jueves, 9 de mayo de 2013

CHAPALA: CUANDO "LAS FUERZAS DEL MAL SUPERARON A LAS DEL BIEN"


MÉXICO, D.F. (apro).- Lo único que el señor cura sabe es que en la Ribera de Chapala, Jalisco, “las fuerzas del mal” superan a las del bien.

Desde que ocurrió la masacre de 18 jóvenes, cuyos cuerpos aparecieron hace exactamente un año en dos camionetas, el sacerdote optó por un voto de silencio, que de religioso no tiene nada.

Hoy se oficiará una misa en la que, de nueva cuenta, se dirá en voz alta el nombre de Gustavo Daniel Martínez Pérez. Es la segunda celebración en esta semana. La primera, el sábado 4, fue por su cumpleaños. Hoy por su muerte. El cura nada sabe de este muchacho. “Nosotros no hablamos de eso”, dice.

Al finalizar la misa del pasado sábado, sólo dijo el nombre completo de Gustavo Daniel y pidió por su alma. Ni una palabra más, aunque frente a él había decenas de hombres y mujeres sentados en las butacas con playeras que gritaban un mensaje colectivo: “Gus, siempre estarás en nuestro corazón”.

El gobierno de Jalisco diría que no hay razón para tener miedo de hablar en Chapala, (a media hora de la ciudad de Guadalajara, la capital jalisciense) porque “el orden” ya se ha restablecido.

Sin embargo muchos habitantes ribereños de plano no ven las evidencias y los rumores se reproducen como bacterias: que en las siete esquinas se juntan los “malos”, que hay armados escondidos en fraccionamientos, que desde que llegó el Ejército –en marzo de este año– hay desapariciones forzadas de presuntos narcomenudistas, que dos mujeres quisieron robar a una niña, que a fulano lo secuestraron, que una de las mamás tuvo que huir de Chapala por querer indagar sobre el asesinato de su hijo…

La dictadura del silencio fue impuesta por las autoridades, aseguran los padres de algunas de las víctimas, que a un año de la masacre exigen que alguien se tome la molestia de darles alguna explicación: 

si detuvieron a los asesinos, si todavía hay prófugos, si hubo policías municipales involucrados y si algún día podrán saber que hubo justicia por el asesinato de sus seres queridos, todos privados de su libertad al azar por una supuesta célula surgida de la alianza entre Los Zetas y los Valencia, que querían mostrar su músculo de horror ante el Cártel de Jalisco Nueva Generación.

Y es que de lo poco que ha hecho público el gobierno de Jalisco sobre la línea de investigación, hay datos que de plano no cuadran: afirmaron que los hechos de Chapala eran una venganza por la masacre de 23 personas en Nuevo Laredo, el 4 de mayo de 2012, que se atribuyó al Cártel Jalisco Nueva Generación. Sin embargo, los “levantones” en la Ribera de Chapala comenzaron desde el 21 de abril.

La Fiscalía General del Estado de Jalisco tampoco contesta solicitudes de transparencia ni da entrevistas para hacer un balance de lo que se ha avanzado en las investigaciones por la masacre del año pasado (una de las más simbólicas del sexenio de Felipe Calderón, ya que hubo cuatro detenidos que revelaron que las víctimas eran elegidas al azar), pese a la solicitud que se hizo desde hace varias semanas.

Ante el silencio e incongruencias en la línea de investigación, los familiares se aferran a lo que les queda: la memoria.

En la misa del sábado 4 colocaron una foto en blanco y negro de Gustavo Daniel, a un lado del atrio. Después de la bendición, el papá del joven fallecido tomó el micrófono para recordar que estaban festejando el cumpleaños 19 de su hijo, porque hace un año ya no alcanzaron a cantarle las mañanitas debido a que una noche antes se lo robaron hombres armados.

Lo mismo ocurrió con su primo Carlos Jesús Martínez Delgado, de 18 años de edad y estudiante de ingeniería, y con Daniel Paz, de 25 años, egresado de Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara.

De la iglesia, decenas de familiares y compañeros de Gustavo caminaron hacia el sacrosanto con un pan cubierto de merengue en blanco y rojo y el nombre de “Gus”. La tumba estaba rodeada de balones del Atlas, globos, letreros de “feliz cumpleaños”, una foto en la que Gustavo hace un gesto de puchero y una leyenda que le dejaron sus padres y hermanas: 

“Triste quedó nuestro hogar sin tu presencia, querido hijo, te fuiste dejándonos la nobleza de tu alma y la bondad de tu corazón. Dios se llevó tu alma, pero tu recuerdo vivirá en nuestros corazones por siempre. Nunca te olvidaremos”.
El horror en una linda casa americana

Entre la última semana de abril y la primera de mayo de 2012, Chapala y Jocotepec se convirtieron en un hoyo negro en el que desaparecían grupos de dos o tres personas, casi siempre después de las 21:00 horas.

La primera alerta de que algo andaba mal sonó cuando a la altura de San Juan Cosalá, en Jocotepec, apareció una manta colgada a todo lo ancho de la carretera de la Ribera de Chapala que suplicaba: “Por favor liberen a nuestros hijos: Pedro, Armando, Liliana. Son inocentes”.

El 21 de abril un comando se llevó a los tres jóvenes –de 25,15 y 17 años– mientras platicaban afuera de su casa.

Cinco días después desaparecieron Elías Flores y Miguel, ambos albañiles, quienes al salir del trabajo caminaban por el fraccionamiento La Floresta rumbo a su casa. Miguel logró escapar de un domicilio en Ajijic, donde los tenían en cautiverio, amarrados de pies y manos.

El 3 de mayo, Angélica, la mamá de Gustavo, le pidió que si salía tuviera cuidado, “ya ves lo que le pasó a Liliana (era compañera de la escuela de otra de sus hijas)”.

–Amá, no te preocupes, no ando en malos pasos, no me pasa nada –respondió Gustavo.

–Ay, hijo, Liliana tampoco andaba en malos pasos y ya ves que sí le pasó.

En el malecón de Ajijic se reunieron Gustavo, su primo Carlos y su amigo Abel Paz, para festejar que en pocas horas el primero cumpliría la mayoría de edad. No tenían ni una hora platicando cuando un comando los trepó a una camioneta.

Los papás de Abel comenzaron a preocuparse a medianoche porque su hijo no contestaba el celular. En la madrugada del día 4 encontraron el Chevy de Abel, con las puertas y la cajuela abiertas, unas cubas a medio tomar, el celular en el asiento del conductor y un escapulario que colgaba del retrovisor.

Día tras día se fueron sumando nombres a la lista de ausencias: Heriberto Centeno Sánchez, de 25 años, y Julio César Arana Aceves, ambos originarios de San Luis Soyatlán, Tuxcueca (también se ubica en la región Ciénega); José Miguel Rubio, de 51 años; Juan M. Reyes; Francisco Javier Torres López…

El último reporte de desapariciones tiene fecha 6 de mayo. Los meseros Jonathan Daniel Martínez, Juan Luis Sandoval y Miguel Ángel Mata salieron de trabajar de un restaurante de la zona conocida como la Piedra Barrenada y regresaron caminando a casa por la carretera. A la altura de la colonia Riberas del Pilar –entre Ajijic y Chapala–, unos hombres pidieron ayuda para cambiar una llanta. Ellos accedieron. En segundos los subieron por la fuerza al vehículo.

A la mayoría se los llevaron a una casa blanca tipo americana en la misma colonia, Riberas del Pilar, a escasas cuatro cuadras de la carretera, en la falda del cerro, donde los mataron y almacenaron sus restos desmembrados en dos refrigeradores industriales.

El sitio se descubrió dos días después de que aparecieron las dos camionetas con fragmentos de 18 cuerpos en Ixtlahuacán de los Membrillos, el 9 de mayo de 2012, en una brecha cercana a la carretera a Chapala.

El plan inicial del grupo criminal era dejar 30 cuerpos en la ciudad de Guadalajara el Día de las Madres, pero no lo concretaron debido a que el 8 de mayo escaparon 12 personas de una casa de seguridad en el municipio de Tala, también en Jalisco.

De ahí derivó la detención de Laura Rosales, quien informó sobre las camionetas con cuerpos y que había otra casa de seguridad en Chapala. Días después decomisaron otros tres vinculados a los secuestradores en la casa del poblado de Ahuisculco, Tala.

También fue capturado Juan Carlos Antonio Mercado, El Chato, quien en su declaración reconoció que era miembro del cártel Milenio-Zeta y que desde mediados de abril empezaron a seleccionar a sus víctimas al azar. “Por malandrines salíamos en la madrugada a levantar gente, si se miraban así, decentes, pos no las levantábamos”, relató. (Milenio Jalisco, 13 de mayo de 2012).

Y es a eso a lo que el sacerdote se refiere cuando habla de las fuerzas del mal. Y a eso mismo es a lo que la población ribereña le sigue temiendo.

Los vecinos de Riberas del Pilar recuerdan ahora que en esa finca se escuchaba música a todo volumen y que en abril llegaron unos hombres a una carpintería a comprar herramienta, con la especificación de que cortara hueso.

El vía crucis

La finca de Brisas de Chapala tiene actualmente dos sellos en el portón blanco de metal: “Clausurado/ Asegurado”. Ambos están rotos. En el segundo piso hay tres ventanas gemelas con una cortina y otra más grande con una tela de flores mal colgada. Las dos repletas de una plasta de cochambre.

A pesar de tantos reportes de desapariciones, la Procuraduría General de Justicia del estado no atendió la problemática de la región de la Ciénega y la policía municipal de Chapala y de Jocotepec regresaba a la gente a sus lugares de origen con el típico “tienen que pasar mínimo 72 horas” para poder hacer algo (un rumor fuerte en Chapala es que los policías estuvieron vinculados en la masacre, pues incluso en marzo de este año la Fiscalía Central de Jalisco detuvo a un comandante y cinco policías, a quienes acusó de detener gente para luego entregarla a sujetos armados).

Los familiares comenzaron la búsqueda en brechas, carreteras, cárceles, lotes baldíos, preguntaban a todo aquel que encontraban y hasta fueron a que les leyeran las cartas para encontrar a sus seres queridos.

Esos días fueron como un vía crucis, recuerda Adrián (nombre ficticio), papá de Abel Paz, quien todos esos días dejó prendida la luz de afuera de su cuarto, esperando que su hijo entrara a casa caminando y estuviera listo para presentar el bailable del Día de las Madres que estaba ensayando con niñas a las que les daba clases de baile folklórico.

Una exnovia de Abel “Star” –como le llamaban sus amigos, porque él decía que era una estrella– fue con una adivina y le dijo que lo tenían en cautiverio en una casa rodeada de árboles.

–No creía en eso, pero ahora veo que sí tenía razón… Eso es lo que nunca me voy a perdonar, no haberlo encontrado estando tan cerca (a menos de cinco minutos de su casa) –se culpa Adrián, quien fija la mirada en los objetos que tapizan las paredes de su casa, convertida en un templo de la memoria.

“Se nos acabó la ilusión”

Después del hallazgo de los 18 cuerpos en la carretera a Chapala, el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) tardó un par de días en reconstruir los cuerpos. Olas de familiares comenzaron a llegar en busca de sus desaparecidos.

Se vio de todo. Desde quien que se arrastraba gritando por la sala de recepción del anfiteatro, hasta quien solo lloraba en silencio.

Los forenses dicen que el reconocimiento es muy importante para el duelo, y que ante el problema de los desaparecidos, la institución debe tener como misión darle la certeza a la gente de que su familiar está muerto –en caso de que así sea–.

Los papás de las víctimas de Chapala han coincidido en que lo más difícil fueron los días en que desconocían el paradero de su ser querido.

A pesar de que en el estado de Jalisco desaparecieron dos mil 230 personas durante el sexenio pasado (Jocotepec reporta nueve desaparecidos y Chapala 18), de acuerdo con el Sistema de Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, en el IJCF se rumora que el gobierno panista dio la instrucción de ocultar la problemática.

Los familiares de las víctimas se preguntan qué habría pasado si las autoridades realmente hubieran atendido la ola de denuncias de desapariciones en la Ribera de Chapala…

“A mí se me acabaron los sueños, Abel era mi único hijo”, lamenta su padre.

A un año de los hechos, en una Ribera silenciada, exigen que el gobierno del estado no sepulte las explicaciones.

En estos días los familiares hicieron misas para las víctimas, adornaron sus tumbas y recordaron una y otra vez sus chistes, pasiones, sueños, porque el significado etimológico de recordar es volver a pasar por el corazón.

La lista de víctimas 

Armando Daniel del Toro Verdía, 25 años, estudiante; Pedro Isaí del Toro Calvario, 15 años, estudiante;

Blanca Liliana del Toro Verdía, 17 años; Jonathan Daniel Martínez, 17 años, estudiante y mesero; Juan Luis Sandoval Camarena, 26 años, mesero; Miguel Ángel Mata Barragán, 25 años, mesero; Heriberto Centeno Sánchez, 25 años, jornalero; Julio César Arana Aceves, 27 años; Carlos Jesús Martínez Delgado, 20 años, estudiante; Daniel Paz, 26 años, bailarín; Gustavo Daniel Martínez, 18 años, estudiante; José Miguel Rubio, 51 años, albañil; Juan M. Reyez;

Francisco Javier Torres López; Miguel Ángel Leal Nava, 17 años; Elías Flores, 50 años, albañil; N/N (falta un cuerpo por reconocer).

/ 9 de mayo de 2013)

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