Imagínese Lector: Va en su
auto por la Avenida Reforma del Distrito Federal. Llega a la Glorieta de la
Independencia. Hace alto. Piensa: “Van a venir esos latosos limpia-brisas o a
venderme una máscara de Fox”. Pero no. Se le acerca un jovencito no mal
vestido. Trae una cachucha verde. En el frente, pegada, la imitación en
plástico de hojitas de marihuana. Baja Usted el vidrio de la portezuela.
“Jefe”, le dice el adolescente al momento que con delicadeza le da una cariñosa
chupadita a su carrujo. Luego el “golpe” y enseguida el hablar forzado, hacia
adentro, para no dejar escapar el humo: “Esssshh dddde laaaa buuuuena.
¡Pruébela!”. Le extiende el brazo aprisionando entre su pulgar e índice el
cigarrito prendido. Lo siente Usted cerca de sus narices, de su boca. Voltea
para todos lados. En la esquina está un policía. “No se fije, patroncito. Ya le
dimos lo suyo. No la hará de tos”.
Sigue teniendo el carrujo
cerca de su boca ofrecido por el chavo. Usted hace para atrás la cabeza. Sube
la barbilla como si el agua le llegara al cuello. Mira hacia abajo el retorcido
cigarrillo pensando para sus adentros: “No. En público no me voy a dar un
toque”. Y entonces elige como de rayo diciéndole al jovencito: “Mejor dame uno”
y “¿cuánto es?”. Escucha “cien”. Lo siente como un gancho para regatear: “No.
Te doy 50”. Sonriendo el vendedor sentencia: “Ni para Usted ni para mí,
jefecito. 75 y a’i muere”. Saca Usted un billete de a cien. Recibe el
enrollado. Los dos embolsan lo recibido. El vendedor hunde su mano en el
pantalón buscando la feria. Prende el verde del semáforo.
El policía pega un silbatazo
más escalofriante que cuando el árbitro marca penalty. Ni modo. Mete Usted
drive si su carro es automático o primera si no le alcanzó para comprar “este
de velocidades cada vez más latoso”. Duda en arrancar esperando la feria.
Suenan los claxonazos y el silbato del gendarme. Arranca. Ni modo. El chavalo
se quedó con los cien pesos. Si no trae carro sube a un taxi. En el respaldo
del conductor hay una leyenda enmicada impresa con letras rojas y negras sobre
un fondo amarillo. “Cigarrillos de marihuana a cien pesos. Haga más placentero
su viaje. Ahora sí goce los embotellamientos y plantones”.
Otra vez imagínese de viaje
en León, Guanajuato. Afuera de la Plaza del Zapato como si fueran delanteros
panzas-verdes, aparecen los vendedores de marihuana. Le muestran una bolsita de
plástico. Cuatro pulgadas por cuatro y cierre mágico. “Le sale más barato que
comprar por pieza”, alega el de la oferta. Sigamos con la suposición: Llega a
Hermosillo, va a comprar machaca o “coyotas” a Villa de Seris. Cerca de los
expendios tradicionales, hay quien ya se las vende con su marihuana incluida.
“Es más sabrosa y hasta nutritiva”, anuncian en voz alta como tirando un
anzuelo. En Chihuahua, turisteando, le entra la curiosidad cuando pasa frente a
Palacio. “Vamos a ver dónde tirotearon al Gobernador”. Antes de entrar, adultos
bien vestidos le ofrecen desde un carrujo, bolsa de 250 gramos o un
“ladrillito” de a kilo. Mandil verde colgando del cuello y amarrado por la
cintura trae un logo amarillo con letras anaranjadas: “Producto legítimo.
Cártel de Juárez”. Son los mismos que andan caminando entre la “cola” de autos
en Ciudad Juárez cuando se dirigen a El Paso, Texas.
Más escenarios ficticios: En
Cancún se acabaron los “spring-break”. Pero como nunca, hay más jóvenes
estadounidenses. Casi no se puede caminar en esta hermosa zona caribeña. Ahora
son “mota-spring-break”. En Acapulco, los hoteles de cinco estrellas decidieron
colocar un par de carrujos gratis en la mesa junto al balcón donde se mira toda
la bahía o en la de centro. Están junto a la canasta con frutas en señal de bienvenida.
En Vallarta es diferente. Ya no circulan entre turistas los cupones buenos por
una “margarita” de cortesía. Ahora es válido por 50 gramos de marihuana y un
sobrecito de 100 si prolonga su estancia dos noches más. En Guadalajara es más
fácil encontrar la droga que un boleto de reventa para el Chivas-América.
Ahora que si les gusta la
nieve de coco, mango y otros exquisitos sabores, la mejor es en Mérida bajo los
arcos y a un paso de Palacio de Gobierno. Chaparritas que allí y antes vendían
abanicos de madera aromatizada en simpáticas cajitas con tapa corrediza de
vidrio, ahora las traen con carrujos o, si lo desea el cliente, nada más con la
hierba. Y si le encantan las nieves de tequila, jamoncillo, aguacate o
frijoles, nunca faltan en la plaza principal de Dolores Hidalgo. Cerquita de
allí está el tianguis. Imagínese: Montoncitos de marihuana sobre una colorida
tela tendida en el piso. “Lléveselos patroncito –dice una chamaca– a 200 cada
uno”. Si pasa por Guanajuato, los muchachitos que le sueltan una letanía para
mostrarle las momias le agregan: “Y si quiere marihuana, vaya a esa casa,
pregunte por Serapio y le dice que lo mandó Basilio”.
Ah, y en Puebla, sigamos con
la imaginación. Después de esperar mesa para un buen mole y luego ir a comprar camotes
y “borrachitos”, abundan vendedores de marihuana en el camino. Uno de ellos
dice que “con ésta se ve mejor a Don Goyo, el Popo”. En Morelia es un encanto
saborear cafecito bajo los arcos, frente al jardín y cerca de Catedral. No
faltarían las ofertas de hierba yendo de una mesa a otra. Los aromas, bebida y
marihuana, se mezclan inconfundibles. En Aguascalientes ni se diga. Imagínese
la Feria de San Marcos. O en Veracruz bailando danzón después de tres que
cuatro toques hasta parece que anda en el espacio. Suavecito. En Los Mochis los
turistas antes de llegar al Santa Anita ya estarían bien surtidos. No se diga
en el malecón de Mazatlán. Con camaroncitos y toda la cosa. Badiraguato se
convertiría en una gran atracción turística mundial. Habría un museo de los
grandes capos. Hasta venderían pomitos de marihuana con alcohol para la maldita
reuma.
¿Se imagina en Polanco?
Carritos como de paleteros, con su campanilla que despertaría las exclamaciones
a los que atiborran cafeterías y restaurantes-bar: “A’i viene la marihuana”,
mientras otra voz resonaría: “Yo mejor espero al de la cocaína”. ¿Y Zacatecas?
Seguro que antes de visitar las famosas minas o saliendo de ellas escucharía
las ofertas de droga acompañadas de un buen vino tinto especialidad de la ciudad.
También los encontraría en el Cerro de la Bufa o si está haciendo línea para
treparse al teleférico. Frente a la Catedral de Oaxaca, donde venden tan
sabroso pan, o en la plaza, cerca de los puestos de vestidos bordados y la
fuente donde las gardenias flotan no podía faltar “…aquí está su coca de
Colombia, de la buena, legítima”. A la entrada de Monte Albán le venderían
morralitos de estambre arco-iris con hierba, boquillas de piedra y pincitas
chapeadas en oro para sostener el carrujo.
Ahora imagínese la frontera
norte. Un gran negocio para vender droga: Tijuana, Mexicali, Tecate, San Luis
Río Colorado, Nogales, Naco, Ciudad Juárez, Chihuahua, Nuevo Laredo y demás
ciudades. Siempre estarían llenas de estadounidenses. Aunque en su tierra
tienen muchas facilidades para comprarla y consumirla, acá se las darían más
barata. La Procuraduría General de la República se convertiría en “changarro”.
Desaparecería el delito de siembra, posesión, transporte, venta y consumo de
drogas. Y con ello la Fiscalía Especializada de Atención a Delitos contra la
Salud (FEADS), el Instituto Nacional de Combate a las Drogas (INCD) y la Unidad
Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO). Ya no perseguirían a
los vendedores afuera de las escuelas. Al contrario, en las librerías con cada
ejemplar le regalarían un carrujo.
Todo esto imaginario creo que
sería poco frente a la realidad si en México se legalizara el comercio de la
droga. Hace tiempo lo propuso el brillante escritor Carlos Fuentes. Luego lo
declaró un funcionario de la Federal Preventiva. Y se les sumó el baleado
Gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez. Estoy seguro que si se aprobara
crecería el narcotráfico y aumentaría la corrupción. Saldríamos perdiendo. La
droga subiría de precio aunque siendo ya comercial debo reconocer que de cuando
en vez habría baratas. Los cárteles se convertirían en poderosas empresas. A lo
mejor cotizaban en la Bolsa de Valores o patrocinaban un equipo de futbol. El
goce temporal del consumo o el vicio provocaría más crímenes, robos,
violaciones, accidentes y hasta suicidios. Pero hay alguien que estaría muy
contento: Don Francisco Gil Díaz, nuestro Secretario de Hacienda. Les aplicaría
el IVA de volada.
Escrito tomado de la colección
“Dobleplana” y publicado por última vez en septiembre de 2015, propiedad de
Jesús Blancornelas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario