domingo, 22 de septiembre de 2013

EL VICE PRESIDENTE

Raymundo Riva Palacio

Joseph Biden es un vicepresidente atípico en Estados Unidos. Normalmente, los vicepresidentes cumplen funciones protocolares como funerales y tomas de posesión, y se mantienen alejados de los asuntos cotidianos de la vida política en la Casa Blanca, pero Biden es totalmente diferente. Cada mañana, desayuna con el presidente Barack Obama, o habla personalmente con él, como su asesor extraordinario en política exterior e interna. Es un emisario plenipotenciario con los gobernantes del mundo, quienes cuando toca la puerta, lo reciben sin dilación. No es casual que se le reconozca como probablemente el vicepresidente más poderoso que ha tenido Estados Unidos en su historia.


Joseph Robinette Biden Jr. es afable y le encantan los reflectores. Durante su reciente visita a México –la tercera en 18 meses-, sus asesores querían que el formato de su estadía estuviera dominado por momentos propicios para su lucimiento. Acotaron esos momentos, pero le regalaron los espacios suficientes para que, en pago diplomático a su presencia en este país al frente de una delegación económica de alto nivel, pudiera capitalizar en Estados Unidos, donde coquetea con la candidatura presidencial demócrata en 2015. Su visita duró escasas 16 horas, pero fueron una pesadilla logística.

Originalmente, el viaje a formaba parte de una gira de tres días por la región, con dos días en la Ciudad de México y uno más en Panamá, donde se reuniría con todos los presidentes centroamericanos. La semana pasada canceló Panamá, y quiso acortar su estadía en México en la reunión de alto nivel en materia económica pactada por los presidentes Obama y Enrique Peña Nieto, a tres horas. La piel de los mexicanos se erizó. No podía el vicepresidente modificar en la víspera del viaje una programación tallada durante semanas sólo porque, alegaban, tenía que hablar con el presidente Obama el viernes por la mañana. Después de mucho forcejeo, apenas el miércoles por la noche, se terminó de concretar que llegaría el jueves en la noche, y se iría el viernes al mediodía.

Los mexicanos querían una agenda nutrida para aprovechar el viaje del vicepresidente, pero sus asesores dijeron que de ninguna manera. La agenda tendría que estar abierta. La razón, lo sabían los mexicanos, es porque el vicepresidente, tan poderoso y fogueado en la política exterior, es sumamente indisciplinado con los horarios y se distrae fácilmente. Funcionarios mexicanos aún recuerdan los problemas que le causó a la seguridad cuando estuvo invitado a la toma de posesión de Peña Nieto en diciembre pasado, y en medio de un encuentro bilateral llamó de repente a uno de sus asesores para preguntarle qué había cerca de Palacio Nacional, en donde se encontraban. “La Basílica de Guadalupe”, le dijeron. “¿De verdad?”, replicó. “¡Vamos!”. Biden, un católico nacido en Pensilvania que hizo su carrera en Delaware, se fue a visitar la Basílica.

Biden, un político poderoso que fue presidente del influyente Comité de Relaciones Exteriores del Senado, y que también tuvo a su cargo otro de los más importantes comités de la cámara alta en el Capitolio, el Judicial, vive una especie de bipolaridad pública que parece consecuencia directa de su juventud, cuando le gustaba más socializar y jugar futbol americano, que estudiar. Desde sus tiempos universitarios en Leyes, Biden mostró una debilidad de carácter que le ocasionó serios problemas en su vida política y que inclusive le causó tener que abandonar la carrera presidencial en 1988: su proclividad a plagiar.

En las elecciones primarias de 1988 para definir la nominación demócrata a la Presidencia, Biden fue exhibido por la prensa por haber copiado pasajes enteros sin atribución de un discurso del líder laborista inglés Neil Kinnock, cuando mencionaba cómo se había levantado de sus humildes raíces, recordó la publicación electrónica Slate en 2008. Kinnock venía de la clase trabajadora, no de la clase media de donde había emergido Biden –casado con una joven rica neoyorquina que conoció en Bahamas-, hijo de un vendedor de automóviles. Biden trató de defenderse, pero la prensa encontró nuevos casos de plagios –de John y Robert Kennedy, y del ex vicepresidente Hubert Humphrey-, y de una exageración de su récord académico, sobrevalorando calificaciones que en realidad eran mediocres.

Pero si el plagio le costó la candidatura demócrata ante Michael Dukakis en 1988, ciertamente no le impidió aumentar su fuerza e influencia en el Capitolio los siguientes años, ni causó mayor daño cuando Obama lo seleccionó como vicepresidente en dos ocasiones consecutivas. Incluso, no le afecta su sueño presidencial, donde en estos momentos su principal adversaria sería Hillary Clinton, con quien tuvo una intensa relación en el Senado, cuando ella era una legisladora novata y el vicepresidente uno de los integrantes con mayor jerarquía.

Cuando se conoce el poder de Biden con Obama se entiende el por qué tiene picaporte con los líderes del mundo. Peña Nieto no es diferente. En su conversación con Biden este viernes en Los Pinos, sabía con certeza que sus palabras serán escuchadas por Obama, y que las opiniones y consideraciones del vicepresidente, son respetadas y atendidas por el jefe de la Casa Blanca. Hablar con Biden, en ese sentido, es dialogar con un interlocutor poderoso e influyente, cuyas palabras ayudan a moldear y construyen las decisiones del gobierno de Estados Unidos.
 
(ZOCALO/ Columna de Raymundo RIva Palacio/ 22 de Septiembre 2013)

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