martes, 21 de mayo de 2013

1973



¡Felices las épocas en que la juventud es suficientemente sabia y prudente  para poder marchar por sí misma sin andaderas!

 Friedrich Nietzsche [1]
 
Rubén Duarte Rodríguez / Dossier Politico
Como ya hemos visto, los antecedentes históricos del movimiento universitario sonorense se remontan a la crisis política de 1967 que, al combinarse con la ola de radicalización nacional que siguió al movimiento estudiantil de 1968, volvieron a sacudir profundamente a la institución en el año crucial de 1973.

El movimiento estudiantil, primero modificó la estructura corporativista de la FEUS e instituyó los consejos estudiantiles, que sustituyeron al sistema presidencialista de representación; después intentó consumar un proyecto propio de reforma universitaria, que perseguía la democratización de las estructuras de gobierno universitario, y por último, pero no menos importante, demandó un contenido crítico, científico e identificado con las causas populares para la educación superior, que incluía muchos otros aspectos novedosos, experimentales y alternativos de la llamada contra-cultura que caracterizaban a la radicalización mundial de la juventud en esos años.

En ese contexto, circulaban, se leían y discutían profusamente argumentos de este corte: “La inteligencia estudiantil, para llegar a la organización de la Universidad Crítica, debe independizarse de las apariencias de independencia y de aislamiento que le otorga, como a un parásito temporario, la estructura del poder actual... La Universidad Crítica se esforzará igualmente para convertirse en un fórum y en un centro de acción para los estudiantes, para los sabios y para todos los trabajadores que hayan recibido una formación superior y que deseen ponerse conscientemente al servicio de un desarrollo de la ciencia que, objetivamente crítica con respecto a la sociedad, se dirigirá contra las instituciones y empresas que utilicen métodos científicos para organizar la destrucción insidiosa del capital intelectual, el sabotaje o la perversión de los progresos científicos” Así definían su proyecto de universidad los estudiantes de Berlín, como se aprecia en los escritos de su ideólogo más conocido, Rudi Dutschke.[1]

Poderosamente influido por las movilizaciones de 1968 en México, en Francia y en los Estados Unidos, así como los procesos posteriores que se vivieron en las universidades de Sinaloa, Nuevo León, Chihuahua y Guerrero, el movimiento universitario sonorense se asumía como la vanguardia, como el “detonador” de las luchas de todos los sectores explotados y oprimidos de la población.

Para los activistas –ser o no ser activista era la diferencia entre conciencia y enajenación- quedaban atrás los tiempos de los dorados jóvenes hijos de la burguesía que abrevaban en el manantial de la cultura y la ciencia para después ir a tomar el mando de la sociedad o, cuando menos, la administración de los ranchos y negocios familiares. En Sonora, como en todo el mundo, debido a la masificación de la enseñanza y al proceso de proletarización del trabajo intelectual, se vivía profundamente la crisis de la universidad liberal burguesa tradicional. Al final de la carrera no existía seguridad alguna de promoción social, de buenos ingresos y, a veces, ni siquiera de empleo. “A partir de los años 40 del siglo XX, empiezan a aparecer los signos precursores de una tercera revolución industrial... fundada en la liberación de la energía nuclear y el empleo de máquinas electrónicas... (que) sustituye por máquinas el trabajo intelectual... En efecto, los empleados, contadores, verificadores, etc., están siendo sustituidos por millares en los bancos, las compañías de seguros y los despachos de las grandes fábricas, por calculadoras electrónicas”, explicaba el economista marxista Ernest Mandel [2].

Al respecto, vale la pena recordar estos conceptos polémicos de Herbert Marcuse: “El cambio tecnológico que tiende a acabar con la máquina como instrumento individual de producción, como una unidad absoluta, parece invalidar la noción marxiana de la composición orgánica del capital y con ella la teoría de la creación de la plusvalía... El nuevo mundo del trabajo tecnológico refuerza así un debilitamiento de la posición negativa de la clase trabajadora: ésta ya no aparece como la contradicción viviente para la sociedad establecida”.[3]

Como bien lo expresaba el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre: “El estudiante, hoy, es alguien a quien se ceba, como se ceba a los gansos, con un saber bien orientado que debe darles capacidades determinadas. Y esta falsa cultura ni siquiera la recibe en el lujo y el ocio –muchos estudiantes llevan una vida muy difícil– sino en la angustia, porque nunca se sabe si será implacablemente eliminado, al cabo de algunos años, por un proceso de selección destinado a no desprender de la masa nada más que una pequeña élite de ejecutivos”.[4]

Los universitarios centraron su lucha en la elaboración de un proyecto democrático de Ley Orgánica que estuvo a cargo de la llamada Comisión Mixta, integrada en forma paritaria por estudiantes y maestros designados en las escuelas y facultades, que intentaba establecer el llamado cogobierno en el Consejo Universitario, así como en los consejos directivos de las facultades, delegando en el rector y en los coordinadores -que sustituían a los directores de las escuelas- funciones puramente ejecutivas y administrativas.

De acuerdo con este modelo de cogestión, las decisiones claves en todos los aspectos de la vida universitaria serían tomadas por los consejeros representantes de los alumnos y los maestros, que estarían en consulta permanente con sus bases. Este era el reto planteado por el movimiento universitario al estado y a la burguesía de Sonora, que sentían cómo el control vertical de “su” universidad se les escapaba de las manos y temían las consecuencias de esta “anarquía” que podría extenderse a otros sectores de la sociedad.

Recién salido de su prisión en Lecumberri y rodeado con toda la aureola del 68,  el escritor José Revueltas visitó la Universidad de Sonora en varias ocasiones, invitado por los activistas de la FEUS, exponiendo sus ideas ante auditorios repletos: “La autogestión académica es, ante todo y esencialmente, una toma de conciencia. Esto debe asumirse como el hecho teórico-práctico de que el conjunto de aquello que constituye la educación superior (centros educativos, estudiantes y maestros, planes de estudio y actividad académica) ha de considerarse como el ejercicio de una conciencia colectiva en acción... la autogestión parte del principio de una democracia cognoscitiva en que el conocimiento constituye un debate, una impugnación... El Estado mexicano parecería haber hecho suya la divisa de Mussolini: Nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado.” [5]

La  respuesta del Estado sobrevino cuando el gobernador Faustino Félix Serna y el candidato del PRI –y seguro sucesor– Carlos Armando Biebrich Torres, ordenaron a los diputados del congreso local que convocaran a una “consulta popular”, a la cual acudieron las llamadas fuerzas vivas: representantes del Centro Patronal del Norte de Sonora, de la Cámara Nacional de Comercio, de los grandes agricultores, ganaderos y pequeños propietarios, de la CNOP, de la CTM, de la CNC y de asociaciones de padres de familia creadas la víspera; todos en santa alianza para oponerse al proyecto de ley orgánica universitaria, que los periódicos El Imparcial y, sobre todo, El Sonorense, habían satanizado como la quintaesencia de la perversión comunista.

Todos los días, desde su columna Mi libreta de apuntes, Enguerrando Tapia Quijada, director de El Sonorense, lanzaba nuevas diatribas rasgándose las vestiduras y clamando a gritos por la represión contra los “mafufos comunistas” de la FEUS que “habían pervertido” a su hijo, iniciándolo, según él, en el consumo de mariguana.

Hasta los primeros días de septiembre el rector Alfonso Castellanos Idiáquez, quien había sustituido al doctor Federico Sotelo Ortiz con la luz verde del gobierno y del propio movimiento universitario –que no tuvo la fuerza suficiente para imponer un rector propio– hizo todo tipo de concesiones al movimiento en el plano académico y en la difusión cultural. Sin embargo, cuando el congreso local finalmente le entregó a Castellanos el regalo de la Ley 103, que dotaba a la figura del rector de poderes absolutos para controlar a su antojo la universidad, comenzó a utilizarlos indiscriminadamente, contando para ello con todo el apoyo del que a partir del 13 de septiembre de 1973 se había convertido en el nuevo gobernador del estado: Carlos Armando Biebrich.

La represión se desató entonces sobre el movimiento universitario. Comenzó con el cese fulminante del secretario general de la universidad, Alán Sotelo Cruz, y de todos los maestros democráticos, especialmente los sospechosos de pertenecer a grupos políticos de izquierda. Continuó con expulsiones selectivas de estudiantes destacados por su activismo. Se orquestaron numerosas provocaciones a cargo de golpeadores entrenados y pandilleros reclutados por el Comité Pro-Defensa del Orden Universitario, membrete de los micos[6]. Después vinieron las órdenes de aprehensión contra todo aquel que se destacara como dirigente estudiantil o de los maestros. El movimiento contestó con movilizaciones que lograron incorporar a miles de estudiantes. Mucha gente del pueblo se volcaba a las calles para apoyar a los jóvenes, pero la temprana represión eliminó toda posibilidad de organizar esta fuerza, que era real y recordaba la de seis años atrás.

Después de todo ¿qué podían hacer los estudiantes sin los obreros y los campesinos, que estaban totalmente controlados por sus direcciones burocratizadas en los sindicatos y centrales priistas? Los límites del movimiento universitario como vanguardia, en teoría, de un movimiento revolucionario más amplio socialmente, se habían agotado muy pronto.

En octubre, varios activistas fueron detenidos sorpresivamente y encarcelados. Los primeros fueron Martín Valenzuela y Eliseo Hermosillo. La oportuna intervención de un juez obtuvo la liberación inmediata de Carlos Martínez, Hugo López Ochoa, Susana Vidales y María Elena Fierro, que tuvieron que salir precipitadamente del estado o pasar a la clandestinidad, como muchos otros.

La desesperación condujo a la aniquilación física de jóvenes que intentaron levantarse en armas y murieron acribillados por las fuerzas policíacas, pues se encontraban en una completa desventaja numérica y en armamento. Así, en febrero de 1974, fueron asesinados por elementos de las policías judicial y municipal los estudiantes José Shepperd Vega y Andrés Peña Dessens. También fueron apresados Hiram Rodríguez Piña, Rodolfo Godoy Rosas, Samuel Orozco Cital, Alberto Guerrero Ortiz  y otros jóvenes que pretendían construir focos guerrilleros, quienes fueron acusados de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre, de participar en enfrentamientos armados reales o inventados, de asesinar al tristemente famoso sargento de policía Enrique Morales Alcántar “Moralitos”, de posesión de drogas y de incitar a la rebelión.

Una vez realizado el trabajo sucio, Castellanos y su corte de incondicionales y micos se dieron a la tarea de convertir a la Universidad de Sonora en una institución gris y decadente, con reglamentos Macartistas, modelos departamentales estilo yanqui y programas de estudio calcados de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Al menor brote de descontento seguía automáticamente la expulsión o el cese, acompañados generalmente por órdenes de aprehensión.

[1]Citado por Luis Víctor Anastasia en Los estudiantes, la educación y la miseria del conocimiento, Carlos Marchesi editor, Montevideo, Uruguay 1998, pp. 99-103.

[2]Ernest Mandel. Tratado de Economía Marxista, Ediciones Era, tercera edición 1972, pp. 213-215.

[3] Herbert Marcuse. El hombre unidismensional, Origen/Planeta, 1985, pp. 58-62.

[4] Citado por L. V. Anastasia, Op. cit., p 49.

[5] José Revueltas, México 68: juventud y revolución, Ediciones Era, primera edición 1978, pp.. 155-160 .

[6]Así llamados por las siglas MMIC del Movimiento Mexicanista de Integración Cristiana, grupo de fanáticos de ultraderecha promovido por los sectores más reaccionarios del clero católico para enfrentar a la “amenaza comunista” y defender los “valores de la civilización occidental”, la familia y el orden en la sociedad sonorense.

(DOSSIER POLITICO/ Rubén Duarte Rodríguez / 2013-05-21)

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