martes, 16 de abril de 2013

CERVEZAS Y BUTACAS


    
Javier Valdez/ Columna Malayerba
En la cantina, un grupo de maestros departían en mesa para cuatro: unos estiraban la mano para alcanzar la botana de camarones secos con sal, chile y limón, o para apurar el trago, y unos más gozaban la insoportable verdad que escupía la boca del decano de la escuela secundaria.

Uno de ellos levantó la mano y dirigió su mirada hacia la mesera de generosas piernas. Otra cubeta, por favor. Gritó. La joven tomó el balde y lo vació. Acomodó diez medias de Pacífico, tomó rocas de hielo y las echó encima.

Manuel les hablaba de la plebada, de la necesidad de formar jóvenes que tuvieran otra mirada respecto a la realidad: una mirada que lo abarque todo, que piense y critique y proponga, para que esta chingadera cambie. Lo dijo en voz alta porque se apasionaba. Los otros, también de secundaria, le decían que tenían razón, pero también los morros no tenían remedio. Son unos desmadrosos, compadre.

Pidieron más cacahuates salados y la joven aquella les trajo dos bolsas y espació las leguminosas en dos platos de plástico rojos, algo hondos, que puso en los dos extremos de la mesa. Aquellos seguían ejercitando el codo y los bíceps de tanto levantar y levantar botellas de media.

Un hombre que estaba al fondo, junto con otros dos, saludó a Manuel de lejos: levantó la mano y la sacudió apenas. Manuel respondió moviendo ligeramente la cabeza. Quién es, preguntó uno. No quieres saber, güey. Apenas llevaban medio balde, cuando llegó la mesera con otra ronda. Y esto qué, preguntó uno de los profes. Nosotros no hemos pedido. La joven sonrió y explicó que aquel se las había enviado. Y miró hacia el mismo rincón.

Don Manuel volteó y agradeció: la palma de su mano derecha con la parte interior viendo hacia su cara y la parte exterior dirigida hacia el hombre aquel que le sonreía en un rincón de la cantina. Muchas gracias, amigo. Pronunció. Aquel no lo oyó pero entendió los gestos. Hizo una seña de abrazo. Puso su mano en el pecho. Y desbordó su cara en una sonrisa que nació en ese momento.

Quién es, preguntaron dos de ellos. Es un narcotraficante. Gomero, mafioso, mariguanero. Puro cabrón o como quieran llamarle. Pero eso es. Y también es mi amigo. En eso un muchacho que no conocía se acercó y le dijo: Me mandó el jefe, que lo que se le ofrezca. Que está a sus órdenes. Dígale que muchas gracias por las cervezas, pero que si me quiere ayudar mande butacas, pupitres, pizarrones a la secundaria. Porque no tenemos.

El muchacho sonrió y se apartó. La semana siguiente, cuatro días después, dos camiones se pararon afuera del plantel. Traían pizarrones y pupitres. Los choferes buscaron a Manuel, porque necesitaban quién les ayudara a bajar los muebles.

26 de marzo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier Valdez/  marzo 31, 2013)

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