viernes, 25 de enero de 2013

BUENOS Y MALOS II



Javier Valdez/ COLUMNA Malayerba
Ella con su trescincuentaisiete mágnum, marca Walther. La mandó limpiar con el viejo de siempre. No solo la deja reluciente. Ella se enorgullece de su revólver. Por eso le disparó a ese intruso que no distinguió entre los matorrales del patio frontal de su casa.

No le dio porque no quiso. Pero aquel salió huyendo, enredado entre sus piernas, dando tumbos. Al día siguiente fueron su hermana y su madre a hablar con ella. Pensaban que lo quería matar y que si había fallado a la primera, no habría tercera. Se retiraron tranquilas: no sabía quién era ni quería darle pa’bajo, nomás que no vuelva.

Enfermera y de las buenas. Con cerca de veinte años de experiencia en esa clínica. Risueña como un escandaloso virus contagioso: sus labios parecen nido de pájaros alborotados cuando se abren y sonríen y se carcajea, y a tal nivel que esa fiesta sube a sus ojos. Cuando sus interlocutores no saben por qué se ríe, igual lo festejan.

Esa tarde se encabronó, lo que no se le da tan seguido. Su primo le había dado una patada a su mamá. Ella no estaba pero cuando habló con su madre se puso roja y luego verde y después morada. Sus ojos traían un mapa colorado que parecía mudar de un extremo a otro de sus cavidades.

Lo buscó y aquel se enteró. No le dio la cara. Traía en sus bolsillos malas y fogosas intenciones. Lo sabía su primo. No quiso enfrentarla y mejor se escondió en otro lugar. Ella, que sabía que no iba a controlarse si daba con él, habló con un conocido. Todos los tenemos, dijo. Le pidió que hablara con él: tú sabes cómo, con qué.

Era un joven amable, amiguísimo de ella. Integrante de una familia de narcos de abolengo. Siempre traía su cuarentaicinco a la mano. Quieres que lo mate, preguntó. No, pero no lo quiero cerca. El pistolero cumplió con su encargo y al hombre aquel no se le vio más.

Ella con su trescincuentaisiete mágnum. La mandó limpiar porque ya le hacía falta. Antes de ponerla bajo llave, en su recámara, pensó. Quiere adiestrar a sus hijos en el manejo de armas. Que aprendan a disparar, defenderse, herir. Sobre todo porque teme que se metan a su casa, que pretendan hacerles daño. O por lo que se ofrezca, no más.

Ella no tiene cuentas con nadie. No anda en eso. Es su trabajo, la familia, los amigos. Pero está sola al frente de ese núcleo y prefiere que ellos sepan, antes de que ocurra una tragedia. Tomó el arma, la blandió. La mira, la idolatra. Está bellísima mi trescincuentaisiete. Chingona.

Piensa en aquel primo abusón. Se le inyectan los ojos. Se le suben los colores. Todavía le tiene coraje. Se quedó con ganas. De qué: de matarlo, pero no de un balazo. Lástima. Está lejos, en otro país. Donde ella lo mandó.

18 de enero de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Javier Valdez   /Lunes 21 de enero de 2013)

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