viernes, 14 de febrero de 2014

EL SECUESTRO DE "EL JEFE DIEGO"

Raymundo Riva Palacio
Un comando de la Marina y agentes de la PGR capturaron este miércoles en Puebla a Daniel Fernández Domínguez, señalado de vínculos con cárteles. Ser apodado “El Pelacas” fue suficiente para que los periódicos concluyeran que era uno de los presuntos secuestradores del abogado panista Diego Fernández de Cevallos. El eslabón acomodado con fórceps en la prensa fue el apodo, que alguien conectó con un caso en 2011, donde la Procuraduría de Justicia del estado de México logró la captura de Óscar Osvaldo García, apodado “El Compayito” y jefe de la banda llamada “La Mano con Ojos”, ligada al cártel de los Beltrán Leyva.

En sus declaraciones en aquél entonces, “El Compayito” dijo haber oído “en la maña” (eufemismo de los malos), que “El Pelacas” había secuestrado “al barbón ese”. Fue todo lo dicho en aquél momento, pero al tejerse arbitrariamente la vinculación, se desató una extraña especulación que con el paso de las horas fijó una realidad. Ninguna autoridad confirmó la versión que, inevitablemente, lleva por tres caminos: fue sólo especulación de la prensa; es una operación de propaganda para limpiar el nombre del comisionado en Michoacán, Alfredo Castillo, procurador mexiquense cuando detuvieron a “El Compayito”; o es la prueba que en México existe una narcoguerrilla.

La primera opción sería resultado de una vinculación unilateral de dos medios contagió al resto, que incrementaron el ruido y si resulta falso, quedará todo como una mentira. Pero si no es así, ¿se trata de un manejo de crisis para rescatar la imagen de Castillo? Por más de una semana el comisionado ha sido vapuleado por reunirse con un grupo de autodefensas en Michoacán entre quienes se encontraba Juan José Farías, “El Abuelo”, vinculado al caso de El Michoacanazo, y que figura también en el expediente del empresario Zhenli Ye Gon. Que hoy aparezca Castillo como el origen que podría llevar a resolver el secuestro de Fernández de Cevallos, apagó, aunque sea efímeramente, el fuego en su contra.

La tercera opción es mucho más grave. El secuestro de El Jefe Diego en 2010, fue realizado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una escisión del EPR que opera en El Bajío. Siete meses estuvo en cautiverio, durante el cual le hicieron un juicio popular –normal en secuestros guerrilleros- e intercambiaron mensajes con su hijo y los negociadores. Una prueba de vida fue su fotografía, desnudo y con un lienzo sobre los ojos para no lastimarlo, y un fondo de plástico gris. La familia de un textilero poblano secuestrado por el ELN dos años antes, recibió una foto idéntica, como prueba de vida.

Las investigaciones llevaron a una computadora en la UNAM de donde habían salido los comunicados de los “Misteriosos Desaparecedores”, como se identificó el ELN, y a un mensajero de la guerrilla que viajaba a Oaxaca. Hasta ahí habían llegado las pesquisas, porque las guerrillas operan en células autónomas que no se conocen entre ellos, por lo que si se captura de uno de sus miembros, se puede cortar la información fácilmente.

Las guerrillas sólo realizan secuestros de alto impacto para allegarse recursos y financiar su lucha política, ideológica y militar, con el Estado Mexicano. Los jefes de los cárteles no hacen secuestros de ninguna naturaleza, pero los sicarios, sobre todo cuando las nóminas se retrasan, realizan secuestros exprés altamente violentos. Para ellos la vida de la víctima es irrelevante; para una guerrilla, su vida y salud es fundamental para la legitimidad y credibilidad en sus negociaciones.

Si las investigaciones de la PGR, que interrogará a “El Compayito” para que aclare sus dichos, concluyera que en efecto “El Pelacas” participó en el secuestro, la solución de la retención de Fernández de Cevallos sería lo menos importante en términos de seguridad del Estado. La alerta estaría al comprobarse que la guerrilla y el narcotráfico están operando conjuntamente. Es la peor combinación. Estructuras y tácticas militares al servicio de barones de la droga con el dinero que nunca han tenido las guerrillas y legiones de matones en todo el país. O barones de la droga al servicio de un movimiento armado que busca, como objetivo final, derrocar al Estado e instaurar su propio gobierno. Un fin, diferentes medios.

Esta última opción no es una que tenga mucho sentido, de acuerdo con la metodología guerrillera para el secuestro y su disciplina clandestina. Pero ninguna opción se puede desechar a la ligera. Lo mejor que podría pasar es que haya sido un error de los medios, involuntario o manipulados, porque sólo quedaría ahí. Lo otro, elevaría significativamente la calidad de la violencia en México y esbozaría un futuro mediato al cual, definitivamente, no queremos llegar.
 
(ZOCALO/  Columna de Raymundo Riva Palacio/ 14 de Febrero 2014)

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