lunes, 27 de mayo de 2013

ALFREDO QUIÑONEZ: DE INDOCUMENTADO A NEUROCIRUJANO DE HARVARD

Redacción

CNN MÉXICO | México, DF.- Esta declaración increíble proviene de alguien que creció en un pueblo pobre de México, que cruzó la frontera de manera ilegal hacia California, asistió a la Escuela de Medicina de Harvard y que ahora trabaja como neurocirujano en la Universidad de Medicina Johns Hopkins.

“Nunca he sido alguien que rechace la aventura”, dice. 

Quiñones Hinojosa es el mayor de cinco hermanos. Cuando era niño tenía pesadillas acerca de que debía salvar a su familia de incendios, inundaciones y avalanchas, de acuerdo con su biografía “Becoming Dr. Q” (Convertirse en el Dr. Q), de la cual es coautor.

Su interés por la Medicina pudo surgir de este sentido de la responsabilidad y de la muerte de su pequeña hermana (a quien dedica sus memorias) a causa de colitis. Pero a los 6 años él quería ser astronauta.

Quiñones Hinojosa trabajó en la gasolinera de su padre desde los 5 años; la familia vivía en un departamento ubicado en la parte de atrás.

El padre de Alfredo tuvo que vender la gasolinera y prácticamente no ganó nada. Después supieron que había fugas en los tanques subterráneos. 

Algunas visitas al Valle de San Joaquín, en California, donde su tío Fausto trabajaba como capataz de un rancho, le dieron a Alfredo un panorama de Estados Unidos y el “sueño americano”. 

A los 14 años pasó dos meses ahí quitando maleza de los campos para ganar dinero y llevarlo a su familia. “Ese dinero ganado con trabajo duro probaba que las personas como yo no estábamos indefensas ni desvalidas”, cuenta en su libro.

Cuando era adolescente, Alfredo creía que sería profesor de primaria. Aunque obtuvo excelentes calificaciones, le asignaron una zona rural aislada para trabajar como docente. En sus memorias, Quiñones cuenta que sólo los jóvenes con dinero y buenas conexiones políticas obtenían trabajos en las ciudades. Su salario sería insignificante. 

Su tío aceptó recibirlo otra vez en el rancho de California para que pudiera complementar sus ingresos. Entonces le surgieron dudas sobre su futuro como profesor y empezó a formar un plan en su mente. 

EL VIAJE A EU

Alfredo sólo tenía 65 dólares cuando, un día antes de cumplir 19 años, en 1987, decidió viajar a Estados Unidos para una estancia más prolongada. No pensaba en las leyes, sólo quería salir de la pobreza y regresar cuando pudiera ayudar a su familia, dice.

Arriesgándose a una detención, la deportación e incluso la muerte, Alfredo tenía un plan: cruzaría la frontera con un salto tipo Spiderman, pasaría la cerca de cinco metros y medio, saltaría el alambre de púas y caería en California, cuenta.

Cuando lo hizo, agentes fronterizos lo recogieron y lo enviaron de vuelta a México.

Alguien más podría haberse rendido, pero Alfredo no. Una hora después de su primer intento, volvió al mismo lugar para ejecutar una maniobra igual pero más rápida. Esa vez tuvo éxito. 

“Actualmente hay un gran sentimiento en contra de la inmigración, pero cuando yo llegué, Estados Unidos me dio la bienvenida”, dice Quiñones. “Necesitaban mi trabajo y yo los necesitaba”. 

Quiñones quería ganar dinero suficiente para alimentar a sus padres y a sus hermanos –quienes después se fueron a EU también– y pretendía volver a México con algunos ahorros. “Cuando ganas 3.35 dólares la hora, te das cuenta de que ese sueño va a durar mucho más”, dice. 

UNA EDUCACIÓN DIFERENTE

Alfredo estudió dos años en la escuela técnica San Joaquin Delta College. Asistía en las mañanas y por las tardes trabajaba para la compañía California Railcar Repair. No entendía la diferencia entre el concepto de una “community college” o escuela técnica y una universidad. Para su sorpresa, Quiñones Hinojosa recibió ofertas de varias universidades, recuerda. Escogió la Universidad de California, Berkeley, porque le ofrecieron una beca. Ingresó a los 23 años. 

Pero el ambiente no era del todo favorable. Un profesor asistente le dijo una vez: “No puedes ser de México. Eres demasiado inteligente para ser de México”. Alfredo no contestó, pero el comentario lo crispó.

Siguiente parada: la Escuela de Medicina de Harvard. Cuando se inscribió, las minorías representaban el 18% de la población en Estados Unidos, pero en escuelas de Medicina sólo eran el 3.7%, escribió Quiñones Hinojosa en un artículo publicado en el “New England Journal of Medicine”. Mientras era estudiante obtuvo la ciudadanía estadounidense, en 1997.

Uno de sus compañeros de Medicina le dijo que nadie podía pronunciar “Alfredo Quiñones” y le sugirió cambiar su nombre por Alfred Quinn. En lugar de eso, alargó su apellido al agregarle Hinojosa, en honor a la familia de su madre. En la escuela también adoptó el apodo de “Dr. Q”, y ahora sus pacientes así le dicen. 

El cerebro era su destino. Un viernes por la noche, cuando el hospital estaba casi vacío, un neurocirujano prominente lo detuvo y le preguntó si quería ver una cirugía.

“Me dijo: ‘Vamos ahora mismo’”, recuerda Quiñones Hinojosa. “Me dio la ropa quirúrgica y caminé hacia al quirófano para ver a este maravilloso paciente que estaba despierto y al cual le hacían un mapeo para una cirugía del cerebro”. 

Ahora, él es especialista en el mismo procedimiento. 

OPERANDO EL CEREBRO

Alfredo opera alrededor de 250 tumores cerebrales cada año. Usa su sala de operaciones como una extensión de su laboratorio.

Está trabajando en un método para utilizar las células grasas humanas para combatir el cáncer de cerebro. A partir de la grasa, los investigadores derivan las células madre mesenquimales, que parecen ser eficaces en la identificación de cáncer.

“Es como si le dieras algo a un perro de caza para que lo huela”, dice Quiñones. “Damos a las células el olor del jugo de cáncer para que vuelvan y persigan estos cánceres muy bien”.

Se puede decir que Alfredo ama lo que está haciendo ahora por la forma en que habla sobre el cerebro.

El cáncer de cerebro, dice, es “la enfermedad más devastadora que afecta más al bello de órgano en nuestro cuerpo: el cerebro. Soy parcial porque soy un cirujano del cerebro, estudio el cerebro, pero yo no soy parcial, es el más hermoso órgano de nuestro cuerpo”.

Mary Lamb, de 56 años, de Annapolis, Maryland, supo que tenía un gran tumor cerebral –un meningioma no canceroso– en 2008. Nerviosa por su primera cita con Alfredo, se encontró con que él era “una bola de energía” que estaba seguro de que iba a estar bien.

“Es tan bueno y tan amable y se siente como alguien que he conocido toda la vida”, dice.

La mañana de la cirugía, el médico alivió los temores de Lamb. “Me dijo ‘No importa lo que pase en el resto del mundo, yo no te dejaré, eres mi preocupación’”, recuerda.

EL ‘SUEÑO AMERICANO’

De alguna manera, el médico Quiñones Hinojosa, ahora de 45 años, es un “tipo normal”.

Quiere que sus tres hijos–de 7, 11 y 14 años– sean felices. Trata de hacer ejercicio para mantenerse en buena forma, especialmente para las medias maratones que corre con los pacientes para recaudar fondos para el cáncer de cerebro. Usa la expresión “santo guacamole”.

Ha habido muchos momentos en su vida en los que ha vivido una combinación de suerte y determinación. En otras circunstancias, no podría haberlo hecho.

Es todavía consciente de la idea del “sueño americano”. Dice que fue encapsulado por el orgullo que sentía el año pasado.

“El ‘sueño americano’ no significa que tienes una casa grande o un coche de lujo”, dijo. “Ése no es el ‘sueño americano’ para mí. El ‘sueño americano’ es la capacidad de ser recíproco cuando se es tan privilegiado de tener la oportunidad de hacer lo que haces. Es ¿cómo se puede encontrar la manera de devolver al menos un poco de eso? Para mí eso es el ‘sueño americano’”.

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