Geraldine tiene 40 años, Andrea 25 y Mónica 16; las tres fueron
explotadas por varios años en esa avenida, la más importante del DF en
cuanto a prostitución; hoy residen en una casa de seguridad y ...
Ciudad de México.- Los años pasan y en Sullivan poco ha cambiado más allá de la moda y
los modelos de los coches cuyos conductores se detienen todas las
noches a mirar y comprar la mercancía. Antes se usaban calentadores
color pastel y playeras con tonos eléctricos. Las canciones de Flans,
tocadas en una grabadora, eran las preferidas de las chicas. Después,
con Paulina Rubio en el discman, se pasó a jeans entallados,
botas largas y playeras de tubo. Lo más reciente son los shorts, las
mallas pegadas al cuerpo y los escotes pronunciados. Justin Bieber es la
locura. Suena vía mp3.
Sin embargo, son variaciones estéticas.
Porque para quienes han vivido en el sexódromo callejero de la
delegación Cuauhtémoc la rutina siempre es la misma: esperar en la
banqueta de 10 de la noche a cinco de la mañana. Mostrar piel. Soportar
los insultos y las miradas lascivas. Subir al coche. Ir al hotel. Y
repetir la operación hasta cinco o seis veces por noche para cubrir la
cuota del padrote o la madrota en turno.
A Geraldine, Andrea y
Mónica les separan casi 20 años y la distancia de pertenecer a
generaciones diferentes, pero a las tres les une la experiencia de haber
sido prostituidas contra su voluntad en la calle más notoriamente
célebre de la Ciudad de México en tres épocas diferentes.
Una ya
roza los 40 y fue esclavizada en 1996, cuando la capital era gobernada
por el PRI. Otra va por los 25; su cautiverio inició en 2005, en la
administración de Andrés Manuel López Obrador. La tercera apenas cumplió
16. Escapó hace unos meses. Fue atrapada cuando tenía 14, en los años
de Marcelo Ebrard. Una línea ininterrumpida de servicio.
“Todo
sigue igual. Solo que ahora hay niñas más chiquitas”, dice Geraldine,
una mujer que pasó prácticamente dos décadas de su vida atrapada en
Sullivan. “Esa calle es un nido de padrotes”, añade Andrea. “A mí me
llevaron porque querían carne fresca”, tercia Mónica.
Las tres
hablan para MILENIO en una casa de seguridad. Es una conversación en la
que narran su paso por Sullivan de la mano de padrotes y madamas a lo
largo de años en los que los rostros fueron cambiando, no así las
prácticas.
GERALDINE
Geraldine tiene un vívido odio a los perros: dos rottweilers
la vigilaban en la casucha que fue su hogar y donde una tribu de
padrotes la mantenía detenida. Cada vez que intentaba escapar, ladraban.
Llegó a detestarlos porque eran símbolo de la vida a la que estuvo
sometida durante casi dos décadas. El tiempo pasado ahí prefiere
definirlo como un robo: “Mi vida se me fue en Sullivan”.
Pasó en
la avenida de 1996 a 2012, luego de que su esposo la vendiera a una red
dedicada a la explotación sexual. Secuestrada por el grupo de padrotes
que la “adquirió”, fue llevada de Puebla a la Ciudad de México, donde se
le introdujo al mundo del servicio sexual en el callejón de Manzanares.
Ahí pasó varios meses hasta “graduarse” hacia Sullivan, donde los
clientes pagan más, pero también se eleva el nivel de exigencia a las
chicas.
“Me exigían una cuota de tres a cinco mil pesos diarios
los 365 días del año. No me dejaban salir, no me dejaban platicar con
nadie, si no pasaba mi padrote mandaba a otra persona por el dinero”,
recuerda.
En un principio fue asignada a la zona de influencia de
la señora Esmeralda, una madrota que controló por años las zonas más
productivas de Sullivan. En 2007 fue asesinada y su lugar fue ocupado
por Reynaldo Esquivel, conocido como Konkistador, a quien
autoridades federales han identificado como el padrote más poderoso de
la calle (se le vincula con las redes que tratantes de Tlaxcala).
Ya
bajo su control, Geraldine fue sometida a varias cirugías plásticas. Se
le aumentó el busto, los glúteos y se le obligó a teñirse el cabello de
rubio. Fue una transformación total con la que Esquivel buscó aumentar
sus ingresos y a la que ella accedió (“me controlaba y hasta pensaba lo
que quería”). Lo logró: ella se convirtió en una de las mujeres más
socorridas de la avenida.
Cuando Geraldine logró escapar y volvió a
su hogar, en 2012, no la reconocieron. “Nadie se acordó de mí. En mi
familia no sabían quién era, porque me cambiaron todo; me cambiaron de
físico, me cambiaron de nombre; mi nombre no era mío, mi cuerpo no era
mío”, dice durante la charla.
—¿Esa calle te robó la vida?
—Sí.
¿Y sabes qué? De todo el dinero que yo vi pasar, no tengo nada, nada
fue para mí. Para mí solo es una enfermedad que voy a tener el resto de
mi vida.
ANDREA
Andrea se define a sí misma
como parte de la “generación sandwich”, un grupo de mujeres que va de
25 a 35 años. En Sullivan son las veteranas que aún no entran en declive
—de acuerdo con los estándares de los padrotes y madrotas—, pero que
han dejado de pertenecer al codiciado grupo de adolescentes, que en los
últimos años ha ido tomando auge y hoy es el más solicitado y explotado
por el crimen organizado.
Andrea, quien pasó media década en
Sullivan, se cuestiona la falta de empatía de los clientes; en su
experiencia ha descubierto que muchas veces llegan a ser tan crueles
como los padrotes.
“Estar en esa calle es estar aguantando que
abusen y pasen sobre ti, que hombres que pasen por la calle te insulten,
que te digan que eres una puta, que te empiecen a gritar algo que tú
realmente no eres. ¿Creen que este era mi sueño? ¿Que yo quería hacer
esto con mi vida? Era increíble. Primero me amenazaba el padrote y luego
resulta que también me amenazaba el cliente, y luego hasta la madrota
que te está cuidando”, lamenta.
Andrea advierte que si de ella
dependiera, utilizaría un buldózer para destruir la calle en la que
estuvo atrapada durante media década, bajo el control de la organización
de Alejandra Gil, detenida la semana pasada por la Procuraduría General
de Justicia del Distrito Federal, acusada de trata de personas.
—Dice usted que Sullivan es un “nido de trata”.
—Lo
es. El tiempo que yo estuve lo viví. La mayoría, casi todas de las que
estábamos ahí, teníamos padrotes. Sería tan cínico que alguien de esa
pinche calle te dijera que no tiene padrote...
MÓNICA
Mónica
tiene 16 años y su paso fue tan trágico que casi es una leyenda en
Sullivan: en un día llegó a acumular 45 servicios, eufemismo con el que
se refiere a relaciones sexuales con clientes diferentes. Si cada
relación se cobraba en mil 500 pesos, quiere decir que generó, por sí
sola, ganancias de 67 mil 500 pesos. Si costaba 3 mil la suma es de 145
mil pesos.
Eso pasó cuando tenía 15 años, poco antes del primer
aborto al que se le sometió de manera forzada. “Me trajo el primo de Noé
Quetzalli (padrote tlaxcalteca) de San Luis. Luego me llevó a
Sullivan”, dice.
De memoria, reconstruye lo que dijo Quetzalli en su primer día en las calles.
—Aquí se gana bien. Se cobra bien. Y a los clientes les vas a encantar porque aman la carne fresca.
La
historia de Mónica, repleta de anécdotas cruentas, pasa por varios
accidentes; durante su estancia en Sullivan fue golpeada en diversas
ocasiones por clientes, padeció fuertes infecciones y en una ocasión, al
cruzar la calle, después de una pelea con su padrote, la atropelló una
camioneta.
—¿Cómo sobrevive una niña de 15 años a ese mundo?
—Yo
me decía que no valía. No entendía cómo es que me había tocado vivir
eso. Ya salí y estoy viva. Pero Noé sigue libre. Me da mucho coraje.
¡Puede haber más niñas de mi edad con él!
(MILENIO/ Víctor Hugo Michel
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