Rosendo Zavala/Revista Visión Saltillo
Saltillo.- Aún con
la ropa manchada de sangre, “El Pelirrojo” tiró el cuchillo con que había
asesinado a su abuela para después envolverla con cinta y pararla tras la
escalera de la casa, mientras su cómplice cavaba la fosa que sería descubierta
por la policía en el momento justo.
Junto a su
inseparable amigo, Luis perpetró el crimen de la sexagenaria que le había
brindado su amor incondicional, ignorando que con eso labraría el fin de su
estancia terrenal a manos de los embriagados parranderos.
Y es que la ambición
de robar para seguir tomando sería el detonante que los convertiría en
homicidas casi de manera fortuita, aunque la víctima elegida para mitigar la
pobreza juvenil que los atacaba… sería doña Carolina.
SIMPLE AMANECER
Mientras se
revolcaba en la cama tratando de mitigar el calor que sentía, un rechinido de
llantas sacó a Luis del insomnio que lo atacaba y las ilusiones de pasar un
buen día inundaron su mente como por obra de magia.
Afuera de la casa,
el grito ensordecedor de Jordan se convertía en el pasaporte de “El Pelirrojo”
a la diversión que no tenía presupuestada, pero que tomaría como el umbral
hacia la terrible obra que sin pensarlo estaba por consumar.
De un solo brinco,
el hombre de 22 años que pretendía hacer de su vida una fiesta se incorporó
para salir corriendo a la calle, el plan ya estaba hecho y nada podría turbar
la parranda que desde un día antes habían acordado inventar.
Así, los amigos
subieron a la Cherokee verde donde rondaron el oriente de la ciudad buscando la
aventura que pudiera entretenerlos, mientras la cerveza corría entre sus manos
como ingrediente principal de la juerga que para entonces ya portaba la
etiqueta invisible de la tragedia.
Y es que los rayos
del sol caían sobre los pubertos que se comían el mundo a puños
incontrolablemente, mientras el destino comenzaba a gestar el pasaje en que se
verían inmersos como resultado de sus propios excesos.
Decididos a pasar un
miércoles diferente, el Jordan sumió su Jeep entre las numéricas calles donde
la trivialidad del amanecer parecía común, aunque la mezcla agridulce de sol e
invierno se conjugaba para dar un rumbo definitivo al andar de los fiesteros.
Recargado sobre el
asiento donde postraba su asquerosa humanidad, Luis dio un sorbo a su lata y
repentinamente una idea le mató la razón, porque entre la plática que sostenía
con su vecino acordaron dar un golpe “casero” que les permitiera obtener dinero
para seguirse embriagando.
SAQUEANDO A LOS SUYOS
Convencido con la
idea, Jordan viró la dirección de su auto hasta tomar por calle 44 y arribar a
la humilde casa de su amigo, quien cegado por la avaricia ignoró las señales de
riesgo con que podrían encontrarse en adelante.
Temblando de emoción
por la falsa aventura que imaginaba estar viviendo, “El Pelirrojo” abrió la
puerta de la vivienda y suponiendo que no había nadie se introdujo con
tranquilidad, mientras su cómplice lo seguía creyendo que tenía la situación
controlada.
Con la adrenalina
por delante, los ladrones de ocasión deambularon entre los pasillos de la casa
donde Luis vivía con su abuela, el silencio era sepulcral y un ambiente de paz
los invadía dando la confianza en que caerían irremediablemente.
Animados por el
efecto del alcohol, los amigos coordinaron esfuerzos y entre ambos cargaron con
un motor que subieron en el Jeep junto a la motosierra y otras herramientas
eléctricas que el conductor se llevó, ante la complacencia del “propietario”
del lugar.
Mientras Jordan
conducía pensando en el conocido con quien había pactado la venta de los
objetos, el malagradecido pecoso se sentaba en el sillón donde se sacudía el
mareo que lo invadió mientras cargaba el producto del robo.
De esa manera, el
silencio de la residencia que se había visto ultrajado con las acciones
delictivas de los sujetos volvió repentinamente, arrullando al joven de pelos
rojos que jamás imaginó tener problemas por la osadía que acababa de cometer.
Para su triste
suerte, un grito femenino lo sacó del letargo en que había caído traicionado
por el cansancio que sentía, e instintivamente se paró buscando el punto de
donde provenían los cuestionamientos que le parecían tan familiares.
Luego de frotarse
los ojos y caminar algunos pasos llegó al patio trasero donde doña Carolina
regaba las plantas, por lo que al verla un sudor frío sacudió su cuerpo
pensando que el robo podría frustrarse en el momento menos pensado.
De manera natural,
la sexagenaria cuestionó al “hombre”, que al sentirse increpado actuó
ferozmente para diluir la presión que lo atacaba por sentirse descubierto,
tomando la decisión que marcaría la desintegración de la familia
definitivamente.
Traicionado por la
conciencia, Luis corrió hacia la cocina seguido de su abuela, que ya frente a
él lo obligó a que diera una explicación de su sospechosa actitud, recibiendo
el ataque que la mandaría al cielo en tan solo un movimiento.
Esto porque
aprovechando su superioridad física, el desalmado nieto tomó el cuchillo que
vio sobre la mesa y sin pensar en las consecuencias le asestó una brutal
puñalada, viéndola desvanecerse con la vida tramitada en segundos.
OCULTANDO EL CRIMEN
Sorprendido de su
propio sadismo, “El Pelirrojo” se fue a la habitación donde dormía para prender
la tele y olvidarse momentáneamente de su cita con la muerte, pero ni los
ruidos de la caja fantasiosa le hicieron evadir la trágica realidad.
Exaltado, el agresor
tomó el teléfono para poner al tanto de la situación a su cómplice que,
“iluminando” sus ideas, comenzó a cavar una fosa en el patio de su propia casa,
pretendiendo enterrar el producto del crimen en las entrañas del domicilio.
Para entonces, la
idea maquiavélica de un crimen sin precedentes tomaba forma, pues mientras uno
preparaba la tumba clandestina para llenar de tierra la realidad que los
acosaba, el otro manipulaba la escena inicial donde habían evocado a la muerte
sin el menor preámbulo.
Al ver el cuerpo
inerte de su abuela en la mitad de la cocina, “Luisito” corrió a su cuarto para
sacar la cinta canela que guardaba y presuroso cortó algunos pedazos, por lo
que sin perder el tiempo le cubrió el rostro para no tatuar en su mente la
mirada muerta de la tutora.
Transpirando miedo,
el pecoso multiplicó esfuerzos para levantar el cuerpo y con dificultad lo
arrastró algunos metros, hasta recargarlo tras la escalera que da hacia el
segundo piso de la residencia que se había convertido en sede de la maldad.
Alterado por lo que
acababa de hacer, el criminal tomó su sudadera azul y salió sin rumbo aparente
para perderse entre las calles del sector, mientras el incidente cobraba
proporciones inauditas en la intimidad de la vivienda.
Minutos después,
“Mary” llegó a la casa y tras notar un silencio misterioso recorrió los
pasillos para ver lo que pasaba, descubriendo a la anciana maniatada con la
cinta para caer en el pánico que la hizo buscar sin éxito al autor material del
asesinato.
Al notar la ausencia
de su sobrino, la mujer sacó un celular para dar aviso a las autoridades,
narrando cada detalle del hallazgo mientras señalaba a Luis como presunto
responsable de los hechos, basando sus razones en el augurio que resultaría
cierto.
EL PRINCIPIO DEL FIN
Tras darse por
enterados, agentes ministeriales peinaron los rincones de la colonia hasta que
en el cruce de Calle Tres y Morelos ubicaron a un sujeto con las
características que les dieron, ordenándole que detuviera su marcha.
Al verse
descubierto, el sospechoso corrió mientras era perseguido por los policías que
lo sometieron cuadras después, poniéndolo a disposición de un fiscal para que
declarara en torno al horrendo crimen.
Durante algunos
minutos, “El Pelirrojo” liberó su presión abriendo la boca para dar detalles de
la forma como ultimó a doña Carolina, manifestando los motivos que lo orillaron
a cometer la peor de las bajezas destrozando sin piedad el seno familiar.
En medio del
interrogatorio nervioso que brindaba a la justicia intentando evadir su realidad,
el asesino de 22 años delataba la participación de Jordan en los hechos, en un
acto desesperado por huir de la culpa que ahora lo tiene tras las rejas.
Tras la confesión,
los investigadores retornaron a las calles para buscar al cómplice que en esos
momentos sabía ya del futuro que le deparaba a su amigo, y buscando no correr
con la misma suerte salió de su domicilio para intentar darse a la fuga.
Pero el destino
estaba escrito y cuando salía de su casa fue aprehendido por los oficiales, que
ingresaron para efectuar una minuciosa inspección, encontrando entre la maleza
del patio la fosa de casi dos metros que el encubridor había excavado minutos
antes.
Al ser cuestionado
sobre el pozo, el vecino de Luis aseguró que lo había hecho para esconder lo robado
mientras encontraba al comprador que ya tenía apalabrado, aunque sus palabras
de poco sirvieron porque quedó detenido para ser sometido a una extensa
investigación.
Horas más tarde, los
amigos se reencontraron en el lugar donde comenzó su encierro por el homicidio
de doña Carolina, por lo que ahora sólo esperan la sentencia que les dicte el
juez que lleva el caso desde el primer momento.
(ZOCALO/ Revista Visión Saltillo/ Rosendo Zavala/
25/03/2013 - 04:08 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario