Excélsior
México.- “Ahí va una morra con güevos”, dice Élmer Mendoza
cuando ve acercarse en medio de los flashes de los fotógrafos y bajo un
paraguas que la protege de la lluvia a Teresa Mendoza, la Reina del Sur.
Y decir que Teresa Mendoza es una “morra con güevos” tiene
sentido cuando para la investigadora Edith Carrillo Hernández, “los imaginarios
que predominan sobre el narcotráfico y el mundo carcelario han sido construidos
bajo la idea de un sujeto masculino, es decir, sujetos violentos, transgresores
de la ley, fuertes, poderosos y con una vida ostentosa”.
Estas mujeres son, según Carrillo Hernández, casos atípicos
que se acercan al concepto de heroínas al estilo de Camelia la Texana, mujeres
que se la rifan en un universo masculino. Teresa Mendoza pertenece a ese mundo
de “absurda masculinidad del macho que aparta a la hembra de la manada y le
niega otra vida que la que él le clava en las entrañas.”
La protagonista de Pérez Reverte, llevada tiempo después a la
televisión, se adapta y triunfa en ese mundo y piensa: “Les impresiona mucho
que una hembra sonría mientras les retuerce los huevos.”
Una de estas mujeres nació en China. Para el diario The
Guardian, Xie Caiping tenía todas las características de un típico jefe de la
mafia “con una gran diferencia: era mujer.”
Xie Caiping comenzó a tender redes de corrupción a través de
su cuñado, Wen Qiang, subjefe de policía de la región de Chongqing.
Tras una de las operaciones más escandalosas de la historia
de China, donde hubo cerca de dos mil detenidos entre mafiosos, millonarios
cuya fortuna tenía orígenes ilegales, funcionarios y agentes corruptos del
gobierno, el subjefe de policía Wen Qiang, entre otros, Xie Caiping fue
condenada a 18 años de prisión.
Los cargos en su contra iban desde ser líder de una vasta
organización criminal que controlaba el negocio de las apuestas ilegales,
drogas y soborno de autoridades hasta secuestro y tortura de miembros de la
policía.
Así, la mujer que fuera conocida como La Madrina debido a sus
similitudes con el personaje central de la novela de Mario Puzo, se convirtió
en leyenda no sólo por el tamaño de sus crímenes, sino también por tener bajo
su poder lo que muchos denominaron “un harén” de 16 amantes más jóvenes que
ella a quienes ofrecía dinero y lujos.
PANORAMA INTERNACIONAL
Pero la historia de Xie Caiping y de la idílica Teresa
Mendoza parecen ser una excepción a la regla. La incursión de las mujeres en el
mundo criminal y del narcotráfico parece estar marcada, más bien, por otro tipo
de historias, más frecuentes y menos épicas.
Un reciente estudio de Harm Reduction International (HRI) ha
señalado que de las 112 mil 500 mujeres en las prisiones de Europa y Asia
Central, cerca del 30% lo están por delitos “no-violentos” relacionados con la
posesión, venta, distribución o producción de drogas.
Se encontró, por ejemplo, que los países con el mayor número
de mujeres en prisión de la región son Rusia (59 mil) y España (6,461).
En cuanto al porcentaje de mujeres en prisión por delitos
relacionados con drogas, los porcentajes más altos en el estudio de 51 países
de Europa y Asia Central pertenecen a Tayikistán (70%), Latvia (68.7%),
Islandia (57.1%), Portugal (47.6%), Estonia (46%), España (45.4%) y Grecia
(43.7%). Es de remarcar que dentro de estos países no encontramos a las grandes
potencias europeas como Alemania, donde sólo el 16% de las 511 mujeres en
prisión lo está por delitos relacionados con drogas, o como Francia, donde el
14% de las 308 mujeres en prisión se encuentra ahí por este tipo de delitos.
Así, los países con los mayores porcentajes de mujeres en prisión por delitos
relacionados con la posesión, venta, distribución o producción de drogas son
aquellos que tienen una tradición de crisis económicas recurrentes como España,
Portugal y Grecia, los más atrasados de la economía europea.
El estudio de HRI señala también que el número más alto de
mujeres en prisión en la región pertenece a Europa del Este con 75 mil 908 (tan
sólo Rusia, mencionábamos antes, tiene 59 mil).
Por otro lado, el porcentaje más alto de mujeres en prisión
relacionadas con delitos de drogas está en la región sur de Europa, donde el
42.2% del total de 11 mil 424 mujeres en prisión se encuentran en la cárcel por
este tipo de infracciones.
Estas mujeres comparten historias de abuso sexual y
psicológico, desórdenes psiquiátricos que se vuelven más intensos en prisión,
baja autoestima y educación, dependencia económica de hombres que se dedican al
tráfico de drogas, ser madres solteras sin apoyo familiar y enfermedades como
el sida y la hepatitis C.
Aunado a esto, se ha encontrado que gran parte de estas
mujeres tiene dependencia por alguna o varias drogas. En Estonia, por ejemplo,
cerca del 60% de las mujeres en prisión es adicta a alguna droga. En Rusia, la
mitad de las prisioneras por delitos relacionados con drogas tiene algún tipo
de adicción a éstas.
Ya no sólo hablamos de las conocidas historias de las “mulas”
que transportan droga (a veces sin saberlo) y terminan en la cárcel. Son
también mujeres con dependencias afectivas de novios o hijos con carreras
criminales en expansión, mujeres con baja autoestima que hacen cualquier cosa
por conseguir drogas y mujeres con una larga historia de maltratos, abusos y
dependencias.
LAS REINAS DEL SUR
Se calcula que en 2009, en nuestro país, 11 mil 376 mujeres
estaban presas. El 70% por delitos contra la salud. A finales de 2011, la
prensa daba a conocer que más de nueve mil mujeres habían sido detenidas por
delitos federales relacionados con delincuencia organizada y tráfico de drogas
en el sexenio recién concluido.
Pero historias como la de Delia Patricia Buendía La Ma Baker,
originaria del barrio de Tepito, conocida por sus actividades delincuenciales
en el Estado de México y por ser una de las primeras mujeres en pasar de la
administración de múltiples narcotienditas a incursionar de lleno en el mundo
del narcotráfico en el denominado cártel de Neza con la complicidad de policías
y funcionarios corruptos, muy al estilo de La Madrina de Chonqing, también son
una excepción en nuestro país.
En un estudio realizado por Edith Carrillo Hernández en el
Centro Femenil de Readaptación Social de Puente Grande, Jalisco, los hallazgos
no fueron muy distintos a los encontrados en Europa.
Gran parte de las mujeres prisioneras por delitos contra la
salud habían vendido o transportado pequeñas cantidades de droga, estaban en
posesión de droga para uso personal o eran esposas o madres de personas ligadas
al tráfico de estupefacientes.
La mayoría compartía ciertas características: mujeres
desempleadas o con ingresos bajos, jóvenes mamás solteras o que no recibían
ayuda económica de sus parejas, escolaridad baja e historia familiar con
antecedentes delictivos.
Entre estas mujeres, el 39% cumplía una condena por posesión
de drogas, 35% por venta, 13% por intento de introducir drogas a un centro de
readaptación social para su novio o hijos, 9% por formar parte de un grupo
organizado de narcotraficantes y 4% por transportar drogas. Al igual que en
Europa, un alto índice de mujeres declaró ser consumidora de drogas (el 56%) y
un 9% mencionó ser adicta a medicamentos de uso psiquiátrico.
Estas mujeres estaban relacionadas con ámbitos de violencia,
no por ejercerla en contra de grupos rivales o por actividades criminales, sino
por la violencia económica, intrafamiliar, institucional y de género que
sufrían antes de entrar a prisión, tanta que, según algunas, su vida en prisión
“llegó a representar un espacio de libertad y seguridad”.
Estas mujeres son, como las europeas, consumidoras de drogas.
Según estudios realizados en nuestro país, se calcula que entre 60% y 80% del
total de mujeres en prisión son consumidoras de drogas. Muchas de ellas
intensifican el consumo de drogas controladas de uso psiquiátrico al estar en
prisión.
Según la Encuesta Nacional de Adicciones 2011, la edad
promedio de inicio en el consumo de drogas en las mujeres ha tenido una
disminución progresiva, al pasar de 23.6 años en 2002 a 20.1 años en 2011. Por
otro lado, en la población femenina urbana de 12 a 17 años se observó un
aumento en el consumo de cocaína de 2008 a 2011, al pasar de 0.1% (cifra que se
había mantenido constante desde 1988 a 2008) a 0.6%.
Además de las ya conocidas “mulas” que transportan o
distribuyen droga sin conocer su tipo ni costo en el mercado, están aquellas
que participan activamente en esta actividad económica para mantener a sus
familias y en ocasiones, incrementar sus ganancias. Los estudios señalan que
por lo general, las mujeres que incursionan en el negocio del narcotráfico con
un éxito similar al de La Reina del Sur, son mujeres que formaron parte de un
mundo donde la violencia era lugar común y la delincuencia, un camino viable,
mujeres que formaron parte (quizás sin saberlo) de un proceso de “socialización
masculina” donde volviéndose más violentas dejaban de ocupar las posiciones
subordinadas destinadas para ellas para convertirse en jefas, en “morras con
güevos.”
Están también las que aman a sus esposos, novios o hijos, las
que por estar ligadas a los papeles tradicionales de la mujer que siempre está
en casa dedicándose al cuidado del hogar, eran también las únicas presentes
durante los cateos sorpresa a las casas de los traficantes de drogas o las que
se echaron la culpa para que no llevaran a sus hijos a prisión o las que temían
preguntar a su esposo a qué se dedicaba y cumplían su papel de silencio en el
sistema patriarcal de su hogar.
Al respecto, la investigadora Rosa del Olmo señala que “el
hombre traficante sacrifica a su compañera creyendo erróneamente que el aparato
de justicia tendrá un trato más benevolente con ella”. O quizás sólo la
sacrifica, así, sin más.
Dice Carrillo que “la desproporción punitiva para este tipo
de delitos es extrema cuando en la mayoría de los casos se reconoce que el
hecho criminalizado es la adicción, la pobreza y la dependencia afectiva que se
enmarca en esquemas genéricos.”
Estas son las verdaderas Reinas del Sur, mujeres que, se dice,
necesitan “un hombre que lleve la rienda y que las jale”, las “gordas de moño y
faldas largas que se deben comer sin rechistar las condenas de sus hombres”,
mujeres “en un mundo de hombres duros”, mujeres sin elección, como Teresa
Mendoza. “Porque yo nunca elegí, y la letra me la escribieron todo el tiempo
otros”.
LA DECLARACIÓN DE KIEV SOBRE LA SALUD DE LAS MUJERES EN
PRISIÓN
Como respuesta al aumento acelerado de mujeres en prisión, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Oficina de las Naciones Unidas para
la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés) elaboraron la Declaración
de Kiev (o de la Salud de las Mujeres en Prisión) en noviembre de 2008.
La ONU y la OMS han constatado que debido al desplazamiento
de mujeres por guerras en el mundo, dificultades sociales, crisis económicas y
sistemas de justicia insensibles al tema de género, en países como Inglaterra,
el número de mujeres en prisión se ha incrementado en 200% en 10 años, mientras
que el de los hombres, 50%.
Si bien, las mujeres representan entre el 2% y el 9% del
total de la población en las cárceles del mundo, estos porcentajes están
aumentando de manera acelerada.
Según el estudio preliminar de la Declaración de Kiev, las
mujeres en las cárceles alrededor del mundo presentan muchas similitudes:
desórdenes mentales, altos niveles de dependencia al alcohol u otras drogas
antes de entrar a prisión (se calcula que el 75% de las mujeres arrestadas en
el mundo tienen este tipo de problema), abuso sexual y físico antes de entrar a
prisión y al interior de las cárceles, insensibilidad ante necesidades de salud
específicas de las mujeres, descuido de las autoridades por las madres en
prisión (que en ocasiones, son el único sostén de la familia), entre otras
dificultades.
A nivel psicológico, las mujeres en prisión suelen tener
estrés post-traumático, depresión, ansiedad, fobias, neurosis y/o
autoflagelación que en algunos casos, termina en suicidio. Según un estudio del
Departamento de Justicia de Estados Unidos, cerca del 75% de las mujeres en
prisión presenta algún tipo de desorden psicológico, mientras que en la
población femenina nacional, el porcentaje es de 12%.
Se ha encontrado también que ser madre representa para muchas
mujeres un impedimento para pensar en suicidio. Cuando a las mujeres en prisión
se les separa de sus hijos, la probabilidad de que éstas tomen una decisión
así, se incrementa.
Según la declaración de Kiev, se debe reconsiderar el
encarcelamiento como único camino para castigar los delitos no violentos de
posesión, venta y distribución de drogas, sobre todo en contextos donde las
mujeres siguen siendo vulnerables y están dispuestas a purgar condenas en lugar
de sus hijos o maridos.
Mientras tanto, la OMS y la UNODC han emitido las siguientes
recomendaciones para la atención de las mujeres en prisión:
- Que el encarcelamiento de las mujeres sea considerado como
último recurso, sólo cuando el resto de las alternativas fallen o sean
imposibles de realizar, especialmente en el caso de mujeres embarazadas o con
hijos pequeños.
- Los servicios de salud para mujeres en prisión deben poner
mayor atención a las enfermedades de tipo mental, el uso de sustancias tóxicas
y el cuidado durante el período de estrés post-traumático.
- Se debe considerar la legislación internacional en materia
del respeto al “interés superior del niño” cuando su madre esté por ser
encarcelada.
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