡Hip, hip, tres veces hurra! ¡Hurra por Inglaterra! ¡Hurra por Francia! Luego, por turno, cada quien cantó y fue igualmente aclamado.

El asunto se prolongó, acompañado de frecuentes libaciones hasta que mis convidados tuvieron que marcharse. Cerca de las dos de la mañana el comandante se retiró y fue transportado a su barco por remeros que lo habían esperado en la puerta. 

Una hora después se terminó el ponche y todos los demás también se marcharon pero en este punto la mayor parte de ellos regresó al edificio pues al salir para ir a su embarcación, el aire fresco de la noche les produjo un estado de ebriedad instantánea que les hizo perder el conocimiento y uno tras otro fueron cayendo a tierra en donde durmieron con un sueño profundo.

A partir de esa ocasión y durante todo el tiempo que la Sapphire estuvo en el puerto, yo comí casi todos los días a bordo, a veces en la mesa del comandante y a veces con los oficiales e inclusive en una ocasión con los aspirantes que también deseaban tratarme. Cada tarde, también, la marmita cumplió sus nuevas funciones y propagó la alegría entre mis nuevos amigos.

Después de tan largo viaje por la mar, los ingleses le dieron a su tripulación una singular libertad. Cada día, por la tarde, se enviaba una partida a tierra para pasar ahí la noche y buscar diversión. A la mañana del día siguiente venían desde el barco a reprenderlos y a llevarlos a bordo donde la disciplina no perdió nunca su rigor.

Antes de dejar Guaymas, el comandante Dundas quiso dar un baile al que fueron invitados sin distinción todas las damas y caballeros más prominentes de la población. 

Las chalupas, al mando de los aspirantes, fueron a tierra a recoger a los invitados que pudieron subir a bordo por medio de una escala de acceso muy fácil y cómodo. 

Por comparación, recordé lo que habíamos hecho al respecto en la pobre Felicie. No se puede uno imaginar las grandes diferencias que hay con un gran barco de guerra. 

La parte de atrás de la cubierta, desde el palo mayor,  se convirtió en una gran sala de baile, en medio de telas y pabellones y en la cabecera pusieron en armoniosa mezcla, las banderas nacionales de Inglaterra, de Francia y de México.

El brillo de numerosas bayonetas formadas en círculo, reflejaban las luces de sus velas sobre el acero pulido que resplandecía con deslumbrante claridad. Tamizadas por el cedazo ligero de los pabellones, las luces se reflejaban en el agua, alrededor del velero que parecía reposar sobre un mar de fuego.

La música de a bordo tocaba aires de danza inglesa que es muy parecida a la de México, además de valses y de gigas. Se bailaron hasta minuetos. 

En esos momentos, el comandante le ofreció el brazo a una dama, todos imitaron su ejemplo y descendimos hasta la batería, en donde los cañones habían sido reemplazados por una enorme mesa esplendorosamente adornada y servida. 

Los oficiales fueron muy galantes con las damas que para la mayoría de ellos no quedó sin recompensa. Después de la cena, las damas volvieron a empezar el baile que se prolongó hasta las cinco de la mañana cuando las embarcaciones llevaron a tierra a toda la sociedad guaymense que estaba llena de entusiasmo y admiración.

Yo aproveché la salida de la Sapphire para mandar a Europa una suma importante y la amistad de los oficiales me ayudó a ahorrarme los derechos de salida que el fisco recibe por la exportación de metales preciosos. 

Era la segunda remesa que hacía del producto de nuestra operación en la que nuestras mercancías habían disminuido en forma sensible y satisfactoria.


Nota.-   El libro es muy extenso.  Se tradujo solamente lo que se refiere a Guaymas.

FUNDACIÓN DE GUAYMAS


FUNDACIÓN DE GUAYMAS

Conferencia en ITSON Campus Guaymas en Agosto de 2005
Horacio Vázquez del Mercado    horavame2003@yahoo.com.mx

 La importancia de la fecha de fundación de una ciudad radica en que equivale a un acta de nacimiento.  A partir de esa fecha da principio la historia de cada comunidad y por eso en muchos pueblos y ciudades se dedican muchas horas de estudio para establecer con certeza dicha fecha.

Pero, sucede que a veces es difícil encontrar la información correcta o no existe esta, también hay diferentes criterios entre los investigadores y se presentan controversias sobre este tema.

En el caso de Hermosillo, por ejemplo, hay quienes dicen que la fundación fue en el Pitiquín de Pimas, otros que en San Pedro de la Conquista y otros que en la villa del Pitic. Al aproximarse la celebración del centenario de Empalme hubo quienes han cuestionado la fecha del 15 de septiembre de 1905 como la de su fundación, etc…

Inclusive, en el caso de Guaymas, tenemos también tres fechas de fundación aunque sería más correcto decir que fue una fundación en tres tiempos.

Soy de la opinión de que para que una fundación tenga validez, se deben reunir ciertos requisitos como que exista un decreto o documento en el que se especifique la fecha y el lugar que se funda y que este sea emitido por autoridad competente.


Primer tiempo   (1701)
Frente al lugar en que nos encontramos en este momento o sea el Campus del ITSON, seguramente pasaron muchas veces los miembros de una banda de nómadas llamados los guaymas que vagaban buscando comida desde Bacochibampo a San José de Guaymas y al Cochorit en donde encontraban pescados, almejas, ostiones, cahuamas, etc.. para complementar los otros alimentos que podían obtener por la cacería o la recolección. No eran muy numerosos y pertenecían al grupo étnico Con´caac o Seri pero eran enemigos de sus hermanos de raza que habitaban en el area de Tastiota o de la actual bahía Kino.

Un poco al norte vivían los pimas bajos , en lo que hoy es el valle de Guaymas-Empalme.  Estos indígenas eran agricultores, a diferencia de los guaymas y tenían asentamientos fijos en Cumuripa, Tecoripa, Onavas, Tónichi, La Misa, San Marcial, Santa Rosa de Pimas y San José de Pimas.  Al este, estaban los ocho pueblos yaquis que desde 1620 habían permitido el establecimiento de misiones jesuíticas. Las misiones se fueron fundando a partir de entonces en la sierra baja, la sierra alta, la Pimería Baja y el valle central de Sonora y posteriormente, en 1687, se comenzaron a fundar misiones en la Pimería Alta, en el norte del estado, en donde el padre Eusebio Francisco Kino realizó una labor extraordinaria.

Pero en esta región no había misiones.  Tampoco las había en la Baja California a pesar de los esfuerzos de los misioneros ya que las condiciones no eran favorables para la producción de alimentos.  El padre Juan María de Salvatierra y el padre Kino, jesuitas ambos, viajaron a la ciudad de México y se entrevistaron con el virrey, José de Sarmiento y Valladares quien los autorizó a establecer misiones y fundar pueblos.  Existe un documento fechado el 6 de febrero de 1697 en el que el virrey quien era sin lugar a dudas autoridad competente para hacerlo, faculta a los misioneros para fundar misiones y pueblos.

Fue así como el padre Salvatierra fue a Baja California y fundó la misión de Loreto (en octubre de 1697) mientras el padre Kino regresaba a sus misiones de la Pimería Alta. La misión de Loreto necesitaba que se le enviaran por barco, alimentos y otros artículos desde las misiones del yaqui y de la Pimería Alta.  Se utilizaba un puertecillo muy inadecuado llamado Puerto de Yaqui en  las cercanías de lo que hoy es Las Guásimas. Fue entonces que el padre Salvatierra pensó en utilizar un puerto mucho mejor y fundar ahí una misión. Este puerto más adecuado era el de San José de Guaymas.

Aunque ahora nos parezca increíble, en esos años podían entrar los barcos al estero del Rancho pues no existía el puente Douglas y existía un canal de navegación por el que podían circular los barcos para cargar, maíz, frijol, trigo, ganado vacuno en pie, cabras, ovejas, caballos, mulas, etc…

En el año de 1701, el padre Salvatierra viajó desde Loreto, visitó al padre Kino en las misiones del norte del estado y luego regresó hacia Guaymas a mediados de abril de ese año.  En una fecha no determinada a finales de abril o primeros días de mayo de 1701, fundó la misión de San José de la Laguna en un lugar situado al este del actual pueblo. La misión estaba situada de donde está la iglesia actual rumbo a Empalme. Dejó encargado de la misión al padre Manuel Díaz, jesuita, quien se dedicó a evangelizar a los guaymas y pimas que vivían en ese lugar.  Contrario a lo que aparece en el directorio telefónico y en algunos libros, el padre Eusebio Francisco Kino no estuvo presente en la fundación aunque sí la visitó tres años después el 2 de abril de 1704.

Durante los años siguientes, la misión fue destruida varias veces por los seris y reconstruida otras tantas por los misioneros pero siempre tuvo una vida difícil y una existencia intermitente.

Esta primera fundación la hizo el padre Salvatierra de acuerdo con el permiso que le había otorgado una autoridad competente (el virrey) pero este no era específico para San José de Guaymas y además, la misión fue abandonada en 1759 pues sus pobladores no pudieron resistir los continuos ataques que les hacían los seris. La villa quedó despoblada y sus habitantes huyeron hacia el pueblo yaqui de Belén. Por lo tanto, esta fundación no se considera como la fundación de Guaymas.

Segundo tiempo   (1769)                                                                                                                                                      
A mediados del siglo XVIII se presentaron muchos problemas para los misioneros jesuitas y para los colonos españoles pues los indígenas llevaron a cabo una serie de rebeliones contra ellos en todo el estado, principalmente los pimas y los seris.  Cuando los militares los atacaban, los indígenas se refugiaban en el macizo de montañas conocido como el Cerro Prieto, que queda entre Guaymas y Hermosillo.  En 1767, se decidió organizar una gran campaña militar que se llamó la “Expedición Sonora” con tropas españolas, para someter a los rebeldes indígenas y su base de abastecimiento sería precisamente San José de Guaymas.  Para el efecto se ordenó la construcción de un cuartel o fuerte en ese lugar. 

Este cuartel era un edificio cuadrado, construido de adobe, con cuatro torretas elevadas en las esquinas para vigilar desde ahí la posible aproximación de enemigos. Medía 90 varas por cada lado, lo que equivale a unos 80 metros. Tenía un destacamento militar al mando del capitán Lorenzo Cancio.  Ellos mismos se encargaron de la construcción del cuartel del cual lamentablemente no quedan rastros en San José de Guaymas.

Todavía no se terminaba de construir cuando llegó una orden directamente del rey de España, Carlos III, con instrucciones para las autoridades militares de que capturaran a los jesuitas y los concentraran en San José de Guaymas pues el rey ordenaba que todos los jesuitas fueran expulsados de sus posesiones en América. Estas órdenes se cumplieron estrictamente y 50 misioneros jesuitas de Sonora y Sinaloa fueron llevados a ese lugares.

Ahí estuvieron presos en dicho cuartel durante varios meses antes de ser enviados a San Blás por barco y luego por tierra a Veracuz para ser expulsados de la Nueva España y enviados a Europa. Al poco tiempo llegaron los soldados de la Expedición Sonora, en 1768 y marcharon hacia el Cerro Prieto pero no pudieron derrotar a los seris a pesar de la ayuda que tuvieron de las fuerzas presidiales del norte de Sonora.

El siguiente año, 1769, llegó a Sonora un enviado plenipotenciario del rey de España, de nombre Marqués José de Gálvez, quien venía a hacer una especie de reforma fiscal para lo que se llamó las Provincias Internas que eran las provincias del norte de la Nueva España.

Como ya el peligro de los ataques indígenas había disminuido, se pensó en utilizar nuevamente el puerto de San José y así, el 31 de agosto de 1769 (hace 236 años), se fundó el pueblo de San José de Guaymas por medio del decreto emitido por el Marqués de Gálvez desde la ciudad de Alamos.

En el decreto se refiere específicamente a Guaymas y sin lugar a dudas, José de Gálvez era autoridad competente pues estaba revestido de los poderes que le había conferido el rey Carlos III.

Esta fecha es la que hoy celebramos como fundación de Guaymas, 236 aniversario, aunque el decreto obviamente se refiere a San José de Guaymas pues en lo que hoy es Guaymas no había pobladores en esa fecha.

A partir de entonces empezó a poblarse nuevamente este lugar (San José) con algunos colonos españoles mas los indígenas de las cercanías. El 31 de agosto de 1769 es la fecha que el H. Ayuntamiento de Guaymas festeja como la de la fundación de Guaymas pues siempre se ha considerado a San José y a San Fernando de Guaymas como una sola población.

Tercer tiempo     (1820)
La pequeña villa de San José de Guaymas a principios de 1800 empezó a poblarse con agricultores y ganaderos que poseían muchos terrenos pero que no tenían un mercado para sus productos. Eran más bien unas actividades de subsistencia.  Ocasionalmente llegaban barcos nacionales y extranjeros con mercancías pero poco a poco las operaciones se trasladaron a San Fernando de Guaymas o sea en donde ahora se encuentra la ciudad y puerto de H. Guaymas de Zaragoza. 

Los barcos que llegaban eran de mayor calado y ya no podían entrar a las aguas tan bajas de San José.  Entonces se empezó a utilizar la bahía de Guaymas aunque la población no tenía habitantes.  La gente vivía en San José y cuando llegaba algún barco, un oficial de la aduana iba a inspeccionar las mercancías para determinar los impuestos a pagar.

Como los viajes por tierra eran muy peligrosos y tardados debido a que no había buenos caminos y a que existían muchos bandoleros e indígenas belicosos, se preferían los viajes por barco para traer pasajeros y mercancías desde otros estados del centro del país.

Poco a poco empezó a cobrar importancia el puerto de Guaymas pues casi todas las mercancías que entraban al estado lo hacían por mar y precisamente por este puerto.

Debo decir también que existía mucho contrabando y que se traficaba con oro y con plata para evadir los impuestos que se debían pagar.

En 1813, en plena época de la guerra de Independencia, las autoridades enviaron al barco “Nao Rey Fernando” para que hiciera sondeos de la bahía y determinara si el puerto era apto para el comercio.  

Existe un mapa que se elaboró en ese entonces en donde solamente se puede ver una casa, la primera que hubo en San Fernando de Guaymas, que estaba situada cerca de donde hoy se encuentra la estatua del pescador.  

Esta casa se llamaba la “Casa Blanca” y era una bodega que tenía la aduana para almacenar mercancías. El 26 de marzo de 1814, desde España, se decretó la habilitación del puerto de Guaymas para el comercio nacional y la exención durante diez años de todos los derechos causados por las mercancías nacionales que se introdujeran o extrajeran del puerto.
                                                                                       
En 1819 se envió otro barco, el “San José” para confirmar los sondeos de la bahía y la aptitud del puerto para recibir barcos.  En el “San José” se elaboró otro mapa en el que se aprecia la bahía, sus islas, incluyendo la de la Ardilla que en ese entonces era isla. Se ve nuevamente la “Casa Blanca” y aunque no había habitantes, ya estaba trazada la Plaza de Armas.

El 15 de abril de 1820, las Cortes Españolas, restauradas después de una época muy difícil en España por las constantes luchas contra los franceses y entre los mismos españoles, decretaron vigentes todos los decretos expedidos con anterioridad, por lo que la habilitación del puerto en 1814 y su confirmación en 1820 podrían considerarse como una fundación válida.  En este caso ya se refiere a Guaymas aunque el nombre de San Fernando de Guaymas se le dio a la villa un poco tiempo después.

En 1821 había en San Fernando de Guaymas solamente un habitante quien tenía una choza frente a la Casa Blanca.  Esta choza estaba al pie de un cerrito que había en donde hoy está la Plaza de los 3 Presidentes. 

A este primer habitante le decían el Tío Pepe y hay reportes de que era un pillo redomado pues además de ser borracho era ladrón.

A partir de 1822 comenzó a poblarse la villa y para 1823 se estableció la Aduana Marítima.  Dos años más tarde, el 14 de abril de 1825, se decretó que las villas de San José y San Fernando de Guaymas serían un solo municipio.

Consideraciones finales
Existen tres fechas de fundación pero la primera fue en realidad una misión y su vida fue efímera y tambaleante.  En ella se concentraban los alimentos y otros artículos que se enviaban a Loreto, Baja California para sostener a las misiones que allá se estaban fundando.  

Finalmente la misión fue abandonada y sus habitantes huyeron ante los ataques de los seris. 

Los últimos guaymas fueron a vivir a Belén y ahí se mezclaron con sus habitantes yaquis y pimas y los guaymas desaparecieron como grupo étnico.  

Sin embargo, de ellos se tomó el nombre que tiene nuestra ciudad.

La fundación que se hizo en 1769 reúne todas las condiciones para ser considerada legal pues existe un decreto emitido por autoridad competente y es específico pues nombra al  “…importante puerto de Guaymas…” que en realidad se refiere a San José, que era entonces el puerto que se utilizaba.

Desde entonces, nuestra comunidad enclavada en el Puerto de Guaymas, ha tenido épocas de auge y épocas de crisis pero la importancia de Guaymas como puerto de altura sigue vigente pues las condiciones naturales de su bahía, protegida por montañas y con una sola entrada, son excepcionales.  Se dice que en toda la costa del Océano Pacífico, desde Alaska hasta el estrecho de                                                                                         Magallanes, el puerto de Guaymas es uno de los que mejores condiciones tiene para protección de los barcos.

El futuro de Guaymas depende de actividades relacionadas con el mar; la pesca, la actividad portuaria y el turismo.  Celebremos pues los 236 años de su fundación con los mejores deseos de que esta comunidad continúe por un sendero de progreso y de desarrollo.

 Obras consultadas :

Francisco R. Almada                       Diccionario de Historia, Geografía y Biografía Sonorenses.
Robert William Hale Hardy          Travels in Mexico  (1825-1828)
Ernest J. Burrus, S. J.                     Juan María de Salvatierra
Eusebio Francisco Kino Favores Celestiales
Alberto F. Pradeau                         Mutatis Mutandi
John Alfred Robinson                   Statement of Don Juan
Luis Navarro García                        José de Gálvez y las Provincias Internas
Edward W. Moser                          Bandas Seris
Francisco Xavier Clavijero            Historia de la Antigua o Baja California
Julio César Montané                     La Expulsión de los Jesuitas de Sonora
Juan Maria de Salvatierra            Carta-Reporte a su superior Francisco de Arteaga
                                                               9 de mayo de 1701





Horacio Vázquez del Mercado
Cronista de la H. Guaymas de Zaragoza
ITSON, Campus Guaymas
31 de agosto de 2005

LA FRONTERA SONORA-ARIZONA, EL NUEVO SANTUARIO DE "EL CHAPO" GUZMÁN, DICEN AUTORIDADES DE MÉXICO Y EEUU


Redacción 
La frontera entre Sonora y Arizona es la puerta principal para el trasiego de drogas entre México y Estados Unidos. 

Agentes de ambos países coinciden en que es una zona donde hay muy poca violencia y se encuentra bajo el control del cártel de Sinaloa.

“Hace unos dos meses llegó gente de Los Zetas y de los Beltrán Leyva a Nogales, Sonoita y San Luis Río Colorado. Vinieron a disputar la plaza pero la gente de Sinaloa los barrió”, dice a Proceso un agente mexicano que pidió el anonimato.

En la frontera norte de esta entidad, Joaquín El Chapo Guzmán es el amo y señor del narcotráfico.

 “La frontera con Sonora es el principal corredor de mariguana y de algunas drogas sintéticas. Y sí, aquí prevalece el dominio del cártel de Sinaloa”, cuenta al reportero un agente de la agencia antidrogas estadunidense (DEA), quien al igual que su colega mexicano solicitó que su nombre se mantuviera en reserva.

Agrega que a lo largo de los 626 kilómetros de frontera que comparte Arizona con esta tierra árida del territorio mexicano casi toda la mariguana, heroína y metanfetaminas que entran por aquí a Estados Unidos las mueve el cártel de Sinaloa.

“Es la zona más porosa de toda la frontera entre México y Estados Unidos. El desierto de Arizona, que es muy difícil de vigilar en su totalidad, es el mejor aliado del Chapo Guzmán y su gente para pasar los cargamentos de droga”, subraya.

Funcionarios de Estados Unidos y de México consultados por este semanario no se aventuraron a realizar un cálculo de cuánta mariguana mueve el cártel de Sinaloa por Arizona.

Todos los días agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos que vigilan esta zona decomisan mariguana y pastillas sicotrópicas traficadas en esta región por gente del Chapo.

En entrevista con Proceso el jefe de Relaciones Públicas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza en Tucson (CBP, por sus siglas en inglés), Mario Escalante, plantea:

“A nivel nacional podría decir que con los cálculos que hacemos y que se basan exclusivamente en los decomisos que logramos, por esta frontera se mueve 40% de la mariguana que llega de México a Estados Unidos, aunque también se trafican otras drogas, pero no en cantidades significativas”.

DOMINIO FAMILIAR
La base central y el control de la plaza de la frontera norte de Sonora se encuentran en Agua Prieta, comentan los funcionarios de México y Estados Unidos entrevistados por este semanario.

Desde esta ciudad el cártel de Sinaloa vigila y coordina el paso de drogas por Arizona. “La mueven en camionetas, por medio de inmigrantes indocumentados, con animales de carga (caballos y mulas) y esporádicamente en aviones ultraligeros”, indica el agente mexicano.

Según las fuentes consultadas, la estructura de mando del cártel de Sinaloa a cargo de la plaza de Sonora la dominan dos familias: la Paredes Machado y la Salazar que encabeza Jesús Alfredo El Indio. 

Desde hace años, recalcan, le guardan absoluta lealtad al Chapo Guzmán y a Ismael El Mayo Zambada.

Desde los años ochenta estas familias se encargan de vigilar el trasiego de drogas que llega principalmente desde Sinaloa a los puntos estratégicos de Sonora: Agua Prieta, Sonoita, Sásabe, Naco, Nogales, San Luis Río Colorado, Costa Rica y Riíto.

Más al sur del estado los Paredes Machado y los Salazar imponen su ley en Imuris, Cananea, Caborca, Altar, Santa Ana y Esqueda; además de Puerto Peñasco, Libertad, Guaymas, San Carlos y la Bahía de Kino.

El agente mexicano dice que en Agua Prieta, a diferencia de otras ciudades fronterizas, se respira un ambiente de tranquilidad.

“Es que aquí viven varios integrantes de la familia Paredes Machado, El Goyo y El 20, quienes son el brazo derecho del Chapo y los encargados de mantener a raya a los Zetas y a los Beltrán Leyva en todo el estado”, comenta otro de los agentes entrevistados.

El reportero intentó, sin éxito, averiguar más datos acerca del Goyo y El 20. No obstante, se enteró de que hace más de dos meses grupos de sicarios y narcotraficantes bajo las órdenes de estos sujetos repelieron el intento de invasión de la plaza por parte de Los Zetas y Los Beltrán Leyva.

La familia Salazar es originaria de Chihuahua, y sus nexos con el cártel de Sinaloa los estableció su patriarca: Adán Salazar Zamorano, Don Adán. 

Los habitantes de Agua Prieta están convencidos de que el clima de tranquilidad que priva en esta localidad se debe a la fuerza e influencia de los Salazar.

Don Adán, detenido por la Policía Federal el 15 de febrero de 2011 en la ciudad de Querétaro, era el representante de El Chapo Guzmán en todo Sonora; se encargaba de garantizar el cruce fronterizo y la entrega en Arizona de la mariguana y otros narcóticos.

Luego de su detención sus hijos, Jesús Alfredo y Adán Salazar Ramírez, se hicieron cargo de las operaciones del cártel de Sinaloa en el estado.

En total cooperación con los Salazar, aunque con roces esporádicos por el hecho de compartir el control de la plaza, la familia Paredes Machado tiene entre sus responsabilidades introducir a México por el sur de Arizona el efectivo procedente de la venta de mariguana y otras drogas en Estados Unidos. 

“Esta familia es como el brazo financiero de El Chapo en esta región”, apunta una de las fuentes consultadas por el reportero.

El 11 de enero de 2011 elementos de la Policía Federal arrestaron en el Estado de México a Marco Antonio Paredes Machado, quien lidera al otro grupo delictivo del organigrama de narcotráfico que controla Guzmán Loera. 

Ya antes, en diciembre de 2010, Rodolfo, otro de los hermanos Paredes Machado, había sido detenido por la policía federal. 

Rodolfo era el encargado de pasar mariguana y cocaína a Estados Unidos por medio de túneles.

IRRESPONSABILIDAD ESTADOUNIDENSE
En esta localidad, al igual que en otras ciudades de la frontera norte de Sonora, tanto autoridades mexicanas como estadunidenses afirman que pese al arresto de Marco Antonio y Raúl, este grupo asociado al cártel de Sinaloa aún es dueño de plaza.

Agentes antidrogas de Estados Unidos consideran que el éxito de la organización liderada por El Chapo Guzmán en el trasiego de mariguana y otras drogas por los corredores de Sonora y Arizona se debe a su relación con los rancheros estadunidenses dueños de extensas áreas desérticas que colindan con el territorio mexicano. 

“Pagan su derecho de cruce y ya está. Así se corre la mariguana por acá”, explica un agente estadunidense.

Una vez que la gente del Chapo logra ubicar la droga en puntos seguros al otro lado de la frontera norte de Sonora, su paso y recorrido hasta las ciudades de Phoenix y Tucson –centros de distribución para distintos puntos de la Unión Americana–, la garantizan algunas de las reservaciones indias de Arizona.

Al sur de Nogales, Sásabe y Sonoita, en el corazón del Condado de Pima, de Pinal, Maricopa, Gila y Yavapai, las tribus indias aliadas del cártel de Sinaloa son básicamente dos: Tohono O’odham Nation, ubicada a 93 kilómetros al Oeste de Tucson, y la Gila River Indian Community, a 64 kilómetros al sur de Phoenix.

Ninguno de los agentes o funcionarios estadunidenses consultados por el reportero quisieron hacer acusaciones directas contra los jefes de estas reservaciones indias.

 “Ha habido casos en los que las autoridades de estas reservaciones reportan incidentes de tráfico de drogas de México”, dice el jefe de CBP, Mario Escalante.

Las autoridades mexicanas que en la frontera sur de Estados Unidos se encargan de velar por el bienestar y el respeto a los derechos humanos de los migrantes se quejan de que los decomisos de droga por parte de las autoridades estadunidenses son mínimos, y de que éstas no hacen lo suficiente para contener la demanda y consumo de enervantes.

“El día que las autoridades de Estados Unidos entiendan que necesitan actuar con mano dura frente sus consumidores de drogas, y que dejen de criminalizar a la migración mexicana que sólo viene a hacer un trabajo honesto, ayudarán a México de una manera mas pragmática a combatir un problema que cuesta muchas vidas a los mexicanos”, dice Óscar Antonio de la Torre Amezcua, cónsul de México en Douglas, Arizona.

Autoridades consulares mexicanas en Arizona consideran que las agencias federales fronterizas de Estados Unidos no cumplen con su función para contener el flujo de drogas hacia su territorio, y el de dinero y armas hacia México.

Las estadísticas oficiales correspondientes a 2011 y que se concentran únicamente en dos puntos fronterizos de Arizona, Douglas y Naco, dan la razón a las autoridades consulares de México.

Durante 2011 los agentes estadunidenses decomisaron 322 mil 761 dólares en Douglas y ni un centavo en Naco. 

Ese mismo año en Douglas confiscaron seis armas de fuego y sólo tres en Naco. Seis mil 445 kilos de mariguana fueron confiscados en Douglas, y mil 274 kilos en Naco.

Para este año las estadísticas oficiales sólo abarcan los meses de enero y febrero. 

En el primer bimestre de 2012 se decomisaron 14 mil 336 dólares en Douglas y cero centavos en Naco. 

Durante ese mismo periodo las autoridades estadunidenses no incautaron ningún arma de fuego en esas dos ciudades de Arizona. 

Por lo que toca a la droga, sólo aseguraron mil 396 kilos de mariguana en la ciudad de Douglas