Tomada del blog El Banquetazo de Héctor Zagal.
No tengo el gusto de conocerte personalmente. No sé cómo eres, desconozco tus
cualidades, tus aficiones, tus intereses. Entiendo tu molestia al escuchar las
críticas a tu padre, Enrique Peña Nieto. Son gajes del oficio. Deberás irte
acostumbrando a los ataques contra él. En una democracia, la crítica es un
ejercicio fundamental. Tu padre es una figura pública y, por ende, sus actos
serán juzgados con rigor. “¿Por qué son tan duros con él?”, te preguntarás.
Bueno, los funcionarios públicos ganan mucho dinero. Hay miles de personas
dispuestas a sufrir críticas y cuestionamientos con tal de figurar en la nómina
oficial. El sueldo bien vale esos golpes. ¿No?
Pero no es de tu padre de quien quiero hablar, sino de ti. ¿Te confieso algo?
Me aterra que hayas utilizado la expresión “hijos de la prole” como un insulto.
Insisto, es disculpable que te enfades por la burla hacia tu padre. No me
asustaría que los llamaras “babosos”, “tontos”. Es más, no le preocupa el que
nos hayas llamado “pendejos”. En cambio, no se puede excusar tu menosprecio a
los hijos de los trabajadores, de los obreros.
¿Oíste
del escándalo de las Ladies de Polanco? Descalificaron a un policía
llamándolo “asalariado”. Algo similar hiciste tú: descalificas a la mitad del
país por su condición social. ¿Qué tiene de malo ser hijo de un obrero? Sabes,
yo soy nieto de un minero, un proletario. No me da vergüenza decirlo. ¿Te
avergonzarías de tu padre si fuese un vendedor de tamales o un plomero?
Tu padre, que ha leído la Biblia, te puede recordar una frase de Jesús en el
Evangelio: “De la abundancia del corazón, hablará la boca”. Sin
pretenderlo, con tus palabras has revelado tu clasismo. Desprecias el trabajo
manual. Minusvaloras a quienes se mantienen con su esfuerzo. ¡Qué tristeza que
así piense la hija de un candidato presidencial!
“Hijos de la prole” son, en efecto, quienes estudiaron en escuelas públicas,
quienes utilizan el metro, quienes no comen cortes argentinos y quesos
españoles, quienes no utilizan zapatos de miles de pesos, quienes no se atienden
en el hospital ABC, quienes no viajan en helicóptero. Los hijos de la prole, por
el contrario, deben hacer largas horas de filas en las clínicas del seguro
social, deben comer carbohidratos (tortillas), deben estudiar en salones sin
computadoras, deben apretujarse en los transportes públicos. Los hijos de la
prole, querida Paulina, ganan en un año lo que tu padre gana en una semana.
Cuando leas estas líneas has el siguiente ejercicio. Revisa lo que llevas
puesto encima: perfume, cremas, desodorante, ropa, zapatos, celulares, aretes.
Suma el total. ¿Sabes que traes encima más de lo que una indígena gana durante
un año de trabajo duro?
Paulina, me da terror que pienses así. Tu lapsus reveló tu “realidad”: vives
en una burbuja color de rosa. “Hijos de la prole” no es un insulto, sino un
título honorable. Este país, que tu padre aspira a gobernar, depende de los
obreros, de los campesinos, de los empleados, depende de esas personas a quienes
menosprecias.
Ojalá este gravísimo desliz, no sea fruto de la educación que recibiste en
casa. Ojalá y sea culpa tuya, fruto de tu arrogancia (tan propia, eso sí, de la
clase alta mexicana). ¿Qué será de México si lo llega a gobernar una persona que
desprecia al proletariado?
Mira Paulina, me parece que por tu bien, debes inscribirte en una escuela
pública, reducir tu escolta al mínimo, tomar el metro en horas pico, y ponerte a
trabajar. Por si no lo sabes, muchos de los “hijos de la prole” se pagan sus
estudios con su trabajo: los hay campesinos, vendedores, obreros. Algunos
trabajan desde niños.
Paulina, haz puesto en riesgo el futuro político de tu padre. Pero lo que es
más grave: pones en peligro en riesgo el futuro de México.
Enlace: noticiasmvs.com/blogs
¡Hazme el chingado favor!
Cortesía de Aza
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