sábado, 5 de octubre de 2013

ORDENA ADOLESCENTE MATAR A ENAMORADO DE 14 AÑOS EN COLOMBIA

Bogotá, Colombia.- Robarle besos y mandarle piropos a una joven de 16 años de su colegio. Ese fue el delito de Carlos Andrés González Zabala, un joven mariachi de 14 años que el pasado 15 de agosto fue asesinado de 21 puñaladas en el santuario de La Peña, en Bogotá. 

El día de su muerte Carlos no entró a clases con la excusa de que no tenía los tenis del colegio y se fue con ella rumbo a la montaña. “Ella lo engañó diciéndole que le iba a presentar a una amiga en el santuario de La Peña”, informó la Policía.

Pero en el lugar los esperaban Álvaro Lombana, el novio de 18 años, y otro menor, de 16, que, según la investigación, una semana atrás habían acordado con la joven el asesinato.

El que mató a Carlos fue el muchacho de 16 años, que le asestó las 21 puñaladas y se entregó el pasado 4 de septiembre. A los investigadores les dijo que el diablo lo había poseído y por eso lo apuñaló tantas veces.

El cuerpo de Carlos, aún con vida, fue arrastrado por los tres jóvenes hasta una cueva y cubierto con piedras.

El pasado miércoles, la Policía capturó en el barrio Santa Fe de la localidad de Bosa a esa joven que se molestaba con las muestras de cariño de Carlos.

Un juez avaló la petición de la Fiscalía de capturarla como autora intelectual del asesinato y se le imputó el cargo de homicidio agravado, que ella no aceptó.

Estará cuatro meses a cargo de Bienestar Familiar mientras se establece su responsabilidad en el crimen, que, según la Fiscalía, facilitó y ayudó a realizar.

Si al final del proceso es declarada responsable, la joven solo pagará, como máximo, siete años de detención, la máxima pena que le pueden imponer por ser menor de edad.

LA CORTA VIDA DE CARLOS

Carlos Andrés González Zabala era un joven de 14 años, el cuarto de cinco hermanos, estudiante del colegio Los Pinos, donde cursaba noveno grado.

Era cantante de rancheras y hacía presentaciones en su colegio y en fiestas de vecinos y familiares.

Murió sin cumplir su sueño de grabar un disco.
 
 (Con información del portal colombiano El Tiempo)


 
María Adelaida Zabala, madre de Carlos. Foto cortesía ElTiempo.com


 
 
 
CONMOCIONA A COLOMBIA MUERTE DE NIÑO MARIACHI
ElTiempo.com

 
 
Por Carol Malaver / Bogotá, Colombia.- Muerte de Carlos conmocionó al país, luego de que se acusó a una niña de haber ordenado asesinato.

La casa de Carlos Andrés González Zabala, el niño mariachi, se hunde en el barranco. Es hecha de tablones y pedazos de teja amarrados. El cuarto de su madre está forrado de papel regalo para que el frío no penetre los huesos en épocas de lluvia.

El piso tiene una alfombra que separa las camas de la tierra, y de las paredes cuelgan los sombreros de mariachi que el niño coleccionaba y que le fueron quedando chicos con el tiempo. (Galería: el vacío que dejó el 'niño mariachi' en su hogar)

En su lecho, María Zabala, su madre, lee, con un dolor que ni siquiera le permite llorar, la canción que su hijo le escribió con un esfero kilométrico y mala ortografía en un cuaderno cuadriculado: “Hoy todo mi agradecimiento te regalaré por todo lo que has hecho por mí, mi gran mujer, pues una igual que tú nunca encontraré. Por eso te adoro gran mujer”.

La voz de su hijo retumba en su oído porque desde que lo mataron, en una cueva de los cerros orientales. Ella lo escucha todos los días en el pasillo, en su cuarto, cuando ve a los que eran sus dos perros callejeros. Los pasos de Carlitos, de 14 años, los siente todo el tiempo.

El niño mariachi nació y creció en el barrio Turbay Ayala (Santa Fe) donde hoy hasta los policías advierten el peligro. “Ustedes que hacen aquí solos. Éste es el barrio más terrible de Bogotá”.

Pero María dice que la violencia es de ahora. Ella fue una de las primeras pobladoras de ese sector. “Esto por acá era muy calmado. No se veía la violencia de estos días. Acá me casé y tuve a mis cinco hijos”, contó.

A Carlitos le quedó sonando el gusto por la música ranchera el día que escuchó un CD de Danny Moreno. Solo tenía cinco años cuando le dijo a su madre: “Voy a cantar. Póngale cuidado que voy a comprarle un casa para que nadie nos pueda humillar”. Los dos se conmovían y se ponían a llorar.

El pequeño comenzó a comprar pistas y su madre, con los escasos recursos que le quedaban de vender chicles, papas y cigarrillos en la calle le mandaba a confeccionar los trajes de mariachi. Solo había una condición: el niño tenía que ir con Carito, al colegio, porque estudiar era lo que los iba a sacar de pobres. “Por eso –contó María–, le digo que él no se la pasaba en la calle. Salía a estudiar y se venía a la casa a cantar”.

De la escuela del barrio pasó al colegio público Los Pinos, donde estudió con quienes hoy están señalados de ser sus asesinos.

Carlitos estaba tan convencido de su talento que ponía a sonar la pista y se apoderaba del escenario; cualquiera que fuera. Como cuando se presentó en el comedor comunitario y todos lo aplaudieron. “Ese tocaba gratis. A mi hijo lo que le gustaba era que lo admiraran. Eso lo emocionaba”.

María confiaba tanto en su hijo que ahorró para poder comprarle una guitarra acústica. “Un día, antes de que me lo mataran, yo llegué a mi casa. Estaba recontento. Me dijo que don Tito, un conocido, lo iba a apoyar para sacar un CD. Ese fue el día que me regaló la canción”.

Esa noche Carlitos pasó una noche extraña. Se durmió en la cama de María y, cuando ella lo despertó, miró para todos lados desconcertado y se fue a su cuarto. “Al otro día él se levantó, se bañó, se vistió y se despidió de mí”.

María observó a su hijo y tardó muy poco en darse cuenta de que el niño se había puesto tenis con el uniforme de diario. “¿Y usted por qué se va en tenis?”.

“Tranquila mamá es que tengo un partido de fútbol”, dice que le contestó.

Eso pasó el 15 de agosto del 2013, el mismo día en que Carito, su hermanita de 13 años, lo vio vivo por última vez, yéndose con una niña.

Nueve días y nueve noches buscaron con desespero. En el barrio, en hospitales, y hasta al monte llegaron familiares y amigos. No importó que llegara la madrugada y esa neblina que inunda a Bogotá.

Jenny, de 20 años y también hermana del niño, fue quien lo encontró. Prendía una vela frente a la foto de Andrés en torno de la cual tiene ahora es una especie de altar. “Ese jueves –contó– mi mamá se fue a poner la denuncia contra los dos jóvenes que capturaron. De esos chinos siempre sospechamos porque nos miraban, murmuraban y se reían”.

(ZOCALO / Sipse / 05/10/2013 - 02:53 PM)

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