lunes, 5 de agosto de 2013

ETERNAS CARENCIAS EN PENALES DE COAHUILA

Paola A. Praga

Saltillo.- En junio, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, encontró una serie de irregularidades en el Centro de Reinserción Social Femenil de Saltillo y en los reclusorios varoniles con espacios reservados para mujeres.

El resultado fue parte de la evaluación nacional de las condiciones en que se encuentran las reclusas, el organismo revisó el cumplimiento del respeto a los derechos humanos, condiciones de estancia, trato digno, salud, alimentación, legalidad, reinserción social, funcionamiento y organización de los centros penitenciarios en todo el país.

“Como resultado del trabajo de investigación realizado se observó la existencia de hechos que contravienen normas nacionales e internacionales sobre los derechos humanos de las mujeres privadas de la libertad, relativos a la reinserción social, a la igualdad, al trato digno, a la protección de la salud y a la legalidad y seguridad jurídica”, dice el reporte de la CNDH publicado el pasado 25 de junio.

En la lista se encuentra el Cereso femenil Saltillo como uno de los que “no cuentan con espacios suficientes para albergar a la población reclusa en sus instalaciones en las áreas de observación, clasificación y de protección, además no tiene locutorios y presenta deficiencias en las condiciones materiales y de higiene en las áreas de ingreso, observación y clasificación, dormitorios, médica y talleres”.

Los Ceresos de Saltillo y Torreón carecen de un “adecuado o correcto” sistema de separación de hombres y mujeres en las áreas de ingreso, observación y clasificación, pero además en Torreón se carece de personal médico suficiente para atender a la población penitenciaria y no hay servicio de especialistas.

El diagnóstico advierte que en el Cereso de Piedras Negras las reclusas padecen mala alimentación, pues “existen irregularidades en la elaboración y distribución de los alimentos, no se les proporcionan tres raciones de comida al día, ni se les proporcionan utensilios para su consumo; además no se proporciona alimentación a los hijos de las internas que viven con ellas”.

El documento también señala que “en los Centros de Reinserción Social Femenil Aguascalientes y en sus similares de Saltillo; de San José El Alto, Querétaro; Nogales, Sonora, y Cieneguillas, Zacatecas, así como en el Centro Estatal para la Reinserción Social para Sentenciados No. 4 femenil, de Tapachula, Chiapas, no se proporciona alimentación a los menores hijos de las internas o bien ésta no es la apropiada para su desarrollo”.

El Cereso femenil de Saltillo además está en la lista de los que no garantizan el respeto al debido proceso en la imposición de sanciones o correctivos disciplinarios y en la revisión “se advirtieron deficiencias para llevar a cabo actividades educativas, puesto que no hay material didáctico suficiente, las actividades deportivas no se programan correctamente y el registro de las internas que participan en ellas no es el adecuado”.

De acuerdo con la CNDH, el informe “hace patente la necesidad de que las autoridades tomen medidas pertinentes y realicen acciones a efecto de que se garantice la protección, defensa y ejercicio efectivo de los derechos humanos de las mujeres que se encuentran privadas de su libertad en los centros de reclusión de la República Mexicana, por cuya circunstancia las coloca en una situación de vulnerabilidad”.

Advierte que del total de 418 centros de reclusión en México, 10 establecimientos estatales son exclusivos para la población femenil, entre ellos el de Saltillo.

De acuerdo con datos del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la Secretaría de Gobernación, hasta abril pasado el número de reclusas en México fue de 11 mil 901.

De este número, 8 mil 839 (74.2%) son del fuero común, 4 mil 532 son procesadas y 4 mil 307 fueron sentenciadas. De las 3 mil 62 internas del fuero federal (25.7%), mil 728 se encuentran bajo proceso y mil 334 tienen sentencia.

“Del total de la población femenil, solamente 4 mil 189 se encuentran recluidas en los señalados centros específicos para mujeres, lo cual representa 35.19%, mientras que 7 mil 712 es decir 64.80%, se alberga en centros mixtos.

“Al ser la población femenina del 4.87% de la población total recluida, la infraestructura, la organización y el funcionamiento de los establecimientos de reclusión han girado en torno a las necesidades de los hombres”, advierte el organismo.

El informe puntualiza: “al mes de noviembre de 2012, en los diversos establecimientos penitenciarios donde se alojan mujeres, existe una población de 377 menores de edad viviendo con sus madres en prisión y 48 internas se encontraban en estado de gravidez”.

Llanto y dolor desde el encierro

Para llegar a la oficina de la directora del Cereso Femenil de Saltillo, Leticia Rivera Soto se recorren pasillos medianos, se abren puertas cerradas con candados que giran sólo con las llaves que guardan las custodias discretamente en sus chalecos de seguridad.

En el área administrativa no hay evidencia de vida privada, todo es meramente institucional. Los muebles nuevos y viejos, chicos y grandes. Nadie puede ingresar sin autorización previa.

La directora es una mujer de cabello oscuro, morena y con voz enérgica. Su área de trabajo es un espacio iluminado, prolijo y fresco. En una mañana de un lunes de julio el ambiente es tranquilo, afuera en los patios, se escuchan difusos murmullos de las internas.

“Fue una responsabilidad muy grande aceptar este cargo, es una emoción, un ascenso y es mucha responsabilidad” cuenta la mujer, que luego de varias noches de llanto y meditación para tomar una decisión, aceptó ser la directora de la cárcel de mujeres de Saltillo.

Ganó experiencia en el Cereso varonil de Torreón, por eso no estaba acostumbrada a trabajar con las mujeres. “Estoy convencida que el báculo es el legal, el jurídico, la organización, si hay disposición y saber delegar las funciones para no caer en mal, se puede. Cada quien que haga su trabajo y honor a quien honor merece.

-¿Le dio temor? A una de las directoras la secuestraron.

“Mire, cuando me toca a mí, yo pensé, durante cuatro días en mi casa, se vale agarrarse de un ser todopoderoso y eso me ha ayudado mucho, pensé en mi familia, tengo dos hijos de 24 y 21 años y sé que les podía impactar del lado negativo, pero yo llegué con toda la energía”.

Cuando llegó a su nueva oficina, después de presentarse ante el personal técnico y operativo se dirigió a los expedientes. “Vi que había mucho por hacer… la prioridad es tener programación de departamentos y que a las muchachas durante su estancia se les haga ligera su carga y su readaptación, cometieron un error, pero son humanas, son mujeres”.

El principal problema al que se enfrentó fue la desorganización, la preferencia al trabajo en las dos maquilas, Mapisa y Jirsa, en lugar de las actividades de readaptación, chismes y divisiones entre las internas, que derivaban en un ambiente tenso y hostil.

Se entrevistó con las 47 internas y a muchas les habían violado las garantías fundamentales, hubo manipulación psicológica por parte de la anterior directora, Romelia Cortés. Pero, según explica, no existe ningún daño que no se pueda resarcir.

Valdez fue destituida hace más de un mes, luego de diversas irregularidades al interior, y en su lugar, la maestra comisionada de la secundaria 57 de Torreón, Leticia Segura, fue nombrada como titular del cargo.

Entre las celdas

Una “limpia” en el Penal, con el traslado a otros centros penitenciarios dejó a las internas del fuero común, por eso el principal delito que han cometido las mujeres que están dentro son el robo y el homicidio. Sólo hay tres reclusas con delito federal, que llegaron por privación ilegal de la libertad.

“Hablé con cada una de las internas para que me dijeran su sentir, analizar su personalidad, sus sentimientos, inquietudes, los problemas que ellas sentían en el penal, yo supe que Derechos Humanos había hecho hincapié en ciertos puntos y vamos a trabajar para mejorar”, sentencia Rivera Soto.

-¿Cómo recibe el Penal, luego del cambio de directora y los señalamientos hechos por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuál es el sentir y cuál la demanda de las mujeres en readaptación?

“Había un sentir general de una falta de interrelación de las autoridades del Centro, tanto de internas como trabajadores; sentían orgullo por parte de la autoridad del Centro, había soberbia, pero no podemos perder los pies sobre la tierra, somos aves de paso y ver por la readaptación, siempre habrá áreas de oportunidad, pero se trata de reducirlas.

“Uno de los puntos que decía Derechos Humanos era que faltaban trabajos programados y organizados, aquí hay dos maquilas y la mayor parte del tiempo la absorbe, que es de 8 a 5 de la tarde, y los departamentos hacen actividades, pero improvisadamente y por ende, en las internas estaba saltando el estrés.

“El objetivo del Cereso no es laboral, es la integridad emocional y de readaptación de los muchachas… no había actividades educativas programadas y ahora se pretende que haya dos horas para programar las actividades, ya se platicó con los dueños de las maquilas, porque nos topamos con la desesperación de algunas internas”, explica.



Entre el encierro y el arrepentimiento

Contadas desde adentro estas son sólo algunas de las 47 historias que se cuentan al interior de la cárcel de mujeres en Saltillo

Las protagonistas son sólo mujeres. Los hombres están en los relatos, en los recuerdos, en la complicidad. De la población de 47 internas, sólo cinco solicitan una vez a la semana la visita conyugal, otras dos salen bajo un dispositivo de seguridad al Cereso varonil para buscar un momento de intimidad con su pareja, también presa.

“No es falta de ánimo, es falta del pela’o. Yo creo que dejaron la pareja rota, o no tenían o traían problemas, pero es raro que se involucren con hombres… muchas tenían pareja, pero a la mejor no venían con el cariño que ellas deseaban y pueden darlos de baja… ellas no pierden sus sentidos, pero a la mejor esperan a un hombre que de verdad les apoye”, cuenta la directora.

La vida común es difícil llevarla dentro. Una sola mujer tiene un bebé, el que al cumplir un año, de acuerdo con la ley, por medio del departamento de Trabajo Social se investigará si puede vivir con los familiares de la interna o si será entregado a una institución para su resguardo.

La tristeza abunda, porque gran parte de ellas son madres. Aunque muchas cargan un pasado turbio con drogas, alcohol, violencia, promiscuidad, la semilla de la maternidad no se disipa fácilmente.

Les lloran a los niños que llevan su vida afuera. Les lloran de dolor, pero también de alegría, porque arrepentidas de sus delitos se levantan diario pensando en ellos, en ese motor interno, casi invisible que llevan dentro.

Las solteras, en cambio, piensan en salir para superarse laboralmente, encontrar un empleo que no las estigmatice, dormir al lado de una pareja que las valore y no les recrimine su paso por el Cereso.

Al 90% de las internas lo visita su familia. El resto no está acompañado porque son foráneas y a sus parientes se les dificulta el traslado a Saltillo o porque definitivamente, sin más, las olvidaron ahí dentro.

Con las internas que no reciben visita, se trabaja para que se mantengan ocupadas en cuerpo y alma: se les proponen juegos de mesa, música, actividades como manualidades, ver televisión, un poco de lectura.

De las chicas, 43 tienen secundaria y preparatoria terminadas, y son cuatro las que no saben leer ni escribir, mientras tanto se mantiene como proyecto el instituir una carrera universitaria para quienes quieran continuar con sus estudios.

Su salud es buena, comen un menú balanceado, que incluye papas, carne, arroz, frijoles, tortillas, algunas tienen sobrepeso, o enfermedades crónicas como hipertensión y diabetes, pero son controladas médicamente, y dos internas padecen esquizofrenia, pero no son aisladas para motivar su estabilidad.


‘La de la mochila azul’

El sol pega duro en las paredes amarillas del patio. El rostro de niña de Brenda se ilumina con el reflejo de las lavadoras en el área de limpieza del Cereso. Está por cumplir cinco meses como interna, afuera le espera un hijo de 3 años, una familia y los restos de su novio fallecido en marzo.

“Me agarraron por privación ilegal de la libertad, me involucraron por mi novio, yo iba a verlo al varonil, él ya estaba detenido, me involucran con el hecho de que yo sabía que él estaba metido y nunca lo denuncié, dicen que esa es mi participación, pero ¿tú crees que si hubiera hecho algo me hubiera parado en el Penal para ver a mi novio? No es lógico”.

Desde que ingresó, el domingo se ha convertido en su día favorito. Su hijo la visita, le canta “La de La Mochila Azul” y cada vez que escucha su vocecita se le hace un nudo en la garganta. Se cuestiona por qué lo descuidó tanto cuando estaba libre.

Se arrepiente de haberse perdido el momento en que su pequeño dejó del pañal, también de no haber estado cuando lloraba por un juguete, se culpa por no haber disfrutado de sus primeras sonrisas con encías sin dientes.

Tiene una piel morena clara, limpia. Un cuerpo espigado, cabello corto y sonrisa discreta. Su vida cambió para bien, dice. “Es mejor que tu familia te venga a ver al Penal a que te vaya a ver a un panteón, aquí puedes abrazar a tus padres; me sentía con más riesgo afuera que aquí adentro, de verdad”.

Presa, aprendió a valorar hasta el aire que respira, el cielo. Fue duro reconocer que cuando estaba afuera se quejaba porque hacía calor, porque llovía, porque hacía frío. Se arrepiente de haber sido tan ingrata con su propia vida y lamentarse de lo que hoy le alegra el espíritu todos los días, porque simplemente se siente viva.

Al novio, que 10 días después de arraigado en el Penal varonil lo encontraron colgado en una celda, lo conoció en Tamaulipas, donde ambos nacieron. Brenda era la otra, el hombre era casado, pero aun así ella se enamoró.

“Cuando él cayó al Penal yo no dejé de apoyarlo, siempre iba a verlo, le llevaba comida, le lavaba su ropa y hasta que el 22 de febrero me sacaron justo cuando yo lo visitaba, luego me arraigaron, y luego me trasladaron para acá, me detuvieron, me torturaron bastante psicológicamente para que les dijera, pero la verdad, si yo hubiera estado involucrada, no me hubiera acercado al Penal”, insiste.

“Yo me enamoré, nunca me dio miedo, siempre trataba yo de separar las cosas. Él con su vida, en lo que anduviera, y si él quería estar conmigo, pues yo ahí estaría. Lo que me enamoró de él, fue que siempre me trató como una princesa, nunca me faltó nada con él, ni a mi hijo”.

Pero su novio tenia pasado turbio. Había estado preso en el Penal de Apodaca y en el de Guadalajara. Aunque ella lo sabía, confió en darle una segunda oportunidad y apoyarlo en su readaptación.

Brenda no ha sido procesada, sólo ha llevado un careo. Son ocho los involucrados en el delito de secuestro del que se le acusa. Está en espera de la sentencia y mantiene la esperanza de que sea la mínima.

“Me siento tranquila, ya está Dios en mí, es una paz inexplicable, y aparte de que estoy aquí, no me han olvidado, mi familia nunca deja de venir a verme, soy una de las personas que mas visitas recibe”.

Con 21 años, de ser una niña consentida, que compraba lo que deseaba, pasó a ser una en la lista de internas del Cereso de Saltillo. “Tenía todo lo que yo quería, igual tampoco me falta nada aquí adentro, pero me falta lo más indispensable: la libertad”.

Todos los días se levanta a las cuatro de la mañana para ser de las primeras reclusas en bañarse, se arregla, se seca el cabello y espera la el pase de lista, luego salir a caminar, después toma del desayuno y se dirige a la maquila; siempre está ocupada.

“Aquí caes y caes en el suelo, pero depende de ti levantarte, pero también depende de ti seguirte arrastrando, ya aprendí la lección… yo mejor me la paso trabajando porque si te quedas sin hacer nada se te viene una guerra a la cabeza, quieres comerte todo allá afuera y es mejor mantener la mente ocupada”.

Tuvo que valorar a la mala, que afuera tenía cosas a manos llenas: comía con su familia, podía ir al cine, salir a la Plaza de Armas. “Yo prefería andar en la calle, prefería otras cosas que a mi hermana, mi hijo, mi mamá, mis abuelitos”.

-¿Qué vas a hacer cuando salgas?

“Lo que nunca hice, yo descuidé mucho a mi hijo, todo era para él, lo material, pero me di cuenta de que lo que le faltaba era una mamá… Nomás saliendo todo va a estar mejor”.



‘¿Qué justicia hay para mí?’

Doce años atrás, Nayeli salió a comprar un refresco. Cuando regresó de la tienda, su hija de 3 años estaba inconsciente en la cama. Su esposo la había golpeado y violado. La ingresaron en el Cereso femenil el 31 de mayo bajo el delito de cómplice de violación.

Quince días antes, fueron por ella los agentes ministeriales, que asegura, la violaron. “Para que empezara a pagar lo que había hecho”. “A mí me trajeron a engaños, sin justicia. Aunque ya había declarado el doctor que revisó a mi hija y el del carro de sitio a favor mío, dijeron que era culpable”.

Rompe en llanto, luego se calma. “¿Cómo le iba a hacer eso a mi hijita chiquita? Si al contrario yo era la víctima, porque yo busqué ayuda en instituciones y nunca me hicieron caso, aunque fuera golpeada me decían que no eran suficientes las pruebas, aunque llegaba a veces con derrame en los ojos, se tuvieron que esperar hasta que paso lo más horrible”.

Su esposo también está en la cárcel, no sabe ni le interesa saber de él. “A mí me violaron ese día que me agarraron, los propios ministeriales, y me dijeron en ese momento que valía más la palabra de ellos que la mía ¿Yo qué podía hacer en ese momento?

“Denuncié a Derechos Humanos y ¿qué hizo? ¡Nada! No ha sido fácil aguantar 12 años aquí, y eso a nadie se lo he platicado porque nadie sabe lo que uno trae adentro hasta que te encuentras en esta situación y dices ¿por qué me hicieron eso? ¿Por qué las leyes fueron tan injustas para mí?

La condena de 16 años ha sido una lápida en la espalda. Dejó de ver a sus otros dos hijos, los que desde que cayó presa viven con la abuela. “Fue mucho tiempo sin verlos, me dijeron que no tenía derecho a ver a mis hijos me dijo que se iban a dar en adopción, seis años no los vi, les mandaba cartas a escondidas con mi mamá”

Nayeli tiene una voz suave, el cabello lo lleva en una coleta, despintado, color claro. Está delgada, aunque asegura que come las tres veces al día, a veces le gana la tristeza y pierde kilos. “El cuerpo lo siente todo, aquí dan bien de comer, o cuando me vienen visitar que traen un taco, pero el cuerpo lo resiente”.

Los días que faltan para cumplir su condena los espera paciente. Adentro, en su celda ha aprendido a no desesperarse, a llorar lo menos posible.

“Cuando salga voy a aprovechar todo el tiempo perdido, todo lo que viví me va a servir mucho, yo sé que ya no voy a volver a equivocarme”.



Mujer, mamá, reclusa

A Yesenia le incomoda hablar de lo que hizo. Responsable de la muerte de dos personas, se niega a dar detalles. Pero la nota de hace nueve años documenta una casa a la que le prendieron fuego y donde un maestro de karate, junto con su madre, fueron asesinados por una mujer.

La condena por doble homicidio fue de 60 años. Yesenia es quien la cumple y es la más alta dentro del Cereso Femenil de Saltillo. Nueve años seis meses después, asegura que está arrepentida y esperará con paciencia los años que le restan.

Tiene en sus brazos a Manuel. El bebé que vive junto con ella en su celda y que la hace ser la única madre con un hijo dentro del Cereso femenil. Le quedan un par de meses para disfrutar de esta dicha, pues la ley retira a los menores al cumplir un año de edad.

A pesar del crimen que cometió, Yesenia, como todas las internas tiene derecho a la readaptación y al buen trato. En su caso no fue así. Los nueve meses del embarazo los pasó segregada por órdenes de la entonces directora Romelia Valdez.

“El hecho de que haya salido embarazada fue lo peor, me decía que si yo estaba aquí como delincuente, cómo me atrevía a embarazarme… fue maltrato psicológico, nunca físico, pero sí era mucho mucho maltrato por parte de la directora, esto era un infierno”.

La mayoría de las internas tenían prohibido acercársele. Pasó semanas pronunciando mínimas palabras, que luego sofocaba con llanto. Llegó a sentirse poca cosa, aunque ya había pasado por un proceso de penitencia, de nuevo se sintió sin esperanzas.

“Si estando aquí ya es para que te sientas mal por lo que hiciste, te pones sensible y ahora imagínese con el embarazo, yo me sentí muy mal y más porque en ese tiempo también había mucho chisme aquí”.

Recargada sobre la silla, lleva el cabello recogido en un chongo alto, el rostro limpio. Una camiseta de algodón, unos jeans y tenis. Su hijo está dormido, lo cubre con una delgada cobija, salen los pies que topan en el muslo de su madre.

“Ahorita m’ijo es el que me da todas las fuerzas, yo no lo suelto, me agarro y pues le pido a Dios que pasen rápido los años, sé que cometí un error, un delito, que tengo que reparar mi daño a la sociedad, pero también a mi familia, por eso quiero ser mejor persona”.

Llora al recordar su historia. Las horas han tomado otro sentido adentro, procura no pensar en los años que están por venir, las noches y los días que transcurrirán lejos de sus otros tres hijos que la esperan afuera.

“Ya me arrepentí de lo que hice, me veo con mis hijos, trabajando, mejorando como persona, no cometiendo los mismos errores”.

El bebé ha despertado, se quitó la cobija. Bosteza, parpadea y esboza una sonrisita. Yesenia se lo acomoda bien, se pone de pie y se despide. Da la espalda, de nuevo camina hacia su celda.

(ZOCALO/  Revista Visión Saltillo/  Paola A. Praga /05/08/2013 - 03:00 AM)

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