MÉXICO, D.F.
(proceso.com.mx).- Son al menos cinco las detonaciones que –secas,
consecutivas, como de transformadores eléctricos cuando estallan– alebrestan la
noche y hacen correr despavoridos a transeúntes sobre el tramo de Insurgentes
Sur que se extiende desde la calle Porfirio Díaz hasta la de Detroit.
Alguien grita “¡Son
narcos!”, otros enmudecen, otros más se ocultan tras los postes y hay quienes,
impávidos, no pierden detalle de las llamas que ahora lengüetean a la entrada
de un edificio de casi 20 pisos donde se ubica la Dirección General de
Carreteras de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (No. 1089) y sobre
algunos automóviles exhibidos en la agencia Nissan que hace esquina con
Detroit.
No son ni horas de
la madrugada en una colonia desolada del Distrito Federal ni un domingo
cualquiera. Son alrededor de las 22:20 del 5 de enero y es la víspera del día
de Reyes, con más tráfico vehicular que de costumbre y no pocos peatones, entre
ellos algunos que cargan enormes cajas de juguetes. El espectáculo
desconcertante pueden verlo incluso quienes se desplazan en el Metrobús de
norte a sur. Un grito femenino se ahoga en el caos.
Y son al menos seis
las sombras que –ágiles, juveniles– hace pocos segundos acaban de cruzar
Insurgentes de la acera oriente a la poniente. Muy probablemente han emergido
de las oscuras calles Porfirio Díaz o Pilares, desde la colonia Del Valle. Van
directo al “objetivo”, a los “objetivos”. No titubean. Y son precisas, exactas.
No gritan. No amenazan a los transeúntes. Se ciñen, pues, a su “misión”:
arrojar bombas molotov y petardos contra los ventanales del edificio de
oficinas federales y contra los autos de exhibición, “flamantes” en dos de sus
acepciones: porque resplandecen de nuevos y porque ahora arden en llamas.
Un tercer objetivo
es otra multinacional, la agencia Mercedes Benz (Insurgentes Sur 1070), situada
en medio de los otros dos aunque en la acera oriente. Su grueso ventanal recibe
un mensaje-objeto que lo atraviesa y le deja un boquete de una pulgada.
Acaso treinta
segundos les lleva a esas sombras uniformadas –mochila negra, pantalón negro,
suéter negro, velo negro– su acción coordinada. A juzgar por el radio que
abarcan, no es nada remoto que de manera simultánea otro grupo se esté ocupado
del ataque a la agencia Nissan, distante poco más de cien metros de las
oficinas de la SCT.
Las sombras no
escapan en autos ni en motos ni en bicicletas. Ni siquiera lo hacen en carrera
loca. Se les mira seguras en su correr compacto cuando atraviesan Porfirio Díaz
a la vista de medio mundo y toman la acera del Parque Hundido en pleno
Insurgentes, con dirección al sur. Son clones aun de estatura, y a una mujer
parlanchina le parece sin más que son “anarquistas como los de Irak”.
(Proceso/ Alejandro
Pérez Utrera / 6 de enero de 2014)
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