jueves, 8 de diciembre de 2011

JOVENES Y NARCO, VINCULO NEFASTO



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Alejandro Sicairos   
Es inusual que una comunidad académica, como lo es la Universidad Pedagógica Nacional, convoque a analizar el tema de la violencia y sus repercusiones en la sociedad, cuestión tan álgida como dolorosa en esta guerra del Gobierno contra el narcotráfico, y viceversa, que hoy le arranca al país entero —a Sinaloa en particular— un desgarrador grito de dolor y desesperación. Un asunto de vida y muerte, sobre todo para miles de niños y jóvenes, tiene que discutirse ya desde el razonamiento inteligente para buscar ahí las respuestas que los políticos no tienen.


La Unidad Mazatlán de la UPN, dirigida por Miguel Ángel Ramírez Jardines, realizó los primeros tres días de diciembre un ejercicio loable que pudiera tal vez erradicar el tabú de que los asuntos de la delincuencia no pertenecen al ámbito de la intelectualidad. La expo foro Los jóvenes y sus masculinidades: entre la violencia y la educación, reunió a expertos de la enseñanza, funcionarios, periodistas y estudiantes que si bien no descubrieron el hilo negro del actual fenómeno violento, sí aportaron pistas para combatirlo a partir de políticas públicas eficaces que reparen en las múltiples raíces del problema.

Los gobiernos en sus tres niveles sí conocen las entrañas del monstruo del narcotráfico y también los entresijos de las terribles consecuencias que están pagando miles de mexicanos en edad infantil o juvenil. Las autoridades están al tanto de los daños pero no van al día en las acciones que rompan el vínculo entre juventud y crimen organizado, lazo que condena al país al colapso moral y generacional.

México, ya se sabe, es país de jóvenes. Los resultados del más reciente Censo de Población y Vivienda, llevado a cabo en 2010 por el INEGI, arrojan que la mitad de los habitantes tiene 26 años o menos. En Sinaloa, al levantamiento del padrón poblacional, residían 726 mil 287 jóvenes que representan poco más de la cuarta parte de la población total del estado.

Esa información es alentadora y devastadora al mismo tiempo. Levanta el ánimo corroborar el gran potencial que se tiene con una generación que en su mayoría viene empujando los cambios políticos, sociales y económicos que se necesitan con urgencia para una era de desarrollo y oportunidades en la justicia y libertad. Demuele tal esperanza la certeza de que los grupos delictivos cada vez proceden a reclutar a más jóvenes en sus ejércitos de destrucción y muerte.

En 2009, de alrededor de 205 mil personas que fueron procesadas ante un juez de primera instancia, casi la mitad eran jóvenes entre los 18 y 29 años de edad, establecen cifras también avaladas por el INEGI. Ahí está la historia completa: la seducción del narcotráfico, la trampa del “dinero fácil” o solo por el hecho de ser un espontáneo y efímero capito, la juventud luce acelerada en la definición de sus destinos.

La pregunta es: ¿qué están haciendo el presidente Felipe Calderón o el gobernador Mario López Valdez para revertir ese tránsito juvenil hacia la filas del hampa? Nada más allá de lo que siempre han hecho los políticos. Sin ningún aliciente en el mundo laboral, a sabiendas que una profesión de cualquier forma los coloca al borde de la ruina, con la evidencia de que en México avanza el que transa, los jóvenes optan por enlistarse en las tropas del crimen.

Algunos programas deportivos, las pocas becas y la débil oferta de empleo digno y bien remunerado resultan ineficaces para acometer la burda fascinación que irradia el narco. El espejismo de los carros de lujo, las mujeres preciosas, el dinero a manos llenas y la prepotente superioridad que la mafia imbuye, embrujan a un importante sector de la juventud en un país en el que siete millones de hombres y mujeres menores de 24 años ni estudian ni trabajan.

¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo hacerle para detener el sacrificio de jóvenes por cuestiones de criminalidad? ¿Por qué el Gobierno no hace su parte? ¿Cuál es la razón para ocultar esta infamia? Son las mínimas interrogantes que una sociedad avergonzada debería formularse en momentos en que las edades de más de la mitad de los 50 mil muertos de la guerra contra el narco oscilan entre los 20 y los 25 años.

Se trata, sin duda, de un buen esfuerzo de reflexión de la Unidad Mazatlán de la UPN que debiera replicar a otras instituciones educativas que temen abrir el tema en sus recintos, pero que habrían de temblar de miedo por la imposibilidad de romper el eslabón entre juventud y delincuencia organizada.

Re-verso
El lápiz, tan inofensivo,
le causa miedo a la plebada,
que halla causa y motivo,
al fajarse un arma cargada.

Bebesaurio aclamado
En el programa Línea Directa que conduce Luis Alberto Díaz, el jueves confesó Sergio Torres Félix, el priista que es secretario de Desarrollo Social en el Gobierno de Culiacán, que la gente de varias rancherías y colonias le estaba pidiendo que se lanzara a una diputación federal y que él, para no defraudar al pueblo, pretendía que su partido lo postulara a ese puesto de elección popular. Lo mandaron a divulgar logros del primer año de la gestión de Héctor Melesio Cuen y acabó promocionándose él y sus aspiraciones. Así son los políticos: una especie rara, regularmente irracional. De una ambición intermedia saltan como si nada hacia la codicia insaciable. Y cuántas barbaridades cometen en nombre de las masas, de los más jodidos, de los de abajo.

Calentura rosalina
Va a la mitad el rectorado de Antonio Corrales Burgueño en la UAS y la sucesión se desató incontenible. A 18 meses de que se elija al sucesor, nomás faltó que renunciaran los conserjes para tener derecho a ocupar el máximo cargo universitario.

 

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