lunes, 20 de febrero de 2012

MAZATLÁN ENVUELTO EN SU VORÁGINE ANUAL: EL CARNAVAL


José Luis Franco   
Bajo el pretexto del adiós a la carne por el muy cristiano asunto del preludio cuaresmal, a partir del jueves dieciséis y hasta el martes día 21 (que en este 2012 marca el límite con el “Miércoles de Ceniza”, el día de la compungida y expiatoria tiznada) Mazatlán se mete por tradición, iniciativa y riesgo propio en la vorágine de su carnaval. Se viste de fiesta, como dice el inevitable lugar común.


El Paseo de Olas Altas, aristocrática, romántica y vetusta estampa de nuestro puerto, la postal más preciada en todos los tiempos de nuestro puerto, abandona su placidez habitual para convertirse en el ombligo de la pachanga y albergar multitudes de olores, sensibilidades, sabores, intenciones, sonidos y colores. 


 Todo está ahí, hasta los cancerberos, que por una corta en la taquilla y una manoseada oficial nos dan el acceso a ese mundo en el que el aburrimiento y la inhibición están desterrados. 


Por decir algo: el sábado el menú en Olas incluyó la Quema del Malhumor, la presencia del Bombón Asesino, Ninel Conde, que volvió a demostrar que nunca será un Premio Nobel y que nunca habrá quién se lo reproche (a la Academia Sueca), y el espectacular Combate Naval.

Más adelante, desde los territorios que preside la voluptuosa Mujer Mazatleca y prácticamente hasta el final de los juguetones delfines que acompañan a la pareja de bicholos que comprenden el Monumento a la Vida, se abren otros escenarios plenos de emociones, que asumen de nueva cuenta su papel de leyenda. Ahí, también, la tambora suena a rabiar, luchando por colocar sus decibeles por encima de los discomóviles.

La Plazuela Machado hace lo propio, regodeándose en la nostalgia de aquellos años en los que le caían aquellas espléndidas nevadas multicolores de hasta treinta centímetros de confeti (según interpretación libre de viejas crónicas), aunque en un plan tendiente a lo familiar, más no por ello menos alegre.

Las calles principales y sobre todo el paseo costero, se pueblan con monigotes al estilo y antojo de los organizadores, este año unos inmensos guerreros, cual debe. Muchos comercios visten sus escaparates con confeti y serpentina y alegorías de pierrots, arlequines o colombinas, alguna mascarita, antifaces, un poco de lentejuela, otro tanto de chaquira. Hasta la Zona Dorada busca sumarse al jolgorio que desde hace más de un siglo se ha celebrado en los troníos del Viejo Mazatlán y le hacen su luchita para ofrecer una alternativa diferente que, pese a varios intentos, aún no alcanza a prender. De ellos es Semana Santa.

Todo despistado por tanto ajuar extraño que le han colgado para darle “carácter”, el estadio Teodoro Mariscal enciende sus candilejas, pero no para iluminar las jugadas geniales, o los desastrosos errores de los peloteros profesionales, sino para destacar a las integrantes de esa efímera monarquía de cartón piedra y oropel, que llegan hasta lo más alto de las fastuosas y sofisticadas escenografías para recibir en sus sienes unas coronas igualmente adornadas por baratijas, que las proclaman como soberanas de un pueblo que nada a brazada firme en un mar de desenfreno mientras ellas, días más tarde, encaramadas en festejadas alegorías móviles que buscan el cielo en su recorrido por la Avenida del Mar, de ida el domingo, de vuelta el martes, enfrentan con valentía el riesgo de su reinado, el precio de representar al poder ante un pueblo que lo detesta aunque sepa que ese es tan solo una farsa. Y tienen que sonreír y saludar con un armonioso quiebre de muñeca que hace parecer sus manitas hermosas como parabrisas en día de tormenta.

En carnaval los olores subrayan su personalidad: el caprichoso viento febrerino nos trae aromas plenos de adjetivos: el seductor de las fritangas, el ácido del orín, el picante del alcohol, el dulzón de los perfumes, el voluptuoso del sudor, el repugnante de las evacuaciones, el de alarma que trae la sangre. El sublime del recuerdo.

Como bien dicen que en Mazatlán se ama en carnaval y se pare nueve meses más tarde, los romances de todo tipo surgen al cobijo de su lúdico manto. Hay sitios reservados para cada uno de ellos. Para recatados están las sombras de los linderos, el anonimato del rinconcito, el motel cercano; para audaces, cualquier sitio; para desinhibidos, los reflectores del escándalo, el de pie siempre requiere valor; en tanto los ingenuos se van con sus trapos llamativos (amplios escotes, estrechas minifaldas, zapatos de enorme plataforma, ellas; camisas de seda, cinto piteado, pantalón de mezclilla, botas puntiagudas, escapulario de Malverde, ellos) tras las bandas o los calamitosos discomóviles, esa plaga de los tiempos actuales, y regresan a casa con las tentaciones en grado de posibilidad. Aquí, señoras y señores, hay para todos y de todo. Venga, disfrute, rompa el prejuicio, la inhibición. Acuérdese de lo que muchos dicen: estar como Dios manda. Y Dios nos manda desnudos.

Te quiero conocer, saber a dónde vas, alegre mascarita que me gritas al pasar: —Adiós, adiós, adiós... —¿Quién sos, a dónde vas? —Yo soy la misteriosa mujercita de tu afán... No finjas más la voz, abajo el antifaz, tus ojos por el corso van buscando mi ansiedad... Descúbrete, por fin; tu risa me hace mal... ¡Detrás de tus desvíos todo el año es carnaval!

Aunque la autoridad quiera imponer un velo, el amar no se restringe a la convención hetero. Como dijera Basurto en su “escandalosa” obra de los sesentas: cada quien su vida, o Luis Zapata, que en los setentas removió conciencias con El Vampiro de la Colonia Roma. Y algunos años antes lo dijera en Argentina Francisco García Jiménez, autor de la letra del tango que pongo en cursivas.

En estos escenarios del libre albedrío, los fantasmas chocarreros, hartos de las sombras y el anonimato, salen a las calles al amparo de que en carnaval todo se vale. Meten mano por aquí, allá y acullá provocando inquietudes, malestares, cachetadas, sino es que aterradores pleitos o romances indescriptibles. Viven de vuelta la experiencia del adiós a la carne y plenos de gozo por la nueva oportunidad concedida, levantan a su paso las frías ventiscas que caracterizan a estos días consagrados al reventón y, en un descuido, provocan algo memorable: desde una impertinente lluvia a destiempo, como tantas veces lo han hecho, hasta algo peor. Incluso el ambiente tiene una intensidad, un colorido y un aroma diferente.

En su eterna lucha por pasar por civilizado, que data de los años del Dr. Martiniano Carvajal, el carnaval se da su barnizada de cultura y entrega con pompa, boato y una dosis de generosidad sus premios de pintura, poesía y literatura, como para “taparle el ojo al macho” ante tanto reventón, pero de todos modos habrá quien piense que, a pesar de esto, durante esos días “los demonios andan sueltos”, por ello, en este fandango tampoco faltan las procesiones, cruz dorada, mitra, báculo y cruz pectoral por delante, de desagravio por tanto desmán cometido bajo el pretexto del adiós a la carne, del preludio de la cuaresma…

Y al despertar, el incremento al precio del pescado estaba ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario