Fotos: Internet/Humberto Rodríguez
Bañuelos "La Rana"
Es una vieja treta de los
policías rufianes. Disimulan proteger a personas en peligro. Lo hacen tan bien
como si estuvieran dramatizando profesionalmente. Ya es normal. Reciben buena
paga en secreto y la consigna palabras más, palabras menos: “Tú dime a dónde
va, con quién y de qué platica”. Otros son más perversos. Desobedecen a sus
jefes o con sus jefes prefieren la dolarizada orden mafiosa: “Retiren la
guardia”. Y así quedan desprotegidos el, la o amenazados. Los dejan solitarios
como alma en pena y fácil blanco para amedrento, asalto o asesinato. Supe de
varios casos verídicos. Lo vi en dos que tres películas y otras tantas novelas.
Me tocó vivirlo una vez.
Pero la ficción y la realidad
son como túnel. Sólo tienen una salida: La inmediata muerte de los policías vendidos.
Es que ningún mafioso confía en guardianes traidores. Como no están bajo su
control las 24 horas, pueden recular y medir con la misma vara. Sobran capos o
funcionarios billetudos interesados.
A propósito: El señor
Licenciado Jorge Fonseca Carrillo no tiene un trabajo fácil. Desde 1997 es
fiscal especial en el caso Posadas y Ocampo en Jalisco. Por eso la Procuraduría
tapatía ordenó cuidarlo. Que siempre estuviera acompañado por un agente armado.
Era y es lógico el temor. Si los Arellano Félix y sus asociados son acusados,
podrían ordenar matarlo.
Fonseca sabe del riesgo y ha
tratado zafarse de la comisión. Pero en el ámbito judicial de Jalisco bien
sabido es: No quieren cambiarlo ni aceptan su renuncia. Es que nadie como él
conoce tanto sobre el asesinato del Cardenal. Además, se ha manejado alejado
del manipuleo y con pruebas legales de peso. Por eso más de diez arellanistas
fueron sentenciados a muchos años de prisión. Y cuando los procesaron surgieron
elementos suficientes para ordenar la aprehensión de Benjamín y Francisco
Javier. La de Ramón existió, pero naturalmente se desvaneció tras morir a
balazos en Mazatlán.
Aparte está encarcelado y
bajo proceso Humberto Rodríguez Bañuelos “La Rana”, notable colaborador de los
Arellano. Ya es historia cómo este hombre cambió de nombre y fue apresado en
Tijuana. Pero un agente estatal le reconoció y el Ejército verificó su
identidad. Por eso lo enviaron a Guadalajara, donde le reclamaba la justicia.
Total, nunca un fiscal logró sentencia para tantos cómplices de los Arellano
Félix. La gran mayoría afamados gatilleros del Barrio Logan de San Diego,
California. Sí. Todos fueron llevados a Guadalajara por Ramón en 1993.
Participaron en la balacera donde murió el Cardenal.
Algunos le llaman
coincidencia. Otros, eslabones perdidos. Pero como quieran titularles hay una
serie de hechos curiosos: Terminando octubre retiraron la escolta al señor
fiscal Fonseca. Con apenas días de diferencia Benjamín Arellano declaró al
periódico Frontera de Tijuana, su inocencia en el caso Posadas y Ocampo.
Afirmó: “Carpizo nos hizo famosos”.
Pero luego vino el hecho
estelar de este asunto: Sucedió el jueves 7 de noviembre. El señor Fonseca se
apersonó en la prisión de Puente Grande. También personal del Juzgado Cuarto de
lo Criminal. El Defensor de Oficio. Todos, para una diligencia especial:
Certificar cicatrices de “La Rana”. Un paso legal para su identificación. Al
certificarla simplemente se confirmará: 1.- Humberto Rodríguez Bañuelos estuvo
en Guadalajara para recibir a Ramón Arellano Félix y pistoleros en 1993. 2.-
Les equipó con armas y vehículos. 3.- Rescató del aeropuerto a Francisco Javier
Arellano Félix ocultándolo en algún lugar de Jalisco. 4.- Ramón viajó a Tijuana
después de asesinado el Cardenal. 5.- Inmediatamente se fue a Estados Unidos.
De una ciudad a otra. Guiado por dos jóvenes. Lo transportaron, escondieron y
ayudaron con el idioma que él no dominaba. Cruel, los mató al terminar el
viaje.
La identidad de “La Rana” es
clave. Se comprobará la participación de los Arellano en la balacera de 1993.
Por eso Rodríguez Bañuelos se encorajinó el 7 de noviembre. Aprovechó cuando le
facilitaron el bolígrafo para firmar sus declaraciones. Garabateó en la palma
de su mano derecha. No disimuló. Por eso los funcionarios le obligaron a
enseñar lo grabado. Irritado y molesto extendió el brazo y se leyó claramente:
“Jorge”. A un por qué contestó simplemente “…quería tener el nombre de su
acusador”: el fiscal Fonseca. Así está escrito en el acta 20/2001. Además, el
Secretario de Acuerdos Alejandro Guerra Espinosa apuntó cómo el acusado
“…mostró desde esos momentos una actitud agresiva”.
No hace falta imaginación
ante una fatal posibilidad. “La Rana” quiere ver muerto al fiscal. Ya. Sabe
bien: Si Fonseca lo identifica eso perjudicará y podría refundir a los
Arellano. Es fatal. Ni duda debe tener. Le cambiarían su celda por un descanso
en paz tres metros bajo tierra.
Humberto Rodríguez Bañuelos
“La Rana” es peligroso y desalmado. Cuando fue jefe de la Policía en Sinaloa,
ordenó asesinar a dos periodistas: El 16 de julio de 1987 a Sergio Galindo. Se
le atravesó cuando el reportero iba con su esposa. Le entregó una bala y le
dijo textualmente: “Mira Galindo. Esta es para ti y que conste. Te la estoy
entregando”. Y el 22 de febrero del 88 al maestro Manuel Burgueño. Mandó a sus
achichincles. Se metieron a la casa del periodista y lo balearon.
Inexplicablemente en Sinaloa no han reclamado al matón.
Las mujeres no lo querían por
gordo. De allí el apodo de “La Rana”. Entonces fue con el doctor Francisco Joel
Rubio Robles. Le pidió “…hágame una liposucción”. Inmediatamente el médico
desapareció la gordura. Su trabajo fue excelente y profesional. En lugar de
agradecerle “La Rana” lo mató. Seguramente recordó el viejo refrán de “…en boca
cerrada no entran moscas”.
Otro doctor fue señalado como
testigo del crimen: Manuel Jiménez del Toro. El 5 de noviembre fue llamado a
declarar. Llegó y sorprendió. Negó conocer a “La Rana”. Cercanos al caso
comentaron que “…segurito lo amenazaron” y hombres de “La Rana” le advirtieron
fuera del penal: Si testimoniaba le haría compañía al otro doctor.
Eso no es todo: El fiscal
Fonseca recibió dos avisos en marzo de este año. Uno: Subió a su auto después
de cumplir con asistir a la prisión de Puente Grande. Tomó la carretera a
Zapotlanejo. Se acercó otro carro y le obligó a salir del camino. Dos: Alguien
tiroteó el frente de su residencia particular. Inexplicablemente, la
Procuraduría General de Justicia en el Estado de Jalisco no descubrió nada. Ni
a los abusivos en la carretera y menos a los gatilleros.
Total, Fonseca ya pasó las
etapas “reglamentarias” de la venganza mafiosa. Sustos y amenazas. Por eso
sorprende que le hayan retirado la escolta. Lo dejaron solitario. Como en alma
en pena. Como tiro al blanco.
Tomado de la colección Dobleplana de
Jesús Blancornelas, publicado por última vez en octubre de 2002.