lunes, 21 de octubre de 2013

VOY..., NO VOY

Voy, no voy. Se preguntó Ernesto no dos ni tres veces. Tenía semanas decidiendo y luego reculando, sobre si iba o no a cambiar los dólares que había obtenido con ese trabajito bien logrado. Se levantaba temprano, se repetía frente al espejo, Hoy me doy la vuelta y los canjeo. Y luego se desdecía. Mañana será.

Quería que ese fuera el último jale. Salir de la clica le vendría bien a él y a su familia: recuperar las refrescantes bocanadas de aire, levantarse de la cama sin la ansiedad que lo hace tronarse los diez dedos y luego ese ritual entre doloroso y placentero de mover la cabeza a los lados hasta escuchar el crac en las cervicales superiores.

Eso incluiría, lo sabía, salir de su casa sin mirar a los lados, dejar en paz el retrovisor, descansar sus ojos de ese tintineo nervioso que sentía en el párpado de abajo y que atribuía a los cambios bruscos de clima, recuperar su independencia económica aunque significara volver a las limitaciones, y no tener que obedecer a nadie que al mismo tiempo que le ordenaba acariciaba el gatillo de la cinco punto siete.

A la chingada, dijo en voz alta. Ya’stuvo bueno. Empezó a buscar opciones por su cuenta. Le ofrecieron ser gerente de un restaurante que estaba a punto de abrir y después, como resultado de nuevas búsquedas, meter algo de dinero en una cadena de pequeñas tiendas de autoservicio.

A una de esas dos le voy a entrar. Pero los dólares en la bolsa derecha le hacían cosquillas. Bien podía multiplicarlos, con otro de esos trabajitos que ahora quería dejar atrás. Capitalizarse un poco antes de saltar al vacío incierto de chambear por su cuenta, era una buena opción. Que sí. Que no. Voy o no voy.

La calle Juárez lo esperaba: ancha y recta, pero sinuosa en sus aceras pobladas por los vendedólares: cachucha o sombrero, mujeres de pasarela bajo una sombrilla playera, calculadora en mano, señal con los dos dedos juntos, un adiós que es incitación en manos de esa portentosa curvilínea y narculichi.

Algo por dentro le decía que debía ir y cambiar esos verdes por pesos y luego decir hasta nunca. Pero algo más lo detenía. Ve al rato o mañana o la semana que entra. Hasta que se decidió. Avisó al jefe: Me voy. No le contestó y él no esperó respuestas. Horas después acudió a la selvática y tenebrosa Juárez. Tenía sus contactos y sabía con quién acudir a cambiar los billetes.

Se estacionó en la acera norte. Apretó la llave ensartada en el encendido del vehículo y la sacó. Rin tin tin hizo el llavero al chocar con las otras llaves. Puso el izquierdo sobre el pavimento y luego el derecho. Descendió. La puerta abierta, como esa calle luminosa que parecía callejón oscuro. Cerró y no dio ni un paso. Alguien gritó Ernesto. Volteó para saludar. Cinco balazos. Bocabajo.

18 de octubre de 2013.

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