Chihuahua— “¡Mamita,
mamita, levántate!”, clamaba una joven abrazada al cuerpo de una mujer que
yacía en el piso, envuelta en una nube de polvo y con el rostro cubierto de
sangre. Sus ruegos se perdían entre el caos y el llanto. Como ella, decenas de
personas deambulaban como zombis en busca de sus seres queridos. Una esposa, un
hijo, una hermana, una madre.
La mamá de la joven
ya no se levantó.
Minutos antes, la
gente estaba expectante ante el espectáculo principal: una troca monstruo iba a
destrozar tres autos, pero contra toda
lógica, en unos segundos la vida cambió para cientos de personas.
La troca voló sobre
los tres autos ante la algarabía de los asistentes, pero algo salió mal: el
conductor del pesado vehículo perdió el control sin saber por qué, y ante la
mirada incrédula y angustiante de todos dio vuelta y enfiló con las llantas
patinando hacia una multitud que estaba justo enfrente de ella, a unos cuantos
metros, sin un muro de contención; sin nada de protección.
Con sus cuatro
llantas de más de dos metros de altura arrolló a cuanta persona se cruzó en su
camino... y entonces vinieron el caos y el pánico.
A su paso entre la
muchedumbre, la troca fue dejando una estela de heridos, llanto, miedo y dolor,
mucho dolor.
Entonces todo se
llenó del lamento de los heridos y el llanto de familiares por sus víctimas; al
fondo, el motor del pesado vehículo causante de todo aún rugía con sus llantas
atascadas entre la tierra.
Niños, mujeres, y
hombres quedaron tendidos en el suelo. Entre la consternación de lo que pasó y
en medio de llantos y ruegos a Dios, alguien gritó que la troca venía de
regreso. Eso desató el terror aún más y todos corrieron en estampida buscando
refugio ante el temor a volver a vivir lo que había sucedido momentos antes.
Otra vez regresó la
angustia; personas que aún tenían fuerzas se asustaron y empezaron a arrastrar
a sus familiares heridos, no importando su condición de salud, lejos del
peligro, o se aferraban a ellos como si nada los fuera a separar jamás.
Entre la tragedia, la
gente llegó a tomar fotos y videos con celulares. Pero también llegaron héroes
que todavía en “shock” empezaron a atender a los heridos y a consolar a los
afectados de los que murieron. Ante la cantidad de lesionados y lo repentino de
la tragedia se improvisaron camillas para atenderlos; mesas, hieleras, puertas
y asientos de vehículos, todo lo que pudiera servir para atenderlos.
Los paramédicos
llegaron casi al momento y empezaron a hacerse cargo de la situación. Policías,
agentes de tránsitos y estudiantes voluntarios que apoyaban el evento se
convirtieron en ángeles. Corrían de un lado a otro; aplicaban técnicas de
resucitación y consolaban.
Entonces,
paramédicos, estudiantes voluntarios y agentes empezaron a formar una valla
alrededor de los heridos para que pudieran ser atendidos, situación que
disgustó a muchos que querían entrar a ver a las víctimas.
Esto generó un
enfrentamiento entre los que cuidaban y los que querían entrar, hasta que la
Policía se hizo presente para controlar la situación. Dentro del perímetro, el
horror continuaba.
Alguien perdido
entre toda la gente lloraba. “¡Mi esposa, ¿dónde está mi esposa?!” Más allá una
mujer deambulaba con el semblante perdido; clamaba por sus hijos: “¡Mis hijos,
mis hijos!”, repetía, con la mirada perdida en el suelo.
Mujeres que tenían a
sus hijos en brazos los apretaban contra su pecho, como si nada ni nadie se los
fuera a quitar, con la angustia reflejada en su rostro. En el suelo de tierra,
se amontonaban zapatos, comida para un día de campo, bicicletas, latas de
cerveza y piedras manchadas con sangre.
Al final, escasos 10
metros entre el espectáculo y la diversión, no fueron suficientes para impedir
tanto dolor...
(El Diario de
Chihuahua /Efrén Guzmán de la RosaN / 2013-10-06 | 00:00)
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