domingo, 29 de diciembre de 2013

SECRETOS Y CONTRASTES EN LA SIERRA TARAHUMARA


Carichí— Ubicado al oeste del estado, a unos 170 kilómetros de la capital y a 2 mil 70 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el municipio de Carichí, una comunidad fundada en el siglo XVII y que llevaba por nombre “Jesús de Carichic”.

Llegar a la cabecera municipal implica recorrer tramos carreteros que muestran la biodiversidad de Chihuahua y también que “el estado grande” va más allá de una simple frase.

El viaje inicia a 10 kilómetros aproximadamente de la mancha urbana de Cuauhtémoc, sobre la carretera que lleva a La Junta; allí se gira a la izquierda y empieza lo que puede convertirse en una experiencia inolvidable.

El sol brilla en lo alto intensificando la sensación de limpieza que se percibe en el ambiente luego de las lluvias registradas en los últimos días. Las aves, incluidas las carroñeras, aprovechan para tomar los postes de las cercas por asalto y robar un poco de calor al astro rey.

En el horizonte, las nubes empiezan a juntarse en anuncio de una nueva precipitación pluvial, mientras las planicies, atravesadas por la línea recta de la carretera, se dibujan interminables bajo el color amarillo pálido de los pastizales secos que en algún punto dan paso a las montañas vestidas por el verde de los pinos. La presencia de la nieve y el frío que desciende desde los picos montañosos no impide que los hombres y mujeres continúen sus labores cotidianas en el campo.

Los kilómetros se suceden uno a otro al igual que las pequeñas represas y grandes lagunas que se han formado con las lluvias y cuyo azul destaca entre toda la gama de colores existente. Conforme el camino avanza, la vegetación cambia dejando atrás los pastizales para dar paso a los encinos y los pinos; las ardillas saltan entre las ramas mientras un gato montés aparece repentinamente a un costado del cuerpo carretero.

El felino se marcha tan rápido como llegó. El caserío que conforma Carichí se dibuja a lo lejos, con sus techos de lámina y el busto del sacerdote José María de Yermo y Parres dando la bienvenida al visitante. Un par de cuadras adelante está la iglesia de La Sagrada Familia, que guarda —dicen los lugareños— más de 300 años de historia.

Bastan sólo 5 minutos para atravesar el poblado, de apenas mil 500 habitantes, y tomar un camino de terracería hacia Bacaburéachi. “Son 20 kilómetros y se llega a las aguas termales”, agregan.

La ruta atraviesa varios riachuelos que muestran la creciente del día anterior. En pocos minutos se llega hasta un punto donde empieza el descenso hacia el  río Bacochi, cuyo serpenteo se divisa desde lo alto atravesando el cañón del mismo nombre y cuyas formaciones rocosas dan fe de los millones de años que han tenido que pasar para llegar a su estado actual.

La vista resulta impresionante. La corriente del Bacochi pasa majestuosa bajo un puente a partir del cual se iniciará el ascenso “hasta el cordón y luego a la izquierda donde está el letrero”, dice un hombre que vigila el ganado pastando convertido en parte de la escenografía natural.

Ya en la parte alta, el camino serpentea por la montaña bordeado de árboles y acompañado por el trino de pájaros azules y correcaminos que se deslizan entre los arbustos. El cielo empieza a cubrirse con el color grisáceo de las nubes y las primeras gotas de lluvia empiezan a caer justo cuando aparece un nuevo río que cruzar. Un nuevo ascenso y finalmente aparece, en la parte baja, la comunidad de Bacaburéachi.

Son alrededor de 5 kilómetros de bajada con la precaución llevada al máximo porque el camino es resbaladizo a causa de la tierra suelta y las piedras, sin contar con las constantes curvas pronunciadas y el desfiladero que se ve a escasos centímetros de la orilla de la terracería.

El corazón se apresura, las llantas y los frenos a veces parecieran no responder pero quizá es sólo el miedo natural a la caída. Abajo, las casas rústicas exhalan humo desde las estufas de leña, mientras al frente, aprovechando el escaso sol que llega por momentos —igual que las aves y las lagartijas— algunos hombres “se curan” la resaca de la fiesta del día anterior.

Finalmente, unos cuantos metros más abajo, están las aguas termales que según dice la encargada del lugar, Hermila Peña, “brotan desde las rocas desde siempre” y corren entre el musgo y las oquedades que se han ido formando con los años, llegan a las albercas y siguen su camino hasta llegar al río o perderse de nuevo en la tierra.

La lluvia toma un nuevo impulso, el viento frío baja de las montañas y nos recuerda que esto es la Sierra Tarahumara, con sus secretos milenarios y sus incuestionables contrastes. Es hora de volver.

(El Diario de Chihuahua / Salud Ochoa /2013-12-26 | 23:05)

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