Raymundo Riva Palacio
La revolución no entró el viernes por las calles del Centro Histórico
de la ciudad de México, donde 500 maestros del ala radical de la Sección
22 de la CNTE, indignados porque el presidente Enrique Peña Nieto no
habló con ellos –debían haberlo imaginado cuando ni el secretario de
Educación, Emilio Chuayffet los consideró interlocutores legales-, ni
vetó la Reforma Educativa que promulgó la semana pasada, decidieron
enfrentar a la Policía Federal con barricadas, palos y tubos el viernes
pasado en el Zócalo para expresar lo decidido que estaban a la
resistencia. A la hora de la verdad, mejor recularon y la toma de la
Plaza de la Constitución de casi un mes, se acabó en 10 minutos.
Los maestros disidentes actuaron con inteligencia. Los policías federales los superaban 5 a 1 –una acción de fuerza requiere una ventaja de 3 a 1 para tener posibilidades de éxito- y no tenía ninguna razón inmolarse. Nunca iban a ser considerados héroes ni mártires, sino todo lo contrario. Al paso de las policías rumbo al Zócalo el viernes, la mayoría de la gente los animaba al desalojo cansados de haber tenido estrangulada la capital durante cuatro semanas, y sólo algunas decenas de jóvenes vinculados a grupos anarquistas y a simpatizantes del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador –que no estimuló la beligerancia en nadie- los apoyaban.
Los gritos de “represión” no tuvieron efecto alguno. Veintitrés heridos, ninguno grave, no entran en esa categoría. La mayoría de la treintena de detenidos alcanzó la libertad bajo fianza mediante un pago de mil pesos porque los delitos de daño en propiedad ajena, no son graves. La mayorías de los medios mexicanos registraron los hechos en forma factual, pero el semanario Proceso, en una crónica opinativa, ofreció una visión alternativa:
“Los medios, destacadamente la televisión, se encargaron de alimentar el odio ciudadano contra la movilización magisterial que inundó la capital del país las últimas semanas, y festinaron en vivo el desalojo de los profesores que acampaban en la Plaza de la Constitución. Pero no mostraron todo. Nada dijeron de los soldados disfrazados de policías, de “halcones”, de los golpes a mansalva hasta contra la prensa, del uso de gases y chorros de agua para dispersar a contingentes que iban en retirada… La guerra se percibía en el aire”.
La guerra, como era de esperarse, nunca llegó. Tampoco era lo que buscaban los maestros de la Sección 22 de Oaxaca, donde miles de ellos -13 mil decían sus líderes que estaban en el Zócalo- se fueron mucho tiempo antes del desalojo del Zócalo, donde apenas si el 6% se negó a irse hasta que vio llegar a los federales. La guerra que vio Proceso se limitó a enfrentamientos con los anarquistas y personas desvinculadas de los maestros, aunque algunos de ellos, en la ruta de escape que les dejaron las autoridades, lanzaron palos y piedras a los policías. En la prensa extranjera se registró el desalojo, en mucho menor cantidad de palabras que lo que le dedicaron a los estragos del huracán “Ingrid”, pero con un énfasis en el antecedente de la mala educación producto de un sistema de corrupción y privilegios que ha dominado el magisterio.
La CNTE siempre ha tratado de distinguirse de su organización madre, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), pero para efectos prácticos, recoge lo peor de los cacicazgos del magisterio oficial. En algunos casos, incluso, son peores de los líderes a los que más denuesta. Algunos de sus ex dirigentes, como Enrique Rueda, quien dirigió la toma de Oaxaca en 2006 para tratar de derrocar al gobierno de Ulises Ruiz, aceptó 20 millones de pesos y un boleto sólo de ida a Canadá, para dejar de alborotar. Durante los siguientes cinco años, hubo momentos donde aceptaron subrepticiamente dinero de la maestra Elba Esther Gordillo, en ese entonces presidente del sindicato magisterial para desactivar protestas o para ejercer presión que, en ambos casos, la beneficiaran políticamente.
Los maestros oaxaqueños, cuyos líderes no fueron detenidos y estuvieron en la Secretaría de Gobernación el viernes tras el desalojo, anunciaron que el miércoles regresarán al Zócalo para volver a acampar en la Plaza de la Constitución. Sus demandas siguen siendo las mismas, la derogación de la Ley Educativa. La respuesta seguirá siendo la misma, pero con algo adicional, pues le comenzarán a aplicar la ley por abandono de empleo injustificado. Tienen a la opinión pública nacional e internacional en contra, las leyes laborales encima y la demostración que gritan más de lo que están dispuestos a sacrificar. Si la declaración es para salvar cara y cuidar la desmovilización, se entenderá como una táctica inteligente. Si hablan en serio, entrarán en la fase a la que llegó la maestra Gordillo en sus últimos días de libertad. Se pensó superior al Estado y quiso sabotear la Reforma Educativa. Como se vio, no pudo con nada. Recordarlo, puede servir más de lo que piensan a los líderes rebeldes.
Los maestros disidentes actuaron con inteligencia. Los policías federales los superaban 5 a 1 –una acción de fuerza requiere una ventaja de 3 a 1 para tener posibilidades de éxito- y no tenía ninguna razón inmolarse. Nunca iban a ser considerados héroes ni mártires, sino todo lo contrario. Al paso de las policías rumbo al Zócalo el viernes, la mayoría de la gente los animaba al desalojo cansados de haber tenido estrangulada la capital durante cuatro semanas, y sólo algunas decenas de jóvenes vinculados a grupos anarquistas y a simpatizantes del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador –que no estimuló la beligerancia en nadie- los apoyaban.
Los gritos de “represión” no tuvieron efecto alguno. Veintitrés heridos, ninguno grave, no entran en esa categoría. La mayoría de la treintena de detenidos alcanzó la libertad bajo fianza mediante un pago de mil pesos porque los delitos de daño en propiedad ajena, no son graves. La mayorías de los medios mexicanos registraron los hechos en forma factual, pero el semanario Proceso, en una crónica opinativa, ofreció una visión alternativa:
“Los medios, destacadamente la televisión, se encargaron de alimentar el odio ciudadano contra la movilización magisterial que inundó la capital del país las últimas semanas, y festinaron en vivo el desalojo de los profesores que acampaban en la Plaza de la Constitución. Pero no mostraron todo. Nada dijeron de los soldados disfrazados de policías, de “halcones”, de los golpes a mansalva hasta contra la prensa, del uso de gases y chorros de agua para dispersar a contingentes que iban en retirada… La guerra se percibía en el aire”.
La guerra, como era de esperarse, nunca llegó. Tampoco era lo que buscaban los maestros de la Sección 22 de Oaxaca, donde miles de ellos -13 mil decían sus líderes que estaban en el Zócalo- se fueron mucho tiempo antes del desalojo del Zócalo, donde apenas si el 6% se negó a irse hasta que vio llegar a los federales. La guerra que vio Proceso se limitó a enfrentamientos con los anarquistas y personas desvinculadas de los maestros, aunque algunos de ellos, en la ruta de escape que les dejaron las autoridades, lanzaron palos y piedras a los policías. En la prensa extranjera se registró el desalojo, en mucho menor cantidad de palabras que lo que le dedicaron a los estragos del huracán “Ingrid”, pero con un énfasis en el antecedente de la mala educación producto de un sistema de corrupción y privilegios que ha dominado el magisterio.
La CNTE siempre ha tratado de distinguirse de su organización madre, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), pero para efectos prácticos, recoge lo peor de los cacicazgos del magisterio oficial. En algunos casos, incluso, son peores de los líderes a los que más denuesta. Algunos de sus ex dirigentes, como Enrique Rueda, quien dirigió la toma de Oaxaca en 2006 para tratar de derrocar al gobierno de Ulises Ruiz, aceptó 20 millones de pesos y un boleto sólo de ida a Canadá, para dejar de alborotar. Durante los siguientes cinco años, hubo momentos donde aceptaron subrepticiamente dinero de la maestra Elba Esther Gordillo, en ese entonces presidente del sindicato magisterial para desactivar protestas o para ejercer presión que, en ambos casos, la beneficiaran políticamente.
Los maestros oaxaqueños, cuyos líderes no fueron detenidos y estuvieron en la Secretaría de Gobernación el viernes tras el desalojo, anunciaron que el miércoles regresarán al Zócalo para volver a acampar en la Plaza de la Constitución. Sus demandas siguen siendo las mismas, la derogación de la Ley Educativa. La respuesta seguirá siendo la misma, pero con algo adicional, pues le comenzarán a aplicar la ley por abandono de empleo injustificado. Tienen a la opinión pública nacional e internacional en contra, las leyes laborales encima y la demostración que gritan más de lo que están dispuestos a sacrificar. Si la declaración es para salvar cara y cuidar la desmovilización, se entenderá como una táctica inteligente. Si hablan en serio, entrarán en la fase a la que llegó la maestra Gordillo en sus últimos días de libertad. Se pensó superior al Estado y quiso sabotear la Reforma Educativa. Como se vio, no pudo con nada. Recordarlo, puede servir más de lo que piensan a los líderes rebeldes.
(ZOCALO / Columna de Raymundo Riva Palacio/ 16 de Septiembre 2013)
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