No eran las dos de la tarde cuando el alcalde, Aarón Rivas Loaiza,
fue entrevistado por el noticiero Línea Directa sobre el impacto que
estaban teniendo las lluvias en Culiacán. En su momento más fuerte, el
aguacero había iniciado casi a las once de la mañana. Y aunque se
mantuvo con altibajos, ya no paró hasta las seis de la tarde.
Dos horas antes de que entrevistaran al alcalde, el director de
protección civil de Culiacán, Jorge Luis Urtusuástegui, había declarado
al mismo noticiero que las colonias Las Quintas, la Campiña y la Isla
Musala, debían ser evacuadas ante el crecimiento del Río Tamazula.
El alcalde, que en ese momento realizaba un recorrido por el bulevar
Diego Valadés, a la altura del puente Juárez, que conecta Ciudad
Universitaria con las Quintas, fue cuestionado al respecto y dijo que no
era necesario evacuar, que hasta el momento no se consideraba
pertinente esta medida. Quince minutos después, el río subió a ese mismo
bulevar, pero 300 metros más al oriente, por debajo del puente que
conecta la colonia Obrero Campesina con la zona comercial de Isla
Musala.
A partir de ahí empezó el infierno de los pobladores de Horizontes de
Tamazula —pegada al bulevar—, que no tuvieron tiempo de asegurar sus
pertenencias porque el agua les llegó de golpe y tuvieron que salir
corriendo.
El agua, parte ya del río, entró a sus casas y alcanzó hasta un metro y medio de altura.
Minutos después, el río se desbordó también al sur del conjunto
habitacional Banus, inundando de inmediato el sector y obligado a
cientos de familias a evacuar.
Ríodoce estuvo ahí desde que inició la tragedia. Y era imposible no
evocar las decenas de advertencia que, cuando se proyectó ese conjunto
de privadas, hicieron expertos en urbanismo porque se trataba de una
zona propensa a las inundaciones. El agua tiene memoria, decían, y
tomará su cauce tarde o temprano.
Para construir la Isla, bajo la administración de Juan Millán
Lizárraga, se partió el Río Tamazula en dos, creando una especie de
pinza y dejando en el medio lo que ahora se conoce como Isla Musala y
que durante años fue vendida como el nuevo paraíso de la clase media de
Culiacán.
Nadie, a pesar de las advertencias, quiso detener el proyecto. Cuando
era gobernador Jesús Aguilar Padilla, alumno de Millán, fue director
del Desarrollo Urbano Tres Ríos (DUTR) el ahora alcalde Aarón Rivas
Loaiza. Él estuvo al frente de negociaciones, permisos, cabildeos,
ventas, traspasos y reventas de los terrenos que la fatídica tarde del
jueves quedaron bajo el agua producto del desbordamiento del Tamazula. Y
arriba de él dos personajes que se vieron las caras muchas veces
durante seis años: Jesús Aguilar Padilla, gobernador y Antonio Sosa
Valencia.
En sentido estricto no debió trastocarse el cause del río si no se
garantizaban las condiciones de seguridad frente a embates de la
naturaleza como “Manuel”. Pero la obra no se detuvo porque la mayor
parte de los terrenos donde se instaló el desarrollo Isla Musala fueron
adquiridos por el poderoso empresario de Mocorito, que a su vez fue
vendiendo a pequeñas empresas e inmobiliarias que hicieron sus propios
subdesarrollos. Con sus constructoras (“Inzunza” y Mocorito”), Sosa
Valencia se encargó de hacer las vialidades —con cargo al DUTR— para
darle plusvalía a la zona, lo cual logró.
Ni los constructores del proyecto ni los interesados en vivir en ese
nuevo “edén” hicieron caso de las advertencias. Por un lado estaban las
ganancias, por el otro el afán de “vivir bien”.
La Isla Musala se convirtió con el tiempo en uno de los referentes urbanos más presumidos de Culiacán. Vivir en la Isa era nice, lo máximo, ¡uf!, sobre todo para los nuevos ricos, los buchones, los lavadores de dinero, mezclados con funcionarios públicos de tercera, sin decir, claro, que todos los que viven ahí son malandrines.
Uno de los primeros negocios que abrió pauta a la zona comercial fue
City Cinemas y es… claro, de Toño Sosa. Luego una gasolinera, después un
casino, el Caliente, de otro capo, Jorge Hank Rhon. Más tarde se llenó
de bares, la mayoría regenteados por gente al servicio de la mafia. Y
hasta una sucursal de Walmart.
Famosos fueron los reventones de la buchonada que los fines de semana
terminaban con accidentes fatales, balaceras y violaciones de
jovencitas, asumiendo que el mundo es de ellos.
Con el tiempo, los peligros que representaba el río se fue al olvido.
Pero tuvo que llegar “Manuel” para recordarnos que el agua sí tiene
memoria.
Bola y cadena
EL PATRIMONIO DE MUCHAS familias pudo salvarse con una buena prevención, con alertas francas de las autoridades municipales y estatales, pero prefirieron el cómodo desdén, que se tradujo luego en tragedia para miles de sinaloenses.
Sentido contrario
ES VERDAD QUE EL FENÓMENO fue “errático”, pero también equivocada y criminal fue la actitud del gobernador Mario López Valdez cuando afirmó, en una conferencia de prensa, que “los ríos no son problema”, porque la gente se confió, como se confió la población de La Campiña y de Isla Musala ante la frialdad del alcalde Aarón Rivas, a pesar de que estaba viendo cómo subía el Río Tamazula.
Humo negro
LA PREGUNTA QUE SE HACE la población es quién pagará los daños. Nadie lo hará. Serán ellos, cada familia, porque del Gobierno solo recibirán despensas y promesas. Y si no creen, que esperen sentados, de perdida en una cubeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario