Le dijeron que el jale era fácil: solo tienes que llevar este carro
y dejarlo en La Costerita. Te Bajas, dejas las llaves y todo como está.
Tomar un camión urbano de regreso. Y yastá.
¿Es todo?, preguntó. Estaba correteado en eso del robo de automóviles
y esa camioneta de lujo había sido despojada recientemente. No sabía
para qué le hacían ese encargo y se le hizo tan fácil que dudó.
Sí, es todo. Órale pues. Recuerda: no tienes nada qué hacer, solo
manejar derechito hasta La Costerita, dejarlo ahí y tomar un camión de
regreso. Sí, ya entendí. Tomó las llaves y se subió. Todo en el interior
estaba intacto. Vio los asientos de piel y los repasó con las manos
callosas y descarapeladas. Prendió el estéreo y sintió las bocinas
retumbando en su pecho. Uta, qué buen sonido. Se asomó a las partes
bajas de las puertas y luego a la parte superior de los asientos
traseros. Qué bocinones.
Lo prendió. Puso un disco que encontró en los compartimentos del tablero. Joan Sebastian cantaba para él Tatuajes de tus besos llevo en todo mi cuerpo
y él la repetía con su voz aguardientosa. Las drogas y las borracheras
de noches y vicios lo tenían con voz de papel china, descolorido y
desnutrido, y una piel escamosa en las manos.
Le gustó el estéreo y las bocinas. El asiento trasero para ponerlo en
su casa o venderlo. Los discos, los tapetes bajo sus pies y otros
accesorios: luces de xenón, parrilla sobre el capacete, burrera cromada,
focos direccionales como de verbena navideña. Todo le gustó. Se detuvo
un momento y diestro como él solo, en dos minutos quitó el estéreo y las
bocinas.
Se le hizo agua la boca y sus manos aladas no tardaron en desbaratar
otros accesorios, cuando se detuvo de nuevo luego de asegurarse que
nadie lo seguía ni lo veía, para quitarle otras partes de ese equipado
vehículo. En un cerrar y abrir de ojos tenía apartados los tapetes. Y un
rapidín le permitió desatornillar los asientos.
Ahora sí, enfiló hacia La Costerita. Recordó que le dijeron que
dejara la camioneta del otro lado y que ahí mismo diera unos cuantos
pasos hasta la parada del camión urbano. Se detuvo donde le ordenaron y
los espejos le hicieron un guiño. Me los llevo, pensó. En eso estaba
cuando pasó una patrulla de la Ministerial.
Lo hicieron despacio. Lo miraron. Sospechoso. Se regresaron,
prendieron las torretas y se estacionaron. Lo revisaron a él y luego al
automóvil. Abrieron la cajuela y una patada de olores e imágenes les
pegó en el vientre: dos cadáveres, muchos orificios y sangre.
Ni la preguntaron. Lo esposaron y subieron a la patrulla. Avisaron a
los jefes y estos a los narcos. Llévenselo por pendejo. Les lloró a unos
y otros. Les llora ahora que está preso por doble homicidio y robo de
vehículos.
11 de octubre de 2013.
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