martes, 19 de febrero de 2013

EXPEDIENTE CRIMINAL: EL VENGADOR...



Rosendo Zavala
Saltillo.- Traicionado por la furia que sentía, ‘El Pinky’ sacó su cuchillo y en una rápida ofensiva apuñaló a Rodolfo de manera brutal, sacándole la vida para vengar la afrenta familiar que le habían hecho cuando uno de sus primos había sido baleado por su victimado.

Sorprendido por su propio impulso, el vigilante de cantina se escondió entre las sombras de la noche buscando evadir a la policía sin lograrlo, porque el destino lo alcanzó cuando las autoridades supieron que se resguardaba en la casa de un tío.

En cuestión de minutos, Jorge Francisco cambió su hábito de guardián por el de recluso, pues pasará más de 30 años en prisión tras haber actuado en pos de su gente sin medir las consecuencias y todo por defender lo indefendible.

Oscura confusión

Tirado en la intimidad de su cuarto, El Pinky aprovechaba los últimos minutos de descanso en casa, pues el fin de semana había llegado, y con esto la bruma de trabajo que le esperaba en el bar donde se encargaba de sacar a los borrachos que fastidiaban a los clientes.

Afuera, las calles de la Chamizal comenzaban a cobrar vida con el vaivén de los jóvenes que escandalosos gritaban su alegría al viento por el arribo del sábado, que con frescura se postraba sobre el cielo, bajo el augurio invisible de la tragedia.

Y mientras el potencial homicida convivía con su esposa frente al televisor que aminoraba los estragos de su cotidianidad, a unas cuadras de ahí se gestaba la bronca en la que su primo Édgar padecía los estragos de la maldad ajena.

Esto porque “El Boti” caminaba con su hermano Julio entre los oscuros rincones de la colonia La Minita, cuando una turba de sujetos les salió al paso y, repentinamente, un disparo rompió el silencio que hasta entonces imperaba en el lugar.

Por obra de la lógica, Édgar cayó desvanecido con el postazo que le había atravesado el ojo, mientras sus agresores lo veían despreocupados, generando tensión en la esquina que minutos después se convertiría en campo de batalla.

Sintiendo que su reloj biológico se aceleraba peligrosamente, Julio sacó con presteza su celular y reponiéndose al terror que lo invadía, texteó algunas palabras en su teclado, elevando una plegaria de ayuda que proyectó hasta el infinito virtual, donde encontró la respuesta que buscaba.

En la colonia de junto, Bárbara escuchó el sonar de su teléfono y leyó el mensaje que la sobresaltó en automático, porque estresada narró a Jorge los pesares que estaban padeciendo los primos atacados por los parranderos que los estaban vapuleando en esos momentos.

Angustiado por lo que pudiera pasar a sus conocidos, “El Pinky” se paró como resorte y decidido a todo agarró el cuchillo que estaba sobre la mesa, corriendo a la calle para saldar la cuenta que le debían los hombres que ni siquiera conocía.

Brutal cobranza

Acelerando a fondo la carcacha negra que tenía para hacer sus vueltas, Jorge invadió la tranquilidad de la madrugada hasta llegar al cruce de Pedro Anaya y Miguel Miramón, donde con sobresalto detuvo la marcha, tras divisar a Julio que seguía pasmado en el sitio por lo que le había ocurrido.

Venciendo las dificultades del momento, el azorado conductor logró subir a El Boti en su carro para trasladarlo a un hospital, mientras su acompañante cruzaba llamadas, invocando la ayuda que los alcanzó de improviso.

Tras comenzar la odisea sobre ruedas, sus pesares amainaron cuando paramédicos de la Cruz Roja los interceptaron, y esparciendo su sabiduría sobre el enfermo, lo revisaron oportunamente, subiéndolo en la ambulancia que con su triste llorar se abrió paso entre el tráfico nocturno, para llegar al sanatorio donde especialistas médicos los estaban esperando.

Ya con los sentimientos en orden, El Pinky se postró frente al volante del compacto negro y retornó al lugar del ataque, donde lentamente avanzó por la de Anaya con el afán de ubicar a los agresores de su querido “Boti”.

Fue en la esquina del ataque donde el vengador divisó las siluetas que buscaba afanosamente, porque Julio señaló a los tres caminantes como quienes habían atacado a Édgar con el plomazo que por poco le quita la vista.

Cegado por la ira de saber que tenía enfrente a los victimarios de su pariente, el vigilante patinó la llantas del Volare para dar alcance a los trasnochadores, cerrándoles el paso, para encararlos, sin temer que su integridad que podría desmoronarse en el acto.

Decidido a saldar cuentas, Jorge infirió una carretada de insultos a los ofensores, quienes respondieron de la misma forma, dejando en claro que no se dejarían intimidar, porque lejos de omitir los agravios, prefirieron atacar a los oponentes, sin presupuestar lo que ocurriría instantes después.

Sabiéndose superiores en todos los aspectos, los atacantes de Édgar atacaron a Julio con una lluvia de golpes que no pudo evadir, por lo que Jorge intervino repartiendo derechazos, tratando de quitárselos de encima.

Ante lo hábil del guardia para repeler la agresión, dos de los rijosos huyeron, perdiéndose en la distancia para olvidarse de la trifulca, mientras Rodolfo se quedaba rezagado y a merced de los primos, que desde ese momento tuvieron las circunstancias a su favor.

Fatal respuesta

Aturdido por verse en franca desventaja, el empleado se echó a correr, mientras el vigilante lo perseguía, con tan buena suerte que de inmediato lo alcanzó, aunque el infortunado defendió su integridad liándose a golpes con el hombre que tramitaría su existencia justo en esos momentos.

Entre el intercambio “de caricias” que los rijosos se brindaban ferozmente, Jorge aprovechó para sacar el cuchillo que con saña encajó en el pecho de su enemigo, repitiendo la escena hasta ver que el rival quedaba tendido en un charco de sangre.

Luego de un instante de cavilación que pareció eterno, el atacante se dio a la fuga, arrojando el arma en una de las calles aledañas, refugiándose en el domicilio de una familiar, mientras su adrenalina disminuía junto al temor de sentirse criminal.

Para entonces, una muchedumbre se arremolinaba en torno al cuerpo del masacrado, que ya no respondía a los estímulos terrenales, porque había dejado de existir al no soportar la brutalidad de los navajazos que le había inferido su atacante.

Ante lo contundente de la realidad, los Arellano se volcaron en llanto hacia los restos del peleonero fallecido, limitándose a ver cómo las autoridades acudían para da fe de lo acontecido e iniciaban las averiguaciones en torno al caso.

Con el correr de la madrugada, El Pinky seguía protegiendo su libertad bajo la etiqueta de prófugo, porque al tocar la puerta de su tío en la colonia Nogales, amplió el accionar del destino, que con el amanecer del sábado estaba marcado con el sello de la justicia.

De manera implacable, agentes ministeriales armaron el rompecabezas que pondría fin a las pesquisas del puñalero asesino, tras localizarlo mientas descansaba en la vivienda que lo había acogido con la más comprensiva de las complicidades.

Acusado hasta por los rayos de sol que le apuntaban, el rijoso cedió ante las órdenes de los policías, que esposado lo subieron en la patrulla blanca, en la que lo llevaron a las instalaciones de la FGJE, para ponerlo a disposición de las instancias correspondientes.

Durante los siguientes días, el joven regordete, de mirada perdida, afrontó su responsabilidad participando en los interrogatorios a que era sometido por el fiscal asignado, atendiendo al expediente donde era acusado bajo el delito de homicidio calificado con ventaja.

Indefendible

Como parte de las investigaciones elaboradas por la Fiscalía, Héctor salió a escena declarando que el día de los hechos se puso de acuerdo con Rodolfo para acudir a una convivencia en La Minita, por lo que al terminar el turno en la tienda donde laboraban, enfilaron su camino hacia el sitio del evento.

Durante varias horas estuvieron conviviendo, y ya entrada la noche decidieron retirarse a sus domicilios, caminando a paso lento por Pedro Anaya, mientras buscaban el taxi que los llevara de regreso a casa.

Pero el rechinar de un automóvil los sacó de sus pláticas triviales, pasando de la tranquilidad a la zozobra, por la repentina nube de maldiciones que los alertaron, divisando a los rijosos quienes con cuchillo en mano se abalanzaron sobre ellos, sin motivo aparente.

Con voz entrecortada por el pesar que lo atormentaba desde aquel fatídico febrero, el empleado en la frialdad de la oficina declaró no conocer los motivos por los que fueron atacados de manera tan feroz.

Lejos de preocuparse por “resolver” el misterio del asesinato de su amigo, se dijo sorprendido de la actitud de quienes perpetraron la embestida, que dejó como resultado la muerte del hombre a quien siempre deslindó de cualquier actitud vandálica.

Por su parte, Jorge aceptó haberse equivocado argumentando que debía afrontar su realidad tras las rejas por el homicidio calificado con ventaja, que ahora tiene su futuro en manos del juez segundo del ramo penal.

‘Estoy muy arrepentido, mi vida cambió de la noche a la mañana, ahora sé que tengo que cumplir una sentencia en el Penal y todos los planes que tenía se me derrumbaron repentinamente’, dijo tras su detención.

(ZOCALO/ REVISTA VISION SALTILLO/ Rosendo Zavala/ 19/02/2013 - 02:20 PM)

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