JESÚS ANTONIO AGUILAR. Negro personaje.
Desde antes de asumir el
poder Mario López Valdez tenía decidido a quién colocar al frente de las
policías de Sinaloa. Decisión propia o impuesta por los poderes que emanan del
crimen organizado, la suerte estaba echada para Jesús Antonio Aguilar Íñiguez,
Chuytoño, un hombre que había ocupado el cargo de jefe de la Policía
Ministerial en el gobierno de Juan Millán Lizárraga y que a partir del crimen
de Rodolfo Carrillo Fuentes, el 11 de septiembre de 2004, tuvo que salir
huyendo de Sinaloa y de la vida pública pues la PGR puso precio a su cabeza.
Estuvo fuera del estado
varios años y luego terminó refugiándose en el rancho Las Cabras, donde fungió
como jefe de seguridad del ex gobernador Antonio Toledo Corro, hasta que
recibió la absolución en los juicios que se le seguían por delincuencia
organizada y lavado de dinero.
Se mantuvo en las sombras
durante todo el sexenio de Jesús Aguilar Padilla y reapareció en operaciones
policiacas en la administración actual, primero en calidad de “asesor” y luego
ya como director (de nuevo) de la Policía Ministerial. Cuestionado hasta por su
sombra, aguantó él y también el gobernador, quien dijo en su defensa (no me
defiendas, compadre) que el crimen no se podía combatir “con blancas palomas”.
De nuevo investido como
comandante, Chuytoño llamó a todos sus colaboradores de la etapa millanista,
los mismos que habían salido huyendo del estado junto con él y que habían sido
absueltos. Unos acudieron al llamado y otros le dijeron que no. De los que hicieron
equipo de nuevo, Martiniano Vizcarra se convirtió de nuevo en su brazo derecho
y ejecutor de sus “técnicas” de investigación y de “limpia”. Temibles, el
gobernador les dio todo el poder. En puerta la legislación federal del llamado
“mando único”, Malova se adelantó y concentró en Aguilar Íñiguez todas las
decisiones en materia de seguridad, nadie sobre él, nadie contra él.
Así, Chuytoño no solo diseñó
estrategias, sino que también decidió quiénes estarían al mando de las
operaciones tanto en las estructuras estatales de seguridad, como en los
municipios, generando para ello una nueva camada de comandantes, jóvenes la
mayoría, que se fueron haciendo cargo, paulatinamente, de las corporaciones
policiacas en los municipios.
Por eso hay que voltear hacia
él cuando en El Fuerte se acusa a policías de desaparecer a jóvenes mientras se
investiga el secuestro de una persona de ese municipio; y también por el cúmulo
de atrocidades cometidas por policías municipales en Ahome, incluida la
desaparición y asesinato de jóvenes, hombres y mujeres, hasta por el simple
hecho de encontrarlos orinando en la vía pública.
La impunidad con que se
condujo el comandante Jesús Carrasco durante los años en que estuvo al frente
de la seguridad en Ahome, hay que endosársela al director de la Policía
Ministerial, porque de ahí han emanado estos hombres y también las directrices
y el manto que los cobija. Gerardo Amarillas, el secretario de Seguridad
Pública de ese municipio, ahora en el banquillo por omisión en casos de desapariciones
forzadas a manos de policías bajo su mando, no pudo conducirse con tal
engreimiento y alevosía sin la venia de Aguilar Íñiguez.
Chuytoño debe ser juzgado por
sus actos pero también por los actos de sus subalternos. Y no solo
públicamente, en notas periodísticas que al día siguiente se olvidan y que los
gobernantes leen con desdén, sino en tribunales constituidos para vigilar que
la ley se cumpla y hacer que, quien la viole, sea castigado.
El caso de Yecenia Armenta,
culpada de un crimen sobre la base de torturas, ha puesto de nuevo a Sinaloa en
el centro de las miradas del mundo gracias al trabajo de Amnistía
Internacional. Pero ese es solo un caso y tal vez no el más dramático de lo que
aquí ocurre. No es remoto y, por el contrario, es muy probable que detrás de
los cientos de desaparecidos y asesinados en Sinaloa, se encuentren células
policiacas.
Ahora el gobernador defiende
a Chuytoño, pero hace cinco años él mismo reconoció que estaba poniendo al
frente de las policías a un hombre que no era una “blanca paloma”. Lo cierto es
que al comandante, como en 2004, las cosas se le complican al final del
sexenio.
BOLA Y CADENA
Fue tan grande el poder de
Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, que el general Moisés Melo García fue solo un
invitado de palo en el esquema de seguridad del gobierno estatal. Todo el
control en sus manos, empezó a perder los hilos de la seguridad cuando
detuvieron en Mazatlán a Joaquín Guzmán Loera, el Chapo. Los pleitos internos
por el liderazgo de esa parte del cártel de Sinaloa y las fricciones entre los
herederos de Guzmán —incluido Dámaso López Núñez— e Ismael el Mayo Zambada,
dejaron a Chuytoño y a sus hombres en medio, frente a ejércitos ilegales que él
había solapado.
SENTIDO CONTRARIO
QUE EL PRD Y MORENA SE PONGAN
de acuerdo en un propuesta de cambios a la nueva ley de educación —que entraría
a discusión en el periodo legislativo que arranca en septiembre— con el fin de
destrabar el choque entre la CNTE y el gobierno federal, puede ser una buena
experiencia de unidad con miras a las elecciones presidenciales de 2018. Morena
está en ascenso y el PRD en caída libre sin red. Pero si el partido fundado en
1989 sigue de manita sudada con el PAN, su destino incuestionable es la nada.
HUMO NEGRO
Y UNA VEZ QUE UN JUEZ
concedió a la PGR la orden de aprehensión de Lucero Sánchez López, que alguien
la encuentre.
(RIODOCE/COLUMNA “ALTARES Y SÓTANOS” DE
ISMAEL BOJÓRQUEZ/ 10 JULIO, 2016)
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