lunes, 21 de octubre de 2013

CUANDO CRUZAR EL PUENTE TERMINA EN UNA ODISEA… O UNA PESADILLA




En la entrega anterior se vio que todo fronterizo guarda recuerdos de alguno de los puentes que conectan ambos países. Los hay trágicos, graciosos, extraños e inesperados. No hay guión establecido con lo que sucede.

Hace una semana se asistió a confesiones de toda índole: padres juarenses que casi meten en un papelón a sus retoños por intentar cruzar mangos o aguacates con semilla, agentes de Aduanas que detienen a sus familiares para dar una lección, oficiales que le sacan números telefónicos a solteras apetecibles, exámenes orales a niños paseños que cruzan sin su permiso y carros que son desmantelados en busca de drogas (y que esconden en sus asientos burritos de hace semanas).

Escuchar todas estas anécdotas tiene su encanto, y es un ejercicio que nunca aburre. Sirvan las presentes líneas para recopilar las penúltimas de un discurso que nunca se acaba y que cruzar un puente se convierte en una odisea, o una pesadilla.

AYER Y HOY

Ezequiel Gardea es un bachiller en Química que recuerda una época pasada. Todavía tiene en su cabeza sus imágenes muy vívidas, aunque en los tiempos que corren lo que él rememora sería casi imposible de ver a plena luz del día.

“Cuando era chico me acuerdo de que cruzaba todos los días”, dice. “Odiaba hacerlo porque duraba horas en la línea. Rezaba para que sucediera algo que me entretuviera, pero no sucedía nada. Lo más divertido era cuando me pasaba mirando las placas de los carros que estaban alrededor… Pero, a veces, sí pasaba algo raro: recuerdo haber visto una hilera de personas hincadas a media filadel puente. Me preguntaba por qué esa gente se encontraba en esa posición. Noté que eran dirigidas por alguien que se la pasaba mirando a su alrededor. De repente, todos corrían y cruzaban del otro lado al traspasar una reja que ya estaba cortada desde hacía tiempo. Yo no pensaba que había personas capaces de hacer eso en una zona llena de agentes, pero estaba equivocado”.

Eso, como bien dice Gardea, parece que sucedía en tiempos pretéritos. Sin embargo, hay otros cuentos que suelen ocurrir con una frecuencia contra todo pronóstico: los episodios de carros que se cuelan en la línea y chocan con otros a escasos metros de un país.

Ese es el relato de Jazmine Valverde, una paseña que estudia Psicología en UTEP: un conductor de un Corvette se iba metiendo entre las líneas de manera temeraria, sin importar el tiempo de espera que llevaban el resto de los mortales. Al momento de hacer la misma operación con el carro de la madre de Jazmine, el deportivo raspó la camioneta y siguió de largo con la risa del conductor. Ya se sabe que las mujeres de la frontera no son mansos corderos. La de este cuento, por lo menos, no lo fue. Mientras la señora se bajó del carro, y fue a pie hasta donde los oficiales para relatar el incidente, su amiga manejó la camioneta con todo el coraje del mundo. Cuando hicieron de lado al del Corvette, éste pidió perdón, prometió arreglar el automóvil siniestrado en su taller de El Paso, imploró clemencia y rogó que no lo demandaran y lo dejaran ir. “Cuando los oficiales investigaron al Corvette, descubrieron que era un vehículo robado”, cuenta Jazmine. “Le quitaron ese carro, en el que se creía superior al resto. Creo que el karma sí forma parte de este misterioso universo”.

A veces, las historias más “didácticas” alcanzan a alguien de la familia. La del primo de Alfredo Olivo es digna de un libro. Este joven historiador relata lo que le pasó a su familiar por andar de confiado. Un amigo le pidió que lo acompañara para ir al Cielo Vista Mall. El primo aceptó y decidió meterse en el carro del compañero.

Cuando estuvieron a punto de llegar a la garita, el amigo le pidió que condujera su automóvil mientras él iba al baño y lo esperaba del otro lado del puente. Al muchacho no le pareció rara la petición, y aceptó de buena gana. Al momento de verse cara a cara con el agente sucedió lo que todos temen: hicieron el carro a un lado y buscaron a uno de los perros.

“El perro ladró, y descubrieron que transportaba 30 kilos de mariguana”, dice Olivo. “Mi primo perdió la razón, trató de explicar todo y gritó de puro desespero. Dijo que no era su carro, que el dueño era el amigo que se fue al baño sin nunca aparecer. Al final, lo encontraron culpable de tráfico de drogas y tuvo que pasar muchos años en prisión. Desde que salió de la cárcel ha tenido problemas con la gente, porque piensa que todos lo van a traicionar. Esta historia me enseñó que en este mundo no podemos confiar en cualquier persona, porque podemos ser engañados y pagar un precio muy alto”.

Quien se salvó de pagarlo, pese a lo que le pasó, fue Jorge Hernández. El joven escritor una vez intentó pasar de un país al otro después de una noche rociada con abundante tequila. Su estómago era un revoltijo hirviente. Al momento de llegar a la garita, no se pudo contener y vomitó todo lo que tenía adentro casi en las botas del agente. ¡Craso error! El oficial lo insultó y le preguntó cómo se sentiría él si iba a su casa a hacer lo mismo.

Jorge le pidió disculpas, se ofreció a limpiarle su lugar de trabajo y reconoció su falta. El policía estuvo lejos de perdonarlo. Entonces la cosa se puso seria: comenzaron con un rudo intercambio de palabras, y el hombre pidió refuerzos.

Todos rodearon al muchacho y a sus dos acompañantes. Después los llevaron a una oficina de esas que dan tanto miedo. “Tuve que recordar mis clases de teatro para convencerlos de que mi actitud era consecuencia de la violencia que se vivía en Juárez”, confiesa después del incidente.

“Al final nos dejaron ir, pero antes de desaparecer de la vista de los oficiales, le mandé una sonrisa de reto al agente gallina, que significaba: te la pelaste.”

(EL DIARIO DE EL PASO / Daniel Centeno /2013-10-20 | 23:29)

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