Llegó a Sinaloa junto a una hornada de militares que
prometían acabar con la violencia generada por el narcotráfico. Pero
terminaron, casi todos, enredados en la hidra, expulsados, perseguidos,
acusados… muertos
Redacción
El cuerpo de mayor Mejía fue encontrado por un campesino a la orilla
del canal Humaya que pasa por un costado del Limón de los Ramos, 20
kilómetros al norte de Culiacán. Por lo menos esa es la versión
oficial, en estos crímenes nunca se sabe la verdad o esta circula a
pedazos en el bajo mundo y en círculos policiacos, tan parecido uno a
los otros.
Su cuerpo semidesnudo estaba con el vientre buscando el sol. De la
cabeza solo le quedó la parte posterior. Decenas de disparos de AR-15 le
arrancaron la cara. Por eso la confusión. Se difundió que lo habían
decapitado pero no era cierto. Casi lo logran, pero con el plomo
quemante de los .223 que recibió.
Hubo crueldad en el crimen, coraje, motivado por alguna cuenta que tenía
pendiente con algún grupo de la mafia. O personal con alguno de los que
operan en Sinaloa.
Le quitaron el pantalón y lo dejaron solo en trusas. Le bajaron la
camisa a media espalda de manera que quedó inmovilizado. Fue torturado
con saña.
Alfredo Mejía Pérez había sido levantado alrededor de la una de la tarde
del lunes 10 en una casa de descanso que había construido en el
campestre Condado San Francisco, apenas saliendo de la ciudad por el
norte, atrás de La Presita. Estaba con su hijo Víctor Mejía, quien dio
aviso a la Policía.
Se armó un operativo de búsqueda, esa es la versión oficial, pero sin
resultados positivos. Los captores lo tuvieron a su antojo hasta las
ocho o nueve de la noche, cuando le dieron muerte en el lugar donde fue
encontrado.
Ningún periodista, ningún fotógrafo tuvo acceso al lugar. El cuerpo fue
levantado el martes al mediodía bajo la presunción de que era el mayor
Mejía, y la confirmación forense se daría horas después, también porque
el cadáver fue identificado por sus familiares.
Paloma negra
El mayor Alfredo Mejía Pérez no era una “blanca paloma”, sino uno de los
hombres que el gobernador Mario López Valdez eligió para que
combatieran el crimen en Sinaloa, bajo la convicción de que “veneno mata
veneno” y de que a la delincuencia no se le puede combatir con “blancas
palomas”, según declaró alguna vez.
Fue así que llegó a la dirección de la Policía Estatal Preventiva, bajo
el mando directo del secretario de Seguridad Pública, Francisco Córdova
Celaya.
Mejía traía antecedentes que lo ligaban al cártel de Sinaloa, más
cargado hacia los hermanos Beltrán Leyva. Cuando fue detenido Alfredo
Beltrán, el 21 de enero de 2008, la PGR encontró una narconómina en la
que Mejía, junto con otros jefes policiacos, aparecía con una asignación
de 130 mil pesos.
Escribió el diario Reforma: “La SIEDO encontró una hoja blanca que
señalaba un número telefónico y la leyenda, escrita en letras verdes:
‘Ministeriales, contactar al señor Alfredo Mejía Pérez para que pase el
número de cuenta 100,000; 30,000 Roberto Carlos Barceló Villagrán;
25,000 Jorge Zataráin Camacho; 25,000 Miguel Armendáriz Santacruz,
depositar”.
Otros nombres de jefes policiacos sinaloenses que también aparecieron en
la lista fueron Felipe Renault Rentería, entones titular de la Policía
Municipal de Culiacán, compadre de Jesús Vizcarra Calderón y compadre
del exgobernador Jesús Aguilar Padilla, ahora subsecretario de
Agricultura.
También, como supuestos beneficiarios de los pagos, apareció el nombre
de Rodolfo Osuna Lizárraga, ex coordinador de la Unidad Estatal
Antisecuestros y ex director de la PME, cargo al que renunció por
supuestas amenazas, tras el asesinato de Miguel Armendáriz Santacruz,
jefe de Investigaciones ejecutado el 5 de mayo de 2008, quien además
estaba implicado en la lista de los Beltrán Leyva.
Otro que estaba anotado fue Carlos Monzón Stamatis, director de Tránsito
Municipal de Culiacán en el trienio de Aarón Irízar López; Odín Eloy
Castro Cruz, director de Seguridad Pública de Mocorito; José Luis Polo
Palafox, ex secretario del Ayuntamiento de Ahome; Jorge Zataráin
Camacho, ex comandante de la PME asesinado el 4 de julio, entre otros.
El 28 de febrero pasado mejía dejó el cargo como director de la PEP. “Por motivos personales”, según la versión oficial.
En realidad, Alfredo Mejía no pudo responder muchas preguntas del
Departamento de Control y Confianza, manipulado ya por el jefe de la
Policía Ministerial, Jesús Antonio Aguilar Íñiguez.
El departamento le había descubierto llamadas telefónicas que el mayor
hizo al penal de Culiacán para comunicarse con algunos internos. Los
interlocutores del mayor y el motivo de las llamadas no se dieron a
conocer.
Pasarela de militares
Mejía había llegado a Sinaloa en el segundo trienio del gobernador
Renato Vega Alvarado. Hijo de militar, el general Renato Vega Amador,
Vega Alvarado creyó que controlaría la violencia a través de mandos
militares.
En una reunión del Consejo de Seguridad estatal, presentó con bombo y platillo sus nuevas adquisiciones.
Se le puso a modo que a finales de 1997, la Sedena había dispuesto que
en 30 estados del país, Sinaloa entre estos, los militares asumieran el
control de las policías como una estrategia que justificó “por los
frecuentes y cada vez más violentos ataques a las corporaciones y
efectivos, que ocasionan descuidos en las tareas de protección a la
población”.
El teniente coronel Édgar Armando Acata Paniagua asumió la titularidad
de la Secretaría de Protección Ciudadana, el coronel Jesús Collazo Pérez
fue nombrado director de la Policía Judicial del Estado y el teniente
coronel Pablo Gómez Ponce, subdirector de la misma corporación. El mayor
Alfredo Mejía Pérez tomó a su cargo la coordinación operativa de la
Judicial.
Fue una hornada de militares los que llegaron con Renato Vega a los
cuerpos de seguridad y la mayoría salió salpicada. Jesús Collazo, quien
continuó en el cargo el primer año de la administración de Juan Millán,
estuvo más de una semana recluido sordamente en la Novena Zona Militar
hasta que lo liberaron y se fue del estado. Acata Paniagua, por su
parte, fue involucrado en una investigación federal sobre un cargamento
de cocaína decomisado en la zona de Elota, donde se extraviaron cientos
de kilogramos. Ambos ocuparían después cargos importantes del mismo
perfil en gobiernos de otros estados.
Pero el mayor Mejía, de bajo perfil, se quedó para encumbrarse en el
sexenio de Jesús Aguilar Padilla, cuando fue puesto, en 2005, al frente
de la Policía Ministerial. Ahí creó el temible Grupo Centauro,
encabezado por Roberto Barceló Villagrán, quien a la postre apareció
desmembrado y con un mensaje donde lo vinculaban con el narcotraficante
Arturo Beltrán Leyva, el 4 de julio del 2008, justo donde meses antes
habían asesinado a Atanasio Torres, hijo de Manuel Torres Félix, el
Ondeado.
El Grupo Centauro fue acusado en varias ocasiones por violación a los
derechos humanos. Una de las acusaciones fue interpuesta por el
periodista Luis Fernando Nájera, a quien Barceló Villagrán golpeó en la
cara y amenazó de muerte durante un operativo.
Mejía solía decirse amnésico cuando lo cuestionaban sobre los abusos
policiacos, como cuando los del Grupo Centauro, el 6 de enero de 2008,
ingresaron de manera violenta y saquearon las comunidades de
Campanillas, Chaco y otros tres más de San Ignacio.
Siempre rechazó haber recibido los 130 mil pesos que le habrían enviado
integrantes de la delincuencia organizada; se ponía a las órdenes de la
SIEDO (hoy SEIDO) para ser investigado y decía, incluso, que no podía
salir confiado a pasear con su familia porque temía ser asesinado.
Para entonces ya era jefe de la Policía Estatal Preventiva, cargo al que
había llegado ese mismo enero en que atraparon al Mochomo. Cinco meses
después, en mayo, Mejía fue destituido del cargo y sustituido por otro
militar, el teniente coronel Francisco Javier Palma Cárdenas.
No hay líneas… oficiales
Según fuentes policiacas, horas después de que el mayor Mejía fue
levantado delante de su hijo, empezó a circular la versión de que el
autor del plagio era un comando a cargo de Orso Iván Gastélum, el Cholo,
quien recientemente habría participado en un enfrentamiento con
elementos del Ejército, donde murió la miss, Susana Flores Gámez.
Según esta hipótesis, el mayor Mejía viajaba con frecuencia a la ciudad
de Guamúchil y allá se movía en autos blindados del cártel de Sinaloa
que le eran facilitados por las células del Cholo.
Pero que algún desencuentro tuvieron. Y que al mayor le achacaban haber
denunciado las casas de seguridad de Caitime donde fueron sorprendidos
por los militares la madrugada del 24 de noviembre pasado.
Según las mismas fuentes, el Cholo negaba tener al mayor. Lo cierto es
que a Mejía Pérez lo mataron con mucha saña, coraje… sed de venganza.
De la parte oficial, nada, ningún indicio, ninguna defensa. Entrevistado
sobre el caso, el secretario general de Gobierno, Gerardo Vargas
Landeros, dijo que su muerte no era un atentado contra el Estado, que el
mayor ya se dedicaba a sus asuntos personales, que estaba creando una
empresa privada de seguridad…
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