CREEL,
Bocoyna, Chih. (apro).- “Yo pensé que se estaba acabando el mundo”,
recuerda Teodocia Domínguez, una habitante de Creel, que trabajaba en
una tienda cercana al lugar donde ocurrió una de las primeras masacres
de la guerra contra el narcotráfico, donde murieron 11 personas, una de
ellas un bebé.
Uno de sus nietos pasó por el lugar con su tía y
unos primos. Tenía siete años y vio desde lejos cómo mataban de uno a
uno. “Sólo hacían así: ‘Ay’ y se caía abuelita”, cuenta el niño, quien a
sus 12 años, no ha podido olvidar el episodio de hombres con el rostro
cubierto y vestidos de amarillo que disparaban sin compasión.
Hoy,
a cinco años de la masacre que enlutó a familias completas, no hay
avance en el caso. La única novedad es que en abril pasado asesinaron a
Iván Alejandro Montes, uno de los autores —material e intelectual—, que
nunca aprehendieron. Presuntamente era sobrino de la exprocuradora
Patricia González Rodríguez, quien estaba en funciones cuando ocurrió
aquella tragedia.
Esta tarde también se manifestaron por el
poblado, porque le apuestan a la memoria cuando el gobierno le apuesta
al olvido, aseguran.
Sin embargo, hasta ahora, las familias
desconocen el motivo por el que asesinaron a los jóvenes. No hay
ejecutores detenidos. Hubo una persona capturada y sentenciada pero no
participó directamente. Además, fue liberada porque se trataba de un
testigo protegido. Era Jorge Salvador Villa Cruz. Hasta ahora no ha
aportado nada.
Él pagó 36 mil pesos de indemnización a cada familia, dinero que algunas familias no han tocado.
Sandro
Gilberto Romero Romero está detenido desde hace cinco años, pero no le
han dictado sentencia. La familia de él asegura que no participó en la
masacre. Cuando los sicarios huían, rumbo hacia Panalachi, encontraron a
Sandro y le exigieron con amenazas que les prestara una casa que tenía
para ocultarse. Hubo personas que lo vieron esconderlos y lo
relacionaron con el crimen, afirman.
La defensa de Sandro alegó animadversión de los jueces que llevaban su caso.
Terror que no se olvida
Teodocia Domínguez relata que cuando se escucharon los balazos eran tantos que creían que estaba granizando.
Ella estaba en la tienda donde trabajaba, acompañada por una hija. Vieron pasar tres o cuatro camionetas con lodo. “Vienen de la sierra”, pensaron.
Luego, los balazos. Abrieron la puerta y se dieron
cuenta de que estaba seco, no granizaba. Era sábado en la tarde. “Luego
pensé que se estaba cayendo una construcción que tenía mi patrón atrás
del negocio, pero nos asomamos y nada. Entonces pasó la gente corriendo y
dijo que eran balazos”.
Atrás de las camionetas sucias con lodo
vio pasar a una de sus hijas con dos nietos. Pronto escucharon gritos y
su otra hija salió en el carro a buscarlos. Doña Teodocia se quedó en el
negocio con las puertas cerradas.
“Yo me quedé gritando a la virgen, que no pasara nada feo. Me subí a una silla y me caí, ahí me quedé tirada un rato. Creí que iban a matar a mis hijas. La gente se estampaba con la puerta”, recuerda.
Más tarde sonó el teléfono de
la tienda. Preguntaban por Héctor Córdova, pero no había nadie. Entre
las víctimas estaba su sobrino, Fernando Córdova Galdeana.
Pero
Teodocia conocía a la madre del fallecido. Fue a buscarla pero no quiso
ser ella la que le diera la noticia. Le pidió que la acompañara a las
instalaciones policiacas porque no se atrevía a darle la noticia. Al
final llegó otra persona, que le dijo. La mamá de Fernando se desmayó.
Ana y Gloria Lozoya se quedaron sin sus únicos hijos adolescentes, con quienes vivía en una casa grande.
Los
testigos de aquel episodio recuerdan que las autoridades locales nunca
permitieron que el caso lo atrajera la Procuraduría General de la
República (PGR), pero el gobierno del estado congeló el caso.
Otra
de las víctimas fue Daniel Alejandro Parra Mendoza. “El papá estaba
comiendo. El hijo le llamó para decirle que estaba herido, pero lo
mataron”.
Todas las mañana, cuando Teodocia salía a su trabajo, oía llorar a Daniel Parra Urías, padre del joven.
El
señor fue una de las voces más fuertes del movimiento de los deudos de
Creel, que trabajó duro en la investigación para encontrar justicia.
Un
día viajó a ciudad Cuauhtémoc con su esposa. Mientras ella se ocupó en
una tienda, él aprovechó para comprar un canal de carne. Entonces un
comando lo levantó. Alcanzó a llamarle a su esposa para decirle: “Ya me
fregaron”.
Su cuerpo apareció en la carretera Cuauhtémoc-Chihuahua.
Gobierno, sin interés
Yuriana
Armendáriz, hermana de Daniel —quien tenía 18 años y un día antes se
había inscrito en la carrera de administración de la Universidad
Interamericana— sentencia que a cinco años no hay justicia, y el actual
gobernador, César Horacio Duarte Jáquez (PRI), no ha mostrado interés en
acercarse.
“Esto ha afectado a todas las familias, no sólo física sino emocional y hasta económicamente”, expresa.
Eran
cinco integrantes de la familia. La mamá se enfermó de diabetes a
partir de la tragedia. “Óscar Loya (integrante de otra familia) se
enfermó de cáncer. Todas las familias se vieron afectadas, nos agarramos
de donde pudimos, como pudimos, en grupos de autoayuda, un año tuvimos
terapia con los psicólogos de la Unidad de Atención a Víctimas, pero
tenían que luchar para que les dieran apoyo y pudieran ayudarnos”,
recuerda Yuriana.
Con el paso del tiempo, las familias ya no se
reúnen con la misma frecuencia, sólo en cumpleaños de las víctimas y el
Día de Muertos, por ejemplo.
“Te acostumbras, al principio eran
sólo llantos, no teníamos ni idea de lo que pasaba. No tuvimos duelo
porque nos lanzamos a hacer manifestaciones, a luchar contra las
autoridades. Todo pasa, y el tiempo en realidad sí ha sido un aliado,
vas logrando poner los pies en la tierra. Pero somos una sola familia
del mismo dolor”, explica.
Yuriana ha sido una de las cabezas del
movimiento. La tragedia agudizó la crisis matrimonial que vivía. Ella se
encontraba en Cuauhtémoc cuando sucedió todo y, desde ese día, se
dedicó a buscar justicia, su matrimonio no resistió.
Varios de
ellos, incluida Yuriana, han recibido amenazas. Ella ha tenido que irse
de Creel durante un tiempo, pero continúa firme. La familia también
sufrió la pérdida de un primo de 19 años.
Este año lideró la
marcha desde el centro ejidal Profortarah —que conviertieron en plaza
desde aquella ocasión, rodeada de cruces con los nombres de cada una de
las víctimas—. Celebraron la misa por la paz, como cada año.
Ahí,
en la explanada que era sólo tierra, hace cinco años llegaron los
jóvenes a jugar descalzos. Por la tarde, a las 4 aproximadamente,
estaban ahí corriendo. Jugaban cuando llegaron a acribillarlos.
Algunos vecinos aseguran que iban por dos jóvenes que se apodaban igual y que no respetaron que había tanta gente inocente.
Las
víctimas de la masacre de Creel fueron Alberto Villalobos Chávez, Juan
Carlos Loya Molina, Daniel Alejandro Parra Mendoza, Alfredo Caro
Mendoza, Luis Javier Montañez Carrasco, Fernando Adán Córdova Galdeán,
Kristian Loya Ortiz, Édgar Alfredo Loya Ochoa, Alfredo Horacio Aguirre
Orpinel, Luis Daniel Armendáriz Galdeán, Óscar Felipe Lozano Lozano,
Édgar Arnoldo Loya Encinas y René Lozano González.
Del miedo y coarje, a recuperar el turismo internacional
Yuriana
Armendáriz se ha empeñado, con otros jóvenes de su generación, en
recuperar el turismo, vocación de los pobladores de Creel.
Isis
González, quien organiza el evento Cuatriaventura Creel para este mes,
dice que ellos fueron formados para el turismo y ellos quieren recuperar
el pueblo para que realmente sea Pueblo Mágico, como lo es su gente.
“A
nosotros nos educaron para tratar bien a las personas, a quien no sea
de aquí hay que tratarlo bien para que se sienta en casa, porque de eso
vivimos”, comenta.
Y es que la masacre mató al turismo, sobre todo
el internacional, que no se ha recuperado. El turismo nacional comienza
a regresar.
El negocio de Óscar Loya, padre de Kristian Loya
Ortiz, se derrumbó. Tenía una empresa de recorridos turísticos que se
quedó sin clientes.
A los dos años y luego de una severa depresión desarrolló cáncer de garganta. Hoy su familia también lucha por recuperarse.
Del
turismo nacional, por ejemplo, la gente de Juárez comienza a regresar,
indica Isis. “También ellos dejaron de venir pero este año tuvimos mucho
visitante de la frontera”.
Yuriana dice que los asaltos se
registran en la carretera principalmente. Hay robos “como en todas
partes del país”, pero no pueden dejar de vivir. Sí, la fama que ha
tenido Creel les ha afectado a todos.
“Sí pasan cosas pero no al
grado que lo dicen. Aquí en Creel no es tal. En Estados Unidos la gente
tiene miedo de venir, está devastado el turismo internacional, por eso
queremos fomentar el turismo, que vengan y puedan andar por los puntos
turísticos, que se diviertan y dejen derrama económica. Es un recorrido
en el campo, con grupos de cuatrimotos para conocer Recohuata, las aguas
termales, El Salto de Sisoguichi, ahí se puede andar sin problema…”.
16 de agosto de 2013)
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