lunes, 7 de agosto de 2017

LA HISTORIA DE UN CACIQUE COAHUILENSE

Don Raúl Garza Cabello fue un hacendado del rancho San José de los Nuncio, en Ramos Arizpe, que aún en la década de los sesenta trataba como esclavos a los campesinos: no pagaba, impuso una tienda de raya, quitaba cosecha y ganado, prohibía tomar agua del pozo y sacaba a los niños de la escuela para que repararan un muro de piedra. Familiares de don Raúl, sin embargo, dicen que él siempre ayudó a su pueblo




Fotos: Vanguardia/Héctor García
Por Jesús Peña
Fotos: Héctor García
Edición: Nazul Aramayo
Diseño en edición impresa: Édgar de la Garza

Cuando los funcionarios de las dependencias venían a checar el rancho, el patrón los llevaba pa la sierra, se paraba con ellos, y algunos de sus caporales, en filo del cañón, divisaba y decía, “mira, ¿ves aquellos montones que están allá?, son las vacas. Mira, todo eso que se ve allá son vacas”.

No eran vacas, eran las palmas, los sotoles prietos, pero como a la lejanía no se distinguía bien si era animal o chaparro, él los hacía pasar por vacas.

Ésta es la escena que, según los hijos y nietos de los antiguos pobladores de San José de los Nuncio, pinta mejor a don Raúl Garza Cabello, el cacique mayor de estas tierras.

“Pensaba mi tío Vicente, ‘¿cuáles vacas?’, él le conoció todo el rancho”, cuenta Francisca Álvarez Rodríguez,  hija de don Bartolo Álvarez, un agricultor del rancho, ya muerto.

Otras veces el patrón llegaba al rancho con gentes del Gobierno, delegados agrarios, jefes de oficinas importantes, les hacía un cabrito, un borrego, una carne asada y los emborrachaba con tequila.

“Yo con una botella de tequila los contento y los compro”, profería a voces por el pueblo.

Entonces don Raúl era el amo y señor de las 44 mil hectáreas donde está asentado San José: cobraba con granos y animales la renta de agostadero y parcelas a los campesinos, y no pagaba jornales a los hombres que trabajan, de sol a sol, para él en su aserradero.

“Yo todo el tiempo estuve en contra y le decía a papá ‘oiga, si usted trabaja las tierras, ¿por qué le da a él?’, dice ‘no, hijo, es que es el patrón’, ‘pos sí –le dije–, pero si es el patrón, que le compre semilla o que lo apoye con algo’ y dice ‘no, hijo, ¿pero cómo?, si nosotros estamos en terrenos de él, por eso le damos’”, dice Agustín Regino Torres, hijo de Antonio Regino Vallejo, un caporal de San José.

El padre de Agustín era uno de los que daban la vida por don Raúl, lo que el patrón decía eso se hacía.

Don Teodoro, el papá de Juana María Calvillo, otra habitante de San José, tenía cabras, y el amo le cobraba 20 ó 30 chivas anuales, como arriendo de las tierras.

Entonces en el rancho sembraban sólo cada vez que al cielo le deban la gana llover, no había sistema de riego, aun así don Teodoro, el papá de Juana María, era de los que más cosechaba y, por ende, de los que más tributaba al señor cacique.



Peticionarios Desde 1969, los campesinos y ahora sus hijos han pedido al Gobierno las tierras de San José para formar un ejido. No han recibido respuesta.

LOS LUGAREÑOS LE TENÍAN MIEDO, ERA EL PATRÓN

Corría la década de los sesentas y en el rancho de San José de los Nuncio, localizado en Ramos Arizpe, a unos 40 kilómetros de Saltillo, los tiempos de la esclavitud no habían terminado.

Seguido el cacique irrumpía en la vieja escuela del rancho, sacaba del salón a varios chiquillos y se los llevaba a trabajar al monte, a reparar la cerca de piedra del potrero donde los pobladores criaban el ganado.

Aquella cerca, de la que aún quedan vestigios, impedía que los animales brincaran a los sembradíos.

Medía 12 kilómetros y llegaba hasta arriba de la sierra.

Al muchacho que osaba desobedecer, el amo lo agarraba a patadas y amenazaba a los padres con sacarlos de su casa y correrlos del lugar.

Como las familias eran pobres y numerosas, los niños tenían que resignarse a hacer los trabajos forzados, sin paga de por medio.

DON RAÚL GARZA CABELLO

Rico hacendado del rancho San José de los Nuncio, en Ramos Arizpe, allá por los años sesenta.

“Decía papá ‘a dónde me voy con 15 hijos que tengo que mantener’. Cuando estaba yo en la escuela de la comunidad, porque aquí nací y aquí me crié, el señor Garza Cabello llegaba, sacaba a los que éramos de sexto año para ir a reparar cercas. Nos sacaba porque él era el que mandaba, te gustara o no tú tenías que ir a donde el señor te llevara. Nos llevaba a reparar la cerca de San Lucas que es de piedra, a subir las piedras que estaban caídas, nos sacaba de la escuela como si fuéramos de su propiedad. No lo puedo olvidar”, dice Cruz Calvillo Peña, el presidente del Comité Particular Ejecutivo Agrario de San José de los Nuncio.

Pa sus fiestas y comilonas en la casa grande, el señor disponía de los cabritos o los becerros que eran de los campesinos, sin que nadie se atreviera a levantar la voz.

“Nomás se le ponía y era de ‘vayan con fulano y tráiganse una cabra’ o ‘vayan con zutano y tráiganse un cabrito o dos cabritos’, por eso comían carne, por eso tenían, porque de la misma gente del racho se servían”, platica Elizabeth Álvarez Huerta, la hija de Wenceslao Álvarez, otro labriego de San José, también fallecido.

Algunos agraristas se habían ido a vivir allá arriba, a la sierra, que entonces era una alfombra de pino, para trabajar en el aserradero del señor.

Cortaban árboles, los pelaban y desde la sierra a bajar los potes en burros.

CONFLICTOS POR LA TIERRA:



Elizabeth Álvarez, habitante de San José de los Nuncio. Fotos: Vanguardia/Héctor García


“Le mandaban hablar a la patrulla por cualquier cosa, ya sea que anduvieran recogiendo leña para hacer de comer o nada más porque les daba gana le hablaban a la patrulla”.

Elizabeth Álvarez,
habitante de San José de los Nuncio.



Mariano Medina, ex trabajador de don Raúl Garza.
“Ya cuando no encontraron cargos me dijeron
‘discúlpenos’. Me tuvieron preso dos años
injustamente”.

Mariano Medina, extrabajador de don Raúl Garza.


Rosa Ofelia Garza de la Peña, hija de Raúl Garza Cabello. Fotos: Vanguardia/Héctor García

“Nunca han pagado renta, nunca nada, ellos no tenían problema. Mi padre siempre los ayudó muchísimo, a todos los del rancho los ayudó”.

Rosa Ofelia Garza de la Peña, hija de Raúl Garza Cabello.




Maldición. Gente asegura que durante el reinado del cacique don Raúl Garza Cabello, en el rancho no volvió a llover.

EL CACIQUE NO LES PAGABA

Agustín Regino tenía 10 años y ya andaba con su padre en la sierra.

“Que yo recuerde a mi papá nunca le pegaron. Ya de grande platicaba yo con mamá, ‘¿cuánto le pagaba Raúl a papá por la madera?’, dice ‘no, mijo, si vieras cómo batallaba. A veces que tu papá venia de allá arriba, pero haz de cuenta que no había ido pa allá’, porque Raúl no le pagaba”.

Llegado el tiempo de la cosecha, el amo iba hasta las parcelas y cargaba sus camiones con la mitad, a veces la tercera parte, del maíz y el frijol que los labriegos sembraban para mantener a sus familias.

Entonces no había tractores y los campesinos barbechaban con arados.

Era un trabajo duro.

“Mi papá estaba de mediero, ahí todo el que tenía parcela era mediero, o sea que de la cosecha se le daba la mitad al patrón y la mitad se quedaba para el que lo cultivaba”, dice Francisca Álvarez Rodríguez.

Ese era el cacique don Raúl Garza Cabello.



¿Invasores de tierras? Don Raúl y sus familiares, previendo el pleito agrario que se venía, vendieron miles de hectáreas del rancho, unas 23 mil, y culparon a los campesinos, nacidos y criados allí, de despojo e invasión de tierras.



Abusos. Los niños tenían que reparar la cerca de piedras que se extendía por 12 kilómetros hasta arriba de la sierra.

Por eso fue que en 1969 los campesinos de San José, 39, se levantaron y pidieron la tierra al Gobierno para formar un ejido.

Al patrón le temblaron las piernas.

“Vivíamos casi en la misma casa grande, el señor Raúl Garza iba a tomar café con mamá y una vez hizo un comentario sobre esto de las tierras; le dice a mis papás ‘no Toño y tú Chelo, que la gente no se ponga en contra mía porque sí me friegan’, le dice mamá ‘Raúl, pero si tú eres el dueño, no tienen por qué hacerte nada’, dijo, ‘pero ya ves, si la gente del rancho se me pone en contra, sí me pueden fregar’”.

Desde entonces las cosas en San José se pusieron más complicadas.

Las familias, parientes, amigos y vecinos del rancho se dividieron en dos grupos antagónicos: los que estaban por la emancipación de las tierras y los que estaban a favor del cacique Raúl Garza; los que vivían en el centro, donde se hallaba el casco de la hacienda, y los que tenían sus moradas en el sur, rumbo a las parcelas.

El conflicto llegó a tal grado que cierto día José Ángel, un tío de Francisca Álvarez, se presentó en la casa de Francisca, mandado por el cacique, para sacar arrastrando del cuello con una reata a su padre Bartolo.

44 MIL HECTÁREAS DONDE ESTÁ ASENTADO SAN JOSÉ ERAN PROPIEDAD DE DON RAÚL GARZA CABELLO.



Costumbres. Los adultos trabajadores recibían un boleto para surtir su despensa en la tienda de raya.

José Ángel era primo hermano del papá de Francisca.

“Traía la reata, nada más que no se animó porque mi mamá y yo estábamos con mi padre. Lo iba a lazar del cuello, lo iba a sacar en rastra. Raúl lo mandó… Nosotros no íbamos a dejar que hiciera eso con mi papá. Sí, éramos de los mismos, hasta eso llegó…”

El patrón don Raúl Garza mandó quemar las cercas y tumbar las huertas de los campesinos, quemó la cerca y tumbó la huerta de duraznos de don Bartolo Álvarez, que era una de las mejores y más grandes del rancho.

“Pos ya qué hacía mi papá, aguantar nomás. Tenía muchos duraznos y estaban dando fruto. Mi papá acarreaba el agua desde el rancho, sus dos tinas para regar de a charquito”, narra Francisca Álvarez, la hija de don Bartolo.

Don Raúl prohibió a los alzados, a los que estaban en favor de la formación del ejido, que agarraran agua de los pozos de la comunidad, siquiera para tomar.

Y ordenó a su gente, la gente que daba la vida por él, la que no se le había volteado, la que tuvo miedo sublevarse con los 39 campesinos que habían decidido luchar por la tierra, apedrear a cuanto rebelde sorprendieran sacando agua de los pozos.



Tributo. El hacendado no pagaba por el trabajo, pero sí cobraba rentas: se llevaba cosechas y animales de los labriegos.

Ya no los dejó cortar candelilla ni lechuguilla en el monte, uno de los pocos oficios que les permitían a los campesinos sacar algo de dinero.

Y cuando el amo los pillaba bajando leña de la sierra, que los campesinos llevaban a vender a las panaderías y las casas de Ramos Arizpe o usaban en sus chimeneas, hacía venir a la policía para que los detuvieran y los encerrara en la cárcel municipal, de la que al poco rato salían por falta méritos.

“Le mandaban hablar a la patrulla por cualquier cosa, ya sea que anduvieran recogiendo leña para hacer de comer o nada más porque les daba gana le hablaban a la patrulla y ya estaba la patrulla ahí”, dice Elizabeth Álvarez, la hija de don Wenceslao Álvarez, uno de los líderes de la lucha por las tierras de San José.

Los muchachos del rancho no podían salir a dar la vuelta o ir a alguna fiesta porque eran agredidos por los achichinques del amo, que los perseguían a caballo, los lazaban del pescuezo con sus reatas y les pegaban.

Gente asegura que durante el reinado del cacique don Raúl Garza Cabello, en el  rancho no volvió a llover, como si hubiera caído sobre San José una maldición.



Infancia perdida. Los niños eran sacados de la escuela para trabajar en el monte como si fueran propiedad del cacique.

Así era la vida en este pueblo árido.

Los viejos que aún quedan en el rancho no guardan en su memoria testimonios del pasado remoto de esta comunidad.

Pero saben de cierto que para cuando el amo don Raúl Garza Cabello llegó aquí, el rancho ya era rancho.

Y el granero o galerón, los corrales de manejo y las casas de adobe de los pobladores, enjarradas con arena y cal, habían sido levantados por sus abuelos, bisabuelos y tal vez generaciones anteriores.



Terminó la sequía. Cuando el hacendado murió, hace 15 años, el cielo se puso negro y se soltó un ventarrón; luego cayó una lluvia torrencial como hacía mucho tiempo no caía en el poblado.

Te daban un boletito de tienda de raya, porque había tienda de raya, y nada más ahí podías surtir tu mandado”.

CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL COMITÉ PARTICULAR EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.

Los señores Garza no habían fundado el rancho, cuya edad se calcula en 200 años.

“No, ya las casas éstas sabrá Dios quién las haría. Pa cuando yo nací, ya estaban”, relata María Marcos Rocha Vega, una de las mayores entre los ancianos del lugar.

Los aldeanos habían oído en pláticas de sus padres, de una tal o un tal Encarnación Dávila, nunca supieron si era hombre o mujer, que fue el último dueño de estas tierras; y habían oído también, por boca de sus ancestros, de unos Cabello, los abuelos del patrón Raúl Garza, que eran los administradores cuando el rancho se llamaba Hacienda de San José de los Nuncio.

“Decía mi papá que los Cabello no eran dueños, ellos estaban de administradores. Eran administradores del mero dueño. No sé cómo estuvo, fallecería el propietario o no sé y ellos se quedaron con la hacienda. Decía papá, ‘pero es que yo no sé cómo la gente no entiende, si estos no tienen nada, no son dueños’”, cuenta Francisca Álvarez Rodríguez.


Cruz Calvillo Peña, presidente del Comité Particular Ejecutivo Agrario de San José de los Nuncio. Fotos: Vanguardia/Héctor García

 Nos llevaba a reparar la cerca de San Lucas que es de piedra, a subir las piedras que estaban caídas, nos sacaba de la escuela como si fuéramos de su propiedad”.

CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL COMITÉ PARTICULAR EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.

Cruz Calvillo Peña se va todavía más atrás y dice que San José es un asentamiento humano muy antiguo al que llegó gente porque había agua, y ahí se quedó.

Pero los lugareños, quién sabe por qué, se hicieron a la idea de que don Raúl y su familia eran los dueños de la tierra, de las casas y de las personas.

“Ahí se hacía lo que ellos decían”, completa Agustín Regino.

Los que lo conocieron dicen de don Raúl Garza Cabello que era un hombre alto, grueso, güero, calvo y tenía una hernia inguinal gigantesca que se le movía cuando caminaba.

Hablaba fuerte, muy golpeado, y le gustaba el trago.

“En ese tiempo a él y a su hermano les decían ‘los niños’ porque no supieron qué hacer con el dinero que tenían, más que tomar. Allá en Ramos así los conocían, como ‘los niños’”, dice Mariano Medina, un campesino que llegó de Zacatecas a vivir a San José en 1968.



Fotos: Vanguardia/Héctor García

Raúl y su hermano Alfredo habían heredado de sus padres algún ganado, “pero platicaba mi mamá que ellos en borracheras se lo fueron acabando, hasta que quedaron sin nada”, cuenta Agustín Regino.

Hacía años que la época de las haciendas y los hacendados se había terminado, pero en el rancho sobrevivía, como un mal recuerdo, la tienda de raya que era del patrón don Raúl.

En aquellos días había en San José otra tienda propiedad de un señor Jesús Lucio Zamora, al que el amo Raúl acostumbraba hincar y cachetear, delante del pueblo, cada vez que lo pescaba vendiendo mandado a los lugareños.

“Te daban un boletito de tienda de raya, porque había tienda de raya, y nada más ahí podías surtir tu mandado”, cuenta Cruz Calvillo Peña, hijo de don Teodoro Calvillo Cortés, uno de los principales gestores del movimiento por el ejido en San José.

El patrón don Raúl siguió viviendo de las rentas de las parcelas y el agostadero, renta que cobraba con las cosechas y los pocos animales de los campesinos.

La mamá de Cruz Calvillo todavía alcanzó a decirle al patrón: “llévatela, infeliz, porque ésta es la última cosecha que vas a levantar”, y como si hubiera lanzado un juramento, jamás en el rancho recogieron una producción tan importante como las del padre de Cruz.

El suegro de Elizabeth Álvarez, Antonio Flores, tenía mucho ganado, tenía cabras y vacas y, por lo mismo, debía rendir tributo a don Raúl Garza Cabello.



Ni para tomar. Don Raúl prohibió a los que querían formar un ejido que tomaran agua de los pozos. Ordenó apedrearlos si lo intentaban.

“Nada más le daba su gana, llevaba un comprador y escogía, eran escogidas, no era la que mi suegro quisiera darle, no, escogía seis o siete cabras de cada gente del rancho y se las llevaba, que era por la renta. También iba por una o dos vacas o toros o becerros con el comprador y ya escogiditos”.

Los días se habían hecho tan insoportables en San José que algunas familias prefirieron migrar de las ciudades y olvidarse de todo.

Pasó el tiempo y la respuesta del Gobierno ante la solicitud de las tierras, por parte de los campesinos de San José, nunca llegó.

Con los años, los abusos del cacique se intensificaron.

Don Raúl y sus familiares, previendo el pleito agrario que se venía, vendieron miles de hectáreas del rancho, unas 23 mil, a particulares y culparon a los campesinos, nacidos y criados allí, de despojo e invasión de tierras.

“Nos están tachando de delincuentes, dicen que estamos vendiendo terrenos, que estamos invadiendo. No es cierto, nosotros aquí nacimos, nuestros antepasados son de aquí desde mi bisabuelo, ¿quién invadió a quién?

No le debemos nada a nadie”, dice Cruz Calvillo, el presidente del Comité Particular Ejecutivo Agrario de San José de los Nuncio.

Las parcelas donde antes estuvieron las huertas y las labores de los antiguos pobladores fueron ocupadas por varias empresas avícolas, últimamente Bachoco que, por arreglos con los Garza, se negaron a dar trabajo a los peticionarios de la tierra y sus descendientes.

En 2006, Rosa Ofelia y Raúl José Garza de la Peña, los hijos del patrón, iniciaron una persecución en contra 10 campesinos acusados de haber invadido sus tierras y las de la granja Bachoco.

Dos fueron encarcelados en el penal de Saltillo por varios años.

Mariano Medina, ex trabajador del amo don Raúl, es uno de ellos.

“Le preguntó la juez al testigo principal que traían los Garza si me conocía de mucho tiempo y dice el señor ‘no, yo ni lo conocía’. Ya cuando no encontraron cargos me dijeron ‘discúlpenos’. Me tuvieron preso dos años injustamente”.


Control. Los muchachos del rancho no podían salir a dar la vuelta o ir a alguna fiesta porque eran agredidos por los achichincles del amo.

Nos están tachando de delincuentes, dicen que estamos vendiendo terrenos, que estamos invadiendo. No es cierto, nosotros aquí nacimos”.

CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL COMITÉ PARTICULAR EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.

Al estilo de la vieja escuela, los familiares del patrón don Raúl Garza han incendiado cercas, quemado jacales, robado animales y amenazado de muerte a quienes encabezan la lucha por la tierra en San José.

“Y hace unos días publicaron en redes sociales que traerían un grupo de choque para desalojarnos”, dice Cruz Calvillo.

Hoy el conflicto en San José, entre los peticionarios y los familiares del ya finado señor Raúl Garza Cabello, se ha tornado aún más virulento.

Hay juicios y sentencias, papales y más papeles, en los que ambas partes aseguran tener la razón.

Mientras los pobladores originarios del rancho esperan, contra toda esperanza, que por fin les sea dada la tierra.



Resignación. Los lugareños se hicieron a la idea de que don Raúl y su familia eran los dueños de la tierra, de las casas y de las personas.

 ‘MI PADRE AYUDÓ A TODOS LOS DEL RANCHO’

En torno al conflicto por las tierras en San José de los Nuncio, Rosa Ofelia Garza de la Peña, hija de Raúl Garza Cabello, manifestó que el rancho ha pertenecido a su familia desde 1891 y ha ido pasando de generación en generación, hasta la actualidad, que va por la séptima.

Mencionó que la mayoría de la gente de San José nunca se sumó al pleito agrario, porque siempre contaron con parcelas y casas, “nunca han pagado renta, nunca nada, ellos no tenían problema. Mi padre siempre los ayudó muchísimo, a todos los del rancho los ayudó”.

Dijo que todo empezó hace 25 años cuando al pueblo llegó, procedente de Zacatecas, una señora de nombre Elidia Palafox González, quien, en contubernio, con Cruz Calvillo Peña, descendiente de los antiguos pobladores del rancho, comenzó a invadir y vender terrenos.

“Llega esta mujer y de ahí empiezan a quererse apropiar más de lo que tenían asignado, de la casa donde vivía Cruz”.

Detalló que en 2006 la autoridad giró órdenes de aprehensión en contra de Elidia Palafox González, Cruz Calvillo Peña, Marco Antonio Cedillo Calvillo, Luz Muñiz Malacara, Felipe García, entre otros, por los delitos de invasión y despojo de tierras, en perjuicio de las familias Garza de la Peña, Garza Cabello y de la empresa Bachoco que, desde hace años,  tiene sus instalaciones en San José de los Nuncio.

“Elidia y Cruz se esconden, durante dos años, se desaparecieron del rancho, prescriben las órdenes de aprehensión, regresan y hacen lo mismo”.

Aclaró que tanto sus abuelos como su padre, Raúl Garza, siempre se dedicaron a la ganadería, actividad que ella heredó.

Y mostró, como prueba, el registro de su fierro de herrar.

Exhibió además una escritura que acredita a su familia como dueña de la propiedad de San José de los Nuncio, el pago de predial de 2017 y una sentencia emitida por el Tribunal Agrario donde dice que el rancho es una “pequeña propiedad inafectable”.

Finalmente hizo un llamado a la comunidad:

“Le digo a la gente ‘no se dejen engañar’, esta señora (Palafox) es bastante labiosa, porque a eso se dedica, a la estafa”.



A su servicio. Para sus fiestas en la casa, el amo disponía de los cabritos o becerros de los campesinos, sin que nadie se atreviera a levantar la voz. Fotos: Vanguardia/Héctor García

HABITANTES DEFIENDEN A DON RAÚL

Doña María Marcos Rocha Vega, una de las mayores entre los viejos de San José, conoció desde niño y acompañó durante sus últimos días a don Raúl Garza, siendo su empleada doméstica.

“Nunca tuvimos problemas con él y no hemos tenido problemas con la familia”, dice.

Y dice de él que fue una persona muy fina, muy legal.

Guadalupe Flores tenía cinco años cuando sus padres la trajeron a vivir a San José.

“Hemos vivido muy a gusto, aquí los patrones nunca se metían con uno ni pa bien ni pa mal. Bien lindas gentes. Estamos viviendo en sus casas, no pagamos renta. Ellos nos dicen que aquí es de nosotros. Para mí (Raúl Garza), era bien linda gente, quién sabe para otras personas”.

Y platica, sin que nadie le pregunte, que en San José no hubo nunca tienda de raya ni los patrones les pedían parte de animales o cosechas.

“Aquí vivíamos como dueños”.

Martha Regino está contenta porque dice que la familia del antiguo patrón, los Garza de la Peña, le prometieron darle en comodato el terreno donde ha construido su casa.

“Para que no haya problemas al rato, por ese pleito que traen con los ejidatarios”.

Y declara que a los únicos que reconoce como propietarios del rancho son a los familiares de don Raúl: el ingeniero Alfredo Garza Cabello y María Esther Garza Cabello.

“Más gente no”.

¿Cómo los trataba el patrón?

Eran muy buena gente. Los chiquillos no salíamos de con él, ahí nos daba de comer y de almorzar, nos traía pan, dulces, hacía sus fiestas con bastante carne y nos invitaba a todos.

EPÍLOGO

Algunos pobladores de San José recuerdan que el día que murió el amo don Raúl Garza, de eso hace ya unos 15 años, el cielo se puso negro y se soltó un ventarrón que casi doblaba los pirules y los mezquites del rancho.

Cayó luego una lluvia torrencial como las que hacía tiempo no caían en el poblado.


A partir de entonces volvió a llover en San José.

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