domingo, 8 de junio de 2014

MADRES DEPORTADAS, SUFREN EN TIJUANA; ESTÁN SEPARADAS DE SUS FAMILIAS


“Mi niña de seis años está muy deprimida, mi bebé llora por mí todos los días, y yo aquí estoy sin conocer a nadie; me enfermo muy seguido”

SAN DIEGO.- La familia de Cecilia Castro quedó realmente separada, con su esposo y un hijo en Florida, otros dos menores de seis y tres años están en California con personas que le son desconocidas. Ella está en Tijuana con ayuda de religiosos, pero es sólo por unos días. 
 “Me siento sola, con miedo; no se qué hacer”, dijo la señora, que fue deportada el pasado 9 de mayo “como si fuera mi regalo de cumpleaños”, después de haber intentado ingresar con otras casi 150 personas masivamente por la garita de Otay en marzo. 

“Mi niña de seis años está muy deprimida, mi bebé llora por mí todos los días, y yo aquí estoy sin conocer a nadie; me enfermo muy seguido”, platicó. 

Cuando decenas de jóvenes soñadores cruzaron masivamente en tres tandas por la garita de Otay, la prensa nacional e internacional dio cuenta de su hazaña, publicó principalmente que la dirigente Elvira Arellano había conseguido en un par de horas un permiso humanitario y viajaba con su hijo adolescente a Chicago. 

Pero la noticia que corrió con la consigna de que con el cruce masivo empezaba la reforma migratoria fue olvidada y comenzaron las deportaciones. 

Víctor Manuel Ledesma, un joven “soñador” que ayuda a coordinarse a madres y jóvenes deportados, informó que de 150 niños y adultos que cruzaron por Otay, 75 fueron deportados casi de inmediato, la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) otorgó permisos humanitarios a unos cuantos y “hay todavía siete en centros de detención y 35 que pelean sus casos”. 

Pero son casos difíciles, porque son peticiones de asilo político y por necesidades humanas difíciles de probar. 

Ledesma dice que le impidieron pasar ante un juez aún cuando mostró cartas del congresista Juan Vargas que pedían que fuera escuchado. 

“A mí no me creyeron que corro peligro y a mi esposo sí”, dijo Cecilia Castro originaria de Michoacán. Vivió en Florida una década y sus tres hijos son estadounidenses. Había viajado a Michoacán por su madre agonizante. 

María Robles es madre de una joven de 22 años con parálisis cerebral que está sola en Delano; la mujer de 60 años salió por “una enorme hernia” para operarse en Tijuana. Está sin trabajo, sin conocidos, “a veces sin nada qué comer” pero su sufrimiento es por su hija, que es su razón de vivir. 

Dice que si fuera un poco más ágil saltaría el muro fronterizo y se arriesgaría a caminar por zonas inhóspitas pero se detiene por miedo a quedar en el camino y nunca volver a ver a su hija, aunque “sin ella no me importa vivir”. 

Elvira Arellano reiteró en Tijuana antes de que cruzaran que ella llegó a la frontera sin intención de cruzar, sólo por apoyar. En su calidad de deportada previa tenía menos oportunidad de entrar al país y obtener permiso humanitario, pero ella y otra madre que la acompañaba fueron las únicas que quedaron libre en un par de horas. 

En cambio, en Tijuana, Cecilia Castro y la señora Patricia Piña Ruiz, del llamado “grupo de 150”, se preguntan cómo es que a sus esposos sí les concedieron asilo y a ellas no, cuando compartieron las mismas vidas e historias. 

La señora Yolanda Varona, también del grupo, salió a Tecate y le impidieron regresar, mientras que su hijo adolescente se encuentra solo en El Cajón. 

Francisco Fuentes joven deportado de Carolina del Norte por conducir sin licencia no habla español, no conoce a nadie en Tijuana, no tiene documentos ni de México ni de Estados Unidos. 

También hay un padre deportado, Miguel Barrios Ramos, sostén económico de su familia en Austin, quien pide comprensión 

“Yo quisiera que si alguien pudiera ayudarnos lo hiciera, porque todos nosotros somos padres de familia e hijos de familia sin antecedentes, educados, preocupados por nuestros hijos americanos”, dijo Barrios. 

(EL MEXICANO/ MANUEL OCAÑO /08 DE JUNIO 2014)

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