lunes, 20 de mayo de 2013

LA ÚLTIMA TRAVESÍA DE MAURO TALINI

Mauro Talini. Pedaleo mortal.
Pasó ileso después de una intensa balacera en Guasave, donde murieron un policía y tres sicarios, entre el hedor de la pólvora y el pánico colectivo, sangre regada en el asfalto y vehículos siniestrados. Nada lo inmutó. Su propósito era demostrar que la diabetes no tiene porqué postrar al que la padece. Había partido del sur de Argentina el primero de enero y su objetivo era Alaska. Pero el destino lo atajó en Sonora.
 
Santa Rosalía o Guaymas, ¿qué es más seguro a mí?, preguntó Mauro Talini antes de reiniciar su viaje a Alaska, vía pedaleo, con un espanglish que era perfectamente entendible.

—¿De qué seguridad preguntas?, ¿violencia?

—No, viento, calor, desierto.

—Ahh, pues Sonora, porque hay más comunidades, más personas en tránsito por el desierto, y te pueden auxiliar en un imprevisto.

Entonces lo decidió: “Por Guaymas. Ciao”.

Luego montó su bicicleta roja y comenzó a pedalear. En pocos minutos ya se había alejado más de un kilómetro. Parece que va en moto, bromeó el Vaquero, mientras yo conducía. Al alcanzarlo, las cámaras lanzaron sus últimos disparos. Gritos de aliento, saludos al viento y nos separamos.

Cuatro días después, Mauro Talini dejaba de rodar, estaba muerto. Su cuerpo y su bicicleta quedaron destrozados. Un tractocamión lo embistió más de 100 metros, medio kilómetro antes de la caseta de cobro entre Santa Ana y Caborca, Sonora, en una comunidad conocida como Trinchera, 250 kilómetros al norte de Hermosillo, Sonora.

Había llegado lejos, pero no lo suficiente para completar su carrera en solitario de 25 mil kilómetros, que inició el 1 de enero en Ushuaia, en la Patagonia Argentina y que pretendía terminar el 30 de junio en Prudhoe Bay, en Alaska.

Talini, originario de Viareggio, Italia, tenía 39 años de edad y diabetes. Emprendió el proyecto Una Bici Mil Esperanzas (Una Bici Mille Speranze), con el patrocinio de la Federación Italiana de Ciclismo, la Iglesia Católica, y otros organismos que le proveían lo suficiente para mantener su carrera, información que suministraba a su propio portal, que recaudaba dinero para mantener informada a la población sobre la forma de vivir con la diabetes, sin que esta sea una enfermedad incapacitante.  Él era el ejemplo de esa mentalidad.

Ese mismo ímpetu le había hecho pedalear antes desde su natal Italia a Jerusalem y ahora de Argentina a Alaska, “y nunca un problema, salvo las pinchadas”.

Nunca un ataque, jamás arrollado por vehículo, ni mucho menos asaltado en los campamentos que armaba para dormir, cuando la noche lo asaltaba en carretera.

“Una noche en tienda, otra en hotel, y así vas”, explicaba en esa tienda de conveniencia en la que paró para hidratarse, a las afueras de Ruiz Cortines, y en donde fue descubierto por reporteros, mientras comía bimbuñuelos acompañados por una Coca.

Parecía un ciclista trotamundos, de esos que vagan solo por placer, sin una causa que lo justifique. Nada más errada era esa primera impresión, pues en realidad era un italiano, diabético, clase uno, que se había echado a pedalear por el mundo para proveer información a la población sobre los riesgos de la enfermedad.

“Es mucho problema, en Italia, Argentina, México, Estados Unidos, en el mundo”.

En ese momento, el ciclista era uno de los sobrevivientes ilesos del tiroteo en donde se emboscó al jefe de la Policía Municipal de Ahome, Jesús Carrasco Ruiz, y en el que un policía y tres sicarios murieron.

Por el lugar por donde Talini pasó sin inmutarse, quedó calcinada una patrulla blindada. Los escuálidos neumáticos de la bicicleta no se pincharon con los centenares de cascajos regados sobre el pavimento ni con las esquirlas de las granadas que se detonaron, ni tampoco sintió si una bala le pasó o no rozando por el cuerpo.

Talini no se inmutó con las incontables patrullas y policías armados que estaban sobre la carretera. A él le pasó desapercibida la histeria colectiva y la furia de la Policía. No escuchó ni vio nada de la violencia que a diario se vive en Sinaloa.

Para él, lo más importante, y así lo hacía ver, era comunicar que la diabetes no es incapacitante y que con el adecuado ejercicio y quema de azúcares se podía controlar. Por eso recomendaba el ciclismo, por eso pedaleaba.

“Lo importante es que no te ates, no te venzas, no te sientas, sino que con diabetes pueden llevar una vida normal, plena, llena. Mírame, yo soy la prueba”, decía.

En minutos, contó su historia a Ríodoce, quizá en la última entrevista concedida a un medio de comunicación y única en Sinaloa.

Dijo no sufrir por la diabetes, y que aunque pedaleaba solitario, no se sentía solo, pues la lleva a ella, desde los seis años de edad.

En esta nueva misión, pedaleaba 150 kilómetros diarios, y hasta entonces no había sufrido incidente digno de comentar, aunque hubiese atravesado ya Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia Panamá, Costa Rica, Guatemala, Honduras y El Salvador.

Le faltaban solo unos kilómetros, un último estado de México para llegar a Estados Unidos, y de ahí a Canadá y luego Alaska, el fin de su viaje.

Pero el destino lo atajó. La tarde del lunes 13, un trailer lo arrastró más de cien metros junto con su inseparable bicicleta, en un impune “pega y huye”.

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