lunes, 20 de mayo de 2013

EXPEDIENTE: EL ÁRBOLITO...

Saltillo.- Transcurría la víspera de noche buena cuando el “galán” cometió el error de probar el automóvil nuevo que su pareja estrenaba, sufriendo el regaño que lo transformó de abnegado novio en el más cruel de los homicidas.

Y es que desde entonces se colgó la etiqueta de perseguido, aunque sus días de libertad se acabaron cuando las autoridades lo interrogaron sobre la misteriosa desaparición de Jorge, a quien había enterrado en su casa para evadir la acción de la justicia.

Relación por conveniencia

Mientras el tiempo corría dando margen a las ilusiones, César se convencía de que haber encontrado la felicidad junto al sexagenario, era lo mejor que pudo haberle pasado, la comunicación que tenían era buena y sus planeas de vida parecían ser ideales.

Habían pasado muchos meses desde que ambos cruzaron sus caminos fortuitamente entre las calles de la ciudad, que indiferentes callaban el idilio por conveniencia de quienes buscando el éxito sentimental se trataban como extraños ante la sociedad para mantener viva la flama de la amistad que les unía.

Sin dejar de pensar en el futuro que le esperaba al lado “de su hombre”, el ladrón avistaba el futuro como la fuente de la ilusión eterna que parecía no secarse, porque hacía hasta lo imposible por bañar de comprensión la relación que imaginó sería eterna.

Pero la admiración que el carpintero sentía hacia el hombre que lo llenaba de lujos se transformó repentinamente, porque tan solo una acción bastó para que el trato se fragmentara definitivamente con el empujón que dio forma a la tragedia inesperadamente.

Mientras el destino cobraba la factura del noviazgo que irónicamente se fortalecía cada día más, la pareja aguardaba con ansia el fin de año para cristalizar los deseos que soltarían como sorpresa en el momento indicado, porque la historia que compartían estaba escrita con tinta sangre.

Así transcurrió aquel diciembre de fantasía para los amigos con derechos, que con una vida hecha construían el futuro previsor que adornarían con las mieles del romance que los agotaba cotidianamente, sin saber que un arrebato de furia tramitaría el peor de los desenlaces.

Y es que mientras el invierno escondía entre sus ventiscas el funesto pasaje que estaba por ocurrir, la esencia de la Navidad ablandaba las emociones de la pareja que sin darse cuenta creó el problema que mató su relación para siempre.

Amarga navidad

Emocionado por los estragos comerciales de la temporada, César detuvo el andar de su Neón sobre el V. Carranza con la intención de ver al hombre que le robaba el aliento, sabedor de que era el mejor momento para juntos esperar la llegada de tan mágica festividad.

Instantes después, el enamoradizo Romeo se adentró en la casa donde pretendía encontrarse con Jorge, aunque el desatino le puso enfrente la prueba que jamás hubiera imaginado pasar, pues ignorando las consecuencias cometió el error que ahora lo tiene en prisión.

Y es que sin buscar encontró las llaves del lujoso automóvil que su galán acababa de comprar, por lo que entusiasmado las tomó para salir corriendo a donde la “nave” del año lo esperaba para cumplir su más caros deseos de volar sobre ruedas.

Sin pensar en las consecuencias que eso le traería, el maderero subió al carro y durante varios minutos recorrió las frías calles de la zona centro, nublando su mente con deseos materiales que controlaba con el volante que lo hacía sentir el rey del mundo.

Tras varias horas de paseo furtivo, César volvió la realidad y decidido a esconder su aventura retornó al lugar de donde había despegado sigilosamente, aunque para entonces Jorge lo esperaba para comenzar la guarra de palabras que lo mandó a la tumba.

Observando fijamente al conductor de ocasión, el ex empleado médico le lanzó una tanda de rencorosos cuestionamientos que cayeron como puñaladas sobre éste, quien trató de defender su postura argumentando querer sentir la sensación de estrenar algo.

A pesar de recibir explicaciones ficticias, el donjuán de la tercera edad recriminó la tan osada desobediencia de su joven pareja, quien desde siempre había sido advertido de que no tomara el carro nuevo sin permiso.

Con la víspera navideña corría sin detenerse, en el V. Carranza los gritos y manoteos se multiplicaban ardorosamente, desencadenando la bronca en la que los contendientes intentaron asustarse mutuamente con movimientos hechizos.

Pero las intentonas de ataque se tramitaron abruptamente, cuando la pareja forcejó, siendo César quien aprovechó las circunstancias basado en su fortaleza física, al aventar a Jorge que se desplomó sufriendo el golpe que lo mandó directo al otro mundo.

Extrañado por el repentino desenlace de la trifulca “marital”, el agresor zarandeó a la víctima pretendiéndolo despertar sin éxito, porque éste había perecido en el acto sin emitir ningún gesto que pareciera evocar a la tragedia.

Maquiavélico plan

Sorprendido por los alcances de su maldad, el sujeto que durante años figuró como reconocido delincuente recostó el cadáver en una cama mientras ideaba la manera de deshacerse de éste, buscando evadir la acción de la justicia para mantener su libertad intacta.

Fue así como el también atracador de residencias divisó la llegada del 24 de diciembre, y resuelto a no encarar a la justicia metió a su amigo en el refrigerador para que no se descompusiera, poniendo en marcha el plan que lo sacaría de problemas a punta de palazos.

Mientras “el padrino” yacía inmerso entre el invierno metafórico del congelador, César actuaba con presteza en la casa que acababa de rentar en Fundadores para disimular los hechos, sacando lo mejor de su talento delictivo para fabricar el crimen perfecto.

Durante toda la Navidad, el carpintero de futuro muerto cavó con astucia la fosa que convertiría en el nido de sus maldades, retornando a la casa de su victimado para dar seguimiento a la aventura que había comenzado sin boleto de regreso.

Cargando con dificultad el cadáver de su inerte protector, el homicida lo subió en el Neón que sin margen de error enfiló hacia Fundadores, donde lo llevó a lo más profundo del patio para despedirlo de una manera nada común.

Tras enredarlo en la cobija de cuadros rojos que se encontró a su paso y meterlo en un bote de plástico para basura, el exasperado carpintero avanzó algunos pasos para finiquitar lo que erróneamente creyó una misión cumplida.

Arrojándolo en el pozo con la más grande indiferencia, el atracador que escondía su identidad tras una barba de candado se detuvo un instante, y tras tomar agua reanudó la marcha de su tétrico plan llenando de tierra la sepultura clandestina que selló con una jardinera improvisada para disipar suspicacias.

Como protocolo final de su odisea delictiva en el lugar, César plantó un arbolito que aparentaba tranquilidad en la casa que rentó para sellar sus bajezas mundanas, coronándolas con la fabricación del escenario que se perdía entre la trivialidad.

Suspirando hondo por haber aprobado el examen que el destino le planteaba, el ingenioso criminal tomó el automóvil nuevo de Jorge para huir sin escalas, alargando la mentira que creció desmesuradamente gracias a su habilidad para fantasear situaciones.

Buscando olvidar sus pesares en tierra ajena, el carpintero recibió el año en casa de sus amigas que lo resguardaban en la frontera norte, pretendiendo que el recuerdo del terrorífico acto se borrara en la memoria de la sociedad lo antes posible.

Abrigado por la sombra del anonimato, el prófugo de la justicia reposó sus emociones paseando en el vehículo que dejaría en la ciudad que visitó clandestinamente, en un acto planeado por desaparecer cualquier evidencia que pudiera incriminarlo.

Fatídico error

Imaginando que lo peor había pasado, César retornó a su casa intentando hacer su nueva vida aunque ahora en solitario, porque Jorge ya no estaba para apoyarlo en las infortunadas actividades que hacía para sobrevivir cotidianamente.

Visiblemente gastado por el torbellino que le había significado las festividades recientes, el prófugo recordó que portaba los objetos de valor que había arrebatado a su compañero sentimental, dándose a la tarea de venderlos para hacerse del dinero que aliviara su paupérrima situación económica.

Aunque los familiares del extinto empleado ya lo habían buscado para preguntarle por la ausencia de éste, el delincuente se mantuvo estoico señalando que aquel se había ido a Monterrey para cumplir compromisos personales que lo mantendrían lejos durante un buen tiempo.

Pero un error marcaría el principio de fin para el atroz galancillo, que en un ataque de pobreza sacó las joyas que había robado al infortunado para malvenderlas cuando la necesidad lo alcanzara, sin presupuestar que eso derrumbaría sus planes de libertad.

Durante un amanecer cotidiano, el homicida caminó por las calles ofreciendo las alhajas malversadas que tenía en su poder, sin darse cuenta que la policía ya seguía sus pasos por considerarlo el primero de los sospechosos en la lista que tenía para resolver el caso.

Sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento, el trabajador de la madera narró a las autoridades cómo sucedieron los hechos, detallando fríamente cada instante del acontecimiento que echó a perder sus ilusiones como persona y pareja del ofendido.

Hasta hoy, el Juzgado Primero en Materia Penal continúa las diligencias para dictar una potencial condena a César por el delito de homicidio simple doloso en contra de Jorge, a quien pagó con muerte la sobreprotección que le dio durante sus constantes detenciones ante la ley por robar en domicilios y demás.

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