Acapulco— En el
video se ve un cocodrilo avanzando sobre aguas fangosas. Se sabe cercado por
humanos. En el intento de someterlo, un hombre le avienta una soga en forma de
horca, pero falla. Otro le arroja una cobija roja que despierta su ira. Al
fondo se ve que uno más lo espera con un tubo en la mano. Cuando otro más se le
acerca, el lagarto se resbala, se tambalea, se reincorpora con dificultad por
su falta de costumbre de caminar sobre banquetas.
El espécimen que se
salvó de la encobijada apareció después en las noticias. “Lo amarraron con
varias playeras, así salió en la televisión”, cuenta divertido Sixto López, uno
de los acapulqueños que repite esa que parece ser la única nota divertida tras
el paso del ciclón ‘Manuel’, que sumergió media ciudad.
Como si no bastaran
la veintena de muertes que causó, los miles de damnificados hacinados en los
albergues, los 40 mil turistas varados que buscan regresar a casa, la escasez
de agua potable y el exceso de agua putrefacta, el aumento de los precios de
los alimentos, el hambre en las colonias afectadas, las diarreas que ya
aparecen en los niños, los acapulqueños tienen una preocupación más que sumar a
su tragedia.
Nuevos inquilinos
aparecieron en la parte más joven de la ciudad. Cocodrilos y culebras que nadan
sueltos por su nuevo estanque. Ríos crecidos que trazan calles a mitad de
fraccionamientos. Pantanales que invadieron unidades habitacionales y cuyos
lodos saturados no permiten a sus antiguos inquilinos abrir siquiera la puerta.
Aves lacustres que vuelan sobre las zonas de desastre y se posan en los techos
(hay quienes aseguran haber visto garzas). Humanos convertidos en anfibios
–medio cuerpo seco, la otra mitad en el agua– rescatan sus pertenencias.
De pronto la
profecía parece haberse cumplido: Acapulco, haciendo honor al significado de su
nombre, vuelve a ser lugar de las cañas en el lodo, de los carrizales
destruidos. No por nada en su escudo lleva unos carrizos rotos.
Si, según el mito
fundacional de este puerto, Quetzalcóatl envió una nube destructora como
venganza por una traición, parece que esta vez envió un ciclón para recuperar
los terrenos arrebatados por gobernantes corruptos y desarrolladores codiciosos
que, para atraer turismo, construyeron en zonas donde el sentido común no las
permitiría.
Ahora los turistas
huyen en estampida.
Quetzalcóatl-Manuel
se ensañó con dos regiones: la Zona Diamante, expropiada durante el salinato
para construir lujosos hoteles y condominios para el turismo high class, y
Llano Largo, un pantanal rellenado durante los últimos 10 años sobre el que las
inmobiliarias construyeron miles de viviendas “de interés social”.
“La naturaleza nos
ha cobrado su factura. Ahora a ver si Enrique Peña Nieto le va a cobrar la
factura a los desarrolladores y a los ex funcionarios que lo permitieron,
aunque la ley indica que esos delitos prescribieron”, dice Ramiro Gómez
Pardillo, uno de los directivos del Consejo Ciudadano de Acapulco.
El empresario
ecologista extiende en la mesa el mapa urbano de Acapulco y muestra cómo el
manchón de cemento obstruye los cuatro arroyos que antes eran paso natural del
agua que bajaba de la zona montañosa del Parque Nacional El Veladero hacia el
río La Sabana y la desembocadura al mar.
La construcción
sobre humedales es tan reciente que el fango con olor a podrido salpica a
muchos políticos y empresarios en activo. En la entrevista salen a relucir los
apellidos Salinas de Gortari y Ruiz Massieu. También nombres de inmobiliarias
como Geo, Homex y Ara.
Surgen pepenadores
acuáticos
“Encontré este bote
de leche”, anunciaba contenta Azucena Olmedo el miércoles 18 afuera de la
tienda saqueada. La acompañaban sus vecinos, que tentaleaban también entre el
líquido amarillento porque, desde que el ciclón estropeó la playa, se
convirtieron en pepenadores acuáticos y pescadores profesionales de despensas.
“Nos enteramos que
aquí nos iban a dar despensas, llegamos a las seis de la mañana y la Marina nos
empezó a garrotear por andar buscando entre lo que arrasó el agua. Ya fuimos al
mercado, a Puerto Marqués, a la glorieta y no dan nada. Si no tuviéramos hambre
¿usted cree que estaríamos aquí?”, dice el viejo Gaudencio Hernández al salir
del agua.
Una pareja encontró
una bolsa con frijoles. Cierta vecina, un gancho. Otra, un rectángulo al que le
imagina forma de cenicero. En los alrededores de la tienda se ven pañales
despanzurrados, rebanadas de jamón entre el lodo, cajas que contenían pantallas
de televisión, los remanentes de la rapiña del día anterior.
Muchos vinieron de
colonias que no sufrieron estragos pero donde todos ganan dinero en la playa.
La falta de agua potable también agarró parejo. Por eso, cada tanto, entre
todos ponen palos, piedras y tubos sobre el Bulevar de las Naciones, a unos
metros del letrero que indica la cercanía de Punta Diamante.
“Al menos déjennos
sacar la comida mojada”, grita Gloria Sabaneta a los soldados que llegan a
retirar el bloqueo. Esta madre soltera dice que su familia no se ha alimentado
porque no ha podido hacer trencitas en la playa.
Cada tanto la turba
hambrienta se envalentona y cruza el charco con intención de rodear la tienda y
a los marinos, policías y militares que la custodian. La tensión se desvanece
en cuanto llegan camiones cargados con despensas.
Sin planeación,
desarrollos urbanos
En tiempos de la
Corona española las calles de Acapulco ya tenían su ordenamiento urbano. Por
siglos fue paraíso de unos pocos hasta que el presidente Calles decidió
convertir este puerto en destino turístico. Durante los sexenios de Echeverría
y López Portillo la ciudad parecía sucursal de Hollywood. El primero que se saltó
el ordenamiento de respetar la vista panorámica fue el empresario Emilio
Azcárraga, con la construcción del Hotel Ritz. La zona costera no tardó en
desarrollarse.
En la década de los
noventa la dupla Salinas de Gortari-Ruiz Massieu puso la mirada en la Zona
Diamante, lugar de manglares que rompen olas, apacibles lagunas, pantanos que
controlan el paso del agua y desembocadura de ríos, y en cuya punta, sobre
terrenos elevados y rocosos, Diego Fernández de Cevallos adquirió valiosos
terrenos.
En ese tiempo se
construyó el Bulevar de las Naciones, con rumbo al aeropuerto, a pesar de que
Gómez Pardillo, también presidente de la organización Protección Ecológica
Subacuática, señala que desde que era niño la vereda se inundaba hasta con
lluvias leves. Hace 20 años el Infonavit
dio créditos a quienes quisieran habitar la colonia Luis Donaldo Colosio, una
sucursal del paraíso para los asalariados.
“Tengo 20 años
pagando mi casa aquí y con esta se ha inundado tres veces, pero nunca como
ahora”, dice la damnificada Luz Elena Caballero, desde el albergue habilitado
en la escuela, dedicada también al ex candidato presidencial asesinado.
“Esto es como una
laguna. Si excava sale agua, imagino que porque está mal planeada, está
construida encima del manglar de la Laguna de Puerto Marqués”, agrega un hombre
sentado a su lado.
En la Colosio la
corriente entró tan rápido que la gente no pudo arrancarle sus pertenencias. El
agua dejó su marca café en las casas: las paredes manoseadas, rayoneadas con
lodo e impregnadas de olor a agua estancada, por la mezcla de agua de pantanos,
lluvias y drenajes, y el menjurje de animales podridos.
En las banquetas
cada casa tiene su pila de basura: una maraña formada de sillones, colchones,
trastes, ropa, papeles, vida entera.
Llano Largo está a
espaldas de la Colosio. Esa zona, según el Consejo Ciudadano, comenzó a
desarrollarse a partir de 2003, para ello el ayuntamiento cambió los planes
rectores de la urbanización y permitió cambiar la vocación al suelo, o sea
construir sobre pantanos.
Las consecuencias de
la corrupción y la negligencia las padecieron la señora Beatriz Juampo y su
marido, inquilinos de la casa R3B, en el fraccionamiento construido por Grupo
Evi. Pasaron la noche del domingo sobre el techo de su casa, con un cuarto de
litro de leche como comida, pues el río enloquecido había entrado sin pedir
permiso.
Al día siguiente
fueron rescatados. Duraron un día en uno de los albergues habilitados, pero
como en todo el día no llegó comida, decidieron irse a vivir en un hotel.
Hoy su casa es
inhabitable. Para llegar a ella hay que caminar encima de una montaña de lodo
duro, compacto, que se atrincheró adentro de las viviendas, ocupó la calle,
sepultó lo que quedó a su paso.
Una pareja joven
pasa por el camino improvisado por los lugareños para cruzar el fraccionamiento
y revisar sus pertenencias. El hombre lleva un portabebés. La mujer llora. En
cuanto ve periodistas comienza a gritar su tragedia, como choqueada, pero sin
detenerse:
“Digan que no es
cierto que el Ejército vino a rescatarnos. Lo dijeron en las noticias y no es
verdad… tres días atrapados… sin agua… sin familia… Ahora que regresé a
rescatar cosas no encontré nada, ni ropa ni roperos ni garrafón de agua… Nada
nos dejaron los maleantes que entraron… Somos de la i7B.”
La pareja se pierde
en el camino tapizado de letreros que ofrecen casas en venta, algunas con
alberca, y que omiten mencionar que desde su inauguración ni esa ni otras
unidades tienen agua potable.
“Aquí hay muchos
intereses del municipio, que da permisos, y corrupción de las constructoras”,
se escucha decir a la mujer.
Gómez Pardillo
muestra la copia del acuerdo firmado por el Cabildo en agosto de 2001, cuando
Zeferino Torreblanca era presidente municipal, que abrió paso a las
construcciones sobre humedales sin respetar cauces de río ni el plan rector
elaborado después de la tragedia provocada por Paulina, un huracán que, por
cierto, dañó la casa de los Ruiz Massieu.
El ecologista señala
como directo responsable del negocio criminal a Jorge Octavio Mijangos Borja
(de quien dice es protegido por la familia Díaz Ordaz), que de 1997 a 2010
representó a la Conagua, la dependencia encargada de supervisar que no se
construyera sobre los cauces de ríos.
Ahora que Manuel
destrozó media ciudad y mató a 18 personas, comenzó el salpicadero entre la
clase política.
El secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, aventó la primera piedra al señalar que
se construye en zonas prohibidas. Aguirre Rivero mencionó los “negocios
políticos” y la corrupción como causa. La misma tónica de culpar a la
corrupción siguieron el alcalde Luis Walton, el secretario de Comunicaciones y
Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, y el titular de la Conagua, David Kopelfred,
lo mismo que su antecesor, el panista José Luis Luege.
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ/ Marcela Turati /Proceso/22
de Septiembre 2013)
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