lunes, 17 de julio de 2017

“TE PARECES TANTO A MÍ….”


No quiso dar su nombre. Por eso la recepcionista llamó a mi oficina: “Dice que le conoció desde hace años en Mexicali. Cuando iba Usted a la gasolinera de la Justo Sierra y Zaragoza. Allí se encontraban y platicaban”. Naturalmente, lo recordé y recibí. En aquel 88 ya andaba en los cuarentas. Se me apareció como clásico mexicalense. Sombrero de palma. Camisa a cuadros. Pantalón livais. Cinturón de hebilla grande. Panza cervecera y botas. Después de chocar las manos y luego un abrazote le escuché: “…hermano, necesito hablar a solas. Cinco minutitos. No te quito mucho tiempo”. La verdad esperaba “…ando sin un centavo” o “…no tengo chamba, recomiéndame con alguien”. Pero no. Como si me adivinara soltó un “…no te vengo a pedir nada ni a soltarte un sablazo”. Empezó por preguntarme: “¿Conoces al doctor Roberto Robles Garnica?” Simplemente le dije no. Insistió. “Acuérdate de él. Anduvo mucho atendiendo a la gente necesitada en el Valle de Mexicali cuando tú estabas allá. Hasta sacaron notas de él en el periódico”. Pero ni así lo traía a la memoria. Mi amigo fue claro: “Bueno, mira, ahora el doctor anda muy pegado con el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Tú sabes, van por la Presidencia de la República”. Y hasta me dijo tenerles mucha fe. Fue cuando me anunció: Vendrá el viernes. “Quiere hablar contigo” pero cuando no haya nadie en el periódico. Le saca a ser visto y luego anden por allí con el chisme. Se cuida mucho. Los del Gobierno no le pierden pisada”. Acepté su petición. “Aquí lo espero el viernes a las cinco. Ya no habrá ningún compañero”. Y hasta le aclaré: Normalmente a esas horas las oficinas están vacías y toda puerta cerrada.

El Doctor Robles Garnica llegó puntual. Canoso. De lentes. Moreno. Traje modesto y buenos modales. Pidiendo perdón por forma y hora inconvenientes. Me dijo “…decidimos una entrevista del ingeniero con ZETA. Tenemos problemas con los demás periódicos. Usted sabe bien cómo se manejan”. No quieren saber nada del ingeniero. Nada más publican lo de Carlos Salinas de Gortari. Ni siquiera le hacen caso a Clouthier”. Cuando le dije sí inmediatamente explicó “…le avisaremos cuándo llega y la hora para entrevistarlo. Él está muy interesado. Se va a hospedar con un amigo. A su tiempo lo sabrá”. Con los buenos modales y la discreción del caso se fue. Salí enseguida de él. No había “orejas” frente al periódico o cerca alguno de esos que “se hacen piedra”. A los dos, tres días me llamó por teléfono identificándose solamente como “el doctor que lo visitó el viernes”. Luego me explicó: “Hemos calculado la entrevista en el restaurante del Hotel Conquistador. Primero llegará a Mexicali. Hará un alto en Tecate para saludar al Licenciado Braulio Maldonado. Luego estará aquí en la tarde con Usted. A nadie más le dará entrevistas”.

Llegué al restaurante. Como los policías me senté de espaldas a la pared y viendo para la puerta. Puse mi libreta sobre la mesa por si no aceptaba la grabadora. Pedí un café. Casi me lo terminaba. Habían pasado 20 minutos después de la hora acordada. De pronto lo vi entrar. Alto. Serio. Viendo para todos lados y ubicándome. Le recibí de pie y nos saludamos. Todavía no empezábamos la entrevista y llegaron “orejas” y especialistas en “hacerse piedra”. Traían grabadoras. Quisieron acercarse. Pero un grupo de damas tijuanenses y simpatizantes del ingeniero movieron las mesas para hacer medio círculo. Se sentaron. Pidieron sodas y café y fue como bloquearon a los espías gobernícolas. No alcanzaron a grabar pero sí a tomar fotos con pequeñas camaritas. Fue la primera vez que vi sonreír a Cárdenas y al tiempo decir “…estos señores no se aguantan”. Le propuse iniciar la entrevista. Aceptó grabar. Explicó con mucho detalle sus objetivos políticos y el por qué lanzarse como candidato a la Presidencia de la República. Se agotó un carrete por ambos lados y utilicé un cachito de otro. Agradeció la entrevista y prometió otras “en mejores condiciones”. Hizo una seña. Le abrieron pasó y ya estaba un auto esperándolo a la puerta del restaurante. Los fisgones del Gobierno se le acercaron con grabadoras y fotografiándolo. Se fue en su carro y espías en tropel corrieron a los suyos para perseguirlo. Uno de ellos se me acercó: “¿Qué te dijo?…pásame una copia de la grabación”. Simplemente le respondí. “El viernes puedes leerla completita en ZETA”.

Regresó ya como candidato. Nadie después de él logró reunir tantos simpatizantes en cada Ciudad fronteriza. No se diga campesinos. Nada de “acarreados”. Por eso fue muy clarito: Ganó las elecciones presidenciales en Baja California. Después jamás se negó: Entrevistas en la casona de su padre. Ciudad de México. Otras en Tijuana. Y hasta alguna ocasión, años después, durante mítines de Acapulco, frente al kiosco. Luego cada vez cuando competía por la Presidencia de la República.

Vicente Fox nos decepcionó. Primero hasta solicitó escribir cada semana en ZETA. Los viernes muy temprano nos pedían transmitir por fax lo publicado. Luego cuantas veces vino como candidato visitó nuestro semanario. Pero después se convirtió en Presidente y ni en cuenta. Estuvimos cerca de lograr una entrevista cuando Marta era su vocera. Pero se casaron y el plan falló. Después se la pedí personalmente dos o tres veces. Dijo que sí pero no cuándo. Dos ocasiones ZETA envió cartas formales solicitando una entrevista con los editores. Si era preciso iríamos a México o cualquier Estado en caso de gira. Nunca nos contestaron. Lo más triste de todo fue ese perverso invento de “el corralito”. Sólo para fotógrafos y reporteros de Baja California. Los del Distrito Federal que le acompañan se mueven con toda libertad. No le interesa al Presidente Fox entrevistas formales con los provincianos. De vez en cuando una contestación rápida y banquetera. Normalmente en reproche a la pregunta.

Hace días apareció en televisión el Presidente Hugo Chávez de Venezuela. Le reprochó a su colega de Colombia una declaración. Y así como le cantó un pedacito de canción a Vicente Fox, le soltó otra a su vecino sudamericano: “Te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”. Lo recordé a propósito de la grosera actitud de Andrés Manuel López Obrador. ZETA solicitó formalmente la entrevista con directivos locales. Luego nacionales. Fue negada con el pretexto “…no está dando a nadie”. Pero lo más sorprendente fue cuando un reportero de “El Mexicano” se le acercó al hotel donde llegó. Le pidió una entrevista y soberbio dijo que no. Terco, el periodista insistió. Hasta cuando el candidato presidencial del PRD de plano le soltó: No, porque si se la daba se enojaban los reporteros defeños que vienen acompañándolo. Me recordó a cierta ocasión cuando vino Fox. Se le insistió en entrevistarlo. No quiso. Pero subiéndose al avión presidencial hizo declaraciones sobre los hermanos Arellano Félix. Fue otra grosería. A pesar de todo eso los periodistas bajacalifornianos no han boicoteado al Presidente ni a López Obrador. Informaron con amplitud de sus actividades.

Por eso Fox y López Obrador se parecen tanto que no pueden engañar. La torpeza de uno y otro o de sus empleados no se entiende. Y están muy lejos de como actúa el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Los reporteros defeños vienen por la nota de interés para sus lectores. Ignoran o minimizan lo importante para el Estado. La circulación de los diarios bajacalifornianos es infinitamente superior a los ejemplares enviados de la Ciudad de México. Simplemente es un mal cálculo de Fox y Andrés Manuel y a la vez un capricho que raya en la grosería y desdibuja la Libertad de Expresión. Por eso Cuauhtémoc no despreció. Comprende la importancia de la prensa, cuándo, cómo y dónde. En aquel 1988 los diarios le cerraron las puertas. Aguantó. Luego se las abrieron y entró con toda naturalidad. Pero ahora no hay mucha diferencia ente el “corralito” del Presidente y la torpe respuesta de López Obrador. Por eso en esto de las entrevistas Fox y Andrés Manuel se parecen tanto entre ellos que no pueden engañarnos.

GENTÓMETRO

En el programa de noticias y comentarios de Radio XEC, el señor Reynoso le preguntó a Bojórquez cómo estaba eso de que ZETA publicó que hubo 3,500 asistentes al mitin de Andrés Manuel López Obrador y El Mexicano apuntó 10,000. Bojórquez dijo que era cuestión de enfoque y que para él asistieron unos 5,000.

Es preciso aclarar. En 1992 el Arquitecto Ernesto Romero Vázquez midió para ZETA la Avenida Constitución, entre las calles Segunda y Tercera. Cuadriculó. Dentro de un grupo nutrido, hombro con hombro, una persona necesitaría un espacio de 60 por 60 centímetros, equivalente a .36 metros cuadrados. Si la asistencia es holgada podrá disponer la persona de 80 por 80 centímetros. Para calcular la asistencia el arquitecto tomó el término medio: 70 por 70 centímetros a cada persona.

Con esta referencia dividió en franjas rectangulares el plano de la Avenida Constitución hasta lograr 12. En cada uno calculó tendrían cupo 480 personas. Y en total, de la Calle Segunda a la Constitución se establece técnicamente que caben 5,760 personas.
De haber sido los 5,000 calculados por Bojórquez se necesitaría que la asistencia al mitin de López Obrador llenara toda la Avenida Constitución desde la Segunda a la Tercera.

Y de tomar en cuenta los 10,000 de El Mexicano hubieran sido precisos asistentes llenando todo el espacio desde la Calle Segunda, pasando por la Tercera hasta llegar a la Cuarta.

Se presenta aquí el plano elaborado desde 1992.

No hay cuestión de enfoque.

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 3 de febrero de 2003.


No hay comentarios:

Publicar un comentario