En una época de globalización
la guerra de un país es la guerra de la humanidad. En una comunidad
internacional como en la que vivimos, y con una economía entrelazada en la que
nos desarrollamos, lo que impacta en una nación tiene repercusión en todas.
Lo sucedido en París,
Francia, el viernes 13 de noviembre, cuando pequeñas pero muy armadas células
de ISIS, liderado por yihadistas que con el terrorismo como recurso buscan la
expansión del estado islámico desde Irak y Siria, atacaron indistintos puntos neurálgicos
de la vida parisina, masacrando a más de 130 personas e hiriendo a más de 300,
no es un hecho que competa exclusivamente a Francia.
La guerra es de todos.
El ataque a las libertades de
una Nación es el detonador para la unión de países en busca del estatus de
bienestar, paz, progreso, seguridad y desarrollo cultural para sus ciudadanos.
La comunidad internacional ha
sido sumamente solidaria con México, mejor dicho con los mexicanos, en aras de
las tragedias internas que nos han ocupado en los últimos años.
El apoyo que los mexicanos
han recibido, no el Gobierno sino la sociedad, a partir de las manifestaciones
y las acciones globales, por ejemplo, en la búsqueda de la justicia en la
desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, Iguala,
Guerrero, ha sido invaluable.
Lo mismo en Francia que en
Bélgica, en Canadá, en Alemania, en los Estados Unidos y otros países hoy
unidos en un eje defensor de las libertades a partir del caso Francia, los
ciudadanos alzaron la voz contra el Gobierno de Enrique Peña Nieto por esta
particular causa.
Los mexicanos hemos sido
testigos en los últimos doce meses, de las manifestaciones internacionales que
apoyan la causa mexicana, que marchan por la justicia y protestan por los casos de corrupción anidados
en el Gobierno de la República que encabeza Peña Nieto.
La guerra de México ha sido
la guerra de muchos países. No solamente periodistas, analistas, críticos,
activistas, han levantado la voz a favor de los mexicanos allende las
fronteras, sociedades solidarias lo han hecho y han recibido de parte de los
mexicanos un agradecimiento público en medios alternos de comunicación o por
canales digitales.
Las guerras, como la que vive
México con los cárteles de la droga por el poderío de un territorio, tan
afectan a otras naciones como causan daños irreparables en nuestra estructura
social, en nuestro tejido social.
Más de 60 mil ejecutados a
casi tres años de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto (57 mil 410 hasta
julio de 2015 más un promedio sostenido de mil 800 mensuales), y el crecimiento
de las estructuras criminales a partir –especialmente- del año 2006 cuando
Felipe Calderón Hinojosa toma posesión como Presidente de la República, han
sido materia de una colaboración internacional.
Para empezar, la cooperación
internacional para ayudar a México a salir o por lo menos a contener los
fatales resultados y los daños a la estructura social a propósito de la guerra
contra las drogas, tuvo su máxima expresión en el año 2008 cuando el Gobierno
de los Estados Unidos y el Congreso de aquella nación, aprobaron la Iniciativa
Mérida, un paquete de medidas, estrategias y apoyos con valor original de mil
600 millones de pesos para ser aplicadas en los distintos órdenes del Estado
Mexicano para afrontar, con tecnología, inteligencia y recurso humano
capacitado, la embestida de –entonces- siete cárteles: el de Sinaloa, Arellano
Félix, el del Golfo, los Beltrán Leyva, el de Juárez, el Milenio y Los Zetas.
No ha sido fácil, y a siete
años de aquel acuerdo, los esfuerzos entre naciones –incluyendo países de
Centro y Latinoamérica- no han logrado minar las estructuras criminales.
Joaquín Guzmán Loera ha vuelto a ser el narcotraficante más buscado del mundo,
y la globalización comercial ha permeado a la actividad criminal, haciendo del
narcotráfico un negocio ilícito con ramificaciones en otros países como Costa
Rica, Guatemala, Bolivia, que padecen ya violencia de sangre y plomo como en su
momento iniciaron en Colombia y México.
Y la guerra entre los
cárteles o la guerra contra las drogas proclamada por el Gobierno Mexicano
apoyado por el Gobierno Norteamericano, ha traído fenómenos sociales como la
migración y la informalidad comercial, que los ciudadanos han debido instaurar
para sobrevivir en un clima de inseguridad y violencia. A la par, el Gobierno
de los Estados Unidos cerró o por lo menos incrementó el nivel de alerta y de
protección a sus fronteras para evitar el éxodo mexicano hacia el norte del
continente.
Ver al Presidente Enrique
Peña Nieto, escucharlo proponer en el escenario de la reunión de los países
industrializados (G-20) una Acción Global “real contra el terrorismo” de la
mano de la Organización de las Naciones Unidas, de pronto sorprende y luego
indigna.
Primero porque, bueno, es lo
que se espera de un Presidente de primer mundo, que ponga a disposición de la
causa internacional el activo nacional, y Peña está lejos de encarar esa
categoría; en segundo porque Enrique Peña Nieto trata con indiferencia y sin
compromiso, el terror que en las calles de México generan los cárteles de la
droga, de la mano de representantes del Estado que les proveen impunidad a
partir de corporaciones e instituciones infiltradas por el narcotráfico.
Ciertamente la guerra de
Francia ha convocado al mundo, particularmente a Occidente, pero eso no exenta
al Presidente de afrontar la batalla cruenta que a diario se libra en las
calles de México.
Prácticamente 60 mil
ejecutados en los últimos tres años en nuestro territorio no puede ser más que
resultado de un enfrentamiento sin cuartel. Los ejecutados de Guerrero, los
exiliados de Michoacán, las fosas clandestinas de Chihuahua, los
enfrentamientos en el Estado de México, la proliferación de niños sicarios, las
mujeres asesinadas, los hombres colgados, son todos reflejo de esa guerra que,
a diferencia de la encarnada por el terrorismo del Estado Islámico en el mundo,
Enrique Peña Nieto no quiere reconocer.
A menos que el Presidente considere que al
pronunciarse a favor de una guerra contra ISIS no tendrá consecuencia alguna en
el país cuya propia crisis de inseguridad voluntariamente ignora. Esperemos que
no sea tal el caso, porque el riesgo para México es incalculable.
(SEMANARIO ZETA/ ADELA NAVARRO BELLO /
FOTOS. ARCHIVO/ 18 DE NOVIEMBRE DEL 2015
A LAS 14:30:50)