lunes, 19 de octubre de 2015

DIF: OJOS BIEN CERRADOS

(REPORTE INDIGO / 19 DE OCTUBRE 2015)

PONE EU OJO EN PENALES MEXICANOS

(REPORTE INDIGO/ 19 DE OCTUBRE 2015)

EL VIETNAM DE OBAMA


En contra de las metas establecidas al inicio de su gobierno, el presidente de EU anunció que no retirará a sus tropas de Afganistán hasta 2017. La decisión de Barack Obama - ganador del Premio Nobel de la Paz en 2009 - pondrá a este conflicto a un año de superar a Vietnam para convertirse en la guerra más larga en la que ha participado EU

A pesar de expresar repetidamente su rechazo a perpetuar la guerra en el país asiático, el presidente de EU planea mantener a 5 mil 500 soldados en Afganistán hasta 2017

"Como lo he dicho antes, aunque la misión de combate de EU en Afganistán tal vez ya ha terminado, nuestro compromiso con ese país y con su gente persiste"

Barack Obama
Presidente de EU

La guerra de Vietnam duró 17 años. La de Afganistán lleva catorce.

Si se le añaden los otros catorce que duró la guerra ruso-afgana (1978-1992), en donde Washington apoyó a los muyahidines que derrotaron a la extinta Unión Soviética, la intervención bélica del gobierno de EU en Afganistán, es ya la más larga de su historia.

El conflicto dista mucho de estar resuelto y la Casa Blanca ya anunció que las tropas no saldrán del país asiático hasta 2017.

De acuerdo a las últimas declaraciones de Obama, las fuerzas afganas todavía son frágiles y hay riesgo de que éstas se deterioren. Reafirmó que su gobierno no permitirá que Afganistán vuelva a ser un refugio seguro para grupos terroristas que planeen atacar EU.

EL CISNE NO CANTÓ

Estados Unidos tendrá un nuevo presidente el próximo año. El o la elegida heredarán, como normalmente pasa, una serie de problemas y conflictos que la administración anterior no pudo o ni quiso resolver.

Los presidentes salientes de EU normalmente se concentran, durante sus últimos días al frente del país, en un tema. Un logro que les permita dejar un legado que englobe con éxito el tono de su administración. Algunos han tenido más suerte que otros.

Barack Obama llegó a la presidencia en 2008 con grandes expectativas.

A un año de haber asumido el cargo obtuvo el Premio Nobel de la Paz por “sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”.

Los ocho años de Obama al frente de la nación más poderosa del mundo no han sido fáciles. La crisis económica emanada de Wall Street impactó al mundo justo cuando él tomaba las riendas del país y desde ese momento todo, al parecer, ha ido cuesta abajo.

En 2012, EU se polarizó y Obama estuvo cerca de perder la presidencia para los demócratas. El poco carisma de su contrincante Mitt Romney ayudó, pero Obama sólo pudo sacarle cuatro puntos   porcentuales al republicano.

El legado – el canto del cisne – del gobierno de Barack Obama prometía ser el retiro definitivo del ejército estadounidense de Afganistán antes del final de su gobierno. Esto no sucederá.

A poco más de un año de dejar la oficina oval, es un hecho que Obama ha decepcionado a muchos de sus defensores.

Hace un mes, Geir Lundestad, ex director del Instituto Nobel declaró que darle el premio al presidente de EU pretendía servir como catalizador para que Obama pudiera cumplir sus promesas de campaña.

Lundestad y otros coinciden en que el Nobel de la Paz fue un error y sólo saco de proporción las expectativas mundiales sobre el futuro desempeño del primer mandatario afroamericano en EU. 

UN MAL CÁLCULO

En su anuncio de la semana pasada Barack Obama no mencionó a Irak. No obstante, las constantes críticas que ha recibido Estados Unidos después de retirar a sus tropas de Irak (en dos ocasiones), para sólo dejar a ese país en un estado de guerra civil severo, parecen ser la razón detrás de la última decisión del actual presidente.

La decisión de invadir Afganistán en 2001 fue aprobada por unanimidad en el Congreso. Esto no resulta extraño en un país que, a pesar de asegurar que la fuerza militar debe ser el último recurso en un conflicto, la historia y sus guerras preventivas indican totalmente lo contrario.

En 2001 sólo una diputada, Bárbara Lee, se opuso al envío inmediato de tropas tras los ataques del 11 de septiembre.

La congresista defendía el derecho de EU de protegerse ante genuinas amenazas a su seguridad nacional, pero en 2001 temía que esa autorización sirviera para perpetuar conflictos bélicos en Afganistán y en otros lugares.

La diputada Lee apoyó las dos campañas presidenciales de Obama y durante todo ese tiempo, declaró su rechazo a mantener lejos de EU a las tropas que intentaban acabar con el régimen talibán.

En lugar de escuchar a su partidaria, el presidente ha decidido permanecer en Afganistán con un contingente de guerra completamente equipado. El mismo que hace menos de un mes bombardeó por error el hospital de Médicos sin Fronteras en la ciudad de Kunduz.

INVERSIÓN INEFICIENTE

A todos los argumentos presentados por aquellos que se opusieron a la invasión de Afganistán en 2001 y que se oponen a la permanencia del ejército de EU en ese país, se añade el altísimo costo de la intervención militar.

Según datos recientes, la guerra en Afganistán ha costado alrededor de  $715 billones de dólares. Cada hora de esta guerra – la cual todavía no tiene una fecha de finalización clara – le cuesta 4 millones de dólares a los contribuyentes estadounidenses.

 Los resultados: El terrorismo se ha expandido en el Medio Oriente y en todo el mundo gracias a ISIS y otros grupos extremistas. En Afganistán el incipiente gobierno democrático no ha podido, a pesar de la ayuda  de Estados Unidos, contener a los talibanes y el riesgo y, sobre todo, el miedo de sufrir un nuevo atentado en territorio estadounidense siguen vigentes.

La guerra de Afganistán, así como la de Irak y la intervención militar de EU en Siria han dejado a su paso sólo más conflictos sociales y étnicos, los cuales cada vez son más violentos y difíciles de controlar.

La única guerra que Estados Unidos había perdido era la de Vietnam. Por muchos años los gobiernos en Washington se rehusaron a aceptar una derrota inminente en Asia del sur.

A los estadounidenses no les gusta perder y menos dos veces.

Hoy en día la intervención de Rusia en Siria, uno de los más grandes rivales de EU, parece superficialmente más exitosa que el desempeño del ejército norteamericano en Afganistán, en Irak o en Siria durante los últimos 20 años.

Los detractores del gobierno de Putin aseguran que Moscú le está ganando la guerra a ISIS, pero quiere mantener a un dictador que le hace mucho daño al pueblo sirio.

Volviendo a Afganistán, lo interesante es que EU, durante la guerra fría, financió y entrenó a los fundadores del movimiento talibán que ahora se empeña en destruir. Una contradicción que se evidencia al tan solo recordar al mejor alumno de la CIA durante la invasión soviética en Afganistán: Osama Bin Laden.


(REPORTE INDIGO/ SERGIO ALMAZÁN - Lunes 19 de octubre de 2015)

VIDA Y MUERTE DE UN EJECUTIVO DE SLIM (PRIMERA PARTE)



La de Adrián Hernández es una historia de éxito vertiginoso y fugaz, seguido de una estrepitosa caída a un pozo sin fondo. El pequeño albañil de Delicias, Chihuahua, que superó la miseria y se convirtió en quien llevó a la empresa telefónica de Carlos Slim a ser la más importante de Colombia, halló la muerte –presuntamente derivada de sus excesos con el alcohol y las drogas, combinados con una muy mala salud– en la indigencia. El pasado 5 de junio encontraron su cadáver en su departamento bogotano. Ahí se cerró la historia del hombre que lo tuvo todo y lo perdió todo.

Bogotá (Proceso).- A Adrián Hernández Urueta la felicidad siempre le fue esquiva, desde su niñez, en Delicias, Chihuahua –donde fue albañil como su padre–, hasta su muerte en una habitación desolada en la capital de Colombia.

En este país logró hacer una fortuna de 7 millones de dólares como ejecutivo descollante del empresario mexicano Carlos Slim, e hizo algo más insólito aún: dilapidarla en sólo cuatro años. Quienes lo conocieron todavía no se explican cómo se esfumó ese dinero ni en qué momento el mundo de Adrián fue ocupado por el desastre.

La policía lo encontró la mañana del pasado 5 de junio acostado en su cama, cubierto con un par de cobijas, vestido con una camiseta amarilla, calcetines negros y un pañal desechable. Tenía la boca entreabierta y los labios transparentados por la palidez. Su semblante sereno denotaba una muerte sin agonía.

El fallecimiento de Adrián Efrén Hernández Urueta, a los 54 años, fue noticia nacional. Y no era para menos. Entre 2001 y 2009 había sido presidente de Comunicación Celular (Comcel), la empresa telefónica del magnate Carlos Slim en Colombia, y parecía inaudito que una persona con esos antecedentes muriera sola y en un modesto “aparta-estudio” alquilado.

El ingeniero, como llamaba a Slim, lo había enviado a Colombia a sacar adelante una compañía que operaba con pérdidas. Y Adrián logró ubicarla como líder del sector y como la principal empresa privada del país, con utilidades por 908 millones de dólares el último año que la dirigió.

Era un innovador intuitivo y sagaz, y un ejecutor eficiente. Estos factores fueron decisivos para convertir a Comcel en la empresa más rentable de Slim fuera de México.

Pero Adrián era un hombre atrapado en su fragilidad emocional y eso le impidió asumir el éxito con ponderación y disfrutarlo sin culpas. En la medida en que colocaba a Comcel como la compañía que mejor capitalizaba el crecimiento exponencial de la telefonía celular en Colombia, se enredaba en una vorágine de excesos y desatinos que lo llevarían al precipicio.

Él decía que era un hombre fiel… pero con sus novias, no con su esposa Martha Imelda Villalobos Moreno, quien siempre supo de sus aventuras. Cada día se hicieron más frecuentes sus ausencias nocturnas del hogar, el consumo de alcohol y drogas y sus parrandas con amigos ocasionales.

Aunque en la empresa lo avalaban los resultados, comenzó a tener roces con el yerno de Slim, Daniel Hajj Aboumrad, quien además de estar casado con Vanessa Slim, hija del segundo hombre más acaudalado del mundo, es director general de América Móvil, la casa matriz de Comcel.

Llegó un momento en el que a Adrián eso no le importó. En Colombia formaba parte del primer círculo del poder económico y cada vez que lo requería era atendido por los ministros de la época y por el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010). En sus giras por el interior era recibido como visitante ilustre por gobernadores, alcaldes y comandantes regionales de la policía y del Ejército.

Ese trato de celebridad pública hizo aflorar sus rescoldos de soberbia. Para algunos de sus amigos, esa fue una manera de sobreponerse a los lastres de su pasado humilde, que muchas veces lo hicieron sentirse disminuido en el clasista mundo corporativo.

Uno de ellos recuerda que cuando llegó a Comcel, Adrián quedó muy impresionado por la preparación de los altos mandos de la empresa. Todos eran ejecutivos formados en las principales universidades privadas de Colombia y la mayoría tenía posgrados en el extranjero.

“Si supieran que yo soy un pinche contador de universidad pública”, comentó después en medio de una borrachera.

Era contador público por la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) y desde los nueve años hasta los primeros semestres de la carrera había sido albañil en Delicias.

Era un estudiante destacado y un lector persistente. Don Abel Hernández, su padre, albañil, fomentó en todos sus hijos –Abel, Yolanda, Adrián, Patricia y María del Refugio– la afición por la lectura. Les leía en voz alta un diccionario para enseñarles el significado de las palabras.

Él creía que esas lecciones caseras, un poco de educación formal y el trabajo duro eran herramientas más que suficientes para enfrentar la vida.


De su infancia, Adrián recordaba con mucha viveza las carencias económicas y los fragorosos rigores de la disciplina paterna. Lloraba al hablar de las golpizas que les daba don Abel. Su único hermano varón, el primogénito, perdió un oído en una de ellas, y huyó de su casa cuando era todavía un adolescente.­

LAS MARCAS DE LA POBREZA

Adrián era el tercero y el más inquieto de los cinco hermanos. Desde niño tenía un espíritu exaltado que lo impulsaba a batallar por la vida.

Como en ocasiones se acostaba con hambre en un viejo sillón que fue su cama durante años, decidió vender paletas de limón por las tardes y los fines de semana en la avenida 21 Poniente, de Delicias, para que en casa no faltara de comer. Por eso también decidió trabajar con su padre en las obras.

Con esas experiencias tempranas, Adrián quedó marcado por los resabios opresivos de la pobreza. Y a los 10 años se propuso salir de ella. Un día caminaba por el centro de Delicias y vio a un hombre de traje, corbata y portafolios bajar de un Ford Galaxy que le pareció un trasatlántico. “Cuando sea grande quiero ser como él y tener un carro así”, le dijo a su mamá, Rita Urueta.

Ella le aseguró que con estudio y trabajo era posible lograr ese objetivo. Años después Adrián le contó esto a una amiga colombiana con la que solía pasar largas veladas tomando whisky Jack Daniel’s, su bebida favorita. Le dijo que ese consejo le quedó grabado y que desde entonces se esmeró en llevarlo a la práctica.

Nunca sintió por nadie el amor que le tuvo a doña Rita. Sufría con ella las durezas de macho de don Abel y el gusto inexorable de su padre por las mujeres que se le cruzaban en el camino.

Cuando Adrián tenía 14 años, don Abel llegó un día a casa a empacar su ropa y se fue a vivir con otra señora. Aunque siguió a cargo del sustento, la familia quedó rota. A pesar de ello, Adrián siempre sintió por su padre una veneración sosegada y melancólica.

A su madre la perdió cuando tenía 19 años. Él estaba en Manzanillo trabajando como albañil en la construcción del hotel Maeva­ cuando le avisaron del deceso. Enfrentó la pérdida con una borrachera de una semana. Bebió tanto que ni al sepelio pudo llegar.

Adrián comenzó a estudiar agronomía en Delicias, pero desistió luego de un semestre y optó por la contaduría. Cursó toda la carrera sin el beneplácito del padre, quien estaba empeñado en que su hijo fuera contratista de la construcción.

 
 Entre su abuela Refugio y su mamá Rita. Fragilidad emocional. Foto: Archivo familiar

En 1982, luego de trabajar como auxiliar en dos despachos contables, fue contratado como administrador de la Unidad Regional de Culturas Populares en la ciudad de Chihuahua. Y posteriormente, entre 1985 y 1991, fue contralor de un grupo hotelero con base en esa ciudad.

Entretanto, concluyó su carrera universitaria y se casó con Martha Imelda, una estudiante de enfermería de la UACH, luego de que ella quedó embarazada. Varias veces comentó a sus amigos más cercanos que no se casó enamorado.

Pero su compadre recuerda que la paternidad le sentó bien. En una foto de su graduación aparece con su hijo mayor, Aldros, en brazos. El bebé tenía entonces seis meses.

El ingreso de Adrián a Telcel, el operador de telefonía móvil de Slim en México, ocurrió en 1991, cuando un directivo de la compañía lo incorporó como gerente de administración de la sede regional en Chihuahua. En esa época compró su primera casa con un crédito hipotecario. Era cómoda y marcaba su despegue social. Ya era un ejecutivo en ascenso pero iba por más.

“Me pagaban para encontrar soluciones, no para dar problemas. Me gustaba trabajar en equipo y platicar con los empleados. Así fui ascendiendo en mis trabajos”, le contó Adrián el año pasado al experto en nuevas tecnologías Orlando Rojas Pérez, quien dirige el portal tecnológico colombiano Evaluamos.com.

Un programa que aplicó en Chihuahua contra la clonación de teléfonos celulares le abrió las puertas del corporativo de Telcel en la Ciudad de México, a donde llegó en 1996 como gerente de Control de Fraude Celular.

En esa época murió su hijo Aldros, de 11 años. El niño viajaba en la parte trasera del auto familiar cuando un camión los embistió en la autopista México-Querétaro. Sobrevivieron Adrián, Martha Imelda y Allen, su segundo hijo. El niño fue sepultado en el panteón municipal de Delicias.

Un año después Slim lo envió a Guatemala para hacerse cargo de la primera filial de América Móvil en el extranjero. La habilidad del ejecutivo para encontrar soluciones prácticas, ingeniosas y de bajo costo a asuntos operativos complejos había llamado la atención del empresario. En seis meses colocó a la compañía como el segundo operador de telefonía móvil en ese país.

En 2000 Slim lo designó vicepresidente comercial de Telcel en México. Y un año después, en septiembre de 2001, lo mandó a Colombia como presidente de Comcel, una compañía recién adquirida a Bell Canada y a Southwestern Bell Communications y que ese año tuvo pérdidas operacionales por 37 millones de dólares. Adrián tenía 40 años.

En Colombia, una de las primeras medidas de Adrián fue crear una gran cadena nacional de centros de atención y ventas al usuario. En muchos rincones del país, hasta hoy, hay un local con la marca de Slim.

Además desarrolló la más amplia red de telecomunicaciones móviles de Colombia, la única con presencia en todos los municipios.

Así, Comcel pasó de 1.9 millones de clientes en 2001 a 27.6 millones en 2009, último año que Adrián presidió la empresa.

Cuando él salió, la filial colombiana de América Móvil dominaba 67% del mercado, era la segunda compañía más importante del país –detrás de la estatal petrolera Ecopetrol– y su fortaleza era tanta que las autoridades comenzaron a poner límites a su crecimiento con nuevas regulaciones.

Durante los ocho años que Adrián manejó Comcel, la compañía generó utilidades operacionales por 3 mil 154 millones de dólares.

Una de las quejas frecuentes de Adrián cuando estaba borracho era que Slim fue renuente a reconocer sus aciertos. El ingeniero era parco con su hombre en Colombia y él lo atribuía a que, en la lógica del multimillonario, cualquier elogio podría llevar a sus ejecutivos a bajar la guardia.


 La vida de adrián, una fiesta. foto: archivo familiar
Infelices, pero ricos

En 2007, cuando Comcel tenía el triple de clientes que Telefónica, su más cercano competidor–, Adrián ya no era el mexicano accesible y sencillo que había llegado a Colombia.

Además de soberbio, se convirtió en un asiduo bebedor de whisky, consumidor de drogas y mujeriego voraz. También ganó fama de ser poco escrupuloso en el manejo corporativo y de encumbrar en la empresa a sus amantes.

El año 2007 fue especialmente tenso para él, pues el tiempo y la competencia acosaban a Comcel en la carrera por la construcción de la red 3G (tercera generación), que permitiría el uso de internet de banda ancha en dispositivos móviles.

En su casa la situación iba peor. A los pleitos con su esposa por sus infidelidades y por sus desmesuras en los más conocidos antros de Bogotá, se sumaron los reclamos de su hijo Allen, entonces de 16 años y quien cerró filas con la mamá.

Los amagos de divorcio estaban presentes en cada discusión, pero ni Martha Imelda ni Adrián estaban decididos a poner fin a esa perturbadora sociedad conyugal llena de lujos, ostentación, autos blindados, escoltas, actos sociales, poder y viajes a todo el mundo.

Eran infelices, pero a fin de cuentas ricos, y eso era coherente con su objetivo de progresar en la vida. El amor, decía Adrián, es un asunto de amantes impetuosos, no de un matrimonio con hijos.

En medio de las tensiones corporativas y domésticas, el poderoso presidente de Comcel acudió a un psiquiatra. Quería algo rápido y efectivo para combatir el estrés y acabar con su insomnio.

El especialista le recetó Rivotril, un tranquilizante, ansiolítico y anticonvulsionante conocido como la droga del siglo XXI por su extendido uso entre ejecutivos, empresarios, políticos, artistas y amas de casa de altos ingreso que buscan un relajante discreto –no enrojece los ojos ni causa resaca– y que puede adquirirse en la farmacia de la esquina.

Adrián comenzó a tomar 30 gotas de Rivotril al día y al cabo de un mes lo consumía por frascos que dosificaba a lo largo de sus extenuantes jornadas de trabajo. La droga le causaba estragos al combinarla con alcohol, por lo que usaba cocaína para volver a levantar el vuelo.

Un empresario con el que cultivó una amistad lo veía como un hombre exitoso, acaudalado y con poder, pero acosado por una pesadumbre interior.

“Tenía un rictus muy especial en el rostro. Se le notaba una incomodidad, una tensión. Yo sólo lo veía relajado en las reuniones pequeñas, de familia, cuando íbamos a almorzar con los hijos a El Pórtico (un restaurante campestre en las afueras de Bogotá)”, asegura el empresario, que pidió el anonimato.

EL “PATITO NEGRO”

En 2008, cuando Comcel puso en operación la red 3G antes que sus competidores, Adrián se había convertido en un empleado incómodo para Daniel Hajj, yerno de Slim y director general de América Móvil.

De los 400 centros de atención y ventas que entonces tenía Comcel, 340 eran manejados por distribuidores y concesionarios con los que Adrián, según sus críticos, hacía tratos discrecionales y negocios opacos.

Adrián, sin embargo, explicaba la inquina que se generó contra él con un relato que sus compañeros de parranda escucharon muchas veces. De acuerdo con la narrativa que desarrolló el ejecutivo chihuahuense, en las empresas, como en la vida, los orígenes sociales son definitorios.

Decía que los gerentes de apellidos aristocráticos acaban creando burocracias para mantener el poder en detrimento de las empresas. Adrián los definía como “los patitos amarillos”. Él, en cambio, se consideraba un “patito negro” por su procedencia humilde y por ser producto de la educación pública. Pensaba, además, que los “patitos negros” eran más creativos e innovadores.

“Los ‘patitos amarillos’ no dejan pasar a los ‘patitos negros’ y se inquietan cuando los ‘patitos negros’ comenzamos a hacer cosas que los ponen en evidencia”, le dijo a Pérez Rojas.

Adrián contaba que esa realidad corporativa y su propia arrogancia acabaron por convertirlo en el “enemigo público número uno” de los “patitos amarillos” que rodean a Hajj, con quienes sostuvo fuertes enfrentamientos que acabaron por enemistarlo con el yerno de Slim.

A principios de 2009 Adrián era un hombre atribulado por la virulencia de las guerras que peleaba en varios frentes. A los problemas en casa y a los enfrentamientos con los “patitos amarillos”, se sumó una investigación interna promovida por ellos. Lo acusaban de haber cometido un fraude por 47 millones de dólares.

El Jack Daniel’s, el Rivotril, la cocaína, sus amores de una noche y las obnubilaciones del éxito le complicaban más la vida. Sólo contribuían a exaltar los estragos de su existencia desbocada.

El 24 de agosto de ese año, mientras se encontraba en un viaje de trabajo en México, América Móvil le retiró los escoltas y los vehículos blindados, al igual que a su familia, que estaba en Colombia, y le comunicó que la empresa había prescindido de sus servicios. El equipo de seguridad de Comcel recibió instrucciones para prohibirle el ingreso a la compañía, retirar sus computadores a fin de someterlos a revisión y sellar su oficina.

Ante la inminencia de una denuncia por fraude en su contra, Adrián contrató a uno de los mejores abogados penalistas de Colombia, Jaime Lombana, cuya intervención produjo un efecto disuasivo en Comcel.

El ejecutivo mexicano dijo muchas veces que nunca se quedó con los 47 millones de dólares en que se llegó a estimar –sin que nunca hubiera una denuncia formal– el daño patrimonial que había causado a la empresa.

A finales de agosto de 2009 tuvo su última conversación con Slim. Fue por teléfono, según contó a Rojas Pérez, y en ella advirtió al que entonces figuraba en la lista de Forbes como el tercer hombre más rico del mundo: “Si usted me chinga, yo lo chingo a usted. Tengo toda la información de Comcel”.

El ingeniero le colgó de inmediato.

Y América Móvil liquidó con 5 millones de dólares a Adrián por sus 17 años y 11 meses de labores en las empresas de Slim, los últimos ocho años como presidente de Comcel.

Nadie en los círculos empresariales dudó de que los factores determinantes en esa negociación fueron el temor de Comcel al costo en imagen que podría tener un escándalo mediático y la preservación de los secretos corporativos que Adrián había acumulado.

 Con Gómez Palacio, presidente de Telefónica, y Slim. Secretos corporativos. Foto: Archivo El Tiempo
Un largo viaje

Con una fortuna que sus amigos calculan en 7 millones de dólares –la suma de su liquidación y lo que había logrado acumular como uno de los ejecutivos mejor pagados de Colombia–, el desempleo fue asumido por Adrián como la oportunidad para probar suerte en el mundo empresarial en forma autónoma, darse un respiro y viajar por el mundo como millonario.

Tras invertir en una empresa de autos de lujo y vehículos blindados, él, Martha Imelda y sus hijos Allen, Ethan y Adriana (de 18, ocho y siete años, respectivamente) fueron a París y se instalaron en una suite del hotel Ritz. Fue la base de un viaje por el mundo que duró meses.

En las postrimerías del recorrido por el mundo, durante una escala en el Ritz de París, Adrián comenzó a sentir temblores en la mano y el pie izquierdos.­

De regreso a Bogotá, a mediados de 2010, fue a ver a un médico y el diagnóstico fue brutal. Tenía párkinson. Acudió con los mejores neurólogos colombianos y todos coincidieron en que sólo podía aspirar a atenuar los síntomas. Los exámenes médicos revelaron que también padecía diabetes, hipertensión, apnea del sueño e hipotiroidismo.

Adrián optó por el encierro y por ensimismarse en la depresión que le provocó descubrir la ruina de su salud. Durante un año y medio pasó mucho tiempo en su departamento de 1 millón de dólares en el club residencial Altos de Montearroyo, en medio de una reserva forestal del norte de Bogotá.

Allí veía televisión, trataba de combatir su decaimiento con whisky y drogas y algunas noches salía a buscar cobijo en prostitutas y antiguas amantes.

Contaba a sus amigos que durante esos meses los pleitos con su esposa y su hijo Allen se agudizaron. En ese entorno de hostilidad doméstica, le fue imposible poner orden a las finanzas familiares.

Adrián ya no era presidente de Comcel, pero los Hernández Villalobos actuaban como si lo fuera. Tenían autos blindados, escoltas y tarjetas de crédito ilimitadas, que usaban lo mismo en Bogotá que en Nueva York y Miami.

En 2012 ese nivel de gastos y una decena de inversiones mayoritariamente improductivas habían hecho pequeñas las otrora rebosantes cuentas bancarias.

Adrián ya no era el ejecutivo vigoroso y en forma que nadaba una hora diaria, jugaba golf y tenis en el Country Club de Bogotá y recurría a la liposucción para eliminar los gorditos. Pesaba 150 kilos y su cuerpo acentuaba los síntomas del párkinson. Tenía dificultad para hablar, se movía con lentitud y su brazo y su pierna izquierdos mostraban una temblorina. Le avergonzaba que lo vieran en público…

MAÑANA, SEGUNDA PARTE.

(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ RAFAEL CRODA/ 16 DE OCTUBRE DE 2015)

VIDA Y MUERTE DE UN EJECUTIVO DE SLIM (SEGUNDA PARTE)


La de Adrián Hernández es una historia de éxito vertiginoso y fugaz, seguido de una estrepitosa caída a un pozo sin fondo. El pequeño albañil de Delicias, Chihuahua, que superó la miseria y se convirtió en quien llevó a la empresa telefónica de Carlos Slim a ser la más importante de Colombia, halló la muerte –presuntamente derivada de sus excesos con el alcohol y las drogas, combinados con una muy mala salud– en la indigencia. El pasado 5 de junio encontraron su cadáver en su departamento bogotano. Ahí se cerró la historia del hombre que lo tuvo todo y lo perdió todo. A continuación la segunda parte del reportaje.

VUELTA A LAS ANDADAS

A finales de 2012 encontró alivio en unos parches alemanes que se adhieren a los brazos y que ayudan a atenuar los síntomas del párkinson. Esa medicina, y una rutina de ejercicios que le recomendó una neuróloga y que él siguió con disciplina, lo animaron a superar el sedentarismo.

Incluso a principios de 2013 viajó a Mazatlán para internarse en Oceánica, centro para tratar adicciones. Pero la efímera desintoxicación sólo le sirvió para regresar a Colombia con un nuevo ímpetu que lo llevó a reencontrarse con la frenética vida de los centros nocturnos bogotanos.

Todo en su vida estaba de cabeza. Como quedó impedido para incursionar cuatro años en el sector de las telecomunicaciones como parte de su acuerdo de liquidación con América Móvil, se había metido en negocios desconocidos que no rendían los dividendos que esperaba. Sobre todo porque delegó su manejo en personas que aprovecharon su desorden.

La empresa de arrendamiento de autos de lujo y camionetas blindadas se convirtió en un barril sin fondo por el que se esfumó una parte importante de su fortuna. El resto se le fue en mantener el estatus familiar, en pequeños malos negocios, en sus amantes y en parrandas descomunales.

De acuerdo con una conocida de Martha Imelda –quien pidió el anonimato–, ésta le aseguró que Adrián era un hombre en tal descontrol, que llegó a meter mujeres al departamento de Altos de Montearroyo y a consumir droga delante de sus hijos menores, Ethan y Adriana, quienes entonces tenían 12 y 11 años, respectivamente.

El 5 de marzo de 2013, cuando cumplió 52 años, Adrián se perdió durante tres días con una amiga con la que celebró la fecha en restaurantes, bares, discotecas y un hotel cinco estrellas del norte de Bogotá.

Él contaba que regresó a casa con dificultades para respirar y exhalando un vaho de podredumbre. Su esposa y Allen le pidieron que se marchara. En una maletita empacó tres mudas de ropa. Pidió un taxi y se fue.

Le dejó a Martha Imelda los últimos saldos de las cuentas bancarias y los dividendos de una inversión. La venta del departamento de Altos de Montearroyo no era opción para evitar la quiebra, pues estaba hipotecado.

En los últimos meses, el expresidente de Comcel había subvencionado su vida de vértigo empeñando las joyas de Martha Imelda, sus relojes suizos y artículos electrónicos que extraía de su casa. Eran los restos de la opulencia, que también desaparecían con rapidez.

Un consultor empresarial –que pidió omitir su nombre– se encontró con Adrián cuando este se había instalado en una pensión precaria en el centro de Bogotá.

“No tenía un peso en la bolsa y estaba muy deteriorado, mal, muy gordo, tembloroso. Hablaba con dificultad, olía a alcohol y se le notaba un guayabo tenaz (resaca terrible). Yo le invité el desayuno, un café, y le di un dinero. La pensión donde vivía era inmunda. Me dio mucha tristeza verlo así”, asegura.

A lo largo de 2013 Adrián había de reeditar muchas veces las noches de su niñez en que se iba a dormir con hambre. A finales de ese año pesaba 30 kilos menos que cuando salió de casa. En una ocasión que se quedó sin dinero y no consiguió un préstamo para pagar un hotel, llegó a dormir en una banca del Parque Nacional, en las inmediaciones del centro de la ciudad.

Pero apenas conseguía algún préstamo, lo dilapidaba en las guaridas de diversión nocturna que frecuentaba cuando era presidente de Comcel.

Una de esas noches atrabancadas conoció a Yuli, una treintañera grande y llamativa de la suroccidental Tuluá. A ella, que pasaba cortas temporadas en Bogotá y regresaba a su ciudad, le llamaron la atención la personalidad mundana de Adrián y su historia de sueños fallidos. Lo ayudó a buscar un cuarto barato donde pasó algunos días.

Cuando Adrián cumplió 53 años su vida estaba impregnada por un tufo de catástrofe. Ese día lo pasó bebiendo con otra amiga que le había dado albergue en un pequeño departamento del barrio 7 de agosto, donde proliferan los talleres mecánicos y el comercio de autopartes robadas. Era el miércoles 5 de marzo de 2014 y esa semana se cumplía un año de haber salido de su casa.

A finales de abril contactó al director del portal tecnológico Evaluamos.com, Orlando Rojas Pérez, mediante un mensaje de texto. Quería números telefónicos de directores de empresas de telecomunicaciones, para ver si alguno de ellos le daba empleo. Ya habían pasado los cuatro años de restricción que le impuso Comcel en su liquidación para laborar en ese sector.

Orlando le propuso ir a desayunar al día siguiente para darle los teléfonos y entrevistarlo.

“Pero usted invita –le dijo Adrián– porque yo no tengo dinero”.

El 3 de mayo de 2014 Orlando publicó en Evaluamos.com una entrevista con Adrián en la que contó pormenores de su salida de Comcel y dijo que estaba preparado para volver al sector de las telecomunicaciones. Era un mensaje inequívoco para que sus antiguos competidores le abrieran las puertas.

A mediados de mayo, la amiga del departamento del barrio 7 de agosto le comunicó que debía marcharse porque recibiría una visita.

El sábado 31 de mayo estaba en un parque con sus pertenencias en cajas de cartón. La cabeza le dolía tras una noche azarosa. Mientras comía un sándwich, decidió que se iba a suicidar.

En ese momento recibió una llamada de una exejecutiva de Comcel. Ella le pagó tres días de hospedaje en un hotel del norte de la ciudad y le dio dinero para comer. En un supermercado, compró una botella de Jack Daniel’s y un paquete de hojas de afeitar. Luego ingresó a una Iglesia.

Adrián contó después a sus amigos que ya en el hotel, cuando se iba a sentar bajo la ducha con una hoja de afeitar para cortarse la arteria radial de la muñeca izquierda recibió una llamada. Era un conocido de parrandas que lo invitó a una fiesta sabatina de hombres solos en la que habría prostitutas.

“Como buen sibarita, no me quería perder esa fiesta”, aseguró.

En la reunión se reencontró con Yuli y la pasó bebiendo y charlando con ella. Para él fue motivante saber que, aún con sobrepeso y con las limitaciones que le provocaba el párkinson, podía llamar la atención de una mujer hermosa y 20 años menor que él.

Lo vieron salir de la fiesta con ella del brazo, pero antes, el anfitrión de la velada le dio el número telefónico de un empresario que lo quería ayudar.



 Adrián Hernández y sus amigos. Excesos y desatinos. Foto: Archivo familiar


Fue una noche que el chihuahuense interpretó como premonitoria. Varias veces contó a sus amigos que el reencuentro con Yuli y la expectativa de una ayuda inesperada lo hicieron desistir del suicidio.

Yuli regresó el domingo a Tuluá con la promesa de seguir en contacto. Al día siguiente, Adrián acudió a una cita en un café del centro comercial Unicentro con el empresario interesado en solidarizarse con él.

Don Alberto, como pidió el empresario que se le identificara en esta historia, había conocido a Adrián cuando éste accedió a recibirlo unos minutos en su época de presidente de Comcel. Y nunca olvidó esa deferencia.

–¿Qué necesita? –preguntó don Alberto a Adrián.

–Comer y vivir en algún sitio –respondió–. Mañana tengo que dejar el hotel que me pagó una amiga.

Don Alberto caminó hacia un cajero automático y retiró 1 millón de pesos colombianos, unos 500 dólares en esa fecha.

–Tenga esto mientras y en unos días mando por usted al hotel para llevarlo a otro lugar –le dijo.

El sábado 7 de junio de 2014, Camilo Beltrán, un joven empleado de confianza del empresario, pasó por Adrián al hotel del norte de la ciudad, pagó la cuenta pendiente y lo condujo a Quinta Hidalga, una casa de huéspedes de dos pisos con pequeños “aparta-estudios” (estudios con recámara y cocineta) amueblados que se rentan por temporadas.

El exejecutivo se acomodó en una habitación cuya mensualidad, de unos 600 dólares, fue pagada por su providencial protector.

Durante varios meses don Alberto se hizo cargo de la renta y los gastos de alimentación de Adrián. El contrato en la casa de huéspedes, ubicada en un barrio de clase media llamado Morato, quedó a nombre de Camilo, quien hizo una estrecha amistad con el exejecutivo mexicano.

Camilo se encargaba de los pagos, de estar pendiente de sus necesidades y de acompañarlo en su soledad. “Don Adrián era un hombre muy triste. Le dolía haber perdido a su familia y le dolía su situación”, recuerda.

Dentro de sus carencias, Adrián encontró estabilidad en Quinta Hidalga. Tenía techo, comida y nunca le faltaba su Jack Daniel’s. Por las mañanas salía a tocar puertas en las empresas vinculadas con el sector de las telecomunicaciones y a gestionar la venta de unas acciones que habían subsistido a la debacle financiera. José, un taxista de su confianza, era quien lo transportaba.

El subsidio de don Alberto lo completaba con los préstamos que a veces obtenía. Un publicista amigo que jamás hizo negocios con Comcel le facilitó 5 millones de pesos colombianos (2 mil 500 dólares).

Después del mediodía, almorzaba lo que él mismo preparaba en la cocineta. Por las tardes bebía whisky, escuchaba música romántica y chateaba por WhatsApp y por su cuenta de Facebook con sus viejas amistades, su familia y sus examantes.

Entre sus remanentes de exmillonario tenía una computadora Apple MacBook portátil en la que conservaba su música y los archivos de sus ocho años en Comcel. Frente a ese equipo, que posteriormente reemplazó por otro de última generación, pasaba horas consultando portales de noticias.

La rutina sedentaria y su gusto por las galletas integrales Tosh, que comía a toda hora, lo hicieron subir otra vez de peso. El volumen monumental de su barriga delataba los 115 kilos que llevaba a cuestas. La obesidad, el párkinson y una vieja adicción al cigarrillo lo convirtieron en un enfermo hundido en el sopor.

Pero aunque contaba con ese servicio, era un paciente indisciplinado y renuente a acatar los tratamientos. Y era, sobre todo, un hombre que había encontrado en sus apetitos mundanos una forma irrenunciable de vivir. Esa particularidad se convirtió en un punto de encuentro con Yuli.

Ella comenzó a visitarlo cada vez que viajaba a Bogotá y Adrián esperaba con emoción juvenil esos encuentros, que se prolongaban días. Al poco tiempo, la vivaz curvilínea estaba viviendo con él.

Flor María Ruiz Moreno, la empleada de servicio de la casa de huéspedes, dice que algunos días Yuli bebía alcohol desde la mañana, y que cuando Adrián salía a reuniones para atender sus asuntos, al regresar la encontraba perdida de borracha.

Eran una pareja vinculada por sus debilidades y desventuras. La relación era, para ambos, como un vendaval en el escozor de la carne viva. En sus borracheras él la trataba de “puta” y ella de “viejo putero (putañero)”.


 Con Yuli. Relación tormentosa. Foto: Archivo familiar

Regreso a México

Martha Imelda no encontró salidas en Colombia. Y mientras Adrián se sumía con Yuli en la borrasca de la seducción, ella optó por regresar a México con sus hijos. En la ciudad de Chihuahua quedaba una casa propia.

La partida definitiva de sus hijos a México hizo sentir a Adrián un aletazo de pavor. No sólo lo enfrentó al desafío ineludible de construir una vida para sí mismo en Colombia, sino a la certeza de la soledad. Yuli actuó en esos momentos como un sedante.

Ese mismo octubre de 2014 el exejecutivo concretó la venta de un paquete accionario que se hallaba enredado en un litigio. Por esa operación recibió 613 millones de pesos colombianos, unos 305 mil dólares.

Lo primero que hizo fue pagar todas las deudas que había contraído con sus amigos y conocidos. Empezó por reembolsarle a don Alberto la subvención de los últimos meses.

A finales de noviembre viajó a Miami a explorar un negocio para distribuir una marca de muebles modulares en Colombia. Le comentó a Camilo que en 2015 echaría a andar ese proyecto, pondría una fábrica de auténticas tortillas mexicanas e invertiría en un taller de confección de fajas.

Al regresar a Colombia se mudó con Yuli a un “aparta-estudio” más grande, de dos niveles, en el primer piso de Quinta Hidalga.

Además adquirió un iPhone 6 y una camioneta Volkswagen Crossfox nueva, que puso a nombre de Yuli. Evitaba tener propiedades y cuentas bancarias a su nombre pues sus deudas comerciales y fiscales lo hacían sujeto de embargo.

El dinero que había recibido en octubre lo manejaba en efectivo, en cheques de caja a su nombre y a través de una cuenta de ahorros de Yuli.

A mediados de diciembre viajó con ella a México. En Delicias se la presentó a su hermana mayor, Yolanda, a quien consideraba su segunda madre.

Ni su propia familia sabe si fue por prudencia, vergüenza o cobardía, pero Adrián fue incapaz de entregar personalmente a sus hijos unos regalos que les compró, entre ellos un cachorro husky siberiano para la pequeña Adriana. Esa tarea la delegó en su sobrina Íngrid Navarro Hernández.

De vuelta en Colombia, Adrián y Yuli pasaron unos días en Bogotá y de nuevo hicieron maletas. Viajaron a Tuluá en la Crossfox para pasar Navidad y Año Nuevo con la familia de ella.

Pero el itinerario del último mes comenzó a hacer estragos en Adrián. En medio de las celebraciones del Año Nuevo 2015, Yuli debió internarlo de urgencia en la Clínica San Francisco de Tuluá. Tenía insuficiencia respiratoria severa y un edema.

El 8 de enero fue informado por su hermana Yolanda de la muerte de su padre, don Abel. Horas después le dio un paro respiratorio que lo mantuvo 18 días en la Clínica Rey David, de Cali.

Lo dieron de alta a mediados de febrero y a finales de ese mes los dos regresaron a Bogotá, ella por carretera manejando el automóvil, y él en avión. Tomó un vuelo que haría una escala en la ciudad de Ibagué.

Aunque le dijo a Yuli que debía pasar un par de días en Ibagué para ver asuntos relacionados con su negocio de muebles, lo que en verdad tenía planeado era encontrarse con Ángela, un viejo amor de su época de presidente de Comcel.

El encuentro fue emocionante, cuenta ella, y quedaron de seguir en contacto.

De nuevo en Bogotá, Adrián y Yuli tenían días buenos, malos y regulares. Él la acusaba de perder el control cuando bebía y a ella le resultaba irritante que él pasara horas, en especial durante sus frecuentes noches de insomnio, chateando por Facebook y WhatsApp con otras mujeres.

Adrián negaba las acusaciones y aseguraba que lo que en realidad hacía mientras lograba conciliar el sueño era escribir su biografía en su nueva Apple MacBook Air portátil de 11 pulgadas. El otro equipo lo usaba para respaldar sus archivos.

Y era verdad que había comenzado a escribir su autobiografía. De la historia, en la que contaba pormenores de su niñez, su vida adulta, su paso por las empresas de Slim y su declive, supieron Yuli, Ángela, Camilo y su exguardaespaldas Óscar Rico, con quien se reunía frecuentemente.

El 2 de marzo recibió desde México una noticia fatal: su hermana Yolanda había muerto. Lloró y bebió whisky varios días, hasta una mañana que se levantó y dijo: “Es hora de ponerse a trabajar”.

Yuli, sin embargo, comentó a sus familiares que observaba a Adrián cada vez más irritable y agresivo. Después de un pleito, ella se fue a Tuluá. En su casa dijo que él la golpeó.

Eran finales de marzo y, ante la perspectiva de pasar solo la Semana Santa, Adrián invitó a Ángela a Bogotá.

Ella viajó desde Ibagué y pasaron varios días juntos en Quinta Hidalga, donde Adrián le pidió a su antigua enamorada darse una nueva oportunidad como pareja. “Yo le dije que sí, que lo intentáramos, porque me aseguró que ya había terminado con Yuli”, indica Ángela.

Mientras Yuli estaba en Tuluá y Ángela en Ibagué, Adrián se descomponía. Sus taxistas de cabecera, José y Luis Carlos, se encargaban de llevarle compañía, hasta tres prostitutas a la vez. El propietario de Quinta Hidalga, Bernardo Rozo, le llamó la atención. Le dijo que el lugar no era un hotel de paso.

Cuando estaba solo, invitaba a comer a su “aparta-estudio” a Flor, la empleada doméstica, a los taxistas José y Luis Carlos o a Bernardo. También a albañiles de construcciones cercanas que lo remitían a su niñez en Delicias.

Flor lo asistía en su enfermedad. Ella le ponía los zapatos y lo ayudaba a vestirse. También le cambiaba en el banco cheques de altos montos y le hacía mandados en la tienda del barrio. Por las noches lo ayudaba a acostarse y le ponía la mascarilla de oxígeno.

Yuli regresó a Quinta Hidalga a principios de mayo, pero una semana después volvió a marcharse a Tuluá, esta vez con la Crossfox, que legalmente era de su propiedad, y con 5 millones de pesos (unos 2 mil 150 dólares) en efectivo. Adrián, que estaba en la ciudad de Villavicencio, se enteró de que José, el taxista, le había ayudado a sacar el vehículo de un garaje cercano, a cambio de dinero. Se decía dolido por la “traición” de los dos.

En su enojo, Adrián subió a las redes sociales videos en los que aparecía Yuli desnuda y manteniendo relaciones sexuales con él.

Días después le pidió a Ángela, con quien intercambiaba mensajes de voz y texto todos los días, irse a vivir con él. “Necesito un motivo por el cual vivir”, le dijo.

Acordaron que Ángela dejaría su empleo el 18 de julio y que ese día Adrián iría por ella a Ibagué para traerla a Bogotá.



MUERTE SÚBITA

Su autobiografía iba tan adelantada que a lo largo de mayo dio entrevistas a los principales medios colombianos, desde la revista Semana hasta Blu Radio y Caracol Televisión. En ellas hizo referencia a su ascenso y caída como ejecutivo de Slim, a su vida de excesos y a su voluntad de salir adelante.

El 4 de junio acudió a una cita médica de rutina y a una consulta odontológica en la que le extrajeron una muela. Después del mediodía habló con Camilo, quien quedó de ir a almorzar tacos con él al día siguiente.

Por la tarde, salió con Luis Carlos al supermercado y regresó alrededor de las siete de la noche. Le comentó a Flor que ya se iba a acostar porque se sentía cansado. Y a Luis Carlos le pidió pasar el viernes a las ocho de la mañana por él, pues tenía otra cita médica.

El viernes 5 de junio Luis Carlos se presentó a la hora convenida en Quinta Hidalga. Golpeó la puerta, pero Adrián no abrió.

–Está dormido –le comentó a Flor–. Tóquele más fuerte.

Como no hubo respuesta, Flor, que tenía llaves de todos los departamentos, abrió la puerta. Cuando vio a Adrián recostado en su cama con el rostro blanquecino y sin su mascarilla de oxígeno, supo que estaba muerto.

Enseguida llamó al número de emergencias 123. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana.

Unos 15 minutos después se presentaron al lugar dos patrulleros de la Policía Nacional. Los agentes constataron que Adrián no tenía signos vitales y notificaron el hecho a la Fiscalía General de la Nación, que a su vez informó al consulado de México en Bogotá.

Cuando Bernardo se hizo presente en la casa de huéspedes, después del mediodía, ya estaban allí los médicos forenses Sandra Carolina Silva Puerto y Daniel Peña Ramírez, y la agente del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía, Oliva Gaspar Tobar.

La agente del CTI inspeccionó el departamento y los médicos forenses practicaron un examen físico al cuerpo. Flor y Bernardo les proporcionaron los documentos de Adrián y su historia clínica, que él guardaba en una carpeta.

Los forenses encontraron antecedentes de párkinson, hipotiroidismo, apnea del sueño, hipertensión arterial no controlada, dislipidemia (concentración de lípidos en la sangre) y obesidad mórbida.

De acuerdo con el informe, fechado el 5 de junio de 2015 y suscrito por el coordinador médico del grupo, Daniel Peña Ramírez, “no se evidencian en la escena signos de violencia” ni “signos de trauma y/o violencia” en el cuerpo.

La muerte de Adrián, señala el documento de tres páginas, fue “natural, ocasionada por sus múltiples comorbilidades (coexistencia de varias enfermedades) y su alto riesgo cardiovascular”.

Los médicos forenses estimaron que la muerte de Adrián se produjo entre las 11 de la noche del jueves y las dos de la mañana del viernes, y que fue producto de un paro cardiorrespiratorio.

“No fue envenenado”, comentó la doctora Silva Puerto.

Camilo regresó a la casa de huéspedes cuando Bernardo le avisó que si él no recibía el cadáver de su amigo, éste sería llevado al Instituto de Medicina Legal.

A la una de la tarde la noticia ya era conocida en toda Colombia. La radio, la televisión y los portales informativos le habían dado gran despliegue a la súbita muerte del ex presidente de Comcel “en una pensión triste y oscura”.

Mientras los peritos terminaban sus labores, Camilo permaneció en el departamento junto con Flor y Bernardo. Al hacer un recorrido por el lugar, se dio cuenta de que faltaban las dos computadoras Apple MacBook de Adrián.

Flor está segura de dos cosas: que esos equipos estaban allí el día previo al hallazgo del cadáver, y que ya habían desaparecido cuando ella ingresó al apartamento por primera vez el viernes 5 de junio.

A las 16:10 horas una carroza fúnebre se estacionó frente a Quinta Hidalga. Yuli estaba afuera pues Camilo y Bernardo le impidieron la entrada.

Su hijo Allen llegó de México esa noche y al día siguiente se presentó en la Quinta Hidalga. Entró por primera vez al sencillo departamento donde la muerte había sorprendido a su papá. Recuperó lo que pudo: dinero en efectivo, electrodomésticos, dos televisores, el iPhone 6 y baratijas, como un cochinito de barro que pintaba por las tardes el ex presidente de Comcel. Las computadoras nunca aparecieron.

Allen regresó a México con las cenizas de su padre y con la certeza de que la habitación del difunto había sido sometida a un pillaje quirúrgico entre la noche del jueves 4 y la mañana del viernes 5 de junio.

Para Óscar y Camilo fue descorazonador que el joven no hubiera presentado una denuncia en la Fiscalía. Sólo así podría iniciarse una investigación del robo y de las circunstancias de su muerte, pues el caso, judicialmente, está cerrado.

Pero ellos entienden los apremios de Allen y su familia por ponerle punto final al estremecedor desenlace de la vida de Adrián.

El sepelio del niño albañil que llegó a las alturas como ejecutivo de Slim y que terminó en la quiebra por cuenta de sus excesos fue el jueves 2 de julio en el cementerio municipal de Delicias, su ciudad natal.

Días después apareció otro presunto hijo de Adrián, de quien nada se sabía. Tiene 22 años y es muy parecido a él.

Martha Imelda decidió que las cenizas fueran depositadas junto a los restos de su hijo Aldros. Ella aspira a que allí haya quedado sepultada, también, toda esta historia.

“La vida y el tiempo de Adrián terminaron”, dice Martha Imelda del otro lado de la línea. “Lo conocí como estudiante, como profesional, como ejecutivo, como todo, y esto ya se los platiqué a mis hijos. Cuando las personas se van, únicamente hay que pedir en oración que estén en paz.”

(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ RAFAEL CRODA /16 DE OCTUBRE DE 2015) 

FOTO: PADRE SE BURLA DE LA FOTO CANDENTE QUE SU HIJA PUBLICÓ EN REDES SOCIALES


Estados Unidos.- En lugar de reconvenir a su hija por las fotos candentes que suele subir en las redes sociales, un padre preocupado hizo algo mucho más efectivo que la hará pensar dos veces antes de volver a compartir una imagen similar.

Una joven usuaria de Facebook subió una foto en la que se ven sus piernas parcialmente cubiertas por unas calcetas largas junto a una taza de café y una computadora portátil sobre la cama.

La sugestiva imagen fue vista por muchos de los amigos de la joven, pero también por su padre, quien decidió recrearla para burlarse de ella.


Foto: Excélsior

En la versión de su padre, en lugar de piernas de mujer, vemos las peludas extremidades del señor que buscaba darle una lección a su hija.

La imagen que se burla de la foto de la joven acabó volviéndose más popular, sumando más de 1.8 millones de vistas en todo internet, según el Huffington Post.

Probablemente, la hija de este hombre no volverá a compartir sus fotos sensuales de manera tan pública.


(ZÓCALO/ EXCÉLSIOR/ 19/10/2015 - 11:54 AM)