jueves, 9 de agosto de 2018

CONFESIONES DE UN ENFERMERO DEL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DE SALTILLO



Del grillete a las pastillas, un recorrido por las enfermedades mentales en Saltillo

Por: Jesús Peña
Fotos: Luis Castrejón
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Marco Vinicio Ramírez

Quién sabe de dónde agarraría ese delirio, porque su expediente, rescatado del archivo del Centro Estatal de Salud Mental (Cesame), no habla de eso. 

Lo que sí dice es que en 1980 ingresó al antiguo Hospital Psiquiátrico de las calles de Madero y Murguía, en el centro, diciendo que era Kalimán, que era millonario y tenía superpoderes conferidos por los dioses.

Contaba con 13 años cuando su madre y sus hermanas lo trajeron a internar por primera vez a este nosocomio, en los tiempos en que en Saltillo no existía una cultura de la salud mental y los pacientes, catalogados como “loquitos”, eran encerrados en cuartos aparte o amarrados con cadenas a la cama o al árbol del patio trasero de la casa.

Él era apenas el expediente número 35, de los 20 mil 324 que hoy reposan en el archivo del Cesame.

Lo trajeron –según se lee en su historia clínica– porque empezó a no querer dormir en las noches, lo que en  la jerga de los psicólogos es algo así como “que se volteó el ciclo del sueño”.

Lo trajeron también porque empezó a no querer bañarse, a vagar sin rumbo por las calles de la ciudad y a ponerse agresivo con sus familiares y vecinos.

“(…) conducta agresiva contra familiares y vecinos, deambulando sin rumbo determinado, con errores de juicio y de conducta, como intentar detener el tráfico de vehículos, lo anterior con deterioro verbal (…)”, consigna el documento.

Cuando eso se le volvió rutina y la familia se desgastó, se hartó de sus disparates, lo llevaron a internar.

Fue diagnosticado por los médicos  con esquizofrenia paranoide, una alteración que tiene que ver con el contenido del pensamiento, con ideas delirantes o fuera de la realidad.

“Por ejemplo ideas de persecución, de que alguien los vigila, que alguien les quiere hacer daño, de que los medios electrónicos, la televisión o el radio, hablan directamente hacia ellos. Se llama inserción de pensamiento, que algo mete una idea en su cabeza. Y todo esto es una alteración en el contacto con la realidad. También pueden llegar a tener alucinaciones, las más comunes son las visuales y auditivas. Voces que les hablan, que les dicen qué hacer o que les ordenen una serie de cosas y esto influye en el comportamiento de una persona con esquizofrenia, que puede llegar a ser errático o muy extraño para la gente…”, dice la psiquiatra  Mariana Ibarra González, subdirectora médica del hospital.

Eso era más o menos lo que tenía el Kalimán,  a la postre técnico en máquinas y herramientas, egresado del Tec Saltillo.

Su primera crisis, dijo su madre a los psicólogos, se presentó inexplicablemente cuando él tenía 13 años, después de haber sido un niño estudioso y tranquilo.



La mitad de una vida. El enfermero en jefe Gerardo de Jesús Ramos, de 55 años, cumplió 29 años de trabajar en el Cesame, tiempo suficiente para conocer las afecciones mentales de la región.

“(…) se aisló, ahogó a un perro y estuvo agresivo, dejando de alimentarse y con problemas de insomnio y desaliño”, se lee en su historia clínica.

El Kalimán había pasado a formar parte de ese uno por ciento de los humanos en el mundo que padece esquizofrenia, unos 70 millones de personas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Sumergido en su delirio, el adolescente se presentó a sí mismo, desde el primer día, con un adjetivo extraordinario que impresionó a todo el personal del psiquiátrico: era el Kalimán, pero no cualquiera, sino el de Lujo.

Así se describía el Kalimán, según obra en su expediente:

“Yo no estoy loco, vendo globos, soy policía, maté al diablo, tengo poderes, leo la mente, me saqué la lotería, mato fantasmas, (…) soy el Kalimán de Lujo”.

En ese tiempo, principio de los ochenta, estaba de moda en la ciudad la radionovela y la historieta de Kalimán, “el hombre increíble”, que se peleaba con los malos y ganaba siempre.

A más de uno en el psiquiátrico le causó hilaridad el mote y la personalidad de aquel extrovertido puberto, pero el enfermero Gerardo de Jesús Ramos Solís, y el resto de sus compañeros, prefirieron llamarlo por su nombre para evitar engordar más sus delirios de grandeza.

“Andaba alucinado el cuete. De repente sacaba sus palabrillas ‘quien domina la mente, lo domina todo’”, dice Gerardo.

Y pinta al Kalimán como un hombre moreno, alto, delgado pero muy correoso, de cejas y bigote poblados.

A base de antipsicóticos y de terapia psicológica aplicados durante más de 30 años, lograron que el Kalimán dejara su mundo de fantasías y retornara a la realidad.

“El paciente seguido caía en el hospital –cuenta en el enfermero–. Una vez hablamos con los hermanos y les dijimos que no lo descuidaran y ahorita tiene como unos cuatro años que no cae internado. Viene a consulta bien bañado, bien arreglado, perfumadillo y toda la onda, y dice ‘me estoy tomando el medicamento’”.



Cuidado de calidad. En el Cesame ya hay salas con clima y camas de hospital, duchas con agua caliente, guantes, jabón, medicamentos antipsicóticos, más enfermeros.

Ahora Kalimán se dedica a vender globos en la Alameda y la plaza, el oficio que heredó de su padre. También vende cobertores, vajillas  y vaporeras en abonos, casa por casa.

“Hace como unos ocho o nueve años estábamos mis chavillos y yo en la Alameda cenando hotdogs con tocinito y pasó el Kalimán; le piché un hotdog, una coca  y él le regaló un globo a cada uno de mis hijos. Le decía yo que no, y decía: ‘es que tú ya me pichaste los hotdogs’. Fueron como tres veces las que lo vimos”, dice Gerardo, rememorando uno de los encuentros.

Por las manazas de este enfermero de 55 años, 1.90 metros de altura y 110 kilos de peso, han pasado miles de pacientes. El 3 de mayo cumplió 29 años de laborar en el Cesame, suficientes para que su cabeza lampiña y lustrosa contenga uno de los registros más tangibles sobre las afecciones mentales de la región.

No sólo se sabe de memoria la biografía clínica del Kalimán de Lujo y la de los 41 pacientes (24 hombres, 12 mujeres y 5 niños) que hasta hace unos días ocupaban los pabellones del psiquiátrico, sino los de quienes lo habitaron temporalmente desde la década de los ochenta, cuando la ciudad no pasaba de ser un rancho grande a los ojos de los forasteros, y distaba de la modernidad de hoy.

El Cesame de Saltillo es uno de tres hospitales psiquiátricos que operan en Coahuila. Hay otro en Torreón y uno más en Parras de la Fuente. Una infraestructura insuficiente para atender a unos 20 mil individuos en la zona que, como el Kalimán de Lujo, padecen de esquizofrenia paranoide, de acuerdo con datos de la OMS. Y la de otros tantos de quienes no hay registro, que existen sin diagnóstico preciso.

HISTORIAS DE SALVAJISMO

En los registros del Centro Estatal de Salud Mental (Cesame), actualizados hasta  junio, las 10 patologías más comunes que muestra la condición del nuevo abanico de enfermedades mentales, no sólo en Coahuila sino en el mundo, son:

El episodio depresivo, trastorno de ansiedad, esquizofrenia, trastornos hiperquinéticos (hiperactividad, déficit de atención e impulsividad), trastorno mental por lesión o disfunción cerebral, trastorno bipolar, trastorno mental por consumo de psicotrópicos, trastorno depresivo recurrente, retraso mental o discapacidad intelectual y trastorno de personalidad.

Es posible que más de uno de dichos padecimientos suene familiar. Pero esta identificación sucede desde hace muy poco.

En otros tiempos las personas que padecían un mal de la mente eran torturadas o de plano llevadas a la hoguera.

La doctora Mariana Ibarra, subdirectora del Cesame, echa luz sobre este asunto y explica que hay momentos históricos bastante turbios en los que se da cuenta de la salud mental.

Por ejemplo en la Edad Media –a diferencia de la Grecia antigua en donde a los pacientes se les trataba con dignidad, tocándoles música,  bañándolos como en un spa–  se les consideraba como poseídos por el demonio.

Si al Kalimán de Lujo le hubiera tocado vivir en aquellas épocas, hubiera estado condenado al encierro perpetuo o, lo que es peor, a morir achicharrado.

“En el Renacimiento se hizo un cambio más humanista, los pacientes fueron tratados con menos agresividad, pero se les relegó”, prosigue la doctora Mariana.



Derrumbar prejuicios. Es un mito que los pacientes con esquizofrenia sean proclives a la violencia o potenciales asesinos, aclara la subdirectora médica del Cesame, Mariana Ibarra.

Durante los siglos 17 y 18 se dio el surgimiento de los hospitales psiquiátricos, que no eran otra cosa –expone la doctora Ibarra– que algo así como centros de reclusión en los que los pacientes jamás veían la luz del día, estaban aislados e incomunicados sin posibilidad de salir, no recibían tratamiento alguno y eran sometidos a baños fríos y otros métodos que hoy se catalogarían como tortura.

El cambio de paradigma, dice Ibarra, empieza más o menos en el siglo 19 con el desarrollo de estudios más exactos sobre la salud mental.

Sigmund Freud (1856-1939) y sus sucesores comenzaron a buscar la manera de tratar la mente, más allá de sólo confinar a los pacientes para observarlos.

La evolución en el pronóstico de la salud mental, sin embargo, se remonta a 1950 con la llegada de los medicamentos, sobre todo los antipsicóticos, esos que han permitido que el Kalimán de Lujo haya sanado.

“Antes si tenías un trastorno psicótico, no había nada que te pudieran dar para que se te quitara”, dice Ibarra.

Pero los más grandes avances ocurrieron en los noventa y principios del siglo, con la creación de nuevos medicamentos y mejores pronósticos de la salud mental, como por ejemplo, para enfermedades típicamente crónicas como trastorno bipolar y esquizofrenia.

“El deterioro ya no es tan rápido ni tan agresivo como en otros años”, explica la subdirectora del Cesame. “Ahorita se le toma mucho más en serio, a diferencia de siglos anteriores o años anteriores, en que la gente era considerada como ciudadano de segunda y sujetos a numerosas violaciones de sus derechos humanos y de la dignidad básica”.

A la mayoría de las persona esta explicación médica podría no interesarles, pero a Gerardo de Jesús Ramos Solís, el enfermero en jefe con más años de experiencia del Centro Estatal de Salud Mental, le cambió por completo su ejercicio profesional.

VIAJE A OTROS MUNDOS

Sería imposible recodar, dice, todas las historias que ha conocido en casi 30 años ininterrumpidos de trabajo, más de la mitad de su vida.

Pero hay una que invariablemente platica cuando alguien le pide abrir el diario escrito en las páginas de su memoria.

Es la de un paciente que llegó de Castaños, Coahuila, y que aseguraba ser, nada más y nada menos, que el hijo de Pedro Infante.

El enfermero lo describe como un joven de unos 25 o 26 años, “de esos pelaos rancheros, fuertes. Te aseguraba y te decía que él era el hijo de Pedro Infante y si lo contradecías, ¡no pa qué quieres!, se enojaba, se encabronaba, empezaba de que: ‘yo soy el hijo de Pedro Infante y todos me la pelan aquí’. Se ponía al brinco y empezaba a tirar golpes”.



Tratamiento. Quienes tenían algún tipo de trastorno mental eran casi invisibles para la sociedad y el sistema sanitario mismo, pero ahora se busca reintegrarlos a una vida cotidiana.

Fue uno de los primeros pacientes que ocuparon un pabellón en el viejo hospital psiquiátrico, fundado en 1972 justo en la esquina de las céntricas calles de Madero y Murguía.

Su expediente está perdido junto con otros miles en el archivo muerto de la institución. Gerardo sólo alcanzó a rescatar de algún empolvado casillero de su cerebro lo que contaban los familiares de este personaje.

“Decían que desde que estaba en secundaria se la vivía viendo películas y oyendo música de Pedro Infante hasta las 4:00 o 5:00 de la mañana. Por eso se le fue quedando ese delirio. Hay pacientes que se obsesionan tanto…  Se sabía todas las canciones de Pedro Infante: ‘Amorcito Corazón’…

Tenía identificadas todas las películas, la de ‘Pepe el Toro…’, se las sabía de cabo a rabo”, dice Gerardo.

Lo mismo que el Kalimán de Lujo, el muchacho aquel padecía esquizofrenia paranoide, trastorno que dentro de la consulta de psiquiatría en adultos del Cesame representa el 12.9 por ciento, respecto de las otras afecciones.

Desde que el tipo arrancherado y fortachón ingresó al área de internamiento, los filmes y canciones del ídolo de Guamúchil  fueron vetados por los médicos del hospital, a fin de evitar acentuarle su arraigado delirio.

Los reingresos de este paciente al nosocomio se tornaron cada vez más frecuentes, tanto que no sería una exageración decir que ya formaba parte del inventario.

Cuando conseguían calmarlo a base de antipsicóticos y terapias psicológicas, salía de su mundo y regresaba a la realidad con su nombre y personalidad auténticos.

“Ya cuando se iba de aquí le preguntabas, ¿cómo te llamas? Y contestaba: ‘fulano de tal’. Ya lo de Pedro Infante se le iba”. 

Cierto día Gerardo volvió a experimentar esa angustia que sentía cada vez que un paciente nuevo, desconocido, caía al psiquiátrico.

“Los que no conoces te dan miedo porque no sabes cómo van a reaccionar. Inclusive con 29 años de experiencia a mí me da miedo manejar a ese tipo de pacientes porque son impredecibles”, confiesa.

Habían trasladado del penal de Torreón a un señor acusado de asesinar con unas tijeras a su abuelita, después a un primo y luego a una vecina. Todo porque una máquina que, según él tenía metida en su cabeza, se lo había ordenado.

“¡Mátalo, mátalo!, porque si no lo matas te va a matar él a ti”, dice que le decía.



Medicamentos. El uso de antipsicóticos calma a los enfermos que llegan agresivos, a quienes antes se les ponía grilletes, sin que nadie se escandalizara por eso.

“Oyen la voz como tal, así como me oyes que te estoy hablando, ellos la oyen”, dice Gerardo.

Eso sucedió en un año impreciso para el enfermero, en 1992 o 1993.

El homicida, que era vigilado las 24 horas por un celador, padecía también esquizofrenia paranoide.

Era un obrero alcohólico de unos 50 o 52 años, más bien chaparro, fornido, atezado, bigotón. Nunca sonreía y tenía la mirada fría, de esas miradas que intimidan a cualquiera y hacen bajar la vista, según el enfermero.

“Me daba miedo por lo que decía el cuate. Cuando platicaba con él, le hacía yo la broma de: ‘Oye, no vaya a decir la maquinita que golpeé al enfermero’. Y él decía: ‘No, no, no usted no se apure’. Después agarré la onda y dije: ‘No, me va pegar, ya no le digo nada porque no se vaya a enojar y le diga la máquina que me mate; mata al enfermero’. Yo le decía en broma a ver si se reía. Pero no: el cuate seco, seco, seco”.

Gerardo se impresionó la vez que vio los brazos del hombre con más de 50 cicatrices hechas a punta de navaja. La máquina le ordenaba seguido que se autoflagelara.

“Andaba todo tasajeado, porque la máquina le decía que se hiciera daño”, relata Gerardo aún con resabios de asombro.

Al cabo de cuatro años de internamiento, el chavo de la máquina, como le llamaba en secreto el personal de enfermería, fue dado de alta y devuelto a la prisión de Torreón.

Gerardo jamás volvió a saber de él, pero lo recuerda como uno de los casos que más le impactaron en casi tres décadas de servicio.

Mariana Ibarra, la subdirectora médico del Cesame, aclara, sin embargo, que es un mito que los pacientes con esquizofrenia sean proclives a la violencia, o potenciales asesinos.

“No es más prominente en la población con esquizofrenia que en la sin ella”, afirma.




LA AMENAZA DE LOS TIEMPOS

A mediodía en la Alameda se observan grupos de estudiantes con uniforme de secundaria, que pasean entre los jardines después de haber terminado el ciclo escolar.

Parecen muchachos despreocupados y felices. Pero quizá alguno de ellos vive en su infierno.

Ibarra dice que los trastornos depresivos y de ansiedad están asociados a estresores de la vida diaria, como la sobrecarga de trabajo, los problemas familiares, personales, sentimentales. Dichos factores provocan que los síntomas de los males psiquiátricos se presenten o se agraven. Y un entorno de pobreza y de violencia origina problemas de conducta en los niños y adolescentes que viven allí.

“Ellos aprenden, en este ambiente violento, que la forma de conducirse es la violencia, que la forma de sobrevivir es agrediendo a otros y eso también les crea mucha angustia en algunos casos”.



CAMBIOS. En otros tiempos las personas que padecían un mal de la mente eran torturadas o de plano llevadas a la hoguera.

EL ALIENISTA

La imagen más nítida que guarda Gerardo de su infancia es la de él y sus tres hermanos llenando baños de 40 y 50 kilos con las uvas que les regalaban los choferes de los torton Dina, de la empresa Pedro Domecq, que llegaban de Parras y aparcaban con las tolvas rebosantes en la gasolinera de la colonia Panteones, su barrio.

“Eran góndolas grandísimas de pura uva y venían hasta arriba, bien bonitas las uvas, una uva grandota, morada. Decían los choferes: ‘quítenle toda la uva de arriba porque le voy a poner una lona al camión, voy hasta México y prefiero que se la queden ustedes a que se tire en la carretera’”, recuerda Gerardo con la emoción de quien revive su historia.

Entonces él y sus hermanos empacaban las uvas en bolsas y luego iban a venderlas por las calles a cinco pesos el kilo, y la gente les compraba.

Las vacaciones de verano de Gerardo y tres sus hermanos no eran en alguna playa del caribe, sino en la casa familiar, comiendo uvas hasta saciarse.

Desde la infancia, Gerardo manifestaba su gran espíritu inquieto.

Trabajaba cuidando coches, vendiendo cañas de azúcar, cargando baldes con agua y repintando las inscripciones de las tumbas en el viejo panteón que estaba cerca de su casa, cuando los deudos acudían a honrar a sus muertos.

Una especie de milusos en miniatura, versión saltillense.

Pero el hecho que sin duda significó un parteaguas en la vida de Gerardo fue el descubrimiento de que a él no le asustaba la sangre.

“Que se caía un compañerito y se lastimaba, muchos: ¡ay que la sangre! Yo no”.



Historias. Al Cesame llegan pacientes con trastornos diversos, incluso unos cuyo diagnóstico no es preciso, desde adolescentes hasta adultos mayores.

En ese tiempo el chaval rondaba los 6 o 7 años. Después, a los 15, era alumno regular de la Escuela de Estudios Técnicos de Enfermería, una de las instituciones con más tradición en la localidad. Desde entonces había alcanzado los 1.90 metros, pesaba unos 88 kilos y tenía los brazos moldeados por el gimnasio de la vida.

A menudo Gerardo se soñaba enfundado en una inmaculada bata de médico, corriendo de aquí para allá por el área de urgencias o de cuidados intensivos de algún hospital, como quien de niño sueña con ser bombero, policía o astronauta.

El padre era el típico obrero saltillense que había entregado los mejores años de su vida a la International Harvester y luego a la General Motors, cuando aquella cerró sus puertas.

La madre fue una secretaria que después de casarse y de que nacieran Gerardo y sus hermanos, renunció a su empleo en un negocio de camiones y maquinaria.

Era la época en la que las mujeres casadas no trabajaban. Se quedaban al cuidado de la casa, los hijos, el marido, el perro.

El dinero escaseaba, así es que Gerardo tuvo que conformarse, por consejo de su padre, con estudiar para enfermero técnico, algo más o menos parecido a la medicina, pero más barato.

Gerardo se había habituado a asistir por las noches a la escuela de enfermería y por el día a laborar en una agencia automotriz, donde ayudaba a bajar los carros de las madrinas y a tenerlos listos para cuando se vendieran.

Mientras los chicos de su edad –tenía entonces 22 años– se iban de rumba los fines de semana, el aprendiz de enfermero la pasaba encerrado en los hospitales, primero en el 2 del Seguro Social y más tarde en el Universitario, acumulado horas de práctica.

Hasta que un día la jefa de enfermeras del entonces Centro Médico Psiquiátrico de Saltillo, que a la sazón dependía del DIF, le ofreció trabajar ahí, por su estatura, dice Gerardo.

Al principio a Gerardo no le gustó la idea. Lo que a él le fascinaba era ver llegar las ambulancias con heridos, bajarlos, atenderlos y estar al pendiente de ellos.



INDIFERENCIA SOCIAL. Desde de sus primeros días en el psiquiátrico, Gerardo palpó el abandono en que las familias, y acaso el aparato de salud, tenían sumidos a los enfermos mentales.

 “Me fascina el área de urgencias, de terapia intensiva de los hospitales. Me fascinan los accidentes, no que sucedan, sino ver gente llegar al hospital, me gustaba ver sangre…”.

Nadie lo creería si viera las fotos del álbum familiar donde aparece Gerardo de bebé recostado en la cama, cargado en los brazos de su abuela y jugando en la bañera con su patito de hule.

“Me rentaba para niño Dios”, bromea.

Al fin, y sin pensársela demasiado, el enfermero aceptó el empleo.

Era 1988, y lo que Gerardo vivió en aquel sanatorio nada tiene que ver con el estereotipo del hospital psiquiátrico y sus habitantes  impuesto por las películas y novelas gringas de suspenso.

A Gerardo le tocó vivir una realidad que pocos conocen, en una época en la que las personas que sufrían algún tipo de trastorno mental eran casi invisibles para la sociedad y el sistema sanitario mismo.

Aquel era el clásico nosocomio  deprimente, montado en un vetusto edificio del centro que antaño había funcionado como oficinas de Gobierno.

Sus salas eran algo así como bodegas sin aire acondicionado ni camas hospitalarias.

“No podías poner un ventilador, no era factible porque al rato te iban a agarrar los pacientes y te lo iban a aventar en la cabeza. La mayoría de las camas eran como de albergue: chicas, cuadraditas, no tenían tambor, sino bases madera”, recuerda.

Las duchas no tenían agua caliente y todas las noches, al comenzar su turno, Gerardo y sus compañeros de guardia tenían que llenar de agua dos cubetas de 20 litros y calentarlas a fuego lento en una estufa.

 A mí me sigue fascinando. Todas las mañanas me levanto con la idea de venir a trabajar con ganas”

DICE GERARDO CON 29 AÑOS DE TRABAJANDO COMO ENFERMERO EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO.

A la mañana siguiente las vaciaban en dos toneles de 200 litros con agua fría y repartían de a cubeta por paciente para que se bañaran.

A falta de medicamentos antipsicóticos suficientes para calmar a los enfermos que llegaban agresivos, se usaban grilletes, sin que nadie se escandalizara por eso.

“Llegaban pacientes muy violentos, tirando golpes, se te ponían enfrente y ‘a ver, cuántos son, quién es el bueno, quién le va a entrar primero’. Y batallábamos bastante para someterlos.

Duraban hasta 24 o  48 horas bien sicóticos, gritaban, te la rayaban.

El paciente psiquiátrico a veces te confunde con un diablo, entonces se asusta, te tira golpes y te tira golpes a darte bien. Te puede llegar a matar si te dejas o si no te lo quitan, porque es mucha la fuerza que trae”, dice Gerardo.

El enfermero ganaba entonces 150 pesos por quincena. No sabe bien a cuánto equivaldría, si lo pusiera en moneda actual, pero no era mucho, dice, tomando en cuenta el estrés, el desgaste mental y físico que implica trabajar en un hospital como ese.

“Mucho desertaban, decían ‘¿pa qué? Me andan rompiendo la cara, la cabeza, un brazo, por lo que me pagan, pos… no, no’. Se necesita tener mucha vocación”.

No era raro que al sanatorio llegaran pacientes karatecas, policías, boxeadores. Entonces Gerardo pensaba: ¿cómo iba a hacer para someter a un federal de caminos agresivo que había ingresado por adicción a las drogas y estaba preparado en el uso de armas y defensa personal, si él era sólo un enfermero?

Desde de sus primeros días en el psiquiátrico, Gerardo palpó el abandono en que las familias, y acaso el aparato de salud, tenían sumidos a los enfermos mentales.

Continuamente, la indiferencia social se presentaba a las puertas del sanatorio vestida de harapos, con el cabello largo y con rastas; la barba crecida y las uñas largas y sucias, oliendo a excremento y orines añejos.

“Pacientes que tenían hasta 40 días, un mes sin bañarse, que venían bien descontrolados, bien sucios, con el excremento pegado en sus pompas, mal”.

Conforme pasaba el tiempo, Gerardo caía en la cuenta de que aquello que le habían enseñado en sus clases de psiquiatría, cuando estudiaba para enfermero técnico, distaba mucho de lo que vivía en el hospital.


Escuela y trabajo. En ninguno de los libros decía qué hacer en caso de que en el hospital no hubiera guates ni jabón para asear a los pacientes, ni mucho menos de cómo se baña a un psicótico.

En ninguno de los libros de texto  que se había zampado decía qué hacer en caso de que en el nosocomio no hubiera guates ni jabón para asear a los pacientes, mucho menos le habían dado un instructivo de cómo bañar a un psicótico.

La escuela de la vida le había dictado que debía tener a la mano una reserva de bolsas de soriana, o de cualquier otra tienda, un paquete de detergente en polvo y unas vendas para sujetar las manos del paciente y así evitar golpes.

“Me enredaba las bolsas en las manos, me arremangaba mi pantalón para arriba y órale, a bañarse y bien bañados con jabón y si no había jabón, con fab, el del polvo. Los tallabas muy bien con esponja desde arriba hasta abajo, sus pompas, sus partes nobles y todo.

Quedaban al puro centavo”, recuerda.

Como en aquel hospital tampoco había enfermeros suficientes, en ocasiones a Gerardo le tocaba quedarse de noche solo, al cuidado de más de 30 pacientes con distintos padecimientos mentales. Una diferencia notable con lo que vive en el Cesame, donde hay entre 10 y 12 enfermeros en el turno de noche.

“En ese hospital estaba yo solo, pero gracias a Dios no sé si era el trato que les daba, la paciencia, la tolerancia que tenía con ellos, que a veces llegaba y me decían: ‘ah, ¿vas a estar de guardia Gerardo?’. Y yo les decía: ‘sí, lo que se les ofrezca’. Respondían: ‘ah, vamos a dormir tranquilos’. Nunca tuve, que digas, noches horribles”.

Aquel hombre que había soñado desde chico con trabajar en las emergencias y las terapias intensivas de los hospitales, de pronto empezó a tomarle sabor a su profesión de enfermero de psiquiátrico.

“En esto de la enfermería y de la medicina tienes que tener muy buen estómago, porque el bañar a un paciente en esas condiciones, el ver una herida en estado de putrefacción, la piel ya gangrenada… Ha habido compañeros que se andan desmayando o vomitando”.


La prueba de fuego vino un día en que por tratar de someter a un paciente agresivo –un trailero de su tamaño que había llegado de Reynosa–  Gerardo cayó con él al suelo y se lastimó la cintura de por vida. Aun así no abandonó el hospital.

“Sí, me gusta bastante a pesar del riesgo que hay”, dice.

El Cesame está lleno de historias de enfermeros y médicos que han perdido una o varias piezas dentales, que viven con un hombro dislocado, que tienen cicatrices por mordeduras u otras lesiones permanentes en el cuerpo.

Eso se llama accidentes de trabajo en un hospital psiquiátrico.

Y aquí fue donde Gerardo conoció al Kalimán de Lujo, un hombre que, en parte, sanó gracias a sus cuidados.

En 1999 el antiguo hospital psiquiátrico, que dependió del DIF hasta 1990 y pasó a manos de la Secretaría de Salud, se mudó a un moderno edificio de las calles Martín Enríquez y Juan de O’Donojú, en el sector Virreyes Colonial, bajo el nombre de Centro Estatal de Salud Mental (Cesame).

Aquí ya había salas con clima y camas de hospital, duchas con agua caliente, guantes, jabón, medicamentos antipsicóticos, más enfermeros y se habían sustituido los grilletes por sujetadores especiales.

“Está bonito el hospital comparado con aquel”, dice Gerardo.

Lo único que no cambió fue esa fascinación que siente cada vez que cruza la entada del psiquiátrico, su escuela de vida.

“A mí me sigue fascinando. Todas las mañanas me levanto con la idea de venir a trabajar con ganas”, dice. Y cualquiera que lo escuche, le cree.



Accidentes de trabajo. El Cesame está lleno de historias de enfermeros y médicos que han perdido una o varias piezas dentales, que tienen un hombro dislocado o cicatrices por mordeduras u otras lesiones en el cuerpo.

10 PATOLOGÍAS MÁS COMUNES:

Episodio depresivo, trastorno de ansiedad, esquizofrenia, trastornos hiperquinéticos, trastorno mental por lesión o disfunción cerebral, trastorno bipolar, trastorno mental por consumo de psicotrópicos, trastorno depresivo recurrente, retraso mental o discapacidad intelectual y trastorno de personalidad.

(VANGUARDIA/ JESUS PEÑA/ SÁBADO, JULIO 21, 2018 - 20:48)


LAS BRISAS, BCS: DESPOJO CONSENTIDO POR LA SEDATU



En Baja California Sur –una de las entidades con el mayor número de terrenos irregulares–, un litigio en el que están implicados empresarios como Gina Diez Barroso Azcárraga, prima del presidente de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Jean, funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, y compañías inmobiliarias lleva ya 15 años. Los abogados de Ramón Orozco Burgoin, quien fue despojado de un predio de 293 hectáreas en aquella entidad, dice que el conflicto pudo resolverse en tres años, pero las autoridades lo dejaron crecer. El afectado incluso murió en marzo pasado y ahora la interesada en ese terreno es precisamente la empresaria Diez Barroso Azcárraga.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El procedimiento de enajenación de un predio rústico de 293 hectáreas ubicado en el corredor turístico de Los Cabos, a unos kilómetros del Aeropuerto Internacional de esa zona turística –considerada como uno de los polos de desarrollo regional más importantes del país–, debió resolverse en tres años, pero se ha prolongado por más de tres lustros.

En la historia del despojo en torno a esa superficie conocida como Las Brisas de San Cristóbal, en la costa de Cabo San Lucas Baja California Sur –y las irregularidades subsecuentes–, se conjugan los intereses empresariales de Gina Diez Barroso Azcárraga, prima del presidente de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Jean, la negligencia o complicidad de funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) en la entidad y a nivel federal, así como los de los gobiernos municipal y estatal, que han apoyado a poderosas compañías inmobiliarias.

Baja California Sur es una de las entidades con mayor número de problemas de regularización de lo que antes se llamaban “terrenos nacionales”. De acuerdo con expedientes consultados por Proceso, el solicitante original de la propiedad de Las Brisas, Ramón Orozco Burgoin, inició en 2002 el trámite de titulación de esos “terrenos nacionales” ante la desaparecida Secretaría de la Reforma Agraria.

Expuso que el predio lo obtuvieron sus abuelos desde 1914 por su apoyo a la Revolución Mexicana; incluso entregó documentos a las autoridades para comprobar la presunta posesión de esas tierras, que tienen acceso al mar y cuyo valor catastral se cotiza en varios millones de dólares. El que acredita la propiedad de Orozco Burgoin corresponde a un decreto presidencial publicado en el Diario Oficial de la Federación el 31 de julio de 1987, hace más de tres décadas.

En 2004, dos años después de que Orozco Burgoin inició su trámite, la empresa Las Demasías promovió una acción similar con un predio colindante, pero sin acceso al mar. El propósito era apoderarse del predio de Orozco Burgoin y derivó en varios actos jurídicos. La inmobiliaria falsificó firmas y documentos para justificar la cesión de derechos ante la autoridad municipal, que se prestó a ese fraude.

De acuerdo con el Registro Público de la Propiedad, el Consejo de Administración de Las Demasías –constituida en octubre de 2004– lo integran Enrique Ricardo Gómez de Orozco González, presidente; Juan Alejandro Muciño Labastida, tesorero; Gina Lorenza Diez Barroso Azcárraga, protesorera; Ricardo Lara Marín, secretario, y Abraham Franklin Silverstein, prosecretario.

Meses después de la constitución de Las Demasías, Héctor Martín Ojeda de la Rosa publicó su libro Baja California Sur ante la corte gringa, en el que asevera: “Otro par de tiburones de las especulaciones mercantiles se entrevistaron con el gobernador de Baja California Sur, Narciso Agúndez, del Partido de la Revolución Democrática, para presentarle un proyecto en el mismo lugar, en el mismo terreno, con diferente escritura y clave catastral, pero con las mismas coordenadas geográficas” que el predio de Orozco Burgoin.

Los desarrolladores aludidos por Ojeda de la Rosa eran Ernesto Coppel, de la firma Pueblo Bonito, y Luis Bulnes, de Solmar & Playa Resorts, quienes se entrevistaron con el entonces gobernador.

Con un título de propiedad falso y con el apoyo del perredista Agúndez, los empresarios inmobiliarios tomaron indebidamente la mitad del predio que nos les correspondía, con lo cual despojaron a Orozco Burgoin y su familia bajo el pretexto de una supuesta cesión de derechos.

La denuncia por despojo fue presentada por los abogados del afectado en 2009, quienes acusan a Jesús Rubio Ruiz, abogado de la inmobiliaria, de presentar ante la Secretaría de la Reforma Agraria un documento con la firma falsa de su cliente, Orozco Burgoin –en la que éste presuntamente cedió los derechos de su propiedad–, así como de cometer otras irregularidades dentro del proceso administrativo, según lo descubrió el topógrafo Jacinto Romero.

SUMA DE IRREGULARIDADES

Durante la administración de Enrique Peña Nieto, los abogados de Orozco Burgoin enfrentaron una serie de negligencias e irregularidades por parte de la Sedatu, sobre todo cuando Rosario Robles estuvo al frente de la dependencia federal: los siete tomos del historial del predio se “quemaron” en el trayecto debido a un accidente del servicio Mex Post.

Así lo confirma un documento fechado el 19 de enero de 2016, firmado por Luis Armando Bastarrachea, director general de la Propiedad Rural, quien le comentó a Orozco Burgoin que “diversa información y documentación” que esta dependencia envió mediante el servicio de Mex Post de Correos de México los días 15 y 16 de octubre (de 2015) se perdió porque “el vehículo en el que se transportaba esta documentación sufrió un siniestro con pérdida total”. En este envío “se encontraba el expediente” de su caso.

Los abogados presentaron una denuncia ante el Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos para que interviniera en el caso. El organismo dedicado al acceso a la información los remitió a la Sedatu para que el trámite continuara sin problemas. En enero de 2016 incluso se reunieron con Rosario Robles, quien mandó a llamar a Bastarrachea. El funcionario nunca mencionó la pérdida del expediente.

Dos meses después, el delegado de la Sedatu, José Alberto Hernández, debió realizar los trabajos de medición del terreno, pero no pudo hacerlos porque, dijo a los abogados de Orozco Burgoin, presuntamente había gente armada en el predio, según le informó un empleado de la empresa Callisto, que estaba en posesión del predio.

Consultados por Proceso, los litigantes recuerdan que les llamó la atención la actitud de Hernández, sobre todo porque él estaba facultado para llamar a la Armada de México, el Ejército o a la Procuraduría General de la República para que, en caso de haber gente armada, desactivaran la potencial amenaza.

Comentan que Hernández no sólo no hizo la llamada, sino que tampoco intentó ver el otro acceso al predio. Simplemente, dicen, aceptó la versión del representante de Callisto y se desistió de hacer los trabajos de medición del terreno. Añaden que se trató de una maniobra del delegado de la Sedatu para que esa firma –ahora denominada Vizcaya– presentara un amparo para impedir los trabajos topográficos.

En abril de 2016 los abogados de Inmobiliaria Las Demasías, quienes se apropiaron del predio de 293 hectáreas, presentaron un amparo directo (el 188/2016) e interpusieron otros dos.

En agosto de ese año la Sedatu autorizó la medición y el avalúo del terreno, pero hubo otra triquiñuela legal, según los abogados de Orozco Burgoin: el Instituto de Administración y Avalúo de Bienes Nacionales (Indaabin) pretendió cobrar casi 9 millones de pesos por ese trabajo.

De acuerdo con el documento del Indaabin, consultado por Proceso, “debido a las características del servicio solicitado se realizará un estudio de mercado para determinar el monto a pagar. Una vez autorizado ese monto por la Secretaría de Hacienda, se le notificará el mismo”. Era el avalúo más caro en la historia del Indaabin, advirtieron los abogados de Orozco Burgoin.

El 7 de noviembre de 2017, la propia Sedatu informó a Óscar Olmedo Meneses, apoderado legal de Orozco Burgoin, que los honorarios que se debían cubrir para el avalúo ascendían no a 9 millones, sino a 334 mil pesos.

Los apoderados legales del afectado sostienen que con esas y otras triquiñuelas la Sedatu no ha querido notificarles el resultado del avalúo.

Explican que en marzo pasado falleció Orozco Burgoin, cansado de esta larga batalla jurídica, de la persecución en su contra y de la serie de intereses que se confabularon para despojarlo de su predio.

No sólo no recuperó su propiedad, sino que ahora la empresaria Gina Diez Barroso Azcárraga ha cabildeado en la Sedatu y en Los Pinos para alargar el litigio.

La abogada Cinthya Rubio, apoderada legal del fallecido Orozco Burgoin, afirma a Proceso que han ido ganando en los tribunales los amparos interpuestos por la empresa Las Demasías, pero el juez se empecina en postergar la resolución final, lo que lleva ya dos años. 

Este reportaje se publicó el 5 de agosto de 2018 en la edición 2179 de la revista Proceso.

(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ JENARO VILLAMIL/ 9 AGOSTO, 2018)

MALAYERBA ILUSTRADA: ¡Y ÁNDALE!



El carro de sonido paseaba por el pueblo la noticia del accidente. Y ándale, gritaba el de la grabación. Un buen trancazo se pegó un automovilista. Y ándale, se estampó contra la barrera del puente, cerca del río. Y ándale, el conductor quedó tieso frente al volante en el lugar de los hechos. Todo con tal de vender el periódico.

Desde temprano, el vehículo recorría las calles. Se paraba en esquinas, en la tienda, la escuela, los centros de trabajo. Daba noticias sobre otros hechos violentos y anuncios del gobierno. En su griterío, lanzaba al viento dardos envenenados y éstos se clavaban en pecho y cabeza de los oyentes: alimento para el morbo, ensalada de mitotes y licuado de escándalos para el desayuno.

Alerta, decía el del carro que ofrecía el periódico matinal. Alerta, repetía cuando empezaba de nuevo la grabación. Y era un jalón de orejas. Una fuerte llamada de atención. Un alud de veneno depositado en sobredosis en trompas de Eustaquio y tímpano. Y venía la cantaleta de nuevo: y ándale, por andar borracho, se estampó cuando manejaba su camioneta.

El hombre quedó muerto ahí, en el lugar. Y ándale. Vaya trancazo por andar pisteando y tomando. Se escuchaba la voz. Y anunciaba dónde había pasado. Aquella noche, el hombre regresaba de una fiesta, borracho y loco por el polvo, perdió el control de su camioneta nueva y chocó, luego se volcó y salió de la carretera. Muerte instantánea.

En la grabación el de la voz gritaba. Le echaba sal, limón y chile a sus coros. No conforme con anunciar las novedades de sangre y chirriar de llantas y ladrar de ametralladoras, se lucía con la muerte y se burlaba de los protagonistas de esas historias nocturnas que siempre empapaba con esa voz, esos decibeles, esas palabras, ese veneno:  á n d a l e, separando sílabas, acentuando la esdrújula y manchándolo de rojo todo.

Por borracho, se oía. Por borracho, repetía. Y luego pegaba duro. Palabras como trancazo, muerto, accidente. Ni los reporteros del periódico que vendían ni el que había grabado ese escándalo como forma de venta habían pensando en la víctima y no era un cualquiera.

El hombre regresaba de una fiesta. Venía borracho y coco y a alta velocidad. La curva se lo tragó. Y pegó, volcó y ahí quedó. El hombre era narcotraficante. Mejor dicho matón. Su hermano escuchó el carro de sonido y ese viajar de escándalo aéreo y morboso. El cuerpo tendido en la sala y ellos con el café y el padre nuestro, velándolo.

Se subió a su trocona y agarró rumbo a las oficinas del periódico. Llegó con el jefe de los cuatro reporteros: encuernado, los ojos como vitral y la muerte en la voz. Le dijo Va a haber cinco lutos más si no callan al del carro de sonido. Y esa mañana en el pueblo entero calló.

Columna publicada el 5 de agosto de 2018 en la edición 810 del semanario Ríodoce.

(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ 7 AGOSTO, 2018)

EXHUMAN CINCO OSAMENTAS DE DOS TUMBAS CLANDESTINAS EN LOS MOCHIS



Cinco osamentas fueron exhumadas de dos tumbas clandestinas en los alrededores de la comunidad de las Grullas Margen Derecha, este martes al poniente de la ciudad de Los Mochis.

El colectivo Rastreadoras por la Paz encontró las tumbas masivas en una búsqueda que comenzó esta mañana de martes y concluyó entrada la tarde.

En una fosa, las mujeres localizaron los primeros restos óseos, pero al excavar comprobaron que se trataba de dos cuerpos.

En otro sitio, las mujeres encontraron otra tumba clandestina con los restos óseos de tres personas.

La búsqueda continuará esta mañana de miércoles, pero con la supervisión de la agencia de desapariciones forzadas.

(RIODOCE/ LUIS FERNANDO NÁJERA/ 7 AGOSTO, 2018)

ELBA ESTHER DERROTÓ A PEÑA


En los días previos a la elección presidencial, afuera del edificio en Polanco donde cumplía Elba Esther Gordillo su prisión domiciliaria, maestros y políticos se formaban para verla. No era fácil entrar al edificio, y se requería una cita previa para que agentes de la Policía Federal que vigilaban la entrada del inmueble y la del departamento de la maestra, dieran el acceso. Nadie que no fuera residente o que estuviera en la lista de la Policía Federal cruzaba la puerta del edificio para tomar el elevador de servicio -el principal estaba clausurado por los agentes- hasta la entrada trasera de su departamento. Las condiciones carcelarias habían cambiado sustancialmente en su casa, pero una jaula sigue siendo una jaula aunque sea de oro.

La maestra nunca perdió su agilidad mental, y al llegar a su prisión domiciliaria encontró en el ejercicio diario e intenso una forma de distraerse y cuidarse. Hace años ansiaba ser puesta en libertad y hace escaso un mes estaba segura que esa cita estaba por concretarse. Pero aquél viernes de julio pasó sin que recuperara su libertad. La pregunta seguía siendo la misma: ¿dejaría el Presidente Enrique Peña Nieto de pelear en tribunales para que mediante argucias legales se siguiera manteniéndola en la cárcel? Las últimas 48 horas antes de su exoneración, la expectativa de su liberación estaba dentro de una olla de presión e incertidumbre.

Su caso nunca fue sólido y desde el principio la PGR se valió de mentiras para ir armando un expediente lleno de hoyos por todos lados, con un ejercicio de propaganda para anidar la idea de culpabilidad.

Elba Esther Gordillo era una presa política del Presidente Enrique Peña Nieto. El 19 de enero de 2015, en este mismo espacio, se hizo esa argumentación. “Una revisión del expediente muestra un alto número de fallas, omisiones y errores tan grandes, que son grotescos”, se apuntó en aquella columna. “La maestra... debía estar en libertad. Pero su caso parece obedecer más a razones políticas que jurídicas. “Pronto se empezaron a ver las debilidades del caso. Por ejemplo, el pliego de consignación para ejercer la acción penal en contra de Gordillo, suscrito por el ministerio público el 20 de febrero de 2013, sustentado en los dictámenes de los peritos del Sistema de Administración Tributaria (SAT), y de la PGR. Los dictámenes, sin embargo, fueron emitidos el 21 y 22 de febrero, respectivamente. Es decir, un día después del pliego de consignación...

“El principal delito imputado a Gordillo, operaciones con recursos de procedencia ilícita, sobre la cual se montó el de delincuencia organizada, no (tenía) sustento legal. Los recursos que según SAT y la PGR movió Gordillo en diferentes operaciones financieras cuando presidía el Sindicato Nacional de Maestros, no tienen una procedencia ilícita. Provienen de los maestros, que a su vez,, recibieron sus dineros del gobierno federal. El sindicato, que en dado caso pudo acusarla de abuso, fraude o malversación de fondos, por ser en todo caso el afectado, no (presentó) ninguna denuncia contra la maestra.

“La ley establece que el delito de operaciones con recursos de procedencia ilícita, sólo puede ser investigado una vez que la Secretaría de Hacienda, el área competente, haya presentado la querella. En el expediente no (existió) la querella. Tampoco se acreditó, como establece la ley, la representación legal de la Secretaría de Hacienda... La querella que señala el acuerdo del ministerio público adscrito a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada, fue suscrita en representación de la Secretaría de Hacienda por Alonso Israel Lira Salas, quien se identificó como director adjunto de Procesos Legales de la Unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda, con un gafete provisional, donde no se aclaraba su cargo, firmado por Mauricio López Tapia, de quien tampoco se (precisaba) su cargo. Lira Salas ingresó a la Unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda el 1 de febrero de 2013. La Constancia 32, cuyo propósito era acreditar la representatividad legal de la Secretaría de Hacienda, está fechada el 14 de febrero de 2013.

“¿Cuál (era) el problema? Que la averiguación previa (tenía) fecha del 13 de febrero de 2013. Es decir, el ministerio público federal dio entrada a una denuncia suscrita por un alto funcionario que, en el momento en que presentó la querella, no tenía su personalidad y representatividad legal acreditada. A partir de esa querella, el ministerio público federal ordenó una serie de diligencias, peticiones oficiales al gobierno de Estados Unidos para conocer los antecedentes penales de la maestra, y oficios a diferentes áreas del gobierno federal para que aportaran información que respaldara el caso, en la mayor irregularidad e ilegalidad del caso”.

Aquella columna concluía que “si la libertad de Gordillo dependiera de la ley, seguramente estaría libre”. Eran demasiadas las evidencias de las irregularidades que hizo el gobierno federal para llevarla y mantenerla en la cárcel. Pero eso no importaba. Era un caso político, donde finalmente Peña Nieto admitió la derrota, como un acto pragmático, no magnánimo, para ser él quien facilitara su libertad y asumir los costos de este fracaso, al ordenar a la PGR que dejara de utilizar triquiñuelas en tribunales. La alternativa era que el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador, con apego a la ley, se desistiera de la acusación. Mejor corregir él uno de los grandes absurdos de su administración, a que le corrigieran la acción a su gobierno, desaseada de principio a fin. La maestra guardará silencio hasta el 20 de agosto. Pero por lo pronto, empacó, salió de México y empezó a recuperar su vida.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa

(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 09/08/2018 | 04:06 AM)

LA PAX NARCA DE LÓPEZ OBRADOR


Los foros sobre paz y seguridad, a partir de los que el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador comenzará a construir su estrategia de seguridad, comenzaron en Ciudad Juárez con un catálogo de buenas intenciones que van a llevar, ante la ingenuidad demostrada, a la creación involuntaria de un narcoestado. Las líneas generales que buscan ser legitimadas a partir de esta serie de encuentros durante los dos próximos meses y una eventual consulta popular, están ancladas en el otorgamiento de una amnistía a quienes están metidos en el negocio del narcotráfico, como lo propuso López Obrador en diciembre pasado durante una visita al Istmo de Tehuantepec.

En esa gira, dijo que “se van a explorar todas las posibilidades y no descarto que se someta a discusión que se consulte al pueblo sobre la posibilidad de una amnistía para lograr la paz. Ya no queremos la guerra, queremos la paz en el país”. La propuesta surgió, confiaron cercanos al Presidente electo, como varias de sus grandes frases, a partir de lo que le gritaban los asistentes a sus mítines. Una señora en aquella región istmeña pidió que le dieran amnistía a narcotraficantes, de donde tomó la idea y la ventiló. Varios de sus asesores de comunicación e imagen le recomendaron que corrigiera rápidamente esa afirmación por las consecuencias que tendría, pero López Obrador, muy a su estilo, apretó el acelerador. Durante los siguientes meses fue ratificando la idea central, pero matizando el alcance que tendría la amnistía de marras.

Días después en Quechultenango, Guerrero, la prensa que lo acompañaba le preguntó sobre la amnistía. “Vamos a convocar a un diálogo para que se otorgue amnistía, siempre y cuando se cuente con el apoyo de las víctimas y los familiares de las víctimas”, respondió. “No descartamos el perdón. No hay que olvidar, pero sí se debe perdonar si está de por medio la paz y la tranquilidad de todo el pueblo”. El utilitarismo de John Stuart Mill en toda su extensión, con el bien mayor por encima de todo. Cuando la prensa le pidió especificaciones y si la amnistía incluiría a los jefes de los cárteles de las drogas, abundó: “Vamos a plantearlo. Lo estoy analizando. Lo que sí les puedo decir es que no va a quedarse ningún tema sin ser abordado, si se trata de garantizar la paz y la tranquilidad”.

Sus afirmaciones provocaron repudio en la sociedad política. Tras el primer debate presidencial, Alfonso Durazo, a quien propondría más adelante como su Secretario de Seguridad Pública Federal, trató de explicar lo que su jefe político quiso decir. “López Obrador ha propuesto un proceso de paz y de reconciliación nacional, no un pacto con el crimen organizado”, afirmó. “Sin proceso de pacificación y reconciliación no habrá punto de inflexión en los niveles de violencia que definen la tragedia del país”. La pregunta era y sigue siendo: ¿qué quiso decir Durazo?

Lo que posteriormente varios miembros del equipo de transición explicaron, es que no se trataría de amnistiar a todos, sino a algunos. Amnistía habría para niños y campesinos, no para criminales, sin explicar si esa subcategoría perdonaría a sicarios, que también hay menores y campesinos, o no. Este juego de palabras, obviamente, es sarcástico, pero sirve para subrayar las deficiencias conceptuales e informativas en las que se encuentran López Obrador y su equipo de seguridad. Durazo resaltó el desconocimiento generalizado en la inauguración del foro en Ciudad Juárez, donde anunció que van a desarrollar una estrategia de Estado, no sólo de gobierno, para dar resultados en el corto plazo. “Proponemos construir una receta mexicana para la pacificación de nuestro país (y) por difícil que parezca buscaremos y encontraremos el entendimiento de todos los mexicanos para construir la paz”.

La “receta mexicana” es vieja. Una estrategia de Estado la propuso el Presidente Felipe Calderón en 2009, pero aquél plan integral sólo vio cumplimentada la parte de la lucha policial y militar contra los cárteles de las drogas, porque el resto del Estado -paradójicamente salvo el caso de Juárez, donde la participación de gobierno, empresarios y sociedad civil frenó la violencia-, fue negligente en su trabajo. El Presidente Enrique Peña Nieto también la planteó, pero a diferencia de Calderón, no hizo nada de importancia salvo capacitar y armar a grupos de autodefensa, incluidos a miembros de los cárteles del Pacífico y Jalisco Nueva Generación, para exterminar a Los Caballeros Templarios.

La gran novedad en el planteamiento del nuevo gobierno es la amnistía a los narcotraficantes, fórmula para la reconciliación. El único que la planteó, pero como ex Presidente, fue Vicente Fox en 2011. No hay ningún Estado en el mundo, que no sea considerado un narcoestado, que haya optado por una amnistía a narcotraficantes, que en sí es un pacto con el crimen organizado. El trueque es dejar de combatir a las organizaciones criminales, si estas dejan de sembrar muertos en el país. Es decir, si se ponen de acuerdo los cárteles y reparten territorios y acuerdan impuestos de paso de drogas, para que el negocio florezca en climas estables exentos de violencia. Eso, por supuesto, reduciría la tasa de homicidios dolosos, acabaría con la ley de la selva y la zozobra social. Se implantaría la Pax Narca de López Obrador.

El costo sería que como en el gobierno de Fox, los cárteles regresaran al control pleno de territorio mexicano y gobernaran por encima del Estado. No puede ser este el objetivo de López Obrador, quien debe tomarse muy en serio el fenómeno de la seguridad para que no se diga, como hoy, que su gobierno será de ocurrencias.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa

(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 08/08/2018 | 04:00 AM)