Una vez sin clases, su adolescencia transcurrió en el “callejón”
de las calles Miravalles y General Treviño, en un arroyo de la colonia
Guadalajara Izquierda, donde casi de manera natural se convirtió en parte de los
“Tristes 21”, una de las pandillas que por años han azotado con robos, asaltos y
violencia esa parte del poniente de Ciudad Juárez.
No pasaron muchos años
para que él y otra decena de integrantes del mismo grupo entraran a las filas
del crimen organizado, cuando otro residente del sector, un “famoso” traficante
de drogas, finalmente accedió a darles trabajo como vigilantes en el cruce de
camionetas cargadas con droga hacia Estados Unidos.
“Yo pienso que todos
deseamos tener un carro o algo, y no hay cómo; si no estudiaste, no ganas mucho
y nomás sale como quien dice pa’comer, entonces tratas de tener algo,
simplemente mejor ropa, tenis, lo más nuevo que se ande usando, y te infiltras,
buscas a lo mejor al crimen organizado, donde te den un poco más, para tener tu
troca y pues con eso las mujeres, que es lo que más nos gusta a los hombres”,
narra en entrevista.
“Es por eso, porque no tienes nunca nada, vienes de
una familia pobre en los barrios más pobres, y tratas de superarte, pero si no
tienes estudios, buscas donde puedas ganar dinero más fácil, y te sientes
exitoso cuando, por ejemplo la gente con la que trabajas, te dice: ‘usted es de
los meros buenos, nomás le digo que haga esto, y lo hace’; y ahí está el
chavalón tonto al que le dicen: ‘vaya y mate’, y pues voy y mato, por un poco de
dinero”, agrega.
Los “tristes 21” es una pandilla o “barrio”
formada hace más de 20 años en el sector que ahora conforman las colonias
Guadalajara Izquierda, Plutarco Elías Calles y Gustavo Díaz Ordaz, justo en las
faldas de la montaña en la que se lee “Cd. Juárez: la Biblia es la
verdad”.
Ahí, los barrancos fueron emparejados para sostener las
viviendas a fuerza de la colocación de llantas viejas, las calles son
polvorientas y con el agua se convierten en lodazales que corren en medio de
casas construidas lo mismo con ladrillos que con trozos de madera y otros
materiales de desecho.
También ahí, entre las tres colonias y en lo que
por años fue un lote baldío, están las canchas de futbol rápido construidas como
parte del programa “Todos Somos Juárez” y en las que, el 6 noviembre de 2010,
murió el adolescente Ernesto Acosta Calvillo, alias “El Chino”, asesinado a
tiros al término de un partido entre el barrio conocido como “los novenos” y
“los tristes 21”.
En ese sector crecieron también Gabriel, Pedro y Mario
–de 25, 24 y 28 años, respectivamente– integrantes de “los tristes” y quienes,
en entrevista, narraron cómo es que la combinación de pobreza, falta de estudios
–y, por ende, de oportunidades de trabajo–, más el natural deseo juvenil por las
emociones fuertes y la ambición de bienes tan simples como un par de tenis han
llevado a cientos de sus contemporáneos a engrosar las filas del crimen
organizado.
Casi todos empezaron la vida del “barrio” alrededor de los 12
o 13 años, cuando la opción de estudiar la secundaria es descartada casi en masa
debido a que la mayoría de las familias –obreras de maquiladoras o de la
construcción– carece de recursos no sólo para la inscripción o el pago de las
rutas de transporte necesarias, sino para la compra de ropa, útiles escolares y
para que los hijos tengan “al menos pa’ una coca” en los recreos.
Una vez
sin clases y con todo el día libre, agregaron, los adolescentes suelen salir a
la calle y básicamente juntarse en ciertos puntos, como el callejón de la
Miravalles, donde la vida casi se reduce a la misión de defender el territorio
–“en mi barrio nadie tumba ni roba ni raya más que yo”– y de ganarse un respeto,
casi siempre con la portación de armas: “Cuando andas con una pistola te ganas
el respeto, porque a lo mejor a golpes me ganas, pero si yo traigo la pistola,
te disparo”, comenta Mario.
En ese ambiente, los adolescentes entran
también a temprana edad en contacto con diversas drogas, sobre todo las más
baratas, como “el chemo” –pegamento frecuentemente mezclado con polvo sabor
chocolate, para mejorar el olor– y la mariguana, pero también con la cocaína y
la “piedra” o “crack”.
Entre la necesidad de estas sustancias y la falta
de dinero surge rápidamente la opción de cometer asaltos en los que, narraron
los entrevistados, las principales víctimas son casi siempre los obreros de las
maquilas que resultan emboscados en cuanto se bajan de los camiones especiales
que, de madrugada, los trasladan de las fábricas a sus casas.
Los
“tristes” se convirtieron así en el terror de los habitantes de las tres
colonias aledañas. Además de los asaltos, cometían robos en el interior de las
viviendas y portaban armas con las que la violencia fue rápidamente la causa de
muerte de decenas, sobre todo jóvenes tanto de esa como de otras
pandillas.
“Todos los demás barrios nos tenían miedo porque teníamos un
‘cuerno’, cuando esas armas no se miraban. Ellos sacaban las pistolas y nosotros
sacábamos un ak–47”, recuerda Mario.
Un mural pintado en el exterior de
una casa de la calle Miravalles recuerda las 10 pérdidas humanas que la
violencia ha dejado tan sólo en los últimos años y tan sólo entre los “tristes”:
“RIP Pedro, Pelón, Spider, Cana, Apa, Calla, Piña, Eliza, Sergio, Poche”, todos
asesinados a balazos.
“Es que los novenos no deben venir para acá; no
deben venir ni a rayar, ellos tenían dibujos de su barrio y nosotros se los
tachábamos, y así empezaban los pleitos, ya después los novenos mataron a uno de
los tristes, y ese de los tristes a lo mejor era tío de un chavo que está
creciendo, y ese quiere matar a uno de los novenos para desquitarse, y así”,
explica Mario.
“A veces las peleas empezaban por rencillas en las que
nosotros no teníamos nada que ver, o eran de cuando estábamos chiquillos y ya
había el barrio de los tristes y de los novenos, y ya: tenías que pelear contra
ellos”, agrega.
Así también fue asesinado “El Chino”, de 17 años, cuando,
al término del partido de fútbol rápido, un integrante de los “tristes”
simplemente se le acercó y le disparó en dos ocasiones con una pistola calibre
22 y a quemarropa; primero en el pecho y luego, cuando la víctima se dobló y
cayó al suelo, en la cabeza.
“Sí sabemos (quién lo mató), ahí estábamos
cuando lo mataron; toda la gente vio”, dijo Mario.
“Había como unas 300
personas, era un torneo de fútbol rápido y estaban jugando los novenos, que
tenían como tres semanas que habían venido a balacear a unos de aquí”,
agregó.
De acuerdo con el relato de los entrevistados, la violencia surge
entre los barrios incluso como un juego de adolescentes que ven en la calle el
mejor refugio de la tensión que la pobreza genera en sus casas.
“Yo creo
que todas las familias de aquí tienen problemas, si no es por lo económico,
alegan por algo, y cuando ves los problemas en tu casa, vas y te refugias con el
grupo de amigos, donde todo es risa y juego, porque íbamos a pelear con otros
barrios, pero por sentir la emoción, te reías al sentir la adrenalina; en
aquellos tiempos peleábamos a pedradas, y después del susto nos juntábamos y a
platicar y a risa y risa, de que tú venías a corre y corre, y que te tembló, que
no”, dice Mario.
El crimen organizado llegó al sector de los
“tristes” muchos años antes de que, en 2008, iniciara la disputa entre los
cárteles de Juárez y de Sinaloa por el control del narcotráfico en
Juárez.
Pedro y Mario recuerdan el momento en el que empezaron a trabajar
para Edmundo Padilla, un presunto narcotraficante del sector que, en 2004, fue
una de las víctimas encontradas enterradas en el patio de la casa de la calle
Pasioneros, en el fraccionamiento Las Acequias.
“Padilla tenía fama. Lo
mirábamos con una Escalade, con buena ropa y nos le arrimábamos, le decíamos:
‘invítamos’, y nos dijo: ‘bueno, los voy a llevar”, recuerda Mario.
“Al
principio, no nos dijo cómo sería, nomás que ‘tú te vas con él y tú con él’. Y
llegamos a la orilla del río, más allá de El Millón o de Guadalupe, y uno va
aprendiendo con el tiempo: nomás llegabas y cuidabas, buscabas cuántas migras
andaban, esperabas a que se movieran, avisabas y en un parpadeo entraba la
troca, cargada con una tonelada de mariguana”, recuerda.
Pedro evoca con
nostalgia el tiempo en el que cobraban en efectivo mil 500 dólares por sólo
pararse frente al río a esperar a que los agentes de la Patrulla Fronteriza
tuvieran un descuido para que los traficantes introdujeran la mercancía del otro
lado, operación por la que quien les pagaba cobraba alrededor de 50 mil
dólares.
“Imagínese: en nueve meses gané casi 150 mil pesos”, dice el
entrevistado.
Con ese dinero, cuando Pedro tenía entonces 17 años y Mario
unos 21, podían darse el lujo de desembolsar hasta 15 mil pesos para que
cerraran “antros” de la zona centro en los que, una vez dentro, podían consumir
todo el alcohol que quisieran e incluso los favores de las bailarinas. Para
entonces, todos podían comprar sus pantalones Dikies y sus tenis
Nike.
“Eso era cuando ‘taba todo más calmado; ya si te paraba un policía
le decías: ‘eh, calmado, porque no sabes con quién ando’. No había soldados ni
federales y a los municipales y a los judiciales los tranquilizabas fácil.
Cuando me llegaron a agarrar ahí borracho en la Juárez, les decía: nomás déjenme
hablar con radio y verán con quién ando. Y así me los quitaba de encima”,
recuerda Pedro.
Pedro, Mario y Gabriel dicen haber dejado
el crimen organizado con la llegada de sus hijos, justo antes de la guerra que
inició en 2008.
Los tres fueron contactados en una feria de empleo
realizada en el centro Kolping, abierto por la organización Casa Promoción
Juvenil en la colonia Luis Olague, y a la que, como ellos, asistieron unos 250
jóvenes de 16 a 29 años que encontraron en un programa de Empleo Temporal de la
Secretaría de Desarrollo Social la única oportunidad de ingresos en una de las
peores crisis económicas registradas en Juárez.
La falta de estudios,
coincidieron entonces la mayoría de los entrevistados, es el peor obstáculo para
conseguir un mejor empleo, debido a que en ocasiones ni en las maquilas aceptan
a personas sin secundaria y con tan pocas habilidades para competir en la que
alguna vez se consideró capital de ese tipo de industria en México.
Pedro
–cuyo nombre, como el de sus amigos entrevistados, fue modificado por motivos de
seguridad– narró con emoción cómo, a sus 24, está aprendiendo apenas a usar una
computadora, ya que ni de las tablas de multiplicar se acordaba.
Y es que
sin estudios, dijo, la vida es muy difícil, “porque batallas y no puedes
conseguir trabajo; en la maquila tienes que saber hacer algo, porque no quieren
batallar en capacitarte”.
Y es así, resumió el entrevistado, como el
crimen organizado se ha convertido en la opción más factible para miles: “Porque
por falta de trabajo entras, porque tienes qué comer y tienes que darle a tu
familia”.