Ciudad de México, 28
de mayo (SinEmbargo).– La corresponsal en México del diario británico Financial
Times se trasladó a Leonardo Bravo, Guerrero, en donde encontró que el cultivo
de amapolas es “un hábito difícil de romper” en nuestro país.
Jude Webber viajó a
Leonardo Bravo, uno de los 81 municipios que conforman el estado y que se
localiza en la región Centro de la entidad, cuya cabecera es la población de
Chichihualco.
La corresponsal del
prestigiado medio británico escribió una crónica sobre la vida local y asegura
que la principal actividad económica en Guerrero es la agricultura, y mucha de
ella es ilegal, como es el caso de las amapolas, que se cultivan en el estado
desde la década de 1970, y que se ha convertido en una forma de vida.
Con dos o tres
cosechas al año, la siembra de la amapola es para muchos agricultores locales
una manera atractiva de hacer dinero rápido, algo así -dice Webber- como una
política de préstamo o seguro a corto plazo, ya que sólo cultivar la flor -y no
dedicarse a otra actividad dentro del organigrama criminal- es una actividad no
tan arriesgada.
El mayor de los
riesgos es que a los campos en las montañas que los narcotraficantes les
consiguen a los campesinos, lleguen elementos del Ejército o de la Marina. Pero
para llegar al campo de “José”, narra la corresponsal del FT, hay que ir en una
camioneta atravesando un camino con una enorme pendiente, de terracería, lleno
de baches y zanjas, por unos 40 minutos.
Cuando llegan las
fuerzas federales, amenazan a los agricultores de la amapola con matarlos si
tratan de hacer un movimiento en falso o huir del lugar, asegura la crónica del
Financial Times. Después, los marinos o soldados despojan a los campesinos de
la goma de la amapola que habían recogido para procesar la heroína.
Les decomisan
también teléfonos celulares, radios, mochilas, machetes, y les ordenan
categóricamente a los agricultores a destruir sus cultivos y “hacerlo
correctamente”.
Pero lo que los
miembros de las fuerzas armadas no saben, dice Webber, es que suficientes
amapolas sobrevivieron para florecer en el campo una semana después. Entonces,
los campesinos rajan laboriosamente los bulbos de la flor que sobrevivió a la
destrucción del cultivo.
“Hubiera tenido un
kilo si los marinos no hubieran llegado, ahora sólo me quedan 200 gramos”, le
dice “José” al Financial Times.
La corresponsal del
diario británico asegura que pocos se aventuran a entrar en las montañas de
Guerrero, en las cuales hay inmensidad de plantaciones, narco laboratorios, e
inclusive, pistas de aterrizaje clandestinas, ocultas dentro de la Sierra Madre
del Sur.
México, recuerda el
FT, suministra casi la mitad de la heroína que se vende en los Estados Unidos,
y gran parte proviene de los campos guerrerenses como los que describe Webber,
llamados coloquialmente “jardines”.
Los proveedores de
las materias primas para producir la heroína, como “José”, son tan sólo el
primer eslabón de una cadena mortal, dice la corresponsal.
Pero también se
encuentra “Luciano”, otro productor que ha trabajado durante mucho tiempo en
esto, pero ahora decidido a abandonar el cultivo, pues considera que los que
cosechan la amapola “son la raíz del problema”.
Y vaya que es un
gran problema, asegura Jude Webber, ya que la heroína es responsable directa de
unas 100 mil muertes -en crescendo- debido a la violencia causada por la
“fallida” guerra contra las drogas que emprendió el Gobierno de Felipe Calderón
Hinojosa.
La corresponsal del
FT indica que a pesar del intento del actual Presidente Enrique Peña Nieto por
enfocarse en la energética y otras reformas “transformadoras”, los recientes
ataques de los cárteles del narcotráfico están dejando dudas sobre si la
estrategia del Gobierno federal está funcionando.
“Luciano” le explicó
a Webber que para la mayoría de los más de 30 agricultores que trabajan en
Leonardo Bravo, el cultivo de la amapola es su manera de subsistir. No obstante
los campesinos no trabajan para algún cártel del narcotráfico, al menos no de
forma directa. A ellos llegan los compradores, y la transacción se hace en sus
campos o parcelas, porque, dicen, “no quieren llevar el peligro a casa”.
A pesar de que
pudiera ser un trabajo redituable, los campesinos de Chichihualco viven una
vida simple y sencilla. A pesar de que la mayoría cuenta con antenas
parabólicas, el interior de sus domicilios es básico y sin muchos muebles, dice
Webber.
Los pisos de sus
casas son de tierra, con grandes tinacos en el exterior. “Los perros toman el
Sol, las gallinas picotean el alimento, y los burros aún cuentan con sillas de
madera para transportar a sus dueños”.
Webber le preguntó a
“José” el por qué se dedicaba al cultivo de la amapola, y él, enfático le
respondió: por que no hay otros trabajos debido a la extrema pobreza.
“Los jóvenes piensan
que para obtener cosas, como un automóvil no tienen más opción que sembrar
amapola. Es difícil salir de esta situación”, dijo “Luciano”.
Otro agricultor,
“Mario”, quien también pidió no usar su nombre completo, había renunciado por
completa al cultivo de la amapola durante dos años, utilizando la mayor parte
de su tierra a sembrar chiles.
Sin embargo, por la
presión de un amigo y con cinco hijos a los cuales darles de comer, “Mario”
tuvo que regresar a cultivar la amapola, y ahora sus tierras están llenas de
flores moradas, blancas y rojas, que se mezclan con el maíz seco.
“Mario” aprendió el
oficio desde que tenía ocho años de edad y desea que este sea su último año
cultivando la amapola. Pero no está solo, indica Webber, ya que su amigo le
proporciona la mano de obra para el cultivo de la flor.
“Hay demasiado
riesgo y muy poca recompensa”, le dijo a la corresponsal del FT, quien asegura
que ésta es una queja común entre los campesinos.
El momento más
lucrativo, indica el diario británico, es cuando se venden las amapolas en la
estación que comprende los meses entre noviembre y enero, mejor conocida como
“secas”.
Un kilo de goma
puede valer hasta 15 mil pesos y una hectárea puede producir hasta cinco
kilogramos. Se necesita alrededor de media hectárea para lograr esta cantidad
de producción, dice Webber.
Luego llega la
temporada de “lluvias” o “aguas”, en las que los precios caen y, sin embargo,
los agricultores tienen que contratar más trabajadores -al menos una docena-
para cortar los bulbos de la amapola.
Los campesinos
tienen que esperar a que los bulbos de amapola tengan una ranura desde donde la
flor “llora”. Después, deben esperar de forma paciente a que la goma seque sólo
con la cantidad adecuada. Posteriormente colocan la goma en una lata y repetir
el proceso dos días después.
El precio actual de
un día de trabajo en el cultivo de la amapola es de 200 pesos por persona, pero
además, los campesinos tienen que comprar nutrientes y pesticidas.
“Luciano”, dice
Webber, cambió su cosecha de la bella flor por aguacates. Este es su octavo año
y llega a obtener hasta 50 mil pesos por la cosecha, en lugar de los 15 mil
pesos que lograría por las amapolas. Sin embargo, el proceso fue largo, pues
sus árboles de aguacate tardaron cinco años en dar sus frutos.
Humberto Nava Reyna,
dirigente de una asociación de agricultores local, está tratando de convencer a
los productores para diversificarse hacia cultivos legales, pero dice que con
este tipo de retrasos, sólo dos por ciento de los campesinos de la región han
dejado de cosechar amapolas.
A “Luciano” está
situación no le importó y apuesta todo por sus aguacates, indica el Financial
Times.
Al contrario de
“José”, quien tiene pocas ilusiones, asegura Webber. “Si puedo, voy a sembrar
este campo de amapolas de nuevo este mismo año”, dijo.
(SIN
EMBARGO.MX/Carlos Álvarez Acevedo /mayo 29, 2015 - 11:37h 7)