Ella de quince: esbelta, de asomos en sus formas, hermosa por esa
luz que contienen y proyectan sus ojos, de mediana estatura y una piel
tan blanca y angelical que parece mortesina. En esa mochila que cuelga
de su hombro lleva los libros y la mitad de su vida, a la escuela
secundaria.
Él rudo. Moreno y hasta cobrizo en sus pómulos. Sus manos no tocan,
atrapan: encallecidas y de rutas férreas y rocosas, asen con fuerza pues
olvidaron amistar y tratar con cordialidad. Sus palmas huelen a fierro.
El de esa Colt trescientos ochenta. Mirada de reojo y cizaña. Quisiera
tener la manera de ver quién viene detrás.
A ratos se le desaparece. Voy a trabajar, le avisa a ella. Una
cobija, el arma bajo unas cuantas prendas, cincuenta cartuchos por si
hay chingadazos y algo de café pa’guantar las noches frías de la sierra y
los desencuentros laborales con Morfeo.
Le aconsejaron a tiempo: es peligroso, no te pongas de novia con él. Y
al final, su amigo le lanzó el tú sabes, como para amortiguar. Ella
respondió que la iba a pensar. Y la pensó y dijo sí al joven aquel que
conocía desde la primaria y que le lleva seis años.
Ella luce hasta con ese uniforme de secundariana que la oculta bajo
esa falda color vino y esa blusa blanca y holgada. Corpiño que ya ansía
el brasier. Calzones que vuelan para mudar a tangas. Los jardines en su
boca son de él más que de ella y los faroles de sus ojos aluzan para
verlo, esculcan en sus ojos y hacer que se olvide del plantío, los
enemigos, la clica, las balas y la sangre.
Se recarga en la pared. Espera que él la abrace y que renazca en su
vientre, entre sus brazos y sean ellos dos un siamés que crece y se
multiplica en brazos y besos y caricias y arrebatos que los dejan
perplejos, como si no fueran ellos.
Ella buena alumna y buena hija. Los padres no saben en qué pasos anda
él pero aceptan que la visite. Él guarda monedas, billetes que luego
son pacas y pacas que se reproducen tan solo de estar juntas, pegadas,
en ese rincón de su casa. Van a cumplir el año, por eso él no le regala
nada.
Y sí tiene, dice ella. Le sobre el dinero. Lo dice sin brillo en sus
comisuras, pues a ella no le importan los bienes sino él, el amor que le
tiene. Pudiera comprarme ropa pero no. Una casa o al menos un terreno,
pero no. O un carro, una trocona, eso también pudiera. Pero no.
No quiere ser detallista. Se resiste. Porque la quiere en serio y
para siempre. Como esos veranos o el recreo en la escuela primaria o el
timbre de la hora de salida cuando es viernes en la secundaria. Momentos
que duran mucho. Que duran todo. Como ellos quieren durar. Por eso y
para eso serán los detalles: para que duren, cuando estén seguros de lo
que desean.
Y ahora que cumplan un año, cómo van a festejar, le pregunta a ella su mejor amigo. No sé. Creo que nos vamos a casar.
16 de mayo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de
Javier Valdez/ mayo 19, 2013)
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