lunes, 25 de marzo de 2013

LA TRAGEDIA INTERMINABLE



Elena Méndez/Riodoce
Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967) se ha caracterizado por humanizar a las víctimas del narcotráfico. Esas que de manera tan insensible llamó el mandatario mexicano “daños colaterales”, de la absurda guerra que emprendió para legitimarse a los ojos del pueblo.

El periodista sinaloense, corresponsal del diario La Jornada y reportero fundador del semanario Ríodoce, fue reconocido en 2011 con el Premio a la Libertad de Prensa que otorga el Comité para la Protección de Periodistas con sede en Nueva York.

En Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco (Aguilar, 2012), el autor compila 33 crónicas estremecedoras donde se registra la desventura de dichos personajes: el que siembra la mota, el que la vende, el que la consume. El de la madre buscando al hijo del que ya nada sabe. El de la buchona que ha conocido el vértigo junto a su amante sicario. El del muchachito confundido con el maleante que debe morir.

Como se explica en el prólogo: “El narco arrasa con todo. Con la siembra de la droga también siembra la violencia, las ejecuciones de inocentes, las venganzas más atroces, el dolor más cabrón que el ser humano puede soportar: si el hecho de tener un ser querido asesinado es una astilla feroz en el alma, no saber si está vivo es una pesadilla con ojos abiertos, una amargura cotidiana que atenaza”.

En la capital sinaloense, considerada la cuna del narcotráfico por antonomasia, ocurren gran parte de los casos que el autor registra. La violencia no discrimina; ya resulta ingenuo asegurar aquello de “el que nada debe, nada teme”, porque ya miles la han pagado, debiéndola o sin deberla. Y sus restos no hallan la paz ni un refugio decoroso porque aparecen vueltos cachitos, tirados en lotes baldíos, o son confiscados de la morgue.

“En Culiacán y en otras ciudades manchadas por la violencia generada del narcotráfico, desaparecer es no existir: morir es una delicia frente a esta cada vez más generalizada práctica, igualmente macabra y criminal, de privar de la libertad a una persona, de desaparecerla”, refiere el periodista en su texto Se vende cadáver, donde se relata el caso de Eloísa Pérez Cibrián, quien tiene dos años buscando a su joven hijo albañil, que nunca anduvo “chueco”, que quería ser abogado y lloró cuando le anunciaron, al terminar la secundaria, que ya no había para pagarle los estudios.

El título alude a que “personal del Servicio Médico Forense recibe hasta dieciséis mil pesos mensuales a cambio de favores a las empresas funerarias de Culiacán y diez mil pesos por entrega rápida de cadáveres, de acuerdo con investigaciones que al interior ha realizado personal adscrito al despacho del procurador general de Justicia del Estado”.

Numerosos jóvenes acuden a esta industria ilegal por hambre, por ambición, o por querer sentir el vértigo de empuñar una pistola, de tener una existencia alucinante, sin importar el abrupto final. Como el G, quien declaró antes de morir que era “insoportable” llevar dos semanas sin cometer asesinatos.

Los matones, al verse inactivos, roban, asaltan, secuestran, envalentonados por la adrenalina y los enervantes. Como declara un menor que quiere dejar el negocio: “(…) a los plebes les basta con que les den carro y charola, o sea, una clave para salir de broncas, y con eso son felices… El dinero ahí se la averiguan cómo le hacen para obtenerlo”. Otro chico declara que “los sicarios aceptan pagos de quinientos pesos y un poco de mariguana por matar a alguien”.

Con este nuevo libro, Valdez Cárdenas sigue oponiéndose al “ejecutómetro”, que “ha contribuido a insensibilizar, porque es un tratamiento frívolo, irresponsable e irrespetuoso, sobre todo respecto a las víctimas”, como él mismo declarara en entrevista conmigo acerca de su obra anterior, Los morros del narco.

(RIODOCE.COM.MX/ Elena Méndez/ noviembre 4, 2012)

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