lunes, 20 de mayo de 2013

LA SEQUÍA LOS CONVIRTIÓ EN UN PUEBLO FANTASMA

Carlos Chávez

Saltillo.- A 60 kilómetros de la ciudad, cerca de la carretera Saltillo-Castaños, los restos de una población demuestran que nada es peor que la falta de agua. A simple vista, en su horizonte, 40 cabañas construidas con tarimas, láminas, tablones, polines y telas oscuras dan la impresión de que la vida rural se encuentra a la orilla de la carretera, a unos metros del puente El Forlón.

Por su camino de terracería, las maderas destrozadas, los techos derrumbados y la falta de vida descubren los restos de la miseria; de una tierra que desde hace mucho es un pueblo fantasma. Una víctima más de la sequía que sucumbió para que la vida agreste de los animales de corral y de los cultivos que alimentaban a cerca de 40 familias ramosarizpenses fuera tan sólo un recuerdo.

Sin poseer un nombre y un punto de referencia en los mapas, la población de El Forlón desapareció casi en su totalidad por la falta de lluvias y la negativa de las autoridades de otorgarle los apoyos concernientes de agua potable, al no reconocerlo como ejido, a pesar de que se integró hace más de 15 años con personas que llegaron de Castaños, Saltillo y otras comunidades rurales.

Vicente Olvera, agricultor y cabeza de una de las tres familias que se niegan a dejar un patrimonio que edificaron al trabajar la tierra, comentó lo difícil que es mantener al campo y a los animales sin una gota de agua, mientras el encarecimiento les impide devolverle la vida a esta zona que, además, se encuentra en medio de un pleito legal porque no poseen ningún papel que los acredite como dueños.

“Hace tres años todavía habíamos 10 familias por aquí, pero todos se cansaron de que no hubiera agua y se fueron. Ahorita sólo quedamos tres familias. Nosotros tenemos nuestra labor y algunos caballos, vacas y gallinas, nuestro vecino José Manuel tiene unos cabritos y los otros vecinos están más hacia la entrada”.

Vicente asegura que él y su familia fueron de los primeros que llegaron a estas tierras hace más de 15 años para trabajarlas y ganarse el pan. Amante del campo, el agricultor señaló que uno de los problemas es que nunca han sido reconocidos como ejido y esto fue porque las tierras no tenían dueños, y a ellos nunca se les otorgó el título de propiedad; lo que les impide hasta la fecha hacer excavaciones para encontrar el agua que tanto necesitan.

“Realmente muchos dicen que no debemos estar aquí, pero esto no tenía dueño y llegamos porque no teníamos a dónde ir. Antes éramos muchos más, pero poco a poco todos se fueron cansando, agarraron sus cositas y mejor se regresaron por donde vinieron. Nosotros decidimos quedarnos porque nos gusta el campo, y a pesar de que esta tierra no es nuestra, porque no tenemos los títulos de propiedad, la trabajamos como si lo fuera.

“Si seguimos y podemos mantener esto es porque una persona nos ayuda con el agua y nos da la que queremos, pero tenemos que ir por ella hasta el entronque de Fraustro, que es donde nos la regalan. Se podría decir que compramos el agua para vivir porque gastamos en gasolina y en cada vuelta, pero si no hiciéramos esto no podríamos mantenernos ni echarle una mano a las parcelitas”.

REZARLE A LA LLUVIA

Justo en la entrada de “su propiedad”, a un lado de la cerca, un altar pintado de blanco alberga los rostros de la Virgen María y San Judas Tadeo, el santo patrono de las causas perdidas. Vicente asegura que él, su esposa Luisa y su cuñado José Manuel no pierden la esperanza y siguen rezándoles juntos a las imágenes de la Virgen de Guadalupe y San Isidro Labrador para que les “caiga una agüita” que los salve para la siembra y la cosecha de este año, tal y como pasó en los dos anteriores.

“Estamos preparando una danza para San Isidro para ver si así llueve. Ojalá que con esto llegue la lluvia. Nos haría bien una agüita para la labor, porque en enero nos arriesgamos con una llovizna y echamos avena para ver si se daba y pues nos quedamos sin nada. El año pasado logramos plantar sorgo con unas gotitas de agua que estuvieron cayendo y que nos mantuvieron también para las pacas de los animales”.

Mientras su esposa barre el altar y echa unas gotas de agua como ofrenda para que las nubes dejen caer su preciosa carga en esa zona, Vicente asegura que harán una gran fiesta con platillos, danza, música y una misa para que el santo patrono de la agricultura se apiade de ellos y desde el cielo les envíe un poco de gracia.

“La danza se la vamos a hacer a san Isidro Labrador, el santo de los agricultores. La ceremonia será el 12 de mayo y esperamos que venga mucha gente, porque realmente vamos a hacerle algo en grande. El día de San Isidro es el 15 de mayo, el Día del Maestro, y esto es porque los maestros plantan la semilla del saber en las mentes de los más jóvenes, tal y como San Isidro lo hacía con las semillas en la tierra”.

Recuerda que a pesar de todo el dolor y daño que causó el huracán “Alex” en 2010, para ellos fue una bendición. Las lluvias les permitieron llenar cubetas y tinas con las que mantuvieron el riego y hasta los tinacos albergaron las tempestades para mantener un suministro que no se había tenido en varios ayeres.

“La última vez que llovió bien fue cuando pasó el huracán. Además de que cayó mucha agua que nos hacía falta se sentían las ráfagas de aire, pero eso sí, ninguna lámina se nos voló. Nos sirvió mucho que cayera tanta agua para guardarla y para que la tierra la absorbiera. Ese año comimos elotes, frijoles, calabazas, sorgo y trigo. Esa vez todo se nos dio y cosechamos como nunca”.

LA TIERRA ES DE QUIEN LA TRABAJA

Originario de Castaños, a sus 56 años Vicente se niega a dejar esta tierra. Llegó con la esperanza de encontrar un lugar para él y su familia luego de haber estado en Saltillo y de no encontrarse en la ciudad.

Entre su esposa y su cuñado limpiaron el terreno como muchas otras familias que decidieron salir de la ciudad ante las pocas condiciones de crecimiento. Ahí, Vicente se encontró con campesinos de Castaños y de otros ejidos de los alrededores, que por la falta de agua buscaron otros lugares para asentarse, aunque la situación no les resultó y poco a poco los vio marcharse.

“Nosotros tuvimos que limpiar todo. Desyerbamos y acomodamos todo para poder acomodarnos aquí y además para preparar las tierras para la siembra. Mucha gente no hizo nada y se quedó esperando a que les dieran los permisos. Algunos eran de ciudad y no se dieron cuenta que al campo hay que trabajarlo y por eso se desesperaron y se fueron”, asegura Luisa, esposa del agricultor.

Las dolorosas espinas de los matorrales se implantaron en sus brazos dejándoles cicatrices, que se curtieron con los quemadores rayos del sol. Hoy, Vicente se acomoda a la sombra de un árbol que dejó en las 15 hectáreas, que en un principio trabajó con mulas y que luego logró aflojar para la siembra con un tractor que obtuvo de fiado con otro compañero campesino.

“Al principio teníamos que arar con mulas y preparar todo, incluso a mano. Así fueron los primeros cinco años y después llegó el tractor que pagamos como pudimos y que a la fecha nos ha servido para que el campo esté listo para cosecharse. Sólo seguimos esperando a la lluvia”.

EN PELIGRO DE EXTINCIÓN

Una cantimplora reposa sobre la cerca de alambre de púas que divide al paraje semidesértico de las tierras que trabaja todos los días. Vicente asegura que en un intento por mejorar la situación ante la sequía, en diciembre bloqueó un arroyo porque que el agua dejó de llegar hasta sus tierras y tuvo que tomar medidas drásticas.

“Mis parcelitas estaban todas secas y la labor no se daba y el agua corría a un lado cuando caía la lluvia. Por eso decidí ampliar el terreno y corté unas cuantas plantas de lechuguilla y bloqueé el arroyo para desviar el agua en acequias que nos permitieron que el riego se pudiera hacer”.

Sin embargo, su idea para mantener viva la cosecha se tuvo que desestimar cuando elementos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) le enviaron un citatorio para que se reportara en Saltillo. El motivo fue que había invadido terreno que podía poner en riesgo a especies vegetales y animales que están peligro de extinción y por eso se haría acreedor a una multa.

“Ahorita sigo esperando a que me hablen para que me digan cuánto voy a pagar. No creo que sea justo porque nosotros estamos buscando el agua, no había cómo salvar la siembra y en el invierno el agua estaba a casi nada de nosotros. Les dije a los funcionarios que la única especie que realmente está en peligro de extinción en el campo somos los agricultores”.

Además, aseguró que a pesar de tener los tubos y el apoyo de sus hijos para realizar excavaciones y obtener agua de los mantos acuíferos subterráneos no puede hacer nada, porque no tiene los títulos de propiedad y Conagua le prohibió determinantemente que busque una solución a sus problemas.

“No puedo excavar ni hacer nada y lo único que pienso es que esta burocracia no entiende a los que trabajábamos el campo. ¿Cómo quieren que trabajemos si todo se resume a trámites y trabas que nos impiden las cosas? Además de eso está la sequía, y nosotros ya demostramos que esta tierra sí da resultados si se trabaja. Fuimos los únicos que cosechamos de temporal y lo podemos seguir haciendo”.

MORIR DE SED

Casi al llegar el mediodía, Doña Luisa prepara los frijoles y abre un queso que compró en el ejido Santa Teresa. El chile se cuece en la estufa en un sartén de peltre azul, mientras el agua para café hierve y despide un vapor cálido que contrasta con la frescura de la casa.

La esposa de Vicente todavía no se repone del susto que le dio encontrar una víbora en su bodega donde guarda a sus pollitos, sus utensilios de cocina y las herramientas del campo de su marido.

“Ayer me salió la víbora, estaba enroscada y se acababa de comer un ratoncito porque no se podía mover. Estaba como dormida, pero sí me sacó un susto porque tenía un cascabel grandote y esas son las que pican y hacen mucho daño”, recuerda mientras prepara la comida para su hermano y su esposo, con quien procreó a tres hijas y un varón que viven en Saltillo y se dedican al trabajo y a sus estudios.

Ya en la mesa, con todo servido, Vicente comenta que ni la burocracia ni las promesas de los políticos lo asombran. Recuerda que en una ocasión un ex alcalde los visitó y les prometió que revisaría su situación, aunque para nada hubo un cambio.

“Una vez estaba aquí Ricardo Aguirre y nos dijo que nos iba ayudar y que iba a revisar todo pero no pasó nada. Yo recuerdo que le dije que si no le daría pena si en su municipio alguien se muriera de sed y no me contestó, y pues en estos momentos creo que la situación sigue sin importarle a nadie. Yo no quiero nomás que me den, sólo que nos ayuden a que podamos trabajar la tierra”.

ORACIONES Y PLEGARIAS

Vicente y su esposa María Luisa Cázares le devolvieron la vida al pueblo fantasma. Las camionetas y los automóviles desfilaron por un camino donde las láminas, el cartón y algunas de las pertenencias de los antiguos habitantes permanecen en la tierra, mientras que poco a poco se fueron congregando para disfrutar de una celebración. El motivo de la fiesta: la lluvia llegó por unas cuantas horas.

El milagro de la esperanza llegó en forma de gotas y granizo a El Forlón, antes de que la súplica por el temporal se concretara. La efigie de San Isidro Labrador fue la única que se quedó dentro del altar de Vicente Olvera, aunque detrás de él, una estampa de San Judas Tadeo abrió la oportunidad para que las oraciones llegaran no sólo para el patrono de la agricultura, sino también para el santo de las causas perdidas.

En su desesperación, el campesino de 56 años, que anteriormente plantó la semilla del saber como maestro, convocó a familiares y amigos para mitigar al áspero y seco espíritu del desierto con una danza y una ceremonia religiosa para que la lluvia permitiera el renacer de la tierra, sin saber que la fiesta sería más bien una forma de agradecer la llegada del agua para sus animales y para su labor.

“Pues hicimos una invitación abierta a los vecinos y parientes para empezar. Tuvimos buena respuesta, porque a pesar de que amaneció con neblina y bruma la gente no ha dejado de llegar. Hay respuesta de nuestra parte, por eso creo que nos va a ir bien”, comenta Vicente entre los abrazos de sus hijos Claudia Jazmín, César y Diana, que lo fueron a visitar junto a sus hermanos Saturnino, Nohemí y Guadalupe.

VOLVERÍAN SI HUBIERA AG UA

Después de una agobiante sequía, en donde el cielo no había dado una gota de agua en más de un año y medio, las nubes construyeron una barrera ante el abrasante sol que había azotado a esta agonizante comunidad de Ramos Arizpe, que debido a la sequía que inició en 2010, vio cómo sus pobladores comenzaron a rendirse y abandonar sus casas hasta que sólo quedaron tres de 40 familias.

“Los que se fueron regresarían si hubiera agua y no sólo de este ejido, sino de todos los de los alrededores. La gente está huyendo de los ejidos porque no hay agua y se van a las ciudades a ver qué encuentran, porque no hay lluvias y no hay manera de sacar el agua, porque la misma burocracia nos lo impide”, comenta con resignación al mirar hacia el eco de la comunidad con la que llegó hace 15 años y de la cual sobrevive junto a María Luisa, su esposa y otras dos familias que no se resignan a irse.

De pronto, interrumpe el estruendo de los tambores y el violín que comienza a ser afinado en las manos de un anciano. Medio centenar de niños, mujeres, hombres y adultos mayores se reunieron afuera de la casa de Vicente, donde las telas roídas y quemadas por el sol los resguardan ahora de las frías ráfagas de aire y de la brisa que se cuela y que alcanza a calar los huesos.

El olor del asado de puerco que se despide de la olla se mezcla como un banquete olfativo con los frijoles, el chile y las salsas, mientras el carbón se enrojece y la carne asada comienzan a despedir una blanca humareda que antoja a los paladares de quienes observan la danza y se unen a ella para pedir que la lluvia llegue para quedarse y esta temporada sí haya maíz, frijol, calabaza y sorgo para las cabras y las vacas.

“¡Éntrale en ayunas!”, le dice Osvaldo al viejo violinista mientras golpea su tambor y los 17 danzantes giran y dan vueltas para que sus pies levanten la tierra y las piedras se alejen del altar. La Virgen de Guadalupe yace afuera con el símbolo del grupo de danza “Guadalupanos de Corazón”.

Agitan sus piernas y brazos al compás la música. Tres perros acuden al estruendo para ver cómo las capas tricolores se sacuden con cada giro de la danza, mientras los sombreros y gorras contrastan con los arcos brillantes y las sonajas que alimentan la sonora marcha matachín; sobre una tierra húmeda que aliviada recibió al agua desde la noche anterior.

“Esperemos que siga esto. Lo de la danza lo hacemos en honor a San Isidro Labrador, porque queremos que haya agua, lluvia y no sólo para El Forlón, sino para Ramos Arizpe, Coahuila, y todo México; para que toda la gente agricultora se vea beneficiada por la lluvia. Sí beneficia que el clima esté fresco, nublado y que se sienta la humedad porque la tierra está sedienta. Gota de agua que cae, gota que alivia. Anoche nos cayó agua acompañada de tantito granizo y espero que siga para que la sequía desaparezca”, comenta Vicente mientras continúa la danza.

El campesino asegura que ojalá las lluvias favorezcan y que también los gobiernos volteen los ojos a historias como la suya, ya que es bien sabido que la gente huye de los ejidos, debido a la falta de agua, para refugiarse en las ciudades, donde tampoco tienen muchas oportunidades.

“Ahorita ya empezamos, y aunque sea un ‘chipi chipi’ queremos que dure porque en los alrededores hay muchos ejidos de compañeros que se ven igual o más afectados que nosotros por la falta de agua para ellos o para la labor y sus animales. Hemos tenido muchas muertes de animales. Esperamos que la danza nos ayude y que diosito nos mande un chubasco y no sólo a nosotros aquí, sino a todos los que están padeciendo de la sequía”.

TRABAJAN SIN SER RECONOCIDOS

Vicente asegura que a pesar de todo lo que pasa él prefiere la vida del campo. Dice que los problemas de la ciudad no se comparan para nada con los que ahí viven, aunque sí exigió el apoyo de los gobiernos para reconocer comunidades como la suya, que padecen de las carencias, e incluso de un reconocimiento como ejidos o extensiones rurales, ya que El Forlón no existe en el mapa de Coahuila.

“Me encantaría que la gente pudiera encontrar a El Forlón en el mapa. Aunque somos pocas las familias que estamos viviendo por acá, el primer problema que tuvimos desde que llegamos todos fue que no hay ni una propiedad ni reconocimiento como ejido por ningún gobierno. Ojalá que alguna instancia de gobierno nos echara la mano para resolver esa situación. No podemos atenernos únicamente a los que nos manda mi Dios Padre, si ya tenemos el reconocimiento y el apoyo así podemos trabajar. No hay cómo saber que tienes derecho por ley sobre la tierra y nosotros no lo tenemos”.

Termina la danza. Los niños se acomodan en las mesas para esperar su plato de comida. La fiesta continúa y Vicente mantiene la ilusión de que el cielo nublado se mantenga así por varios días para que llueva y eso permita que resurja la siembra.

“Si nos favorecen las lluvias estamos preparados y queremos producir lo que se pueda para el sustento de mi familia y de mi gente porque sí cosecho, yo le doy a todos los míos y creo que si todos hiciéramos eso las cosas serían muy diferentes y no tendríamos que traer granos de otras partes. Aquí hay dónde trabajar. Tenemos que hacer algo porque la gente que está aquí quiere producir y quiere ser gente de provecho, pero para eso también necesitamos que nos apoyen para que nosotros podamos trabajar la tierra, tener un lugar en dónde vivir y además ser reconocidos en el mapa de nuestro estado”.

Después de la danza, la gente proveniente de Castaños, Fraustro, Monterrey, Saltillo, Monclova, Santa Catarina y Las Norias toma su silla para escuchar la misa a cargo del padre Hilario Flores, quien bendijo a los presentes y les refrendó el compromiso de Dios de apoyar a los campesinos de alguna forma.

“Al campesino le falta el apoyo para trabajar la tierra, tenemos tierras muy ricas y si tuviéramos agua lo demostraríamos. Al campesino le falta la mano del Gobierno para que lo ayude con la extracción de los pozos para que tenga agua para sus animales, para la labor y sin tanta burocracia. Nosotros queremos la tierra para trabajarla y que nos apoyen para producir porque esta tierra es rica”, concluyó Vicente.
 

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