Kirstjen Nielsen renunció a
la secretaría de Seguridad Pública Territorial, y el impacto por su salida del
gabinete del presidente Donald Trump no tardaremos en verlo. Perdió la parte
moderada del gobierno de Estados Unidos en materia de seguridad y perdió
México. Apenas la semana pasada, funcionarios mexicanos mencionaban que los
problemas migratorios de Trump no eran sólo con México, sino que se encontraban
sobre todo dentro de su gabinete, donde el choque más fuerte era con Nielsen.
Les preocupaba su salida, que finalmente se dio, ante la eventual llegada de
halcones y radicales en políticas de migración. Paradójicamente, quien parece
haberle dado inadvertidamente la puntilla a Nielsen fue el presidente Andrés
Manuel López Obrador.
Es cierto que Nielsen llevaba
una relación tortuosa con Trump prácticamente desde que relevó hace casi año y
medio a su mentor, John Kelly, que fue nombrado jefe de Gabinete de la Casa
Blanca –y tiempo después removido-. Fue la responsable de la política
migratoria de tolerancia cero, que afectó a árabes, mexicanos y
centroamericanos. Sobrevivió en medio de aguas turbulentas hasta la crisis de
migrantes centroamericanos que inició en octubre de 2018, pero ya no pudo
neutralizar los cambios en las políticas migratorias del nuevo gobierno. La
clave sobre el papel que jugó el presidente López Obrador en el desenlace final
de la secretaria la dio Kevin McAleenan, quien será su sustituto a partir del
miércoles, quien el pasado 7 de marzo compareció en el Comité Judicial del
Senado, como jefe de la Patrulla Fronteriza.
En esa comparecencia
McAleenan afirmó que las organizaciones criminales trasnacionales estaban
“ganando tremendamente” gracias a los problemas de los migrantes
centroamericanos, que estaban buscando llegar a Estados Unidos a través de
México en números atípicamente crecientes. Los datos de Washington para este
año eran utilidades en los dos primeros meses del año de cinco mil millones de
dólares, con un crecimiento de aprehensiones de 360 mil personas, superior al
total de capturas que se dieron durante todo 2017.
“Los contrabandistas de
humanos escogen el momento y el lugar para que esos grupos crucen
estratégicamente, a fin de dislocar los esfuerzos de seguridad fronteriza,
crear una distracción del narcotráfico y permitir que individuos evadan ser
capturados mediante e intenten inmigrar”, agregó. “Peor aún, esos
contrabandistas cometen una violencia horrible, asaltos secuales y extorsión en
algunas de las personas más bulnerables de nuestro hemisferio”.
McAleenan dijo a los
senadores que una parte de la responsabilidad del incremento masivo de
inmigrantes centroamericanos era del gobierno del presidente Andrés Manuel
López Obrador, por sus políticas de regularización de migrantes y la laxitud en
la aplicación de las leyes para repatriarlos, como había sido con el gobierno
del presidente Enrique Peña Nieto con la primera de varias caravanas en
octubre. En esa convicción estaba la molestia de Trump, quien amenazó con
cerrar la frontera con México si eso no se revertía. Nielsen fue apoyada por el
gobierno mexicano, que no sabía que su final se acercaba, cuando le dieron
victorias pírricas para entregar a Trump:
aceptar en mediano plazo hasta nueve mil deportados por mes, para tener tiempo
de asimilarlos de manera definitiva en territorio mexicano, e incrementar las
deportaciones de inmigrantes centroamericanos. Trabajarían conjuntamente para
capturar a líderes de redes tráfico humano en Chiapas y Veracruz y romper sus
redes financieras. Obvio, no fue suficiente.
La salida de Nielsen concluyó
una creciente frustración de Trump y su principal asesor político en materia
migratoria, el extremista Stephen Miller, quienes consideraban que la
secretaria no había dado resultados convincentes en una negociación exitosa con
México. Nielsen era dura, pero no halcón. Días antes, Trump retiró el
nombramiento de Ronald Vitiello, apoyado por ella, para dirigir la Oficina de
Aduanas y de Inmigración del Departamento de Seguridad Territorial, porque el
presidente había cambiado de opinión y buscaría implementar una política “más
dura” en ese campo.
No está claro si McAleenan
será ratificado, como adelantó el domingo la cadena de televisión CBS. Este es
el problema que ven los moderados en Estados Unidos y algunos funcionarios
mexicanos con la salida de Nielsen, porque redefinirá la política migratoria y
abre el camino al nombramiento de un radical en el cargo. McAleenan no dio esa
impresión al dirigir la Patrulla Fronteriza, pero tiene experiencia en el
combate al terrorismo, como director de la Oficina Contraterrorista del FBI que
participó en la guerra contra Osama bin-Laden, los talibanes y Saddam Hussein.
De manera coincidente o no,
Trump ha coqueteado en las últimas semanas con reclasificar a los cárteles de
la droga de organizaciones criminales trasnacionales, a terroristas, con lo que
elevaría el nivel de lucha y las atribuciones de su gobierno. Pero su
nombramiento, aunque sea como refresco de la gestión de Nielsen y de Kelly, que
reconocían perfectamente el problema de la seguridad como un fenómeno regional,
no tiene el perfil de ser una persona que podría tener largo kilometraje en la
Administración Trump.
El temor en las áreas más
sensibles del gobierno mexicano es quién moverá realmente los hilos de la
política migratoria. Las noticias son ominosas. Quien ganó la batalla en la
Casa Blanca fue Miller, que expandió su influencia y se convirtió, de facto, en
el zar migratorio. En un correo electrónico al portal conservador Daily
Caller hace una semana, Miller adelantó
que habría “un agresivo esfuerzo para utilizar a cada autoridad” para reducir
la migración indocumentada”. Ya revisó, y la purga comenzó. También el
endurecimiento de la política migratoria de Trump, resultado no deseado de la
política migratoria romántica y de visión estrecha del gobierno mexicano,
causantes colaterales de esta radicalización.
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(EJE CENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 9 DE ABRIL DE 2019)