lunes, 20 de mayo de 2013

NARCOAMOR

Ella de quince: esbelta, de asomos en sus formas, hermosa por esa luz que contienen y proyectan sus ojos, de mediana estatura y una piel tan blanca y angelical que parece mortesina. En esa mochila que cuelga de su hombro lleva los libros y la mitad de su vida, a la escuela secundaria.

Él rudo. Moreno y hasta cobrizo en sus pómulos. Sus manos no tocan, atrapan: encallecidas y de rutas férreas y rocosas, asen con fuerza pues olvidaron amistar y tratar con cordialidad. Sus palmas huelen a fierro. El de esa Colt trescientos ochenta. Mirada de reojo y cizaña. Quisiera tener la manera de ver quién viene detrás.

A ratos se le desaparece. Voy a trabajar, le avisa a ella. Una cobija, el arma bajo unas cuantas prendas, cincuenta cartuchos por si hay chingadazos y algo de café pa’guantar las noches frías de la sierra y los desencuentros laborales con Morfeo.

Le aconsejaron a tiempo: es peligroso, no te pongas de novia con él. Y al final, su amigo le lanzó el tú sabes, como para amortiguar. Ella respondió que la iba a pensar. Y la pensó y dijo sí al joven aquel que conocía desde la primaria y que le lleva seis años.

Ella luce hasta con ese uniforme de secundariana que la oculta bajo esa falda color vino y esa blusa blanca y holgada. Corpiño que ya ansía el brasier. Calzones que vuelan para mudar a tangas. Los jardines en su boca son de él más que de ella y los faroles de sus ojos aluzan para verlo, esculcan en sus ojos y hacer que se olvide del plantío, los enemigos, la clica, las balas y la sangre.

Se recarga en la pared. Espera que él la abrace y que renazca en su vientre, entre sus brazos y sean ellos dos un siamés que crece y se multiplica en brazos y besos y caricias y arrebatos que los dejan perplejos, como si no fueran ellos.

Ella buena alumna y buena hija. Los padres no saben en qué pasos anda él pero aceptan que la visite. Él guarda monedas, billetes que luego son pacas y pacas que se reproducen tan solo de estar juntas, pegadas, en ese rincón de su casa. Van a cumplir el año, por eso él no le regala nada.

Y sí tiene, dice ella. Le sobre el dinero. Lo dice sin brillo en sus comisuras, pues a ella no le importan los bienes sino él, el amor que le tiene. Pudiera comprarme ropa pero no. Una casa o al menos un terreno, pero no. O un carro, una trocona, eso también pudiera. Pero no.

No quiere ser detallista. Se resiste. Porque la quiere en serio y para siempre. Como esos veranos o el recreo en la escuela primaria o el timbre de la hora de salida cuando es viernes en la secundaria. Momentos que duran mucho. Que duran todo. Como ellos quieren durar. Por eso y para eso serán los detalles: para que duren, cuando estén seguros de lo que desean.

Y ahora que cumplan un año, cómo van a festejar, le pregunta a ella su mejor amigo. No sé. Creo que nos vamos a casar.

16 de mayo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de   / mayo 19, 2013)

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