Se cumple el 40 aniversario del homicidio del empresario regiomontano
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de septiembre.- El 17 de
septiembre de 1973, Víctor Campuzano Tarditi tenía 20 años y llevaba 19
meses trabajando para el Tecnológico de Monterrey. Despachaba en una
oficina de 50 metros cuadrados en la colonia Roma de la Ciudad de
México, que Eugenio Garza Sada rentaba y servía como representación de
la institución fundada por el empresario regiomontano 30 años atrás.
Ahí estaba cuando me enteré de la muerte de don Eugenio. Fue una conmoción absoluta”, dice el abogado Campuzano Tarditi, que después de 39 años de trabajar para el Tec, el año pasado se jubiló formalmente, aunque sigue ligado al instituto como asesor externo en materia jurídica.
Víctor Campuzano es hijo de Carlos Campuzano Oñate, apoderado
jurídico de la Cervecería Cuauhtémoc –desde donde Garza Sada levantó su
emporio– y quien era amigo cercano de Víctor Bravo Ahuja, secretario de
Educación Pública de la época y primer rector del Tecnológico.
En esa condición, Víctor Campuzano vivió de cerca, junto con su
padre, las horas posteriores al asesinato de Garza Sada, ocurrido hace
40 años.
Una célula de la Liga Comunista 23 de Septiembre intentó secuestrar al empresario, pero fallaron y él murió al resistirse. El hecho se imbricó con una disputa ideológica que había entre Garza Sada, líder de los empresarios regiomontanos que formaron el llamado Grupo Monterrey, y el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, a quien la vox populi responsabilizó del asesinato.
Cuarenta años después, por primera vez, Campuzano Tarditi cuenta a Excélsior lo que vivió como testigo privilegiado de aquel suceso que conmocionó al país.
El asesinato del empresario ocurrió en el cruce de las calles de
Quintanar y Villagrán, de la colonia Bella Vista, en Monterrey. Don
Eugenio viajaba en un auto Galaxie negro de dos puertas modelo 1968. De
hecho, recuerda Campuzano, tenía poco tiempo que el empresario había
dejado de manejar su auto. Entonces tenía 81 años.
Sus hijos persuadieron a don Eugenio de que alguien condujera su coche y llevar un ayudante, aunque siguió usando el mismo auto de dos puertas que él acostumbraba manejar.”
En esa intersección, dos hombres, pistola en mano, intentaron sacar
del Galaxie a Garza Sada. Bernardo Chapa, chofer del empresario, los
enfrentó en el acto, los hiere con su arma y sucumben ahí. Otros dos
atacantes, de los seis que intentaron secuestrar a Garza Sada, se
enfrentan con Chapa, que se revuelve herido de muerte.
Uno de los guerrilleros identificado como Edmundo Medina mató a
quemarropa a Modesto Hernández, ayudante del fundador del Tec de
Monterrey. A costa de su vida, Chapa hizo todo por proteger a Garza
Sada, llevándolo hasta debajo del tablero. El chofer y el propio don
Eugenio repelen el ataque guerrillero sin éxito.
En la escena del crimen, además de Garza Sada y sus trabajadores,
quedaron muertos dos integrantes de la Liga 23 de Septiembre, grupo
guerrillero que entonces llevaba poco tiempo de haberse configurado. Se
fundó en marzo de 1973.
El extinto general Mario Arturo Acosta Chaparro escribió en su libro Movimiento subversivo en México
que el crimen se cometió a través de un comando de la Liga Leninista
Espartaco, que se unió a la 23 de Septiembre en abril de 1973, como
muchas otras organizaciones clandestinas.
A principios de 2001, el periodista Jorge Fernández Menéndez obtuvo
documentos desclasificados de la desaparecida Dirección Federal de
Seguridad (DFS), los cuales fueron base para que escribiera en 2006 el
libro Nadie supo nada, la verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada.
En ese texto, Fernández Menéndez confirma, con base en los documentos
de la DFS, desclasificados y marcados con el expediente 11-219-972, en
el legajo dos, hojas 46 y 47, que el asesinato de Garza Sada fue una
acción consentida, conocida previamente y realizada con el visto bueno
del gobierno de Echeverría. En el momento del asesinato, Echeverría
llevaba tres años como jefe del Ejecutivo y había terminado seis años
como secretario de Gobernación, dependencia a la que obedecía la DFS.
El asesinato de Garza Sada desató una cacería de integrantes de la
Liga 23 de Septiembre, como Mónico Rentería, quien era parte de la Liga
Leninista Espartaco. Elías Orozco Salazar, identificado con el nombre de
Ulises, que fue uno de los seis guerrilleros que participaron en los hechos del 17 de septiembre de 1973, contó al diario electrónico janambre.com.mx
de Ciudad Victoria, que el objetivo no era asesinar al empresario, sino
secuestrarlo para pedir cinco millones de pesos por su rescate.
Campuzano Tarditi comentó que don Eugenio le dijo a su familia y
amigos, por si llegaba a ser secuestrado: “No paguen ni un quinto”. Más
de una vez dijo a su gente cercana que él no iba a ser rehén ni motivo
de chantaje de nadie.
El asesor del Tec de Monterrey recuerda que al día siguiente del
asesinato de don Eugenio se le hizo un homenaje de cuerpo presente en la
sala mayor, en el edificio de rectoría en Monterrey: “Estábamos todos
apesadumbrados. Entre los asistentes estaba Víctor Bravo Ahuja, entonces
secretario de Educación Pública del gobierno del presidente Luis
Echeverría, como su representante. El ambiente era de tensión.
“Víctor Bravo –recuerda Campuzano– era una persona muy querida en
Monterrey, había sido profesor, director y el primer rector del Tec. Me
acuerdo que le decía El Pulques, porque era descuachalangado, pero muy buen profesor.”
En un instante, a punto de salir rumbo a La Purísima, una plaza
emblemática de Monterrey, para una misa de cuerpo presente en honor de
Garza Sada, y luego de ahí ir hacia el Panteón Civil, recuerda
Campuzano, hubo un movimiento brusco de gente. Ése fue el aviso, de
última hora, de que Echeverría llegaría al sepelio.
Víctor Campuzano fue una de las diez personas, junto con el entonces
rector del Tec de Monterrey, Fernando García Roel, quienes fueron
comisionados para ir a recibir al aeropuerto al presidente Echeverría.
“El hombre (Echeverría) con una frialdad impresionante, pero del lado de
nosotros, creo que había más frialdad. Era un momento muy tenso”,
recuerda a 40 años de distancia el abogado Campuzano.
“Cuando llegamos a La Purísima, ya estaba todo mundo afuera, al decir
todo mundo me refiero a que el plantón de los maestros de la CNTE en el
Zócalo de la Ciudad de México –que la Policía Federal desalojó el
viernes pasado–, eran tres gentes en comparación con la que había en La
Purísima, donde no cabía nadie más.
“Todos estaban listos, formados, esperando a que llegara Echeverría.
Al momento en que nos bajamos del carro, Echeverría se va a parar junto a
Alejando, David, todos los hijos de don Eugenio y se incorpora a la
comitiva. Yo quedé como a unos tres metros de Echeverría.”
En el sepelio del empresario había mucha gente, tanta que Campuzano
dice que entre La Purísima y el panteón no caminó, que lo llevaron en
vilo: “Jamás había visto a un pueblo entero volcado para honrar a un ser
humano. Monterrey estaba desbordado.
“Cuando empezó el camino del cortejo, eso yo lo oí, lo vi, hubo un
repudio de todo el pueblo hacia Echeverría, desde las casas, en los
balcones, en todos lados, por donde fue pasando el cortejo, al
Presidente le gritaban: “¡Chinga tu madre, Echeverría, asesino! Y eso
fue durante todo el trayecto”.
El análisis de Campuzano es que la gente vinculó a Echeverría con el
asesinato de Garza Sada por las diferencias ideológicas que había entre
ambos. Garza Sada era un hombre de ideología cristiana, católico, con el
estigma de ser un empresario de ultraderecha. Esa posición lo confrontó
mucho con el gobierno de Echeverría. “Había mucha tensión en la
relación y todo lo que se conoce públicamente, porque don Eugenio
representaba una influencia muy fuerte entre el empresariado mexicano,
que al gobierno no le gustaba.
“Por eso nadie dudó que Echeverría era parte de la muerte de don Eugenio. Era la vox populi.
Nadie tenía duda que en el asesinato algo había tenido que ver el
gobierno. Nadie. Los consejeros no tenían la prueba de ello, pero no
tenían duda de que Echeverría había tenido que ver algo.”
Después de 45 minutos de procesión, el cortejo llegó hasta la cripta
en la que fue sepultado el empresario. Campuzano quedó a unos cuantos
metros del lugar. Llovía.
“Vi a Echeverría todo el tiempo. No lo perdí de vista. En un momento
toma el micrófono Ricardo Margáin Zozaya, presidente del Consejo
Consultivo del Grupo Monterrey, y empieza su honra fúnebre.
“En la parte donde Margáin dice más menos, aunque no acusa
directamente a Echeverría, pero sí al gobierno de cómplice en un
asesinato de este calibre, el semblante a Echeverría le iba cambiando,
entonces dio una orden de ‘nos vamos’ y en ese momento, yo lo viví, el
Estado Mayor Presidencial empezó a aventar gente para abrir una vereda y
sacó a Echeverría a medio sepelio, se fue furioso. Ahí se quedó Bravo
Ahuja.”
Ensopados por la lluvia que soportaron durante el sepelio, los
Campuzano se fueron al aeropuerto. Ahí se encontraron con Bravo Ahuja y
su esposa Gloria. El entonces titular de la SEP invitó a su amigo Carlos
y a su hijo Víctor a viajar con ellos en su avión.
“Durante la hora de vuelo entre Monterrey y la Ciudad de México,
solamente una vez habló Bravo Ahuja sobre el tema: ‘esto va a ser un
problema de seguridad nacional, un rompimiento que no sé cómo lo vamos a
arreglar’, palabras más palabras menos”, recuerda Víctor Campuzano
Tarditi.
Pasado el sepelio de Garza Sada llegó el tiempo del rompimiento total entre el capital regiomontano y el gobierno de Echeverría.
Víctor Campuzano recuerda que con el objetivo de recomponer las cosas
se formó una comisión gubernamental en la que estaban Porfirio Muñoz
Ledo, entonces secretario del Trabajo, y Bravo Ahuja, titular de la SEP.
“Mi padre me contó que en una reunión en la que participó como hombre
de confianza del Grupo Monterrey y a la que asistieron Roberto Guajardo
Suárez, Virgilio Garza, don Eugenio Garza Lagüera, Muñoz Ledo les dijo:
‘Señores, vamos a encontrar el diálogo, nosotros no fuimos’.
“De alguna forma, me contó mi padre, Roberto Guajardo interpretó que
Muñoz Ledo se estaba retractando de lo que alguna vez había dicho sobre
don Eugenio, algo así como que era una amenaza para el sistema, y
Roberto Guajardo, un tipo que después se convirtió en echeverrista, le
dijo a Muñoz Ledo: ‘¡No seas cobarde, cabrón, no te retractes, dijiste
que nosotros éramos unos hijos de la chingada, ahora te conservas!’. A
ese grado llegó la ruptura”, dijo Campuzano Tarditi.
El dueño que nunca alardeó de su riqueza
En junio de 1980, Carlos Campuzano Oñate fue el encargado de
pronunciar un discurso a los primeros egresados del Tec de Monterrey
campus Estado de México. Ahí, el ex apoderado de la Cervecería
Cuauhtémoc aprovechó para hacer una semblanza del fundador del
instituto, Eugenio Garza Sada.
“Tuvo poder de mando, de numerario y de ejecución: pero jamás nadie
podrá decir que hizo alarde de ello, y menos que fue dispendioso para la
consumación de sus proyectos y realizaciones”, dijo el abogado
Campuzano.
En ese discurso, Campuzano hizo un apretado recuerdo, más de corte
humano que empresarial, de quien fue el líder de los empresarios
regiomontanos que consolidaron el Grupo Monterrey y que en su momento se
enfrentó a las políticas públicas del gobierno del presidente Luis
Echeverría.
NUEVO PROCESO. La infancia del empresario coincidió con la primera etapa industrial.
Eugenio Garza Sada murió en Monterrey, Nuevo León, el 17 de
septiembre de 1973, en un intento de secuestro a manos de la Liga
Comunista 23 de Septiembre.
“Recuerdo cuando lo vi por primera vez. Tenía entonces larga dilación
para ser recibido. Instantes después penetré en su privado; quedé
sorprendido. Por su fama, imaginaba un lujoso recinto cubierto de
cortinajes y alfombras persas; especiales y llamativos enseres de
oficina. Nada más irreal. Inicié contacto con un hombre moderado,
modesto, bajo de estatura, su frente amplia, atuendo oscuro y un
significativo reloj de bolsillo.
“Apoyaba su mano derecha sobre el brazo izquierdo, cuando permanecía
de pie. El local en el que ejercía como director y ejecutivo y, en
general, todas sus pertenencias, bien podrían estar al alcance de
cualquiera de sus subalternos. Estreché su mano cordial. El asunto por
tratar se refería a uno de los tantos sorteos que celebraba anualmente
el Tecnológico para cubrir en parte el déficit que registra cada año”,
contó.
“Contemplé prudentemente su estudio, su oficina, cada objeto
observado provocaba admiración por su sencillez. Ya tratando el fondo
del asunto prosiguió charlando conmigo, como si fuéramos amigos de
tiempo atrás.
“Don Eugenio, expresé como colofón, estoy pasmado porque el boletaje
que expide el Tecnológico en cada sorteo, el público lo adquiere mucho
antes de la fecha de la rifa. Ese boletaje enajenado con singular
rapidez constituye para mí un consenso nacional, un voto de confianza de
muchos mexicanos a la obra que realiza el instituto. Sonriendo me miró
fijamente”, dijo.
“Todo en don Eugenio era natural, uniforme, constante, tranquilo,
regular. Su semblante casi siempre sin mímicas ni gesticulaciones
nerviosas, acusaba una conciencia en paz, como de que está satisfecho
del deber cumplido.
“Intercambiar con él impresiones significaba lograr, además, un
trasunto de su fuero interno; sin alterarse, sin ímpetus, pausadamente
adquiría del interlocutor informes y particulares sobre lo que deseaba
saber; no se apreciaba brillo en sus ojos intensamente expresivos. Daba
la impresión de que asistía a la vida, al espectáculo del mundo, como
observador a quien no le fuera ni viniera nada en las alegrías y en las
tragedias. Por el contrario dominaba todo.
“Lo cercano, lo lejano, lo elemental y lo profundo, lo fungible y lo
imperecedero”, señala la semblanza de Garza Sada hecha por Carlos
Campuzano hace 33 años, “se remontaba al pasado y se identificaba con lo
positivo del presente, porque para él fundir pasado con presente era
proyectarse hacia el futuro”.
Pieza importante en auge de empresas como Femsa
Don Eugenio Garza Sada fue pieza clave en el crecimiento de empresas como Femsa y Alfa.
Nació el 11 de enero de 1892 y murió trágicamente el 17 de septiembre
de 1973, cuando en un intento de secuestro fue asesinado antes de
llegar a sus oficinas.
Es uno de los empresarios más recordados de nuestro país, inclusive,
una de las principales vialidades de Monterrey lleva su nombre, y es que
parte de su legado está en compañías que hoy tienen ventas millonarias.
Femsa, por ejemplo, tiene ventas anuales por 238 mil 309 millones de
pesos, es una socia estratégica para The Coca-Cola Company con Coca-Cola
Femsa y es la cadena con más puntos de venta en el país con Oxxo, que
suma más de 11 mil unidades.
HISTORIA. Garza Sada estudió en EU, donde tomó conciencia de la necesidad de industrializar el país.
Alfa, por su parte, tiene ventas anuales de 200 mil 167 millones de
pesos, además de participar en el negocio de las autopartes con Alpek,
participa en el de alimentos con Sigma y hasta en los petroquímicos,
también con Alpek.
Don Eugenio desde niño estuvo en contacto con los negocios y con el
crecimiento del país, pues su infancia coincidió con la primera etapa de
la industrialización en México, la del Porfiriato, periodo en que
llegaron las máquinas más modernas de aquellos años.
Fue hijo de Isaac
Garza Garza, uno de los fundadores de la Cervecería Cuauh-témoc y de Vitro, por lo que las lecciones de su padre fueron esenciales para su desarrollo profesional.
El trabajo, lo esencial
“Reconocer el mérito de los demás… y señalarlo de manera espontánea,
pronta y pública, es la característica del verdadero líder”, era una de
las frases de don Eugenio.
Quien también solía decir: “No repartas riquezas, reparte trabajo. Así elevarás el nivel de vida del pueblo”.
Según Femsa, compañía que cada año entrega el premio Eugenio Garza
Sada a personas o instituciones que impulsen el desarrollo, don Eugenio
“siempre tuvo un concepto muy claro de lo que es el trabajo. Detrás de
cada máquina, de cada mesa, de cada ventanilla de servicio, veía al ser
humano que las atendía. Así, su trato con sus colaboradores y empleados
fue siempre amable y cercano y conservó la línea de austeridad y
sencillez que marcó su juventud”.
Durante la Revolución mexicana se fue con su familia a EU, donde
hizo la escuela preparatoria en la Western Academy, una institución
militar , luego ingresó al Massachussets Institute of Technology (MIT),
ahí obtuvo el título profesional de ingeniero civil, en 1916.
(EXCELSIOR/ Andrés Becerril/ 17/09/2013 03:41)
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