El
‘subcomandante’ Marcos mantiene un silencio mediático casi absoluto desde hace
seis años y no asistió al 20 aniversario del alzamiento zapatista en Chiapas
El 9 de febrero de
1995 el presidente de México, Ernesto Zedillo, dirigió un mensaje a la nación
para anunciar que había ordenado la captura de los dirigentes del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que se habían levantado en armas en
Chiapas el 1 de enero de 1994 declarando la guerra al Estado mexicano. Aquella
tarde de febrero un funcionario de la fiscalía sostuvo frente a las cámaras de
televisión el rostro de un hombre cubierto por un pasamontañas.
Tras ella había una
fotografía de un hombre joven con barba. Su nombre, reveló, era Rafael
Sebastián Guillén Vicente y su mirada casaba a la perfección con los ojos que
se asomaban tras la máscara. Ese día el Gobierno mexicano intentó volver
terrenal al subcomandante Marcos, la figura más importante del movimiento
armado, que se había forjado un aura de leyenda en tan solo un año.
Resultó que bajo
aquella capucha había un filósofo que había enseñado en la Universidad Autónoma
Metropolitana de México (UAM), un estudiante brillante, lector voraz e hijo de
una pareja propietaria de tiendas de muebles.
Esta semana se
celebraron festejos por el 20º aniversario del levantamiento. Los herméticos
zapatistas abrieron a turistas nacionales y extranjeros las puertas a sus
caracoles (las regiones que gestionan mediante las denominadas Juntas de Buen
Gobierno).
El mensaje que
querían dar era claro: el movimiento sigue vivo. La fiesta fue un espacio de
permisividad donde se tomaron fotografías y se realizaron bailes con grupos
zapatistas que tocaban música norteña. La apertura hizo más notoria la ausencia
del subcomandante Marcos, que en los próximos meses cumplirá 57 años. Todos los
periodistas enviados a cubrir el evento coincidieron en una pregunta: “¿Por qué
no acudió a los festejos?”.
El subcomandante
Marcos cumple seis años de una ausencia mediática casi absoluta. En diciembre
de 2007 aseguró a sus seguidores que se retiraría “por un buen tiempo”. Cumplió
su promesa.
Los Guillén Vicente,
originarios de Tamaulipas (al norte del país, junto al golfo de México),
encierran una curiosa paradoja. La familia está compuesta por ocho hermanos, un
abanico suficiente amplio para cubrir todos los extremos.
Mientras Rafael, el
cuarto de los ocho, es el guerrillero más reconocido del México contemporáneo,
su hermana mayor, Mercedes del Carmen, es una destacada funcionara del Gobierno
del presidente Enrique Peña Nieto, del PRI. Su hermana, conocida hoy como
Paloma, tiene un cargo en el Ministerio del Interior y fue una pieza clave en
la transición de poderes del pasado 2012.
En una entrevista
concedida en marzo de 2001 al reputado periodista Julio Scherer, fundador del
semanario Proceso, Marcos reconoció que uno de sus errores fue “no haber
previsto la personalización y protagonismo” del movimiento, que “muchas veces…
impide ver lo que está detrás”.
El desvanecimiento
de Marcos ha puesto en relieve los liderazgos de comandantes como David y
Hortensia, de origen tzotzil, que llevaron la voz cantante en los festejos del
20º aniversario. Dos décadas después, el líder mestizo deja el paso a los
indígenas de la guerrilla.
Marcos, justo antes
de entregar las armas para asistir a los diálogos de paz en 1996 / REUTERS
Su primera
reaparición pública fue en enero de 2009, dos años después de anunciar su
retirada, para conmemorar los 15 años de la insurrección armada. “Quienes han
tomado a [Barack] Obama como faro se decepcionarán”, proclamó entonces sobre el
presidente de Estados Unidos, que días después llegaría a la Casa Blanca.
En 2010 un rumor que
había corrido mucho pareció encontrar sustento en un libro firmado por Luis H.
Álvarez, un viejo miembro del derechista Partido Acción Nacional (PAN) que
conoció al subcomandante en Chiapas durante el conflicto. “Su amigo Marcos está
muy enfermo, tiene cáncer y necesita su ayuda”, le dijo a Álvarez un
representante de la Comisión de Concordia y Pacificación, Jaime Martínez Veloz.
La información fue desmentida por el propio Martínez Veloz poco después en una
emisora.
Una periodista de
Chiapas cercana al movimiento zapatista confirma, sin embargo, que el
subcomandante “sí está enfermo” y que viaja con frecuencia a la Ciudad de
México para tratarse, aunque se negó a identificar la dolencia.
Hoy su presencia se
ha reducido a un puñado de comunicados que difunde de vez en cuando y que firma
“desde algún lugar de las montañas del sureste mexicano”. En 2011 rompió un
silencio de casi dos años para lamentar la muerte de Samuel Ruiz, Tatic, el
emblemático obispo de San Cristóbal de las Casas que ejerció de mediador entre
el movimiento indígena y el Gobierno.
Días después comenzó un intercambio epistolar
público con el filósofo Luis Villoro. “De esta guerra va a resultar una nación
destruida, despoblada, rota irremediablemente”, escribió al padre del escritor
Juan Villoro sobre la lucha que mantenía el Gobierno de Felipe Calderón con los
grupos del narcotráfico y que ha causado decenas de miles de muertos. En la
misma misiva el zapatista recordaba que Calderón, cuando era coordinador del
grupo parlamentario del PAN, se opuso a que los indígenas usaran la tribuna de
la Cámara de Diputados como colofón a la caravana zapatista de marzo de 2001,
que culminó con la entrada del ejército rebelde a la Ciudad de México.
“Calderón terminó
escondido con otros ilustres panistas en los salones privados de la Cámara,
viendo por televisión a los indígenas hacer uso de la palabra en un espacio que
la clase política reserva para sus sainetes”, escribió.
El distanciamiento
no solo ha sido con la derecha. El último papel que Marcos jugó intensamente
bajo la atención pública sucedió en las elecciones de 2006, cuando se
autoproclamó delegado cero de la Otra Campaña, una especie de candidato
alternativo que llamó a sus simpatizantes a no votar y destruir sus
credenciales de elector.
Se enfrentó con el
izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) y retó a su candidato,
Andrés Manuel López Obrador, a un debate. Obrador perdió aquellas elecciones —y
la presidencia— frente a Felipe Calderón por el 0,56% de los votos.
Ese año fue el
último de gran intensidad mediática para el subcomandante, que recorrió el país
y dio docenas de entrevistas, incluida una por vídeoconferencia a Jesús
Quintero, El loco de la colina. Aquel ídolo se ha desvanecido.
(DOSSIER
POLITICO/ Luis Pablo Beauregard / El País/ 2014-01-05)
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