lunes, 24 de junio de 2013

EXPEDIENTE: EL PISTOLERO...



Saltillo.- Con la venganza tatuada en su mente, Jesús corrió hasta la casa donde enfurecido rebuscó entre los cajones del viejo ropero, fue entonces cuando vio relucir la pistola que empuñó para cometer el crimen con que creyó saldada la afrenta familiar.
Presuroso, el hombre de pelo nevado llegó a las proximidades de la esquina donde su rival se emborrachaba ignorado su destino, que se concretó cuando el estruendo de un revólver rompió el sonido de la noche para evocar a la muerte.
Tirado en un charco de sangre José terminó sus días terrenales, mientras el victimario corría para perderse entre las sombras de la oscuridad, aunque su propia confianza lo traicionaría mientras hacía su vida normal en una transitada avenida de Saltillo.
Asuntos familiares
Como casi todos los viernes, Pepe salió de la fábrica, y aprovechando la caída de la tarde comenzó a recorrer la ciudad, presionado por los telefonazos de su mujer que desde temprano le pedía que pasara por ella a la residencia de sus padres.
Luego de sortear el tráfico que durante minutos lo hizo estallar en pesimismo, el obrero llegó al sitio donde recogió a Idalia, sus hijos y su suegro, comenzando la desesperante travesía vehicular que se difuminó cuando llegaron a su destino en la colonia La Estrella.
Al ver que su gente ya estaba en casa, el enjundioso padre de familia dio la media vuelta y se retiró sumido en los pensamientos que no lo dejaban parar, tenía pendiente una “chamba” que no podía tirar por ningún motivo.
Dejando para otro momento la dulzura de la convivencia familiar, José dedicó el resto del día a las labores de albañilería que tenía pactadas con un amigo, sabía que no fallar le proporcionaría una creciente amistad y de paso el dinero con que sostendría su afición por la cebada, aunque fuera durante el fin de semana.
Convertido en todo un chalán, el afanoso operario terminó con sus obligaciones extras horas después, y mientras la grabadora que retumbaba aminorando sus pesares físicos ensordecía el ambiente, el trabajo dio paso al festejo cotidiano de los viernes, donde el alcohol era el más preciado de los invitados.
Mientras Idalia se entretenía con sus pequeños dando un toque especial a la llegada del inminente descanso sabatino, la desgracia se posaba en el ambiente sin que lo notara, porque para entonces el futuro de su esposo ya tenía fecha de caducidad.
Debido a que el año apenas comenzaba a despuntar, los Grimaldo se habían hecho a la idea de convertir las carencias en bonanza y los pesares en alegrías, siendo así como intentaron hacer de la noche una de las mejores, aunque las circunstancias tendrían la última palabra.
Reviviendo rencores
Sintiendo que la fuerza lo abandonaba, José se sacudió la realidad ignorando el cansancio que lo atacaba y dispuesto a reponerse se reunió con Chuy, invitando también a Omar, que sin bronca se mezcló en el mar de anécdotas y trivialidades que intercambiaron durante la emotiva parranda.
Pero lo que hasta entonces parecía un festejo callejero se disipó repentinamente, cuando una mujer que pasó frente a los amigos removió el coraje de Pepe, que con tono de furia la increpó.
Con el ego crecido por la humillación escupida a su vecina, el obrero se olvidó de la situación para seguir embriagándose con sus amigos, que animados dieron rienda suelta a su diversión, pretendiendo que el agravio a la fémina no tuviera consecuencias.
Minutos después, una sombra que salió de la nada se aceró a los parranderos alertándolos cuando una voz de reto se dejó escuchar, se trataba de Jesús, un pariente de la ofendida, que aprovechando la situación rompió la monotonía de los briagos para saldar cuentas.
Renaciendo los rencores viejos, el acusador se paró frente a José y con voz aguardentosa le reclamó el haber insultado a la mujer, provocando el intercambio de insultos que subieron de tono cuando los aventones se transformaron en golpes, donde el retador resultó vencido.
Agraviado hasta el alma por la zarandeada recibida, el cincuentón que pecó de valiente caminó hasta su casa cegado por el odio, mientras fraguaba la manera de cobrarse las ofensas recibidas por el obrero durante los últimos meses.
En otra parte, Idalia y sus hijos miraban la tele ignorando que la tragedia los tomaría desprevenidos, pues mientras descansaban en su sala de recreo, el jefe de familia vivía la última de sus aventuras por culpa del amargo carácter que lo llevaría a la muerte.
Y es que a escasos metros de ahí, la borrachera vecinal estaba por convertirse en escenario de la trifulca que culminó con las rencillas de dos familias, donde la única solución posible era el derramamiento de sangre que involuntariamente tenían presupuestado.
A balazos
Sacudiendo con rencor el barandal oxidado de su vivienda, el rijoso de aspecto común ingresó con rapidez recorriendo cada rincón del lugar, deteniendo su marcha en la recámara, donde tras remover los cajones del ropero encontró el arma que le serviría para mitigar el cólera.
Ya con la pistola en su poder regresó a la calle, y tras dar la vuelta en la esquina divisó la imagen que tanto anhelaba, en el lugar seguía Pepe tomando con sus amigos, porque alardeando su juventud habían tomado el incidente como tema de conversación.
Con un grito que sacó de su alegría a los fiesteros, Jesús afinó la puntería para desde lejos accionar el gatillo del arma, escupiendo la lumbre que hizo blanco en la cabeza de José, quien se desvaneció ante la mirada aterrorizada de sus acompañantes que se limitaron a verlo caer sobre el pavimento.
Sorprendido de su propia acción, el atacante se echó a correr mientras los obreros se abalanzaban sobre el cuerpo inerte del caído, queriendo revivirlo cuando nada podían hacer porque el plomazo le había arrebatado la existencia.
Buscando espantar la desgracia, Omar tomó su teléfono para pedir ayuda a los cuerpos de auxilio, mientras contemplaba los restos de su conocido que yacían desparramados al lado de una camioneta estacionada en el sitio.
Tras varios minutos que parecieron eternos, paramédicos de la Cruz Roja llegaron tan sólo para confirmar que Pepe había muerto, decretando el deceso por el traumatismo craneal severo que le había provocado la bala asesina.
Inmersos en la incredulidad de la pesadilla que estaban padeciendo, los testigos del crimen vieron llegar un automóvil blanco que los mató de espanto, aunque el alma les volvió al cuerpo tras percatarse de que se trataba de las autoridades ministeriales que darían fe del deceso.
Visiblemente afectados, los parranderos narraron paso a paso lo acontecido durante esa noche de terror, cuando el sonido de la muerte se dejó escuchar entre la tranquilidad del barrio que desde entonces ya no pudo dormir.
Conscientes de que su aportación sería determinante en el rumbo de las investigaciones, los obreros acompañaron a la Policía durante sus andanzas primarias por el lugar de los hechos, quedando como presentados ante la justicia por ser considerados piezas importantes en el caso.
Fatídico escape
Mientras los operarios buscaban justicia sin separarse de las autoridades, el pistolero se refugiaba en la sombra del anonimato para mantener intacta su libertad, dejando correr el tiempo bajo la creencia de que eso lo pondría lejos de la mirada de la Policía.
Así pasaron los días, y una oscura noche de enero abandonó su escondrijo pretendiendo retomar la cotidianidad habitual, por lo que resuelto a afrontar su destino, se atavió con la ropa grande que escondiera su figura, así como los anteojos donde reposaría el rostro que suponía estaba siendo buscado.
Con un andar sigiloso que le evitaría meterse en problemas, el prófugo se enfiló hacia el sector Mirasierra, pero sobre el bulevar Fundadores fue interceptado por una camioneta, de donde descendieron varios individuos, que acreditándose como elementos ministeriales lo arrestaron sin problemas.
Pisando a fondo el acelerador del vehículo, los policías llegaron al edificio de la Procuraduría donde el agente del Ministerio Público en turno los aguardaba para comenzar las diligencias oficiales, dando paso a la realidad que alcanzó al criminal cuando iba a la tienda.
Durante sus primeros interrogatorios, Jesús afirmó ante el fiscal que las diferencias con su víctima habían comenzado tiempo atrás, luego de que éste se hiciera de problemas con su hijo Ángel, desencadenando los malestares que derivaron en desgracia.
Tras confirmar los detalles que lo orillaron a dar muerte al obrero, el atacante fue arraigado para después quedar preso en el Reclusorio para varones de Saltillo, donde afronta cargo bajo el delito de homicidio ante el juez penal encargado de darle cauce a su expediente.
(ZOCALO/ Rosendo Zavala/ 24/06/2013 - 04:07 AM)

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